Siempre discreta, marcada por la etiqueta de «primer amor del príncipe», Isabel Sartorius nunca había hablado de su vida privada. Ahora, con 47 años, ha decidido hacerlo y de una forma radical, con inusitada valentía. Su libro «Por ti lo haría mil veces» (ediciones martínez Roca) se adentra en lo más íntimo. a través de la relaci´n con su madre, adicta a las drogas, pero sin pasar por alto su noviazgo con Don Felipe o con Javier Soto. Estos son los pasajes más intensos de esa autobiogragía por la que, ella misma dice, puede ser «crucificada», pero ha decidido asumir el riesgo. Lo hace por una buena causa

`Isa, mamá ha muerto´.Eran las siete y media de la mañana del 22 de abril de 2009 cuando sonó el teléfono. Mi hermana Cecilia intentaba hablarme desde buenos aires. Lloraba sin parar.

Pedí a Cecilia y a Freddy, su marido, que me dejaran a solas con ella y entré en su cuarto. Cerré la puerta, me tumbé junto a mi madre y la abracé.

Olía a ella, maravillosa, a esa mezcla de colonia Nenuco y Marlboro.  

-Te quiero, mamá. Ni se te ocurra dejarme sola, ¿eh? Eso sí que no te lo perdonaría Tenía los labios secos, así que le puse vaselina.

-Te voy a echar tanto de menos -le susurré-. Cuando puedas, hazme alguna señal para que sepa que estás bien.

Y así, abrazada a ella y agarrada fuerte de su mano, me quedé dormida. La enterramos unas horas más tarde. [ ] El amor lo fue todo para ella, pero el amor la traicionó y la hundió para siempre. Y ella encontró su refugio en el infierno.

MANUEL. UN HOMBRE CON UN LADO OSCURO

Fue uno de esos veranos en Marbella cuando mi madre conoció a Manuel [Ulloa Elías, político peruano, que llegaría a ser primer ministro de su país], en la discoteca Mau Mau. Reconozco que desde que lo conocí no me gustó. No era el tener que compartir a mi madre. Tampoco lo culpé nunca del hecho de que mis padres se separasen al fin porque aquello ya venía de antes. [ ] 

Yo tenía trece años recién cumplidos cuando nos trasladamos [a Lima]. Era marzo de 1978.

Mi padrastro era un hombre muy inteligente, pero la suya era una inteligencia autodestructiva. [ ] Un día estaba yo en la habitación cuando entró Cecilia.

-Isa, he visto a mamá meterse unos polvitos blancos por la nariz.

Sin dudar, fui a donde mi madre.

-¡Qué tontería! Ya sabes cómo es tu hermana. No le hagas ni caso. Y ahí quedó todo. Nosotros no sabíamos qué les pasaba, pero mamá se estaba convirtiendo en otra persona. Mi madre era una mujer sencilla, muy afectiva, cercana, que solo quería ser feliz y ahora parecía empeñada -por amor- en darse de bruces contra una pared. Las pocas veces que la veía con Manuel, discutían. Todo empezó a convertirse en una locura.

A? OS 80, VIOLENCIA Y COCAÍNA

A Ceci y a mí nos despertaron unos gritos en plena noche. Mamá y Manuel discutían y se les oía gritar muy fuerte; una bronca descontrolada que nos metió el miedo en el cuerpo. Subí las escaleras y los vi. Él estaba desnudo y la golpeaba con la mano abierta, los dos se gritaban lo que para mí eran solo frases sin sentido. Muy quieta, lo observé todo desde el descansillo, incapaz de entender lo que veía. Al menos hasta que Manuel se dio cuenta de que no estaban solos.

-¡Vete de aquí! -me gritó-. ¡Fuera! 

No pude decir una sola palabra. No entendía nada. Mi madre, en camisón, se había acurrucado en el suelo y parecía perdida, tenía uno de los cojines sujeto contra su pecho. Recuerdo que me dieron ganas de abrazarla, pero había algo extraño en su mirada, una desorientación que no había visto antes y que me echó atrás. Manuel seguía gritando, repetía lo mismo una y otra vez.

-¡Vete de aquí! 

Y mi madre, que hablaba algo más bajo, que casi lloraba.

-¡Me está matando! 

¿No vas a decir nada? , pensé. Y esta vez sí, reaccioné.

-¡Deja de pegarle! ¡Por favor, para ya este escándalo! Era muy joven aún y no supe ver que los dos estaban drogados. [ ] Volví a mi cuarto temblando.

Ahora sé que mi madre había caído en una depresión muy profunda que había plantado raíces al poco de llegar a Lima. Casi desde el primer día, al tiempo que Manuel le prohibía ir a un sitio o a otro, ella en secreto había comenzado a recibir anónimos en los que le avisaban de que su marido la estaba engañando. Los recuerdo, llegó a enseñármelos más tarde. Mi madre se iba hundiendo poco a poco. [ ]

Manuel Ulloa le dio a probar la cocaína y mi madre se agarró a ella. Para cuando nos dimos cuenta, ya se había enganchado a la coca y se drogaba con regularidad. Veía que eso le permitía escapar del abismo de la depresión durante un rato. [ ] No hay nada más duro que ver a una madre llorar y llorar. Aunque en esos momentos yo reprimía mis sentimientos negativos para no agrandar los suyos, creo que ahí empezó mi lucha a ciegas por aliviar ese llanto que hice mío casi sin darme cuenta. Asumí un reto que me sobrepasaba. el de su rescate.

Cualquier cosa por mi madre. Manuel estaba de viaje esos días y a mí, con quince años, me pareció un plan estupendo ir con mi madre a bailar. A través de la relación con su madre, adicta a las drogas, pero sin pasar por alto su noviazgo con Don Felipe o con Javier Soto. Estos son los pasajes más intensos de esa autobiogragía por la que, ella misma dice, puede ser `crucificada´, pero ha decidido asumir el riesgo. Lo hace por una buena causa.

Mi madre había pasado a su cuarto; no estaba allí cuando todos sus amigos empezaron a esnifar unos polvos blancos sin darle importancia al hecho de que yo estuviera delante.

Fui a buscar a mi madre.

-Mamá, tus amigos se están metiendo unos polvos blancos por la nariz.

Ella le quitó importancia, ya he dicho que no era consciente de lo que hacía, ya estaba enferma.

-No pasa nada, Isabel, es coca. Sirve para aguantar más.

-¿Tú también la tomas? 

-Sí. A veces. Pero no pasa nada. Estate tranquila.

Lo pensaba de verdad, no me mentía, pero sí pasaba. Y mucho. [ ] Esa noche me convertí en su cómplice, aunque lo supe muchos años después y tras mucho tiempo de autoanálisis, tras muchas lecturas. [ ]

Acabé enredándome en su propio laberinto, donde entré sin saber en realidad qué era la droga; sin tener ni idea de cómo destruye a quien la consume, de que mata Lo fui entendiendo mucho después, conforme lo vi en mi madre.

Su camello era un policía cercano al entorno del Gobierno. Hasta que Manuel le pilló y tomó cartas en el asunto porque veía que aquello se le iba de las manos. Entonces mamá tuvo que buscarse la vida, como cualquier drogodependiente, con amigos, artimañas Al final, me ofrecí a ayudarla yo misma.
-Dime dónde hay que ir mamá. No te preocupes.
Y eso hicimos. No le dije a mi madre que no iba a ir a ningún sitio, que ya estaba bien, que tenía que dejar de meterse esos polvos. Al contrario, la ayudé porque pensaba que era lo correcto. Me mandaba a por ella y yo iba. habría hecho cualquier cosa. Simplemente, era mi madre.

Mentiría si dijese que fui muchas veces. No fue así. Apenas salí a por droga en unas pocas ocasiones. Mi madre me daba una dirección y un nombre.
-Vete y decile a Hugo que esta coca no es coca, que es cal de baño. Me acordaré siempre de esa frase de mi madre. [ ]
Era la hijastra europea del primer ministro, pero también era la adolescente que salía a escondidas para recoger la droga. Y eso último lo hacía sin cuestionarme nada y sin contárselo a na­die, jamás, ni a mis mejores amigas -nunca hasta ahora lo he hecho-, porque lo único que tenía dentro de mí era una pasión enorme por proteger a mi madre y ayudarla con todo lo que me pidiera. Era devoción.

Las infidelidades. Lo importante era internar a mi madre en una clínica de desintoxicación. Era la única solución que se me ocurría, aunque no fuera agradable para ninguno de nosotros. Me costó, pero al final accedió. Manuel no tuvo el menor reparo en subir a la habitación de matrimonio de nuestra casa de Lima a distintas señoras mientras yo me encontraba en el piso de abajo y mi madre seguía interna en la clínica de desintoxicación. [ ] El caso es que sentía tanta furia contra él que le grabé. Escondí una grabadora debajo de su cama para recoger pruebas, para desenmascararle ante mi madre y acabar con él de una vez por todas. Llegué a amenazarle con la cinta, pero lejos de disculparse, lo único que conseguí fue que cambiase el pestillo de su cuarto. Aun así, ni siquiera aquella cinta logró que mi madre le dejase.

En Madrid y el juez Garzón.

Mamá continuaba enganchada, más que nunca, aunque me enteré algo más tarde, porque por entonces ella ya no me contaba nada que tuviera que ver con la coca. desde nuestra llegada a Madrid [en 1982] poco a poco fui dejando de ser su cómplice porque realmente creía que teníamos que sacar la familia adelante, y yo cada vez llevaba peor su adicción.

Yo aún no lo sabía, pero para entonces el juez Baltasar Garzón, que sospechaba que la mujer del primer ministro del Perú era en realidad una narcotraficante, ya estaba investigando a mamá por tráfico de drogas. Mi madre nunca traficó, jamás. [ ] Tanta amoralidad y tanto caos me habían traumatizado.

Problemas económicos. Mamá nunca se imaginó que Manuel [tras su separación]la dejaría en la calle. Nos echó de nuestra casa, del chalé de Pisuerga [El Viso, Madrid] que mi padre nos había dejado. [ ] Aquellos meses fueron duros económicamente. Mi madre y yo empezamos a vender los cuadros familiares de la calle Pisuerga, y nos recorríamos las galerías para subastarlos y salir adelante unos meses. Había reunido una pequeña colección de pinturas de Luis Feito, algunos Bores Los subastamos todos. [ ]

El príncipe azul. Una semana más tarde me llamó un amigo común para decirme que estaban organizando una cena.
-Viene mucha gente que conoces y también el Príncipe. ¿Por qué no te apuntas?
Me daba una pereza enorme. Mi madre estaba en Madrid en esa época y absorbía todas mis fuerzas. De todos modos fui, y me tocó al lado del Príncipe.
Fue un auténtico flechazo, la verdad. Esa misma noche empecé a quererle. Recuerdo como si fuera ayer esa mirada. tiene un poder especial. Te mira y entiende quién eres. Esa noche fue muy bonita. Yo estaba absorta. nos pasamos hablando toda la cena, y seguimos luego en la discoteca Joy Eslava, en el centro de Madrid, donde fuimos todos juntos. Nunca me había pasado algo así, la comunicación entre nosotros parecía tan fácil. [ ] Él es un hombre que inspira confianza. Y a mí se me cayeron todas las defensas de un plumazo. Esa fue la primera vez en toda mi vida que yo sentí lo que es el amor incondicional por parte de alguien. [ ] Como soy pasional y analítica, puedo pasar por diez estados de ánimo a lo largo del día. Y tenía que contarle [al Príncipe] todos y cada uno de ellos al detalle, para que me comprendiera.
-Isabel, tienes que intentar ser más estoica -me decía-. Tienes que intentar no verbalizar cada uno de tus sentimientos. Es que son demasiados.
Yo, que intentaba hacerle feliz y además aprender de sus consejos, tomaba nota y al día siguiente guardaba silencio. Y entonces él se extrañaba.
-Pero ¿qué te pasa?, ¿por qué estás tan callada?
-Estoy intentando ser estoica. ¡Y mira que cuesta! Ya tengo tres heridas en la lengua.

La persecución y la ruptura. Contaría con los dedos de la mano las ocasiones en que quedé con don Felipe y no tuve que esconderme en el maletero del coche. [ ] Con cincuenta periodistas detrás, era la única manera de vernos.
Aquello se convirtió en una caza. Y yo, la presa.
La primera vez que pisé la Zarzuela fue en la Nochevieja de aquel primer año, en 1989. el Príncipe me invitó junto a un grupo de amigos a tomar las uvas. Recuerdo lo primero que me preguntó la Reina después de saludarme.
-¿Qué tal está tu madre, Isabel?
-Aquello me chocó. La Reina estaba al tanto de mi problemática familiar, pero en todo momento fue tremendamente respetuosa y jamás me mencionó nada. [ ]
El Príncipe sabía que mi madre era una mujer muy culta y mantenían charlas eternas sobre historia y otros mil temas. Sentía por ella mucha ternura. Don Felipe no la juzgó jamás y aunque entendía mi angustia, siempre intentó ayudarme a enfocar la situación. Me decía que mi madre tenía una adicción, que yo debía verlo así. [ ]

A los dos años empecé a sentir que aquello no podía controlarlo, me sentía incómoda. No soy digna , me repetía a mí misma. Cuando llevas tanto tiempo viviendo en un ambiente de mentiras, de drogas, de estrés, hay una parte de ti que se siente sucia.
-Tú sigue avanzando
-me decía el Príncipe-. Ya se darán cuenta de cómo eres. Distánciate. No reacciones de esa manera tan emocional. Si todo pasa
Durante ese año, mamá volvió a ingresar en una clínica de desintoxicación. [ ] ¿Cómo podía compaginar ir a la Zarzuela, donde todo es ordenado, y encontrarme de vuelta en casa con mi madre y sus amigos, muchos de ellos víctimas de la adic­ción a las drogas igual que ella? ¿Cómo podía pasar la tarde en un palacio y luego volver a casa a hacer cuentas porque no veía cómo pagar la factura del teléfono de mamá o el alquiler de ese mes y sabía que nos iban a echar de casa? Desde que entras al Pardo hasta que llegas a palacio hay como seis o siete kilómetros. En los últimos meses que pasé en Madrid, no podía hacerlos sin llorar. No me sentía ni lo suficientemente preparada ni lo suficientemente estable y madura como para plantearme siquiera la po­sibilidad de un matrimonio a corto o medio plazo. Tenía que salir de allí.

Gigi Howard. Me levanté y nada más salir de casa camino del trabajo, vi la portada de una revista. ¡Los pillamos! Las fotos más cariñosas del Príncipe y Gigi Howard . Y ahí estaba don Felipe a portada completa en la playa caribeña de San Martín, llevando en brazos a esa novia que había conocido en Georgetown, o con ella a hombros dentro del agua Así que al llegar a casa a la hora de comer cogí el teléfono haciéndome un poco la enfadada.
-Oye, pero ¿cómo no me habías dicho nada?
-¿Isa? ¿Qué dices?
-Él sonaba tan dormido como si en Washington fuesen poco más de las siete de la mañana de un miércoles. Como era el caso, por cierto.
-Así que te has ido al Caribe con una chica A una playita ¡Y os han pillado! Y el Príncipe que se despierta de golpe.
-Pero ¿qué pasa? ¿Cómo me han sacado?
-¿No podías haberme hablado de ella?
-¿Son muchas fotos? Pero ¿cuándo ha salido?
Yo a lo mío y él preocupado únicamente por cómo eran esas fotos que les habían robado con teleobjetivo desde vete tú a saber dónde. [ ]
Me alegré por él, aunque aquella primera evidencia fotográfica me rondó por la cabeza unos días. Caribe, piña colada, calorcito, playita Ahora, bromas aparte, como buena mujer, siempre he sido muy posesiva con mi territorio, y aunque él y yo ya no estábamos juntos, hay que ver cómo cuesta en ocasiones dejar ir algo que hemos considerado nuestro , y no hablo de la persona, sino de los afectos. No hay amor verdadero que no busque ser eterno.

Javier Soto y Mencía. Nos presentaron en Madrid, en una cena en casa de amigos comunes. Él había perdido a su hermano un par de meses atrás, estaba triste y funcionó una vez más esa comunión de oscuridades.
Lo nuestro fue un encuentro emocional fortísimo. Congeniamos muy rápido. Además, no voy a negar que también fue un encuentro muy físico porque Javier tiene un magnetismo inmenso. Es un hombre-hombre. Más allá de unos cuantos besos, mantuvimos esa tensión sexual no resuelta hasta que decidimos quedar en la capital francesa, en casa de mi amiga del alma Mónica Sánchez-Robles, y allí no hubo más aplazamientos ni más esperas.
-A mí luego que no me digan que los niños no vienen de París -decía él meses más tarde, en broma. Todavía lo dice.
Aquel viaje bastó para cambiar mi mundo de arriba abajo. Fuisteis unos insensatos , dirán. Sí lo fuimos, pero jamás me arrepentiré de haberlo sido. primero porque entre Javier y yo ha habido siempre una gran Verdad, una relación auténtica; y segundo porque de aquel viaje nació lo mejor de mi vida. [ ]

Todo mi entorno tuvo clarísimo que se avecinaba una avalancha de especulaciones. Para mí era como meterme en el barro, volver a la guerra. Cuando mis padres y los de Javier se enteraron de que estaba esperando un bebé, insinuaron que teníamos que organizar la boda.
-En esta situación lo mejor es que os caséis, que lo intentéis, aunque sea por el niño -decía mi padre.
Yo no me veía capaz de convertirme en una Juana de Arco dispuesta a inmolarme en la hoguera yo sola. Cedí a la presión, y Javier tres cuartos de lo mismo. [ ] Nos casaríamos en Londres.
De un modo u otro, la noticia se filtró a la prensa y una mañana al salir de casa nos encontramos con cuarenta periodistas en la puerta. Ahí Javier y yo fuimos muy niños.
-Decimos que ya nos hemos casado, y ya lo haremos -me propuso. Estuve de acuerdo y eso hicimos, con la única intención de espantar a la prensa. Esa noche los dos la debimos de pasar dándole vueltas, aunque es obvio que no en la misma dirección.
-¿Para qué nos vamos a casar? Me dijo a la mañana siguiente. [ ]
En resumidas cuentas. no nos casamos. [ ]
A todo esto, la prensa había aireado la noticia de la boda, el embarazo y la salida del hospital en portada, y aún faltaba otra por llegar. [ ] A los dos días, mediados de agosto, éramos portada del ¡Hola!. Isabel Sartorius y Javier Soto han decidido separarse . Fue como soltar una miguita de pan en mitad de un hormiguero. al instante había desaparecido la verdad, ahogada bajo ríos negros de tinta. Y fue incluso peor, porque aun esperando ataques, pequé de ingenua. di por sentado que me criticarían por separarnos a los seis meses de la supuesta boda, pero no creía que se atreviesen a meter a terceras personas. Algunos que se llaman a sí mismos periodistas inventaron conversaciones al respecto entre Nora [segunda esposa de su padre] y la Reina que jamás tuvieron lugar. Otros insinuaron que terminé en el hospital La Zarzuela por despecho, que en el momento del parto estaba dándole vueltas a cómo fastidiar un poco y complicar todavía más las cosas. [ ]
Nosotros sabíamos la verdad de nuestra hija y la dijimos, con eso bastaba; que la crea quien quiera.

La depresión posparto. Cuando Mencía tenía algo menos de un año, empecé a tomar tranquilizantes habitualmente. Con el paso del tiempo, mi familia se inquietó al ver hasta qué punto mi ánimo empezaba a depender de esas pastillas -porque, como ocurre en estos casos, cada vez era preciso aumentar más la dosis para conseguir el mismo efecto-. Sobre todo se preocupó mucho mi padre. Habló conmigo. [ ] Su preocupación me llegó al alma. Dejé las pastillas ese mismo día.
Debía buscar otro modo de hacer frente a lo que estaba pasando, buscar otra forma de equilibrar o de manejar el desajuste emocional que tenía. [ ]

Letizia y la boda del príncipe. El terremoto de la noticia del compromiso de don Felipe y doña Letizia a mí me pilló en el cine. Cuando enciendo el móvil y veo que tengo treinta llamadas perdidas y mensajes grabados en el buzón de voz. Empecé a oír los mensajes uno tras otro. ¡Vaya noticia! o ¡Cómo no me lo habías contado! o ¡Llámame! y cosas así. Y el último con la voz del Príncipe preguntándome qué tal estaba y diciéndome que en una hora iba a anunciar su compromiso con doña Letizia. La noticia del compromiso de don Felipe me quitó un peso de encima. [ ]

Sigo teniéndole muchísimo cariño y quiero verlo feliz. Y aquella tarde a la salida del cine bastaba oír su voz al otro lado del teléfono para tener la absoluta certeza de que lo era; el hombre más feliz y enamorado del mundo. [ ] Lo mío con ella [doña Letizia] fue también un flechazo. El Príncipe nos presentó una tarde en la Zarzuela, a la semana del anuncio de su compromiso. Doña Letizia es un ejemplo extraordinario. Es una fuerza de la naturaleza, un huracán, una mujer sin dobleces y muy potente. Ella es ella. La autenticidad. Por eso es tan fuerte, pura energía, porque no puede ser sino quien es, ni lo pretende ni le hace falta serlo.
Conmigo nunca se ha andado con rodeos.
-Venga, Isabel, que tienes mucho que aportar. ¡No te duermas en los laureles! -me dice así, sin más, y a lo mejor yo estoy en un momento bajo y lo que me pide el cuerpo es aislarme en casa, en mi refugio, y sin embargo tiene razón. Eso es justo lo que ayuda, te despierta, te anima en vez de regalarte la oreja. Alguien que te habla con autenticidad.

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