Más de un millón de personas comen cada día en nuestro país gracias a los bancos de alimentos. Pocos saben de su existencia, pero hay 52, uno por provincia. Sin su labor altruista, muchos en España pasarían hambre. Por Fernando Goitia

Que nada se pierda.Este propósito rige la vida de Javier Espinosa desde hace casi 20 años. Un tercio de los alimentos que se producen en el mundo no se los come nadie, se destruyen ,denuncia.

En Europa se tiran cada año 179 kilos de comida por persona, según un informe de la Unión Europea. Los supermercados, sin ir más lejos, rechazan un 30 por ciento de sus productos por razones estéticas (un envase abollado, por ejemplo). «Es un despilfarro intolerable», sentencia Espinosa.

Espinosa tiene 65 años. Como ingeniero aeronáutico ha trabajado toda su vida en el sector de la automoción y, ahora, recién jubilado, dirige el Banco de Alimentos de Madrid, una institución que ayudó a fundar hace ya 18 años. El de Madrid es el banco que más alimentos reparte de los 52, uno por provincia, que funcionan en España, agrupados casi todos ellos en una federación: Fesbal. La actividad de estas entidades sin ánimo de lucro, donde casi todo el personal es voluntario, crece cada año, sobre todo desde que la crisis comenzara a hacer estragos en nuestro mercado laboral. «No crecemos estrictamente porque haya más pobres, que es, por otro lado, lo que justifica nuestra tarea, sino porque cada vez conseguimos más comida -explica Espinosa-. Nunca dejamos de crecer, pero los tres últimos años ha sido algo brutal. Es así, aumenta el número de pobres, pero también el de donantes».

«Con la crisis ha crecido tanto el número de pobres que alimentamos al doble de gente. Necesitamos más voluntarios, almacén, donantes…», dice el director del Banco de Madrid

En 1994, cuando se fundó el Banco de Madrid, el tercero de España tras el de Barcelona, pionero en su género, y el de Alicante, la entidad madrileña distribuyó cerca de 40.000 kilos de alimentos. En 2010 alcanzaron los 8,5 millones. En total, más de 77 millones de kilos en 18 años.

«La mayor parte de nuestros alimentos, alrededor de un 60 por ciento, procede directamente de la industria», subraya Espinosa. Cada vez más fabricantes, de hecho, ya incluyen en sus planes de producción partidas extras que van directamente al Banco. Lejos quedan los tiempos, recuerda Espinosa, en que conseguir la colaboración de las empresas era una ingrata tarea. «No te creían -rememora-. ‘No, hombre, aquí nadie se muere de hambre; todo el mundo tiene para comer’, te decían. Pero ya entonces había mucha gente necesitada: mayores con pensiones escasas a los que una ayuda para comer les salva el mes; albergues para mujeres maltratadas que no consiguen cuadrar el presupuesto; parados de larga duración; enfermos de sida; inmigrantes; no es solo el mendigo que ves en la calle».

En la actualidad, más de un millón de personas come en España gracias a estos bancos, el doble que antes de la crisis. Y subiendo. En el de Madrid pasamos de 57.000 beneficiarios en 2010 a más de 70.000 el año pasado , subraya Espinosa. La cifra puede interpretarse como un logro, pero el director del Banco madrileño dista mucho de mostrarse satisfecho. ¡No es suficiente! Las necesidades han aumentado muchísimo más .

Los datos le dan la razón. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), el 21,8 por ciento de la población residente en España vive por debajo del umbral de la pobreza, un punto más que en 2010. Y hay más, el Consejo Económico y Social revela en un informe que nueve millones de españoles viven con menos de 8000 euros al año y que hay 265.000 hogares donde no entra un solo euro. En la Comunidad de Madrid, sin ir más lejos, el área que atienden Espinosa y su ejército de voluntarios (170 fijos y 350 ocasionales), el INE identifica a más de 800.000 personas en riesgo de extrema pobreza, el 13 por ciento de la población. «Sabemos que hay miles de personas que necesitan ayuda -alecciona Espinosa-. Debemos crecer, pero, sobre todo, aprovechar mejor lo que ya hay».

Pasar unas horas en la nave de mil metros cuadrados, cedida por el Gobierno regional, que el Banco gestiona en las afueras de Madrid permite entender mejor el significado de lo que significa «aprovechar lo que ya hay » No solo por el discurso de Espinosa. Fruta, leche, lácteos, arroz, pan, zumos, legumbres, embutido y un largo etcétera; aquí llegan excedentes de casi 185 productores de alimentos y supermercados (otros 93 entregan en el almacén de Mercamadrid), pero también donaciones de las ‘operaciones kilo’: colectas puntuales de empresas, organizaciones, instituciones o particulares decididos a aportar su granito de arena. «Excedentes -explica Espinosa- son todos los alimentos que las empresas no consiguen distribuir y que no van a vender. Todo debe ser, eso sí, apto para el consumo. que no esté caducado ni en mal estado». La labor de los bancos consiste en recibir todo este flujo de comida y redistribuirlo a comedores sociales, casas de acogida (de mujeres maltratadas, de inmigrantes, de enfermos de sida ), residencias de ancianos, parroquias, albergues, servicios sociales, etcétera.

A lo largo de la mañana, las furgonetas de las entidades van llegando a los muelles de carga y descarga del Banco. Se les ofrece el ‘menú’ de lo que hay disponible ese día y, en función de las necesidades de cada una, esto es, de las personas a las que atienden, se les entrega una determinada cantidad de alimentos. Las hay que reparten la comida en sus comedores y las que entregan comida directamente a familias necesitadas. La mayor parte son organizaciones religiosas como el Programa integral Vicente de Paul, un proyecto de las Hijas de la Caridad, que, entre otras atenciones, da cada día de comer a 450 personas en el centro de Madrid. «Gracias al Banco de Alimentos tenemos garantizado a diario el primer plato para toda esta gente. Es una gran ayuda», observa sor María del Carmen Briones, directora del programa.

Todos los alimentos deben ser aptos para el consumo: ni caducados ni en mal estado. La mayoría son excedentes de la industria, pero también de particulares

La labor de estas organizaciones es la razón por la que el Banco de Alimentos no entrega comida a particulares. «Ya hay entidades en contacto directo con los necesitados -explica el director del Banco de Alimentos de Madrid-, saben mejor que nosotros a quién proveer; somos una ayuda para ellos, un complemento». José, un voluntario jubilado, lo explica con una sonrisa: «Una mandarina no te podemos dar, pero si necesitas una tonelada no hay problema». Aunque, en realidad, no es tan sencillo.

«Facilitamos alimentos a más de 400 entidades, pero tenemos una creciente lista de espera -subraya Espinosa-. Las que trabajan con nosotros nos piden cada vez más y no podemos atender a las que llegan. Podríamos repartir entre todas lo que hay, pero perjudicaríamos el trabajo de las que ya sabemofuncionan. La solución es crecer. Se pierde mucha comida y no podemos redistribuirla toda por falta de capacidad. Necesitamos más ayuda. más voluntarios, más espacio de almacenaje, locales vacíos los hay a millones; más empresas e instituciones que colaboren. Que nada se pierda, ese es nuestro lema. Una persona famosa, un padrino, nos vendría bien para ayudar a transmitir todo esto».

Espinosa es de aquellos que nunca se sienten satisfechos. Una insatisfacción que le ha permitido ver crecer la modesta entidad que ayudó a fundar. «Empezamos siete u ocho amigos, habíamos leído sobre el desarrollo de los bancos de alimentos en EE.UU., donde funcionan desde los 60, y nos pusimos manos a la obra -recuerda-. Sin tener siquiera instalaciones ya recibíamos alimentos. Alguien nos cedió un almacén, hablamos con Barcelona y Alicante y creamos la federación».

Estos bancos no tienen contacto directo con los necesitados. Reciben el flujo de comida y lo ofrecen gratis a instituciones religiosas y ONG. Son un complemento necesario

Hoy en día, el de Madrid es el que más reparte. «Todo es proporcional -explica Espinosa-. Va en función de la población. También, al haber más empresas, hay más donantes. La mentalidad ha avanzado mucho, hoy existe la responsabilidad corporativa, que es un avance gigantesco». Sobre todo para una entidad cuyos recursos proceden en un 70 por ciento de donaciones y que, en cuestiones crematísticas, se limita a gestionar el dinero de sus gastos corrientes. 230.000 euros al año. «Si necesitamos algo -hacer una reforma, la cámara de frío -, redactamos un proyecto, lo presentamos a una entidad y, si lo aprueban, ellos se encargan de todo», cuenta Espinosa.

La gratuidad es un principio irrenunciable de los bancos de alimentos desde que se fundó el primero de ellos, en 1967.

Un día de aquel año un tal John Van Hengel, voluntario en un comedor popular en Phoenix (Arizona), escuchó a una madre con nueve hijos y el marido preso contar cómo se las apañaba para alimentar a toda su prole con lo que se caía durante la descarga de madrugada en un supermercado. Van Hengel organizó entonces a un grupo de voluntarios para recoger alimentos en supermercados y fundó el St. Mary´s Food Bank en los 250 metros cuadrados de una vieja tahona. La idea se propagó con rapidez por todo EE.UU. Cuando falleció, en 2005, con 83 años, Van Hengel había ayudado a fundar centenares de bancos como el suyo por los cinco continentes.

«Que todo sea gratis, que haya que pedirlo -subraya Espinosa- busca estimular la solidaridad con los que padecen la pobreza, que los voluntarios se identifiquen con ellos pasando la vergüenza de pedir a los demás. Todo lo que ves a tu alrededor se ha conseguido gratis. ¡Es increíble!», subraya Espinosa en la sede del Banco madrileño. A su alrededor, alimentos, una cámara de frío, carretillas elevadoras, palés, furgonetas y decenas de personas en frenética actividad dan fe del poder de una idea.

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