La familia Xilai son los protagonistas del mayor terremotopolítico en China desde Tiananmen. El padre, Bo Xilai, estaba llamado a ser el próximo gran líder chino después del verano. Sin embargo, todo ha terminado mal

El policía echo un vistazo a la habitación del hotel. El cartel de «No moelesten» llevaba 26 horas colgado. Sobre la cama, un cadáver.

Heywood, Neil Heywood. El agente examinó el pasaporte de este expatriado británico afincado en Pekín que solía conducir un deportivo con la matrícula 007. Heywood presumía de sus contactos con los servicios de inteligencia del Reino Unido, ¿pero a qué espía en sus cabales se le ocurriría semejante baladronada? Heywood, de 41 años, pecaba de fantasioso, aunque es cierto que estaba muy bien relacionado con la élite comunista. El policía echó un vistazo a la habitación de hotel; un anodino tres estrellas en Chongqing, la megalópolis del sur industrial. 32 millones de habitantes. Era el 14 de noviembre. Hoy, la muerte de Heywood es el epicentro de la mayor crisis política de los últimos tiempos en China.

La investigación no fue meticulosa. Ni siquiera hubo autopsia. Y se le dio carpetazo con el envío de un fax al Consulado británico. ¿Causa de la muerte? Parada cardiaca después de una borrachera colosal. Para entonces, el cuerpo de Heywood ya había sido incinerado y sus cenizas, remitidas a la viuda. Heywood estaba casado con una mujer china y tenía dos hijos. El Foreign Office tampoco se interesó por el caso, a pesar de que los amigos del fallecido habían aireado su extrañeza. ¡Heywood era abstemio!

Algo no cuadraba. ¿Quién era el responsable de una investigación tan chapucera? Nada menos que el jefe de la Policía y vicealcalde de Chongqing, Wang Lijun, más conocido como RoboCop, el azote de las triadas, las mafias chinas de las drogas, el juego y la prostitución. Tiene el cuerpo cosido a cicatrices, dicen que 20, entre heridas de bala y de arma blanca. Sufrió un atentado y estuvo diez días en coma. Wang, de 52 años y etnia mongola, fue boxeador, soldado y guarda forestal antes de convertirse en agente del orden. Se labró una reputación de brutalidad en la norteña provincia de Liaoning. Se desplaza a la escena del crimen en un Mitsubishi tuneado con una doble hilera de luces y sirenas; baja del coche y dispara al aire para que todo el mundo sepa que el jefe Wang se ocupa del caso. En una redada detuvo a un joven con el cabello teñido de rubio porque alguien con ese pelo no puede hacer nada bueno . Era el brazo ejecutor de una cruzada contra la corrupción que se había saldado con cientos de detenciones y trece condenados a muerte, incluido su predecesor en el cargo. Según la leyenda, Wang presenciaba las autopsias de los ajusticiados para comprobar si tienen el corazón de color negro, como es de esperar en los malvados .

Wang era la mano derecha de Bo Xilai, alcalde de Chongqing y el político más carismático de todo el país. Formaban un tándem temible. Wang era el puño de hierro. Quien más se beneficiaba de esa guerra sucia contra la corrupción, en términos de prestigio, era su patrón. Bo Xilai, de 62 años, es hijo de Bo Yibo, uno de los ‘ocho inmortales’, los fundadores del Partido Comunista Chino que participaron en la Larga Marcha, que después fueron purgados y que a la muerte de Mao volvieron al poder. Bo tiene una compleja relación con el maoísmo. Su padre fue torturado y su madre murió durante la Revolución cultural. El joven Bo, que pertenecía a los Guardias Rojos, pasó cinco años en la cárcel cuando la familia cayó en desgracia.

Pero Bo siempre fue pragmático. Llevaba años reivindicando el espíritu de Mao por pura conveniencia. En sus actos públicos se rodeaba de niños que enarbolaban banderitas rojas y cantaban viejas marchas patrióticas. Nadie sabe bien en lo que creía, excepto en el autobombo , reflexiona David Zweig, politólogo de la Universidad de Hong Kong. Bo era considerado un liberal que siempre apostó por hacer negocios con empresas extranjeras. Pero incomodaba a la nomenklatura porque se salía del molde. Su historial de ejecuciones y su populismo a contracorriente levantaba ampollas. Porque Bo polarizaba el malestar de millones de chinos, privados por las reformas de los dos emblemas de la Revolución. sanidad y educación gratuitas.

La carrera de Bo parecía imparable. Era el más prometedor de los principitos, como se conoce a los hijos de los inmortales, que se preparan para tomar las riendas de China en el XVIII Congreso del Partido, donde se escenificará el relevo generacional que marcará la próxima década. En otoño iba a ingresar en el Comité Permanente del Politburó, el auténtico gobierno en la sombra. Pero su estrella se apagó de manera sorprendente el 6 de febrero.

Ese día, el jefe Wang se presentó en el Consulado de Estados Unidos en Chengdu con una bolsa repleta de documentos del caso Heywood. Wang dijo que su vida estaba en peligro y pidió asilo político. Fuerzas leales a Bo rodearon el Consulado y exigieron que los norteamericanos les entregasen al traidor. El asunto se puso feo, pero se hubiera ventilado de manera discreta si no llega a ser por la cibercomunidad de blogueros chinos, cada vez más incisiva, que lo destapó. Desde entonces, los acontecimientos se suceden. Londres pide una investigación. Dos meses más tarde, el 10 de abril, el Gobierno chino anuncia la detención de Gu Kailai, la segunda esposa de Bo, por el asesinato del súbdito británico. Y Bo es despojado de todos sus cargos. En cuanto a Wang, está oficialmente de baja, siguiendo una terapia vacacional .

A Gu Kailai, de 53 años, se la acusa de haber ordenado el envenenamiento con cianuro potásico de Heywood. Es una abogada de éxito que ganó el primer pleito de una compañía china ante un tribunal de Estados Unidos y lo rentabilizó con un libro que tocaba la fibra patriótica. Gu es la más pequeña de las cinco hijas de un general del Ejército de Mao, héroe de la guerra contra los invasores japoneses y que fue encarcelado durante la Revolución cultural. Gu trabajó en una carnicería y una fábrica textil, pero consiguió ingresar en la Universidad de Pekín. Conoció a Bo Xilai en 1984, que entonces era secretario del partido. Los une la ambición. A Gu la llaman la Jackie Kennedy china. No hay pruebas que la incriminen, ni siquiera existe el cuerpo del delito porque el cadáver de Heywood fue cremado. Pero cada día se publican nuevas filtraciones en la prensa oficialista china.

Gu dirigía una compañía de inversiones que hacía suculentos negocios con empresas occidentales. Confiaba en un estrecho círculo de consejeros; entre ellos, en Heywood, que era amigo de la familia. Se dice que Gu y Heywood podían ser amantes. Heywood la llamaba la emperatriz inmisericorde y decía que se comportaba como una aristócrata de los tiempos de la China imperial . Gu pasaba largas temporadas en el Reino Unido, donde había comprado varias propiedades. Heywood la asesoraba en estas inversiones, aunque se especula que en realidad la ayudaba a blanquear ingentes sumas de dinero. Heywood le habría pedido una comisión que Gu consideraría excesiva. Y ese desacuerdo fue su sentencia de muerte.

Heywood, además, había usado su influencia para que el hijo de Bo y Gu, Bo Guagua de 24 años, ingresase en el prestigioso colegio Harrow (35.000 euros el curso) y luego en Oxford. Bo Guagua lleva la mitad de su vida fuera de China. En la actualidad estudia un posgrado en Harvard (Estados Unidos) que cuesta 68.000 euros, aunque al cierre de este reportaje estaba en paradero desconocido. Es un niño mimado que conduce un Ferrari, organiza carísimas juergas con chicas occidentales en las que aparece borracho y orinando en la calle y pasa más tiempo montando a caballo que estudiando.

Las redes sociales chinas echan humo. Y los caprichos de Bo ilustran por primera vez los privilegios de la aristocracia roja, los hijos y nietos de la Revolución. Esa brecha está haciendo muchísimo daño a la monolítica imagen del Partido. El Banco Central calcula que, desde la apertura económica, el capital evadido ronda los 98.000 millones de euros y que 17.000 personas se han fugado del país con maletines cargados de divisas. La corrupción es rampante. En 2010 hubo 145.000 condenas. Y cada día saltan nuevos escándalos. un funcionario que pierde un cuarto de millón en una noche en los casinos de Macao, otro que paga favores con mujeres De Bo Xilai se ha dicho que tenía un harén con más de cien amantes y que se las cedía a cargos del Partido a cambio de su apoyo.

El culebrón de Chongqing se ha convertido en un incendio político que podría salpicar al presidente Hu Jintao. Al parecer, Bo Xilai pinchó sus teléfonos y los de otros dirigentes. Los expertos pronostican castigos ejemplares para los Kennedy chinos. pena de muerte para Gu, ostracismo para Bo. La sola mención de la pareja en los medios alternativos, como la red Weibo, el Twitter chino, ya es casi imposible. Stalin, después de liquidar a sus enemigos, los hacía desaparecer de la foto. Hoy no será tan fácil. Porque lo único que parece claro en este embrollo es que los tiempos (también en China) están cambiando.

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