Toma aire y se sumerge a una profundidad a la que no llega nadie más en el mundo. El buceador extremo Herbert Nitsch estuvo a punto de morir mientras intentaba batir su propio récord. Su historia es la del poder de una obsesión y la importancia de un padre. Por Felix Hutt

Ya ha desaparecido. En el lugar donde el buceador debe sumergirse únicamente se ven un par de burbujas que se pierden en el mar.

Si todo sale bien, volverá a aparecer en cuatro minutos y medio; ese es el plan. Y será el primer ser humano que alcance los 244 metros de profundidad buceando a pulmón. ¿Pero y si lo vence el mar?

La tarde del 4 de junio de 2012, dos días antes de su tentativa de récord, Herbert Nitsch, de 42 años, está sentado en la terraza de un hotel en la isla griega de Santorini y vuelve a escuchar otra vez la pregunta de siempre, la de por qué lo hace. En su último récord -214 metros- percibió que ese no era el límite, dice. Quiere saber hasta dónde puede llegar. Le motiva establecer un nuevo récord y acercarse un poco más a su gran objetivo: los 1000 pies, 305 metros. Esos «mágicos 1000 pies» son el sueño de este vienés, del mejor buceador de apnea del mundo.

Hay pocos deportes que estén tan envueltos en un halo mítico como el buceo libre o de apnea. ‘Apnea’ viene del griego y significa ‘sin respirar’. Coger aire una vez, sumergirse y ser tan pez como pueda llegar a serlo un ser humano. Pero, en realidad, se trata de un deporte peligroso en el que se juega el todo por el todo. Ni la ciencia ni la tecnología pueden garantizar que el buceador logre sobrevivir a la tortura a la que se somete. «Quiero ser uno con el agua», dijo el francés Loic Leferme antes de morir, el 11 de abril de 2007, en las costas del sur de Francia. Estaba entrenando para batir el récord de Nitsch y se dejó la vida en el intento.

Además de Nitsch, solo otras seis personas han conseguido llegar a los 160 metros o superarlos. Únicamente la norteamericana Tanya Streeter salió indemne. Tres de ellos murieron, dos resultaron graves. Nitsch rehúye este tema. «No habían tomado las medidas de seguridad necesarias», dice este buceador, que se ve a sí mismo como Charles Lindbergh, el primer aviador en cruzar en solitario el Atlántico en 1927. Lindbergh también superó las fronteras, dice: Nitsch fue durante años piloto en una compañía aérea austriaca, por eso la comparación con Lindbergh le resulta tan cercana. Lo que Lindbergh hizo en el aire, afirma Nitsch, lo hace él ahora bajo el agua.

La mayoría de los más de 20.000 buceadores a pulmón del mundo practican su deporte en la seguridad de una piscina. Aunque muchos llegan a perder el sentido cuando salen a la superficie, no se producen daños. Falta la variable más peligrosa: la presión.

Solamente un puñado de buceadores en el mundo practica el ‘no limit’. No solo se enfrentan a la falta de aire, también a la diferencia de presión   

La dificultad en el buceo no limit no es solo la falta de aire, sino manejar con éxito la diferencia de presión. Cuando está relajado, Nitsch puede pasar más de nueve minutos sin respirar, pero lo que lo convierte en una excepción es su capacidad de resistir la enorme presión que hay bajo el agua. A las profundidades a las que él llega reina una presión que aplasta las latas de refrescos, que es siete veces mayor que la del inflado de un neumático y que haría que a Nitsch se le salieran los ojos de las órbitas si no llevara unas gafas especiales enormemente ajustadas.

Solo unos pocos buceadores practican el no limit y Nitsch es el soberano absoluto. En 2007, poco después de la muerte de su más directo competidor -el francés Leferme-, mejoró su propio récord de los 183 a los 214 metros. Los parámetros a las profundidades a las que Nitsch se mueve no han sido investigados. Nadie sabe lo que le sucede al cuerpo allí abajo, qué daños pueden aparecer, lo serio que es el peligro. A pesar de todo, Nitsch niega que sea un temerario.

El trineo es el aparato más importante en el buceo no limit. Su peso arrastra al buceador hacia las profundidades, mientras que luego tira de él hacia la superficie gracias a unas bolsas infladas con aire a presión. Si falla y se queda parado abajo, significa la muerte.

Nitsch normalmente entra en el agua poco a poco y empieza su ritual de respiración, como si sorbiera aire. Esta técnica, llamada ‘packing‘, le permite meter aire en los pulmones con una presión mayor de lo normal. Tiene un volumen pulmonar de 6,3 litros y gracias al packing puede aumentarla en otros dos.

El plan para su intento de récord es que el trineo descienda a 2,1 metros por segundo. A los 15 metros, Nitsch tiene que accionar un freno y detenerlo para tomar las medidas necesarias para la posterior subida. Tras unos 20 segundos de parada, el trineo seguirá hasta los 244 metros. Durante el descenso, Nitsch tendrá que ir equilibrando constantemente la presión, lo cual, simplificando mucho, se puede comparar a tragar saliva durante el aterrizaje de un avión. Tiene que igualar desde dentro la presión exterior que reciben sus tímpanos. Si no, estallarían. Una vez que el trineo ha llegado abajo, se activa un dispositivo automático que inyecta aire a presión en dos bolsas de 18 litros de capacidad. Como consecuencia del empuje ascensional, el trineo tendría que subir a una velocidad de cinco metros por segundo.

Casi todos los accidentes tienen lugar en el ascenso. Cuando al cuerpo se le somete a una presión elevada, se satura de nitrógeno. Si la presión se reduce rápidamente, debido a que el buceador sube a mayor velocidad de la indicada, existe el riesgo de que se formen burbujas de nitrógeno, algo parecido a agitar una botella de gaseosa antes de abrirla. Si una de estas burbujas bloquea una arteria, pueden producirse consecuencias fatales.

El segundo mayor riesgo en el ascenso es que los pulmones, comprimidos en la profundidad como si fueran globos a los que se les extrajera el aire, no consigan desplegarse lo suficientemente rápido y se rasguen por culpa del aire en expansión. Para minimizar ambos riesgos, el trineo tiene que ir reduciendo su velocidad conforme asciende. Nitsch tiene previsto soltarse del trineo a diez metros de la superficie y pasar allí otro minuto más antes de emerger. El reglamento estipula que un récord queda validado cuando el buceador alcanza la superficie y, dentro de un plazo de 15 segundos, forma un círculo con el pulgar y el índice de una de sus manos y dice «I am okay«.

Pero algo no va bien en Grecia. El trineo no va como debiera. No consiguen que el dispositivo encargado de frenar automáticamente durante el ascenso funcione correctamente. Nitsch deberá frenar por sí mismo en unas condiciones de enorme presión. Si no lo logra, el trineo subirá demasiado rápido y, bueno, ya conocemos las consecuencias.

Todo esto lo sabe Nitsch. Y le preocupa. Hoy, este 4 de junio, llega a admitir en la terraza del hotel que ha pensado en abandonar el intento. Pero no puede hacerle eso a su equipo. Su padre se acerca a nuestra mesa. Gerhard Nitsch, de 72 años, también parece abatido; sabe que las condiciones no son las indicadas. Y rompe a llorar. No puede detener a Herbert, añade. Si lo pusiera ante la disyuntiva de tener que elegir entre él y el buceo, sabe que perdería a su hijo.

La mañana del 6 de junio de 2012 hay unos 60 periodistas, fotógrafos y espectadores en el puerto de Oia esperando a los barcos que los llevarán al lugar donde Nitsch tiene previsto sumergirse. Ha habido que desplazarlo ligeramente por culpa del fuerte viento, Nitsch tendrá ahora que bucear en un lugar en el que no ha entrenado ni una sola vez. Pero ni siquiera así se plantea cancelar el intento, ni siquiera aplazarlo un par de días.

Se ha despertado pronto y, como siempre, se ha quedado media hora tumbado en la cama, con el pulso todavía relajado, y ha hecho sus ejercicios respiratorios. De esta manera consigue aumentar su tolerancia al CO2, lo que lo ayuda a ignorar el impulso de respirar cuando está bajo el agua. A las 14 horas, ya en el agua, empieza con el packing. A su alrededor están los cinco buceadores auxiliares, su equipo observa desde un catamarán. También hay preparada una lancha rápida con un médico a bordo. El público aguarda en los botes que rodean el lugar.

Nadie sabe lo que le sucede al cuerpo a esas profundidades ni los daños que puede sufrir. Él asegura que no es temerario

Nitsch se sumerge a las 14,41. Una ayudante va cantando la profundidad desde el catamarán: 100 metros, 120 metros ; luego ya no dice nada más. Nadie habla. Al cabo de un minuto y medio, Nitsch debería haber llegado al punto base: 244 metros. Pero ninguna señal sale del catamarán. Al cabo de 4,23 minutos, Nitsch aparece en la superficie y grita: «¡Oxígeno, oxígeno!». Ha salido 7 segundos antes, demasiado rápido.

Además, de acuerdo con las normas vigentes, no ha conseguido el récord aunque haya alcanzado los 244 metros: no ha hecho el gesto de ‘ok’ con los dedos. Cuando llegó a la marca de los 10 metros, donde Nitsch tenía que haberse soltado, este no reaccionó y tuvo que ser llevado a la superficie por sus buceadores.

La cuestión ahora es: ¿hasta qué punto es grave la situación? Nitsch recibe al instante una máscara de oxígeno y vuelve a sumergirse a 10 metros, donde el oxígeno tendría que eliminar el nitrógeno de sus tejidos. Permanece más de 15 minutos bajo el agua, mala señal. Su padre, que ha pasado toda la prueba aferrado a un mástil del catamarán y sin querer mirar, está ahora junto a la borda; observa fijamente el lugar donde su hijo lucha por sobrevivir. Cuando emerge por fin, apenas puede mantener la consciencia. La cadena de emergencia se pone en marcha.

La lancha rápida se aproxima, un buceador sube a Nitsch a bordo. Apenas puede moverse, su cabeza está roja e hinchada. La embarcación tarda 9 minutos en llegar a puerto, donde suben a Nitsch a una ambulancia y lo trasladan al aeropuerto, desde donde parte rumbo a un hospital militar de Atenas. Lo introducen inmediatamente en una cámara de compresión, donde le suministran a presión oxígeno al cien por cien para que pueda expulsar el nitrógeno de su cuerpo y los tejidos se recuperen de la falta de oxígeno más rápidamente. Por último, los médicos lo llevan a la unidad de vigilancia intensiva y le inducen un coma. Gerhard Nitsch vela junto a la cama de su hijo.

Solo otros seis deportistas han logrado llegar a los 160 metros o superarlos. Tres murieron y dos resultaron muy graves

Dos días más tarde, Herbert Nitsch sale de la UVI y pasa a planta, parece que se encuentra fuera de peligro. No se podrá afirmar con seguridad hasta dentro de unas semanas, todavía hay poca experiencia en este tipo de casos. Al cierre de esta información, Herbert Nitsch fue trasladado a Murnau, a una clínica especializada en neurorrehabilitación. Su padre dice: «Espero que haya aprendido del accidente y abandone. Este intento de récord lo ha dejado bien claro: se ha alcanzado la frontera de lo posible».

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