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PATENTE DE CORSO

La consejera y la catedrática

Arturo Pérez-Reverte

Sábado, 09 de Marzo 2013

Tiempo de lectura: 3 min

Fue interesante lo del otro día. Y revelador. Comentaban en la radio un asunto de anticuarios más o menos tramposos y presunta falsificación de objetos arqueológicos. Algo relacionado con una vasija de cerámica ibera incautada por la Guardia Civil, a primera vista muy valiosa, que posiblemente era más falsa que un euro de cartón. Lo contaban en una emisora de radio local. un programa largo, de quince o veinte minutos, muy bien elaborado. El periodista firmante tenía pocos conocimientos sobre la materia; pero, como buen profesional, no intentaba aparentarlos. Había trabajado con investigación previa, documentación adecuada y una estructura de programa donde eran puntos fuertes algunas entrevistas y testimonios interesantes. Me lo zampé de cabo a rabo.

Uno de esos testimonios era de una catedrática de Arqueología de la universidad local, a la que acudía el periodista para obtener una opinión autorizada. Era evidente que la señora estaba acostumbrada a explicar cosas a sus alumnos, y que lo hacía con mucha eficacia. su intervención, prolija y técnica pero sin aburrir en ningún momento, resultó apasionante. Era, desde luego, una excelente profesora. Con mucha claridad supo explicar de qué iba la cosa, por qué la vasija le parecía una buena imitación pero era no auténtica, y acabó describiendo con detalle los elementos decorativos de la pieza, que en su opinión, vistos por separado, estaban perfectamente reproducidos; pero, considerados en la sintaxis general de ese tipo de vasijas iberas, resultaban incorrectos. Y todo eso, en un corte radiofónico de casi diez minutos, lo estuvo largando la señora sin aburrir en absoluto, dejándome informado a la perfección, con una elegancia y claridad de lenguaje asombrosos. Si yo hubiera estudiado Arqueología, concluí, habría querido tener una profesora como ésa. De las que te marcan y recuerdas toda la vida.

Pero no hay sopa hispana sin pelo dentro. Tras la catedrática, el periodista dio paso a una consejera de Cultura que aportó la versión oficial del asunto. Ignoro si confrontar a una señora con otra fue deliberado o casual, aunque el contraste era abrumador. De un lenguaje claro, docto, seguro de sí, por parte de la catedrática, se pasó a una exposición reiterativa, titubeante y técnicamente confusa por parte de la consejera, que intentaba al mismo tiempo guardar la ropa y nadar cien metros estilo mariposa. De forma que al final, tras escuchar repetir lo mismo media docena de veces con diversas obviedades incluidas, el oyente quedaba en una desagradable incertidumbre. no estaba claro si la consejera le colgaba el mochuelo de su confusión a la Guardia Civil, o si estaba defendiéndola, o si de verdad creía que la vasija era falsa, o no, o según, o todo lo contrario. Ni siquiera si las palabras vasija e ibérica tenían significado para ella. Lo que quedó clarísimo, desde luego, es que esta segunda señora no tenía idea de lo que estaba hablando.

Cuando apagué la radio no pude menos que formularme la pregunta inevitable, e incluso perversa. ¿Por qué, si de Cultura se trata, la consejera es la segunda señora, y no la primera? ¿Cuál es la razón de que la responsable de los asuntos culturales en una comunidad autonómica no sea una catedrática prestigiosa y culta, por ejemplo, que además sabe ordenar sujeto, verbo y predicado, sino una señora cuyos conocimientos técnicos y capacidad expresiva dejan mucho que desear? Picada así mi curiosidad, encendí el ordenata y consulté, goteante el colmillo, los antecedentes biográficos de las citadas damas. Y allí estaba todo, negro sobre blanco. La catedrática de Arqueología contaba con impecable currículum profesional y docente, prestigio en su cátedra y demás. Una especialista, en fin, ocupándose de un asunto que conocía al dedillo. Por eso fueron a preguntarle por las vasijas iberas, naturalmente. Y también por eso, deduje, ni ella ni nadie semejante tendrán nunca la más diminuta posibilidad de que alguien los nombre, no ya consejero autonómico, sino concejal de Cultura de su pueblo; entre otras cosas porque, para ese cargo, en España suele ser requisito imprescindible no tener ni siquiera estudios de bachillerato. O casi. Por contraste, el currículum de la segunda señora era más breve y compacto. Más esclarecedor del asunto. carrera de Derecho -con todo el respeto para el Derecho, por mi parte- y alcaldesa de su pueblo a los veintiséis años por el Pepé -aunque igual podría haberlo sido por el Pesoe-, diputada en el Congreso con veintisiete y consejera de Cultura de su Comunidad poco después. Así que acabáramos, concluí. Ya sé por qué una de las dos no es consejera de Cultura; y la otra, sí. Esto es España, como dije antes. Paraíso del disparate público. Y más claro, agua.

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