El hombre más impenetrable de Hollywood lleva casi tres décadas instalado entre los grandes. En ‘El vuelo’ aspira a conseguir un tercer Óscar

Denzel Washington es un tipo frío, inalterable. reacciona impasible ante cualquier pregunta incómoda con la naturalidad con la que Rubin Huracán Carter, uno de sus grandes personajes, encajaba golpes sobre el cuadrilátero.

Se describe como un «hombre sencillo», pero se esfuerza por cultivar un aire misterioso. Si le preguntas. «¿Hay algo de lo que tenga miedo?», Washington, más que responder, replica. «Siempre atraemos aquello que nos da miedo». Si le pides que se moje en política, despliega su mejor juego de cintura. «Voté al mismo candidato que en 2008» [hizo entonces una donación a la campaña de Barack Obama]. Y si la cuestión es posicionarse ante el matrimonio entre homosexuales, lo extraño es que conteste siquiera. «Tengo mis propias convicciones y me atengo a ellas», es lo máximo que concede este hijo de predicador pentecostal y madre bautista, entre cuyas aficiones no figura la lectura, aunque confiese leer la Biblia todos los días. Esta mañana, sin ir más lejos, cuenta que ha meditado sobre el salmo 56. «Ten misericordia de mí, oh Dios, porque me devoraría el hombre. / Me oprime combatiéndome cada día. / Todo el día mis enemigos me pisotean. / Porque muchos son los que pelean contra mí con soberbia», recita como si, de pronto, volviera a meterse en la piel de todos los mitos negros que ha llevado al cine. Malcom X, Huracán Carter, el sudafricano Steve Biko Solo entonces afloja un poco y empieza a soltar amarras. «Yo soy una persona independiente- admite-. En algunos aspectos soy un liberal; en otros, muy conservador. Nos atamos a las etiquetas. Necesitamos saber si los demás son esto o lo otro. Es ridículo. ¿Por qué esa limitación?»

.Escurridizo como pocas estrellas, Washington no se relaciona con los peces gordos de Hollywood. No frecuenta a los grandes productores ni a otros astros del firmamento cinematográfico. «Si te digo los nombres de mis amigos en el mundo del cine, no te sonarían», zanja con diplomacia.El meticuloso secretismo de este padre de cuatro niños es una de las claves que le han permitido mantenerse en la cima desde hace tres décadas. A sus 58 años mantiene intactos el atractivo físico y el carisma. Con El vuelo, recién estrenada en España, acaba de obtener su sexta nominación al Óscar. Su caché, por otro lado, ronda los 20 millones de dólares y su historial de películas taquilleras supera en consistencia a los de colegas como Will Smith o Tom Cruise.

Nacido en 1954 en Mount Vernon, al norte del Bronx neoyorquino, el pequeño Denzel siempre tuvo más madera de predicador que de actor. De hecho, todavía hoy mantiene que, «con cinco o seis», se le apareció un ángel. «No sabía qué pensar recuerda. Mi madre entonces me lo explicó. Dijo que era mi ángel de la guarda». La separación de sus padres cuando tenía 14 años, explosión hormonal a la vista, perturbó su adolescencia y comenzó a frecuentar a los sujetos más problemáticos de su barrio. Su padre, fallecido en 1991, le dijo en cierta ocasión. «Eres una mala persona, Denzel», aunque él, a día de hoy al menos, no le guarda rencor. «Mi padre era un caballero- valora Washington-. Un caballero y un hombre muy trabajador. Se pasó la vida entera trabajando. Los quiero a los dos».

Lennis, su madre, hoy con 88 años, es una pieza clave en su vida. A Denzel, el mayor de tres hermanos, lo alistó con apenas seis años en el Boys and Girls Clubs, una histórica institución, especializada en programas de prevención en horario extraescolar, de la cual es hoy miembro del consejo y generoso donante. Ya adolescente, antes de que su hijo se echara a perder en las calles de Mount Vernon, lo envió a un internado. «Estas dos decisiones lo condicionaron todo- afirma Washington-. Yo hubiera ido por el mal camino. Mis amigos de entonces suman hoy más de 40 años en prisión. Eran buenos chicos, pero las calles, si te descuidas «.

Para hacerse una idea de la importancia de su madre, el actor rememora un episodio revelador. Él y Harvey Weinstein, cofundador de Miramax, no acababan de cerrar el contrato para Antwone Fisher, su debut como director en 2002. «Yo estaba aterrado- cuenta-. No había forma de que nos pusiéramos de acuerdo. Así que propuse a Weinstein que mi madre llamara a la suya y lo decidieran todo entre ambas». Es lo que hicieron.

Terminado el colegio, se matriculó en Medicina, una ambición efímera. pronto se pasaría al Periodismo. «Los estudios no me interesaban», admite. Sus profesores tenían una perspectiva similar del asunto. «Denzel, mejor dedícate a otra cosa», le aconsejaron. Eso hizo. Primero fue ayudante en una barbería; después, basurero municipal. «Era un trabajo de verdad y el sueldo era bueno», apunta, pero carecía de la capacidad para transformar su vida. Esa tarea le iba a corresponder a un empleo bien distinto. monitor de campamento de verano. Fue allí donde actuó por casualidad en una obra, un colega le comentó que quizá lo de actuar fuera lo suyo y una chispa prendió en la cabeza del joven Denzel.

Por aquel entonces, un día, en el salón de su madre, una clienta le lanzó una misteriosa premonición. «Fue el 28 de marzo de 1975. Era una anciana, miembro de nuestra Iglesia- rememora-. Me dijo que mi destino era viajar por el mundo y hablar a millones de personas. Ese mismo año empecé a actuar. No es lo mismo que predicar, pero he viajado por el mundo y he hablado a millones de personas».

Denzel, en todo caso, siguió las señales. Estudió Interpretación y, tras encarnar a Otelo en su primer papel protagonista, la entusiasta respuesta del público ejerció como empujón definitivo. Ya decidido a darlo todo, se agenció una beca de un año en el prestigioso American Conservatory Theater de San Francisco y, de regreso en Nueva York, no pudo empezar mejor. En su primer trabajo, Wilma- un telefilme de 1977- conoció a la cantante y actriz Pauletta Pearson, con la que se casaría cinco años después.

Por aquel entonces vivió una nueva experiencia espiritual. La más intensa de su vida, asegura. Esta vez ocurrió en la iglesia a la que sigue acudiendo hoy en día. «El pastor predicaba. Simplemente dejaos llevar. Yo dije. Adelante. Y entonces sentí algo físicoiritual muy fuerte- revela-. Me asusté de verdad. Babeaba, lloraba, sudaba. Me explotaron las mejillas. Me estaba purificando. Fue tremendamente intenso. Cuando se lo conté a mi madre, me dijo. «Eso es que se te ha metido el Espíritu Santo».

Bendecido o no, el actor inició así el camino que pronto le haría tocar el cielo. De 1982 a 1986, en la piel del afable doctor Chandler, en la serie St. Elsewhere, gozó de su primer éxito- y de estabilidad financiera-, mientras se curtía en telefilmes y cintas de bajo presupuesto. Hasta que la serie echó el cierre y un buen día [¿otra intervención divina?] se le apareció Richard Attenborough con la medicina que pedía su carrera. Gracias a Steve Biko, el líder antiapartheid al que retrata en Grita libertad, fue nominado al Óscar. Era 1987.

Dos años más tarde, Tiempos de gloria le proporcionó su primera estatuilla y la industria se rindió a sus pies. Luego vendrían, entre otras, Mo’ better blues, Malcolm X, Philadelphia, Huracán Carter, Training Day y el segundo Óscar, El mensajero del miedo, Plan oculto o American gangster, puntos álgidos de una lista de casi 50 películas.

Mantener la pasión durante 30 años, sin embargo, no es sencillo. Con la llegada del milenio, Washington pensó seriamente en dejarlo todo. «Me aburría- explica-. Supongo que fue la crisis de los 40 o como lo llamen». El teatro y la dirección pusieron de nuevo las cosas en su sitio. «Me sacaron de la apatía- revela-. Es importante mantenerse ocupado. Si uno tiene mucho éxito, ya casi no tiene que trabajar si no quiere. Y eso no es bueno».

En su caso, el éxito y el fracaso dejaron de tener importancia hace tiempo. «Hay que aceptarlo- reflexiona-. En algún momento de la vida, uno va a hacer el ridículo, no vas a dar la talla. De eso no hay duda. Sin embargo, si tengo que venirme abajo, no quiero caer hacia atrás. Quiero caer hacia delante .

Privadísimo

Nació el 28 de diciembre de 1954 en Mount Vernon, al norte de Manhattan.

El mayor de tres hermanos, su padre era pastor pentecostal y su madre, dueña de un salón de belleza.

Reconocido filántropo, en 1995 donó 2,5 millones de dólares a una Iglesia pentecostal de la que también es miembro Magic Johnson.

El mar es su refugio. No posee un barco, prefiere alquilarlos. «Ahí me siento en paz, lejos de tierra».

Se le da bien el ajedrez, en la universidad jugó en el equipo de baloncesto y practica el boxeo.

Vive entre su casa de Los Ángeles, en Mulholland Drive, y su apartamento en el Upper West Side neoyorquino.

Se levanta a las nueve y lo primero que hace es ir al gimnasio.

Él y su esposa desde hace 30 años, Pauletta Pearson, tienen cuatro hijos dos de ellos, gemelos de entre 21 y 28 años.

Ha interpretado a mitos negros como el sudafricano Steve Biko, el boxeador Huracán Carter o Malcolm X. De momento asegura. No voy a interpretar a Obama .

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