Los llaman también la ‘generación del milenio’ y, aunque las fechas varían según el analista, tienen ahora entre 16 y 28 años. Se los define por su adicción a la tecnología, su tendencia a la vagancia, su narcisismo pero son los mismos que están inventando las nuevas formas de trabajar, producir y consumir que revolucionarán el modelo económico actual. Suyo es el futuro. Y el futuro ya está aquí. Por Carlos Manuel Sánchez

A los ‘millennials’ no les gusta desnudarse

Apenas han salido del cascarón y ya los han puesto de vuelta y media.

Ninguna hornada demográfica ha cosechado más sambenitos en menos tiempo: narcisistas, ególatras, perezosos, dispersos, mimados…  Nacieron antes de la crisis, vivieron una infancia y adolescencia de ‘vacas gordas’, puro espejismo. Su despertar a la edad adulta, al mercado laboral, a la vida real ha sido un jarro de agua fría. Los benjamines de la clase media prueban sus alas en plena desbandada mundial de la clase media. Nadie apostaría a que saldrán adelante, excepto ellos mismos.

Las quintas precedentes los miran con cierta suficiencia, incredulidad, preocupación. Los desencantados baby boomers que peinan canas, la competitiva generación X… Sus padres, sus hermanos mayores… Son los que trabajan y cotizan a pesar de todo. Hormiguitas sacrificadas que sostienen el tinglado a duras penas. Sin embargo, y contra pronóstico, hay muchos millennials dispuestos a comerse el mundo. Quizá no lo consigan, porque el mundo es así de cruel, pero ya lo están cambiando.

Los economistas dicen que será la primera generación que tendrá un peor nivel de vida que la anterior. Ellos no terminan de creérselo

Ocho millones de millennials viven en España; 51 millones, en Europa; 80 millones, en los Estados Unidos… Según la consultora Deloitte, en 2025 constituirán el 75 por ciento de la fuerza laboral mundial. Así que vale la pena saber qué planes tienen.

Todo había sido fácil para ellos. Hasta ahora. Los economistas sostienen que la generación Y es la primera que experimentará un retroceso en el nivel de vida desde la Segunda Guerra Mundial. Ellos no terminan de creérselo. «No estamos preocupados porque no tenemos la sensación de que nos vaya a faltar algo», explica Safia Krivdic, de 18 años. Pero sobre sus espaldas recaerá el pago de la deuda contraída para mantener unas prestaciones cada vez más caras por el envejecimiento de la población y por el descenso de la población activa. Y en el caso de España -donde por primera vez se acaba de superar el billón de euros, casi el cien por cien del PIB- también por el rescate de los bancos.

El analista Joel Stein propone un enfoque controvertido en la revista Time. Los millennials son como son -unos malcriados que se miran el ombligo- por un malentendido de sus padres, que pensaron que había que subirles la autoestima para que triunfasen en la vida. Así que todos tienen sus habitaciones llenas de trofeos, medallas y diplomas escolares. «Fue un error bienintencionado. La autoestima es una consecuencia del éxito, no una causa», reconoce Roy Baumeister, profesor de Psicología de la Universidad de Florida. El resultado: la incidencia de la personalidad narcisista es tres veces más alta en su franja de edad que en los mayores de 65 años. Están convencidos de que se lo merecen todo y de que harán algo grande. Ese convencimiento no es tan insensato como parece. Según Time, los millennials sí que harán algo grande. nos van a salvar a todos ¿Por qué? Porque están inventando nuevas maneras de trabajar, producir y consumir que revolucionarán el modelo económico actual.

Estamos ante la Tercera Revolución Industrial. Las fábricas se han deslocalizado, instalándose en países donde la mano de obra es barata. Ahorrar costes es lo único que el capitalismo tradicional parece haber aprendido de la globalización. Por el camino, millones de consumidores del Primer Mundo han perdido su puesto de trabajo. ¿Quién nos va a sacar del bucle? ¡Pues quién va a ser! El mesías está ahora mismo en su desordenada habitación, wasapeando y haciéndose selfies.

Cuenta Nicolás Boullosa, empresario digital y fundador de *faircompanies, que «muchos bienes volverán a ser producidos en las ciudades innovadoras de los países ricos, en pequeñas cantidades y bajo demanda. Serán productos personalizados y de calidad. Y las impresoras 3D y otras tecnologías serán decisivas». Los fabricarán profesionales a medio camino entre el artesano y el hacker que han aprendido lo esencial de manera autodidacta, viendo tutoriales en YouTube y preguntando a los expertos en los foros.

Ellos se buscan sus propias oportunidades, sobre todo porque se les ha dado con la puerta en las narices. El nivel de paro juvenil no tiene precedentes, a pesar de que se trata de la generación mejor educada de la historia. En España, el 54 por ciento tiene estudios universitarios. Los pocos que consiguen meter la cabeza se encuentran con que los tratan como a becarios. No encajan. Y no creen en la jerarquía, así que se la saltan. Le pueden enviar un correo electrónico al presidente de la compañía y quieren que les responda. «Mis jefes pueden aprender mucho de mí» es una frase que define al 75 por cientos de los millennials estadounidenses. Ocho de cada diez necesitan feedback constante de sus superiores. Y la mitad prefiere no tener empleo a estar en un trabajo que odian. Y quieren horarios flexibles. La escritora Emily Matchar, en The Washington Post, asegura que confían en su poder de negociación. «¿Cuándo se adaptarán? No lo harán. En lugar de eso, harán que el puesto de trabajo se adapte a ellos. No nos engañemos, la mayoría de los empleos apestan. ¡Sed egoístas! Pedid lo que queráis. Nosotros también lo queremos». Y, según Deloitte, más les vale a las empresas adaptarse a sus demandas, no solo porque es la generación con el mayor talento tecnológico, sino también porque su manera de relacionarse, consumir o incluso viajar marca tendencia. Y las tendencias, a su vez, crean riqueza, muchas veces donde no se sospechaba que la había.

¿Quién iba a intuir que había riqueza en la economía compartida? Ellos, que se han percatado de que no tendrán un trabajo para siempre. A falta de un empleo estable, son buscavidas que van saltando de un minijob a otro o probando como microempresarios. ¿Egoístas? Cooperan más que compiten. Sus perfiles en las redes sociales son su tarjeta de visita. Copian, critican y elogian sin contemplaciones. No tienen líderes ni idolatran a nadie, como mucho le ponen una vela a Steve Jobs y otra a los gurús de la sociedad de contribución, como el francés Antonin Léonard. «Estamos viviendo la transición de una sociedad de consumo exacerbado a una sociedad de intercambio. Compartimos casa, coche, oficina, talento, ideas…», dicen. El éxito de las nuevas plataformas como Blablacar o Airbnb, que han puesto patas arriba los sectores del transporte, la hostelería y los servicios, no se explica sin esos jóvenes con poco dinero en el bolsillo, pero siempre con el smartphone en la mano, pues fueron los primeros nativos digitales.

Cooperan más que compiten y no tienen líderes ni grandes referentes. Copian, critican y elogian sin contemplaciones

La nueva economía se basa en la confianza mutua. Y los logaritmos, los rankings, la arquitectura digital en la que está cimentada privilegian el destierro del anonimato, el final de la privacidad. Los millennials se despojaron de la intimidad con el mismo gesto banal de depilarse. Pero cuidan su reputación digital como oro en paño. El 81 por ciento tiene perfil en Facebook. El 83 por ciento duerme con el móvil al lado.

Niños búmeran que vuelven a casa de sus padres, si es que se fueron… ¿Qué remedio les queda? Pero la mayoría está tan a gusto como los que se han emancipado, según una encuesta de la consultora Pew Research. El sueño americano de casa y coche en propiedad no va con ellos. Un informe del Tesoro estadounidense revela que la compra de casas por parte de los millennials ha caído casi un 20 por ciento con respecto a la generación anterior. La industria inmobiliaria, la automovilística y la financiera tienen una asignatura pendiente con la generación Y. No pueden pagar una hipoteca. Y ningún banco se la concedería de todos modos. Pero también es una cuestión de prioridades. Y su prioridad es vivir la vida.

Los millennials no tienen una relación fluida con la banca tradicional. Prefieren gestionar sus cuentas on-line o desde el móvil. Están familiarizados con una nueva gama de plataformas que prestan dinero, financian colectivamente (crowdsurfing) a emprendedores, envían divisas, facilitan el trueque y el comercio entre particulares… No es que hayan renegado de la sociedad de consumo. Gastan menos porque manejan menos dinero.

¿Liderarán el cambio a un mundo diferente? Decía el cineasta Andréi Tarkovsky que, «si cedes en algo que va en contra de lo que crees, te conviertes en un conformista». Ellos se las han arreglado para no renunciar, de momento, a nada fundamental, aunque hayan tenido que renunciar a la seguridad. Son conscientes de lo que valen. Por algo están programados desde niños para triunfar, aunque para hacerlo quizá deban reinventar los conceptos de ‘éxito’ y ‘fracaso’. ¿Nos salvarán a todos? «A todos no sé -responde Safia-, pero nos vamos a salvar a nosotros mismos. Eso seguro».

Así son los ‘millennial’

Daniel Pizarroso, 1992, estudiante de Ingeniería de software: «Quieres que te vean y esperas reconocimiento. Tú eres tu propia marca»

→ ¿Pragmáticos?

«Mi prioridad no es el dinero. Cuando termine la carrera, valoraré si hago un máster o me voy a estudiar inglés. A mi edad no importa tanto un buen sueldo como las posibilidades de crecer en una empresa y que el trabajo sea interesante».

→ ¿Alérgicos a la jerarquía? 

«Queremos que nuestros jefes nos tengan en cuenta. Lo que más valoran es que sepas buscarte la vida. Hoy, en las carreras técnicas no importan tanto los conocimientos como saber encontrar la información adecuada. Un profesor nos dijo: ‘Es más importante conocer al que sabe que saber'».

→ ¿Hiperconectados?

«Sí. Einstein dijo que cuando la tecnología estuviera metida en nuestras relaciones personales, la sociedad desaparecería. No es verdad. Perdemos unas cosas y ganamos otras, pero no nos destruye ni nos aísla».

 → ¿Dependientes?

«Vivo en casa de mis padres. Me iré en cuanto pueda, pero no tengo una necesidad imperiosa de irme. Estoy bien. Hipotecarme me parece algo muy remoto. Me hice una tarjeta de crédito al entrar en la universidad. Pero me da dentera que mi dinero lo tengan los bancos».

→ ¿Narcisistas?

«Yo toco la guitarra. Y a veces cuelgo en Instagram alguna pieza. Quieres que te vean. Y esperas reconocimiento. Sí, gustar es importante para nosotros. Me identifico mucho con la frase ‘tú eres tu propia marca'».

→ ¿Viajeros ‘low cost’?

«Sin duda. Me fui a China con tres amigos con el sueldo de un año de becario. Buscamos lo más barato. Con ocho euros comíamos tres días. Regateábamos mucho. Los chinos nos llamaban ‘tacaños’, en castellano».

Safia Krivdic,1996. estudiante de bachillerato:«Solo me esfuerzo si algo me interesa. Si me aburro, no puedo mantener la atención»

→ ¿Generación mimada? 

«Mis padres nunca me han dicho ‘no’ a nada, incluso cuando iba mal en los estudios. Haré Magisterio, aunque me planteé estudiar Periodismo. Pero no me veo de profesora toda la vida si no estoy a gusto. Si me hace falta el dinero, me adaptaré a minijobs o a lo que salga. Si voy más desahogada, haré cosas que me llenen».

→ ¿Nómadas? 

«Lo tengo asumido: trabajaré fuera de España, por lo menos durante unos años. Soy bilingüe y me defiendo en inglés y francés. Ya he viajado a nueve países, aunque de momento vivo con mis padres, pero respetan mi espacio. Me siento bastante independiente».

→ ¿Perezosos? 

«Llevo diez años de conservatorio y viola. Me gusta forma parte de una orquesta. Mis padres se quejan de que ensayo poco y de que estudio menos. Solo me esfuerzo si algo me interesa. Y entonces es como si no me esforzase, porque no me cuesta. Pero si me aburro, no puedo mantener la atención. Me pasa con todo».

→ ¿Desinformados? 

«Soy curiosa. Me interesan muchas cosas. Puedo pasar una semana investigando por mi cuenta sobre algún tema. Cuando murió Adolfo Suárez, leí todo lo que pude sobre él y la Transición. Suspendí Literatura, pero leí todo lo que cayó en mis manos sobre la Generación del 27. Otros aprobaron sin leer un libro. Leo mucho más que la gente de mi generación, aunque prefiero una novela o un libro de poesía a un libro de texto. Apunto los libros que la gente lee en el autobús para pedirlos en la biblioteca».

→ ¿Apolíticos? 

«El año que viene votaré por primera vez. Me lo tomo en serio. Me parece muy importante que mi país cuente conmigo para elegir a sus gobernantes. Pero aún no tengo decidido mi voto. Me bajaré de Internet los programas electorales y compararé».

→ ¿Materialistas? 

«Me gustan las marcas, pero no me obsesionan. Y me fijo en su reputación social. Me repugna que utilicen mano de obra infantil, por ejemplo. Procuro tener un estilo propio. Veo en Instagram lo que se ponen it girls como Olivia Palermo. Me sirve de inspiración».

→ ¿Egoístas? 

«No, somos buscavidas. Y como casi ninguno tenemos dinero compartimos cosas: coche, viajes pero, sobre todo, experiencias. Me gusta el trabajo en equipo y colaborar. Este año, me he propuesto ser voluntaria de Protección Civil».

David Matarín, 1988, actor:«Hemos dejado de creer en la derecha, en la izquierda y en el centro. Lo que hay no nos representa»

→ ¿Comodones? 

«En absoluto. Cuando era más pequeño, nunca me faltó de nada. Vengo de una familia humilde, así que siempre he tenido claros los límites. Pero luego nos ha venido la bofetada y nos han quitado todo de golpe. Me marché de casa a los 17 para estudiar Arte Dramático en Valencia y, desde que tomé la decisión, he trabajado para sobrevivir».

→ ¿Emigrantes? 

«Algunos, sí. Yo no me quiero marchar. Trabajo como actor de teatro en Madrid y mi familia vive en Cartagena (Murcia). Ya se me hace duro estar a esta distancia y no quiero poner más kilómetros. Ni quiero abandonar el barco. Respeto y entiendo la ‘fuga de cerebros’, pero a mí me encanta mi país y quiero encontrar la estabilidad aquí».

→ ¿Sin experiencia? 

«Mientras estudiaba trabajé en tiendas de ropa, bares y discotecas. Empecé a trabajar de manera profesional en 2011. Cuando pude ver la luz, comenzaron a cerrar salas de teatro y a bajar los sueldos de los actores. Cerró el canal de televisión autonómico, por lo que tuve que compaginar de nuevo trabajos como actor en los que en su día se cobraba un sueldo digno con otros de dependiente o camarero para poder mantenerme y seguir creciendo como actor con sueldos de risa».

→ ¿Faltos de interés? 

«Si algo me interesa, voy hasta el fondo, investigo. Los conocimientos los tenemos muy a mano: basta estar un rato delante del ordenador. Poner el telediario solo hace que no creamos en nada. Me interesa mucho saber qué va a pasar con la gente que ha cogido dinero público y que nos ha estafado».

→ ¿Apolíticos? 

«Hemos dejado de creer en las promesas. En la derecha, en la izquierda y en el centro. Lo que hay ahora no nos representa. A los que vienen detrás, aunque sus intenciones puedan ser buenas, no te los crees. Si hoy te roban en la calle y mañana se te acercan a preguntarte la hora, el corazón se te pone en la garganta. Entiendo que después de todo lo que nuestra generación ha tenido que vivir, y tras ver cómo se quedaban nuestras familias, estemos saturados».

→ ¿Apañados? 

«Nos gusta la mejor tecnología, pero también nos hemos hecho expertos en reciclar. Nos ponemos un jersey de nuestro padre y lo lucimos como si fuera una prenda del mejor diseñador».

→ ¿Solidarios? 

«En su día, nos metieron en la cabeza que a cierta edad había que tener una casa, una relación estable y un trabajo digno. Ahora compartimos casa, coche, gasolina… Y entre mi círculo de amigos nos hacemos préstamos cuando estamos un poco ahogados. Es mejor que un banco; la comisión luego es invitar a tu amigo a cenar».

Andrea Benito, 1992, graduada en Comunicación Audiovisual: «Nos gusta la tecnología, pero nada comparado con la generación que viene detrás. ¡Yo todavía leo en Papel!»

→ ¿’Minijobs’? 

«Sé lo que es trabajar gratis y también tener un sueldo de 200 euros. Pero necesito llenar mi currículo. En España hay mucha ‘titulitis’, pero vale más la experiencia. Empiezo ahora un máster de dos años que cuesta un riñón, pero que incluye un año de prácticas remuneradas. Yo no me lo puedo pagar, pero es una inversión en mi futuro y mi familia me apoya».

→ ¿Autodidactas? 

«Tienes que ser espabilado. Yo hablo inglés perfectamente. Llevo saliendo sola al extranjero para estudiar en verano desde los 14 años. También hice un Erasmus. Procuré no juntarme con hispanohablantes, que es lo fácil, para así practicar idiomas. Me lo curré».

→ ¿Generación búmeran? 

«Vivo de alquiler en un piso compartido en Madrid. Me fui de casa a los 18. Si no encuentro trabajo y tengo que volver, sería un fracaso, pero es lo que le está pasando a todo el mundo. Creo que yo me iría a trabajar fuera de au pair y a seguir practicando idiomas. Mi madre me dice que siempre tendré en casa una habitación, comida y una pequeña paga. Pero quiero conseguir mi sueño: trabajar en la radio. Y voy a luchar por ello».

→ ¿Nativos digitales? 

«Sí. Siempre tengo encendido el móvil, estoy en las redes sociales… Pero no hay comparación con la generación que viene detrás. Tengo una hermana de 13 años y noto la brecha digital con ella. Todavía me gusta leer en papel, el olor a libro nuevo».

→ ¿Sin privacidad? 

«Hay muchas formas de privacidad. Yo puedo compartir muchas cosas de mi vida en las redes, pero no las importantes: si soy o no feliz, si estoy a gusto con mi pareja… Comparto en Instagram o Twitter cosas de mi vida diaria, de mis viajes… Pero sé trazar la línea de la intimidad».

→ ¿Optimistas? 

«Sí y no. Si yo no pienso que me va a ir bien en la vida, ¿quién lo va a hacer? Pero sé cómo está el patio. El paro juvenil es desastroso. En las entrevistas de trabajo no finjo optimismo porque mis posibles empleadores esperen eso de mí. Soy como soy: sincera, lanzada Y digo lo que pienso. No me corto un pelo».

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