Emilio Castelar, gaditano de nacimiento, antes de llegar a presidente de la I República, y después de doctorarse en Madrid en Derecho y Filosofía, ejerció como periodista en algunos periódicos ya olvidados hasta que pudo fundar el suyo propio, La Democracia. El consejo de redacción, según cuenta Carmen Llorca, se reunía en una tabernita ya desaparecida de la calle Aduana de Madrid. Castelar añoraba las tortillitas de camarones que son santo y seña de la cocina gaditana – harina, cerveza y bigotes de camarón a decir de Fernando Quiñones- y para no privarse de ellas trajo a la capital una freidora del Barrio de La Viña que les enseñó a los taberneros el arte de elaborar y freír las tortillitas. No suele recordarse este gesto castelariano; pero institucionalizar un consejo de redacción con manzanilla de Sanlúcar de Barrameda y tortillitas de camarones le convierte en un ejemplar patrono de periodistas, innovador gastronómico en los madriles y apóstol en el arte de redimir el hambre con unos pocos céntimos (de peseta).

En Madrid, hoy, algunas freidurías despachan tortillitas de camarones y no son malas las que La Sirena, una red de congelados, vende para freír en casa; pero tan buenas como las mejores de Cádiz son las que prepara en su recién estrenado restaurante Surtopía (Núñez de Balboa, 106) José Calleja, un joven veterano que hace una inteligente actualización de los sabores gaditanos clásicos y ofrece una respetable carta de manzanilla de Sanlúcar. No muy lejos en calidad andan las tortillitas de La Caleta (Tres Peces, 21), una humildísima tabernita en el Madrid más castizo. Una freiduría de las de cartucho de papel de estraza.

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