Diez años después de abandonar sus malos hábitos, a los cuarenta y padre de tres hijas, el polifacético actor hace borrón y cuenta nueva en su vida cuando está a punto de estrenar en España «The impossible», sobre el «tsumani» de 2004, a las órdenes de Juan Antonio Bayona y con Naomi Watts y Marta Etura en el reparto.

Tiene 40 años, sigue siendo delgado y fibroso, con aspecto juvenil y rasgos agradables, pero tirando a normalitos, con la salvedad de sus ojos, que de cerca resultan impactantes. Al verlo, muchos dirían que parece uno de tantos chavales escoceses, pero McGregor es hoy una estrella de Hollywood con residencia oficial en Los Ángeles, aunque se encuentra en Londres.

McGregor no es uno de esos actores como el fallecido Dennis Hopper, por poner un ejemplo, o, de forma completamente distinta, Jeremy Irons que siempre parecen estar interpretando una misma versión de sus propias personas. Periodista sin escrúpulos en A tumba abierta, yonqui en Trainspotting, músico en Tocando el viento, escritorzuelo de tres al cuarto en El escritor y hasta Obi-Wan Kenobi en la precuela de La guerra de las galaxias… Está más que claro que McGregor no es un actor con problemas de encasillamiento.

Esta facilidad para transformarse en personajes muy distintos quizá explique por qué, durante el rato que estamos juntos, nadie parezca advertir que el individuo de aspecto tranquilo vestido con vaqueros negros y camiseta negra, con un gran tatuaje en el brazo y un pequeño caniche rubio en el regazo en realidad es un actor famosísimo. En un momento dado, una mujer se acerca a nuestra mesa (sin reconocerlo para nada) y nos pide indicaciones para llegar a cierto punto de Londres. Ewan se muestra amable a más no poder e invierte más de cinco minutos en señalarle el camino más recomendable.

«Encuentro despectiva la expresión ‘crisis de la mediana edad’. Yo creo que esos cambios son interesantes. Por eso hablaría de ‘florecimiento de la mediana edad'»

McGregor no resulta en absoluto aburrido fuera de la pantalla. En su juventud vino a ser una especie de ‘chico malo’ oficial, compañero de juergas de los hermanos Gallagher del grupo Oasis y del equivalente británico del rat pack estadounidense: Jude y Sadie Law, Jonny Lee Miller y Sean Pertwee, con quien formó una productora de cine independiente, que abandonó en 2002.

En sus entrevistas de esa época acostumbraba a emborracharse con el periodista de turno y a efectuar todo tipo de declaraciones poco meditadas. En las posteriores, después de dejar el alcohol, Ewan ha hecho todo lo posible por evitar las afirmaciones controvertidas. Durante nuestra charla habla de forma visceral sobre «lo triste» que resulta la existencia de un borracho y de la «horrorosa» forma de vida de un bebedor compulsivo.

En su momento también se habló de los viajes por el mundo emprendidos en motocicleta con su amigo Charley Brooman, que fueron recogidos en dos series de televisión. El hecho de que unos hombres hechos y derechos se apasionen repentinamente por las motos es un clásico síntoma de la crisis de la mediana edad, pero McGregor explica que él se mueve en moto desde que tenía 19 años.

«No me gusta la expresión ‘crisis de la mediana edad’, que encuentro despectiva. Viene a indicar que lo que te empuja es el miedo a tu propia mortalidad, pero yo creo que estos cambios importantes y decisiones que tomas en la vida, como la de decidirte a viajar, son muy interesantes. Yo más bien hablaría del ‘florecimiento de la mediana edad'».

McGregor en absoluto va de machote por la vida. «Cuando no estoy trabajando, lo que más me gusta es acompañar a Eve [Eve Mavrakis, su esposa, de nacionalidad francesa] a almorzar con sus amigas», explica. «Si te fijas en un grupo de mujeres que están comiendo en un restaurante, entre ellas se da una comunicación verdaderamente intensa. En cambio, entre hombres esa comunicación no se da: todos están demasiado ocupados en presentarse como el macho alfa de la manada. No es que yo sea particularmente gregario, pero mis amigos hoy son sobre todo amigos de los dos… otras parejas, por lo general. A la hora de hacer vida social, me siento mucho más cómodo en compañía de mujeres. En los grupos de hombres suele establecerse la necesidad de dejar claro quién es el macho, de achantar a los demás, de burlarse del otro. No me gustan estas situaciones ni me manejo bien en ellas», y añade: «No me gusta jugar al juego de la competitividad con otros hombres y me pone enfermo que traten de competir así conmigo. Tengo 40 años y creo haber aprendido muchas cosas. Algunos hombres sienten una especie de celos al verme y hacen lo posible por molestarme con sus comentarios. Sucede en las fiestas. Yo me limito a apartarme de su lado, pero los tipos insisten y terminan por seguirte allí donde vayas. Al final tienes que contestarles o marcharte del lugar».

«Los hombres compiten por ver quién es el macho. Me pasa en las fiestas. Algunos sienten celos y hacen los posible por molestar. Al final o contestas o te vas»

McGregor y su familia llevan unos tres años viviendo en Brentwood, cerca de Santa Mónica, pero sigue siendo propietario de una casa en el barrio londinense de Saint Johns Woods. «Llevamos ya un tiempo viviendo en Estados Unidos -indica con su fuerte acento escocés-, pero estoy seguro de que un día volveremos al Reino Unido para quedarnos. Lo de vivir en América lo veo como un destino temporal».

McGregor nació en la ciudad escocesa de Perth y creció en un pueblo cercano. Su padre y su madre son maestros de escuela. Su hermano mayor, Colin, es un antiguo piloto de la RAF y en su momento colaboró con Ewan en un documental sobre la Batalla de Inglaterra.

Ewan conoció a Eve, cinco años mayor que él, durante la grabación en 1995 de un episodio de la teleserie Kavanagh QC, en la que ella estaba trabajando como diseñadora de producción. Se casaron en un pueblo de Francia y un año después tuvieron a su primera hija, Clara. «En ese momento yo tenía 24 años… Era bastante joven», recuerda McGregor. Clara hoy tiene 15 años y cuenta con dos hermanas de 9 años, Esther y Jamiyan; esta última, adoptada por el matrimonio en Mongolia en 2006. «Si te soy sincero, de lo único de lo que nunca hablo es de la adopción porque no me gusta la forma en que suele hablarse de los famosos y de sus hijos adoptados. No tengo ningunas ganas de que me sitúen en el punto de mira».

El vistoso tatuaje en el brazo muestra un corazón y los nombres de su mujer y sus hijas escritos en letra de fantasía. Cuando le pregunto si piensa tener algún hijo más, se limita a acariciar el caniche y responder: «Lo mismo me tatúo el nombre de Sid, el perrito». Pero después de la entrevista me enteraré, no sin sorpresa, de que McGregor en realidad tiene una cuarta hija, supuestamente adoptada y nacida en marzo pasado.

En referencia al estereotipo de Los Ángeles como una ciudad caracterizada por la cirugía plástica y la hipocresía, Ewan matiza: «En todos los pequeños barrios residenciales se da un fuerte sentimiento de comunidad, y todo el mundo se esfuerza en ser un buen vecino, cosa que me gusta», y se deshace en elogios sobre la escuela de sus hijas, una institución progresista y hasta un poco hippy. «Los maestros hacen todo lo posible para que los niños se ayuden los unos a los otros y tengan una buena relación personal. Lo que está en las antípodas de cuanto sucede en las escuelas inglesas, donde el que destaca en algo se lleva todos los palos de los demás niños. Y el que no brilla en nada se lleva más palos todavía. Los pobres chavales británicos se pasan media vida atemorizados y resignados a sufrir malos tratos constantes».

Por sorprendente que resulte, lo que Ewan echa más de menos de Londres es el metro. «En Los Ángeles uno se harta de estar siempre en un atasco. Sin embargo, en Londres, cuando trabajé en Otelo, me encantaba ir todos los días al teatro en metro».

El actor ha trabajado con una impresionante serie de guionistas, autores teatrales y directores, empezando por Dennis Potter y siguiendo con Danny Boyle (con quien luego tuvo sus más y sus menos, hace una década, cuando le ofreció ser protagonista de La playa y tras pensárselo ofreció el papel a DiCaprio), Peter Greenaway, Woody Allen, Ridley Scott, Baz Luhrmann y Todd Haynes. Ewan habla con mucho respeto de Mike Mills, el director de Beginners, su última película estrenada en España, en la que Christopher Plummer interpreta a un padre septuagenario que reconoce su homosexualidad tras la muerte de su esposa, y su hijo (McGregor) emprende entonces una relación amorosa con una actriz, Anna (Mélanie Laurent).

«En ‘The impossible’ aparezco despechugado, así que hice ejercicio y comí saludablemente. Me gusta mi físico. Hubo un tiempo en que me delineaba los ojos y demás…»

Ahora, McGregor acaba de regresar de Tailandia, donde ha rodado con Naomi Watts The impossible, filme que narra la historia de una familia atrapada en dicho país durante el terrible y devastador tsunami de 2004. «En más de tres cuartas partes de las secuencias aparezco sin camisa, despechugado, por lo que hice bastante ejercicio y comí de forma saludable. Por eso, nada más terminar el rodaje, me dije que ya estaba harto de tantos cuidados, de prestar tanta atención a mi físico». Le pregunto si es vanidoso. «En principio estoy contento con mi físico, pero tengo la manía de atusarme los cabellos. Ya era así de niño, cuando detestaba ir al colegio con el pelo demasiado limpio, lacio y sin forma». Después del rodaje de Velvet goldmine, donde encarna a una estrella del rock, se acostumbró a llevar maquillaje. «Es verdad que me dio por ponerme delineador de ojos y demás… En su momento hacía estas cosas».

En otra ocasión, Ewan reconoció cuáles eran sus principales influencias: «El sexo, mi tío y las películas en blanco y negro». ¿Qué quería decir? «No me acuerdo bien. Ha pasado muchísimo tiempo. Las entrevistas pueden resultar muy embarazosas, pues uno ahora no es el mismo que hace 20 años. Yo conocí el éxito siendo muy joven y de pronto me sentía el rey del mundo. Bebía muchísimo y vivía la vida a tope. Estábamos a mediados de los 90. ¡Siempre iba pasado de vueltas! Un día me preguntaron que qué es lo que más me inspiraba en la vida, y contesté que el sexo, para escandalizar».

«Dejar de beber te cambia la vida por completo. De repente te integras más en el mundo. El bebedor compulsivo es egocéntrico, incapaz de relacionarse bien»

¿Tiene la impresión de haber cambiado mucho en lo fundamental? «Yo diría que el no beber ha cambiado mi vida, pues era un hecho que bebía más de la cuenta. Tenía un serio problema con la bebida, por eso la dejé y llevo más de diez años sin probarla y sin tomar drogas; lo importante de estar sobrio es que te permite ser tú mismo. Tu vida cambia por completo, pues de repente te integras en el mundo en mayor medida. El bebedor compulsivo es egocéntrico a más no poder; siempre está obsesionado consigo mismo y es incapaz de relacionarse bien con las demás personas». ¿A veces no se acordaba de cuanto había hecho la noche anterior? «Sí, y era algo terrible. Mi vida se convirtió en insoportable… Era infeliz. Ahora, al no beber ni tomar nada, lo veo todo con frialdad y me repito que todo eso fue una enorme pérdida de tiempo». El actor está empezando a pensar que la vida es demasiado corta para guardar rencores y que, como dicen en California, ha llegado el momento de pasar página.

 

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