Tiene 76 años y era un exdiplomático noruego apaciblemente retirado en Francia, hasta que una mañana leyó en Internet que el responsable de la mayor matanza en Europa desde la Segunda Guerra Mundial era su hijo. Ahora, Jens Breivik vive atormentado: ¿pudo hacer algo para evitarlo?  Por J. H. 

«Nos llamaron desde Noruega y nos dijeron que algo raro estaba pasando en Oslo. Conectamos el televisor y nos quedamos mirando asombrados y pegados a la pantalla. Durante toda esa tarde y noche del 22 de julio, no se sabía quién era el responsable».

Ocho personas habían muerto en el atentado con bombas. Y muchas más iban a morir en los subsiguientes tiroteos en la isla de Utoya. Las víctimas mortales al final serían 69. «No sabían quién lo había hecho», insiste nuestro entrevistado. «Se preguntaban si era un fundamentalista islámico. Pero luego dijeron que tenía aspecto de noruego. Alto y rubio. Al final, nos fuimos a la cama. Era tarde y nos sentíamos muy afectados. Todo aquello había pasado en nuestro país».

A la mañana siguiente, nuestro hombre conectó su ordenador y vio que el responsable de la mayor matanza cometida en Europa desde la Segunda Guerra Mundial había sido capturado. Su nombre era Anders Behring Breivik. Su hijo.

«Me quedé tan… atónito. No sabía qué hacer. Un momento terrible. No podía afrontar lo sucedido. Las primeras semanas pensé seriamente en quitarme la vida»

«Me quedé tan tan atónito… No sabía qué hacer», recuerda. «No podía… Me sentía incapaz de hacer algo. Me quedé sentado con las manos en la cabeza. Un momento terrible. Me resultaba imposible afrontar lo sucedido. Los periodistas se presentaron por la tarde; me escondí. Mi mujer les dijo a todos que estaba en España».

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Anders de niño. Su madre no ha dado entrevistas. A los psiquiatras del caso les dijo que empezó a darse cuenta en 2006 de que su hijo sufría «delirios paranoides»

Han pasado varios meses, y su hijo hoy está siendo juzgado. Jens se siente «fatal. Sumido en el dolor. Durante las primeras semanas estuve pensando muy seriamente en quitarme la vida. La posibilidad de un retiro tranquilo se ha esfumado para siempre. Siempre voy a preguntarme cómo una mente humana puede albergar semejantes ideas… Y si yo podría haber hecho algo para evitar lo sucedido».

Por supuesto, es muy posible que no hubiera podido, pero para su tormento mucha gente insiste en que sí. Jens Breivik ha sido descrito como «un muy mal padre». Es un hecho que la historia familiar resulta cuanto menos ‘complicada’. Sentado con rigidez, Jens tiene visible dificultad a la hora de explicar su trayectoria vital.

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En la isla de Utoya, Breivik disparó a destajo. Las víctimas eran, en su mayoría, adolescentes que asistían a un campamento de las juventudes del partido socialista noruego

Jens y Wenche Behring llevaban dos años juntos cuando Anders nació, el 13 de febrero de 1979. Ambos habían estado casados antes. Jens, por entonces agregado en la Embajada noruega en Londres, tenía tres hijos de su anterior matrimonio. Behring, enfermera de profesión, tenía una hija de su marido anterior. La pareja se separó antes de que el pequeño Anders cumpliera un año. Breivik explica, midiendo bien sus palabras: «Diría que ella no estaba interesada en el matrimonio. Era una mujer inusual. Creo que lo que en realidad quería era ser una madre soltera. En todo caso, un día se marchó. Se fue a Oslo con Anders y su hija. En Noruega hay muchas ayudas para las madres solteras».

Jens siguió viviendo en Londres. De mala gana, Behring vino a verlo con el pequeño Anders algunas veces. El niño se llevaba bien con Tove, la nueva mujer de su padre, su nueva madrastra, y de hecho siguió manteniendo contacto con ella hasta el día de los atentados en Oslo. El padre cuenta que, poco después de que él y su nueva esposa se trasladaran a Francia, empezó a quedar claro que a Anders que entonces tenía cuatro años no le iba bien. «En 1983, me llegó un informe de un organismo noruego de atención a la infancia», asegura. Recomendaban que Anders fuera apartado de su madre. Según decían, la incapacidad emocional de esta para cuidar de él estaba causándole perjuicios psicológicos. Pero era todo muy difícil: «Behring se negaba de plano a reconocer que existieran problemas. De hecho se negaba a hablar conmigo». Breivik y su esposa pidieron la custodia a los tribunales noruegos, pero no se la dieron. «Cosa que no entiendo», indica. «Pero en Noruega, el beneficio de la duda siempre cae del lado de la madre».

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En un principio fue declarado demente y no responsable de sus actos, pero luego ha sido diagnosticado como cuerdo y responsable, capacitado para afrontar el juicio y la cárcel

«A pesar de ello, cuando vivíamos en París, Anders venía a visitarnos a menudo», afirma Jens. «Viajaba como menor sin acompañante, y yo iba a recogerlo al aeropuerto». También pasaron varias vacaciones juntos en una casita en la campiña de Normandía. Anders ha descrito esta época, en su ‘manifiesto’ de 1500 páginas colgado en Internet, como una niñez «privilegiada, propia de una familia noruega de clase media», «rodeado de personas responsables e inteligentes [ ] sin experiencias negativas», aunque Anders ahora se lamentaba de «cierta falta de disciplina».

Jens Breivik volvió a Oslo en 1990. «Nuestra relación era la que suele considerarse normal entre un padre divorciado y su hijo», confirma. «Anders venía a mi casa varias veces por semana y los fines de semana». ¿Cómo era su hijo por entonces? Breivik lo medita y responde: «Un chico normal. Bueno, quizá no tan normal No era muy comunicativo; era bastante reservado. Casi nunca hablaba de su madre o de la escuela. Anders venía a mi casa a distraerse un poco, a comer bien Luego, cuando se hizo algo más mayor, nos visitaba para ir al centro de la ciudad y encontrarse con sus amigos».

Por entonces, el matrimonio de Jens con Tove empezaba a irse a pique. Jens no tiene muchas ganas de hablar del asunto, y es que tres matrimonios fallidos no resultan halagadores para nadie. Según apunta, su tercer matrimonio terminó por venirse abajo el día que pidió a Tove que acudiera a Alcohólicos Anónimos.

Pero poco después, en 1992, Jens conoció a Wanda -su cuarta y actual mujer-; se casaron tres años más tarde. Wanda me salvó la vida, y lo digo en serio. Yo estaba muy mal cuando la conocí. Tres matrimonios, tres divorcios. Wanda es una mujer fuerte y ayudó a que me recobrara. Del mismo modo que ahora me está ayudando en este trance. Aunque, para ser sincero, no sé si esta vez llegaremos a superarlo .

Cuando se casó con Wanda, los hijos del primer matrimonio de Jens decidieron que ya no querían saber más de su padre. Y Anders también se distanció de él. En su manifiesto, el asesino culpa a su padre de ello. Asegura que Jens «se fue aislando de todo el mundo. Entre los 13 y los 16 años me dio por pintar grafitis, y eso a él no le gustaba. Jens tiene cuatro hijos y ha corl contacto con todos. Me parece claro quién es el culpable de la situación».

Breivik lo ve de otra forma. «Es verdad que estaba enfadado con él. La Policía me llamó mucha veces para decirme que lo habían pillado pintarrajeando casas, trenes o autobuses. A veces también cometía hurtos en las tiendas. Pero yo siempre estaba dispuesto a verme con Anders, y él lo sabía. Fue Anders quien decidió cortar todo contacto entre nosotros. Fue su decisión. Anders tenía 16 años y estaba construyendo su propia vida».

Fuese quien fuese el que tomó la iniciativa, el padre y el hijo se vieron por última vez en 1995. Anders me cogió prestada una americana. Me dijo que estaba pensando irse a Estados Unidos a estudiar en intercambio. No volví a oír de él, y pensé que eso era lo que había hecho . Jens siguió enviando dinero, unos 250 euros al mes, a la madre de Anders.

«En 2005 -tras diez años sin hablar- Anders me llamó y me dijo que le iba bien en la vida, que tenía su empresa de informática, que solo quería que supiese que era feliz»

Padre e hijo volvieron a entrar en contacto, brevemente, una vez más. En 2005 recibió una llamada telefónica inesperada. «Anders me dijo que le iba bien en la vida», recuerda su padre. «Me dijo que tenía su propia empresa de informática, con dos empleados. No llamaba para pedirme nada; tan solo quería hacerme saber que estaba bien y era feliz. Yo por entonces tenía problemas de salud. Le dije que me alegraba mucho saber de él y que tendríamos que seguir en contacto. No lo hicimos».

En su modesta casita en Francia, Jens Breivik vive hoy atormentado por una pregunta: ¿qué papel desempeñó en la creación de un monstruo? El mes pasado, la Policía noruega lo interrogó 13 horas seguidas. Jens subraya que el informe psiquiátrico de su hijo deja claro que «yo nada podría haber hecho para evitar lo que sucedió». No solo eso, sino que está convencido de que «hice todo lo que pude cuando Anders era pequeño». Eso sí, concede, podría haber hecho más para seguir en contacto con él después de 1995. «Pero yo pensaba que Anders estaba bien, y lo digo con sinceridad. Podía ser reservado, un poco raro a veces, pero no era tan anormal Si él no quería verme, tampoco era mucho lo que yo podía hacer. Y parecía que la vida le iba bien. contaba con su propio negocio y sus propios empleados. Eso es buena cosa, ¿no?».

«Mi hijo era un chico normal… Bueno, quizá no tan normal. Era bastante reservado. Nunca hablaba de su madre o de la escuela, pero yo creía que estaba bien de verdad»

Tanto Jens como Wanda tienen claro que no van a poder volver a Noruega. «Hay personas que me consideran culpable de lo sucedido», indica. «Me siento abrumado por la vergüenza y la desgracia. Como si fuera víctima de una maldición. Es posible Es posible que la culpa sea mía».

Desde hace mucho, Jens no conserva ninguna fotografía de Anders ni de cuando era pequeño. Es verdad que cambió mucho residencia por su trabajo. «Pero hay algo más -apunta-: a veces, si uno ha cometido un error muy grave, lo que quiere es olvidar. Borrar todos los recuerdos».

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