Es uno de los historiadores más prestigiosos y, al mismo tiempo, más populares. Sus libros se venden por millones. Por E. G./Foto: Cordon

Antony Beevor no quiere ser alarmista. Quizá por eso sus pausadas advertencias pronunciadas en medio del soleado jardín de su casa resultan tan alarmantes. La erupción de los partidos extremistas en Europa le provoca «intranquilidad», dice. Y si Beevor está intranquilo, hay motivos para tener miedo. Mucho miedo.

Está claro -matiza- que la actual ascensión de la extrema derecha en Europa no es igual a la que tuvo lugar durante los años 30. Pero «¿no es aterradora la forma en que los griegos están retratando a los alemanes como nazis, con Angela Merkel vestida con uniforme nacionalsocialista?». Hay «muchísimas pullas» sobre un supuesto Cuarto Reich. «El gran sueño europeo era el de reducir el nacionalismo militante», afirma. «Íbamos a ser una familia europea feliz. Pero vamos a ver el resurgir del viejo monstruo cuando la gente se dé cuenta del muy escaso poder real que tienen sus políticos. Ya estamos empezando a ver señales de desintegración política en Europa».

En la actualidad, los historiadores serios están siendo tratados casi como profetas en medio de esta situación de inestabilidad. Beevor, por ejemplo, va a pronunciar al día siguiente de la entrevista una conferencia en La Haya sobre la Segunda Guerra Mundial y la actual crisis del euro. Según indica, se está viendo obligado a cambiar el texto a diario «a medida que surgen noticias cada vez más pavorosas». «Me molesta un poco que se nos consulte a los historiadores como si la historia fuera a repetirse», dice.

«La historia, de hecho, nunca se repite. Es equívoco y engañoso establecer paralelismos de trazo grueso con la Segunda Guerra Mundial. A los políticos como Bush o como Blair les encantaba presentarse como churchillianos o rooseveltianos en los momentos de dificultad, pero comparar a Sadam Husein con Hitler era absurdo. Anthony Eden, la mano derecha de Churchill, en su momento también comparó a Nasser con Hitler, y el resultado fue la desastrosa invasión del canal de Suez. Esta manía de mirar por el retrovisor de la historia solo tiene una justificación: que nadie tiene ni idea de lo que nos espera más adelante. Hay cierta vaga creencia de que, de un modo u otro, el futuro tiene que parecerse al pasado. Pero eso no es así. El hecho de que en el pasado nos las hayamos arreglado para salir adelante no implica de forma automática que en el futuro vayamos a seguir arreglándonoslas».

El único parecido que Beevor encuentra entre el presente y los años 30, según argumenta con tristeza, es que ahora a la opinión pública tampoco le han dicho la verdad sobre lo desesperado de la situación actual. Ni entonces ni ahora ningún político se atreve a contarlo todo con claridad. Conviene recordar que Churchill fue vituperado y ridiculizado cuando advirtió sobre los peligros del rearme alemán. Tan solo accedió al poder después del inicio de la guerra. Y eso es muy alarmante .

Todo resulta alarmante desde la óptica de Beevor. Y el historiador no disimula su inquietud, aunque a él personalmente las cosas no pueden irle mejor. el historiador militar ha vendido más de cinco millones de libros. El más conocido de todos ellos, Stalingrado, fue galardonado con casi todos los premios posibles. Con el dinero se compró una casa en Kent que sus amigos apodan «castillo Stalingrado». Es en este entorno bucólico donde Beevor y su mujer, Artemis Cooper -también escritora-, desarrollan la mayor parte de sus obras.

«El sueño europeo nació con la idea de reducir el nacionalismo. Pero veremos resurgir el viejo monstruo cuando la gente se dé cuenta del poco poder de sus políticos»

Nadie diría ahora al ver a este Beevor exitoso que, de joven, fue un estudiante más bien mediocre con problemas para aprobar sus asignaturas en la universidad. Tanto que al dejar los estudios se alistó en el Ejército británico en 1965 y sirvió en el 11 regimiento de Húsares. Destinado en Gales, se aburría tantísimo que empezó a escribir una novela semiautobiográfica. Reflexionar sobre su vida lo llevó a analizar sus verdaderas motivaciones para convertirse en soldado. Compendió que todas eran equivocadas. Llegó a la conclusión de que arrastraba un fuerte complejo que lo empujaba a superarse físicamente, el legado de haber sido un niño maltratado por sus compañeros en la escuela. Entre los cuatro y los siete años tuvo que andar con muletas por una enfermedad degenerativa de la cadera.

Tras ese análisis decidió dedicarse a escribir en serio y nuestro hombre encontró que la forma de examinar la historia desde abajo, y no desde arriba, era perfecta para su propósito personal de explicar el miedo, el caos y el horror de la guerra que viven los soldados. Soldado él mismo, entendía bien la psicología de la guerra. «Yo no digo que todo historiador militar tenga que haber sido soldado -de hecho, ese era el problema en el pasado-, pero cierta experiencia militar resulta útil, aunque solo sea para entender que los ejércitos son organizaciones emocionales, no las frías instituciones mecánicas tan frecuentemente descritas».

Beevor es un maestro a la hora de describir los grandes acontecimientos históricos a través de la experiencia humana aportada por cartas, diarios y transcripciones de entrevistas. «No soy de los que están obsesionados con encontrar el dato histórico desconocido hasta la fecha», explica. «Lo que me resulta más interesante es el material minucioso y exacto [en los sótanos de Stalingrado, los piojos abandonan el cuerpo de un alemán muerto para asentarse en otro cadáver que aún está caliente], suficiente para construir un amplio mosaico. Nada me gusta más que salir de un archivo con media docena de descripciones excelentes o impactantes crónicas de experiencias personales».

El interés por la Segunda Guerra Mundial era nulo cuando Beevor emprendió su proyecto sobre Stalingrado, al que dedicó cuatro años. Una vez publicado, se esperaba unas ventas de unos 6000 ejemplares, pero para su sorpresa los lectores se lo disputaban en las librerías. Berlín. La caída, 1945, publicado seis años más tarde, tuvo un éxito similar. El renacimiento del interés por la historia fue un fenómeno que lo pilló por sorpresa. «Tuve la suerte de estar en el momento justo. El momento en que suceden las cosas tiene una gran importancia en la vida, en el amor, en todo».

A Beevor le encanta empezar un libro con una idea y darse cuenta, a medida que lo escribe, de que estaba equivocado. Le disgustan los historiadores dogmáticos que escriben con el simple propósito de sustentar una tesis. Y aborrece la novela histórica en la que el autor pone palabras y pensamientos en las mentes de personajes reales. «Vivimos en una era en la que casi no hay distinción entre el hecho y la ficción. Resulta peligrosa la incapacidad para discriminar entre la verdad histórica y la imaginación de un novelista. No me estoy metiendo con la calidad de la ficción escrita por esos autores, pero hubiera preferido que los protagonistas de esos libros no se llamaran, por ejemplo, Thomas Cromwell. Mi mujer no está de acuerdo conmigo; piensa que soy un pedante de tomo y lomo».

«La historia nunca se repite. Es engañoso establecer paralelismos con la Segunda Guerra Mundial. El único parecido es que ahora tampoco se ha dicho, de verdad, lo desesperado de la situación»

Beevor fue arrastrado por su hija, Nella, de 22 años, a ver la película de la novela de Dan Brown El código Da Vinci («un bodrio tremebundo»). Al salir de la sala, Beevor oyó que un hombre le decía a su pareja: «Esta película es de las que te hacen pensar . Deprimente a más no poder», considera. «Yo no sabía si reír o llorar. Es alucinante que casi el 50 por ciento de la población llegara a creerse que María Magdalena tuvo una hija de Jesús, que a su vez tuvo descendencia». En relación con la película interpretada por Tom Cruise, Valkiria, Beevor agrega: «Quienes la vieron seguramente creyeron estar ante una crónica fiel del complot para matar a Hitler, pero esa versión era absurda. Siento decirlo, pero los intereses de la industria del entretenimiento y los de la historia son incompatibles en lo fundamental».

Beevor reconoce haber tenido miedo de naufragar en el océano de material recopilado para su último libro, La Segunda Guerra Mundial. Al redactar el primer capítulo se encontró con que tenía 110 páginas de notas solo para ese capítulo. Pero ya está preparando un nuevo volumen sobre la batalla de las Árdenas del invierno de 1944, y tiene previsto escribir luego una biografía de Napoleón, seguida quizá por una novela situada entre 1917 y 1945. Beevor tiene 65 años, y a su ritmo de producción habitual tendrá setenta y tantos cuando termine con estos proyectos. «No me imagino sin escribir», dice. «Mi suegro, John Julius Norwich, sigue escribiendo a los 82 años. Sirve para que a uno no se le oxiden las meninges».

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