Es el actor más excéntrico de Hollywood. No tiene agente, ni coge el teléfono ni se deja ver en los eventos ‘oficiales’. Pero no tiene problema en presentarse en fiestas universitarias para servir copas, besar en la boca a sus fans o aceptar trabajos por los que ningún famoso apuesta. Por John Biscock

Bill Murray toma un sorbo de la bebida energética que le pasa una colaboradora y hace una mueca. «No sé qué lleva esto», dice. «Verduras y jengibre, me parece. Mejor tomamos un poco de champán. Que nos traigan una botella».Alguien la trae, y Murray levanta su copa. «Me gusta el alcohol, pero no tengo una bebida preferida, y probablemente es la razón por la que no soy un alcohólico. Si tuviera una bebida favorita, seguramente lo sería. Anoche estuve bebiendo un combinado de algún tipo que llevaba ron».

«La fama es rara. Solo porque soy conocido, la gente recuerda cosas que he hecho o dicho y que no recuerdo en absoluto. Afortunadamente, suelen ser buenas»

El actor estuvo la noche anterior en una fiesta celebrada en el restaurante propiedad de su amigo el director Ivan Reitman, después del estreno de la última película de Murray, St. Vincent, en la que interpreta a un viejo cascarrabias que inesperadamente se hace muy amigo del niño de 12 años que vive en la casa de al lado. El estreno tuvo lugar la jornada que el Festival de Cine de Toronto declaró como Día de Bill Murray, en el que constantemente estuvieron efectuándose proyecciones gratuitas de sus películas más populares.

«Un día de locos», resume el actor, que hoy tiene 63 años. «Iba en bicicleta por las calles, y la gente no paraba de saludarme. Me encontré con un montón de personas a las que llevaba mucho tiempo sin ver. Y durante el estreno, el público también estaba como loco. Nunca había visto una cosa así, la verdad. Luego hicimos una fiesta y el DJ era buenísimo».

Estamos hablando en un hotel de Toronto y la entrevista ha sido arreglada por la Weinstein Company, distribuidora de St. Vincent. De otra forma es casi imposible arreglar algo con Bill Murray. No tiene agente, representante, relaciones públicas ni demás acompañantes habituales en las superestrellas del cine, de forma que quien quiera contactar con él tiene que llamar a un teléfono gratuito y dejar un mensaje. Si le apetece responder, Murray responde, pero lo normal es que no lo haga.

El actor no tiene problema en reconocer que su indiferencia le ha costado bastantes papeles en películas interesantes, pero el hecho es que ha aparecido en unos 60 filmes, entre ellos en comedias tan taquilleras y apreciadas como Los cazafantasmas, El pelotón chiflado, Atrapado en el tiempo y El club de los chalados, así como en el drama Lost in translation -por el que fue nominado al Oscar al mejor actor- y siete películas de uno de sus directores preferidos, Wes Anderson, desde Señorita Rushmore hasta El gran hotel Budapest.

Murray tiene un iPad, que -según explica- usa para jugar al Clash of clans con uno de sus hijos, y un teléfono móvil, que tan solo emplea para enviar y recibir mensajes de texto. Sencillamente, no me gusta hablar por teléfono , dice.

Leyendas del personaje

Como tantos de sus personajes, Bill Murray es excéntrico e inconformista. Corren muchas historias sobre él y algunas son legendarias. Durante un tiempo solía sorprender a los desconocidos en la calle: se acercaba por detrás, les tapaba los ojos con las manos y, cuando el atónito transeúnte de turno se giraba, el actor le decía: «¡Nadie va a creerte cuando lo cuentes!». A lo largo de los años ha sorprendido a propios y a extraños subiendo a cantar en un bar de karaoke, presentándose por sorpresa en fiestas a las que no lo habían invitado, poniéndose a trabajar de barman porque esa noche le apetecía… Ivan Reitman, quien le dirigió en las películas Los incorregibles albóndigas, El pelotón chiflado y Los cazafantasmas, dice de él: «En su momento, Bill decidió llevar una vida independiente, ecléctica y original. Y se merece hacer todo lo que quiera».

No es de sorprender que su vida doméstica y sentimental resulte un tanto complicada. Nuestro hombre tiene casas en Los Ángeles, Martha’s Vineyard y el norte del estado de Nueva York, pero hasta hace poco pasaba la mayor parte del tiempo en un piso en Greenwich Village, en Manhattan. Tiene seis hijos, de entre 14 y 31 años, de sus dos exesposas: Margaret Kelly, con quien se casó en 1981 y de la que se divorció en 1996 tras liarse con Jennifer Butler; y la propia Butler, con quien contrajo matrimonio un año después y de la que se divorció en 2008 en un proceso escandaloso en la que ella lo acusó incluso de violencia doméstica. Entusiasta jugador de golf, Murray también es copropietario de varios pequeños equipos de béisbol… Y más de una vez se ha presentado antes del partido de turno y se ha puesto a vender entradas en la ventanilla del estadio.

El tipo más ‘cool’ del mundo

Ted Melfi, el guionista y director de St. Vincent, estuvo dejándole mensajes durante seis meses hasta que el actor finalmente convino en encontrarse con él en el aeropuerto de Los Ángeles. Y luego estuvieron hablando del guion durante ocho horas seguidas en el asiento trasero del coche de Murray y en una hamburguesería.

«Tengo claro que Bill es el tío más cool del mundo», dice Melfi, quien supo manejarse con las excentricidades del actor durante el rodaje en Nueva York. «Es la persona más generosa que he conocido en la vida. No tiene problema en dejar lo que esté haciendo y ponerse a hablar con quien sea. En Nueva York se pasaba horas seguidas dejándose fotografiar y hablando con desconocidos por la calle» .

«No cojo el móvil sencillamente porque no me gusta hablar por teléfono. Y sí: no hacerlo me ha costado algunos papeles que me habría gustado interpretar»

La historia narrada en St. Vincent -basada en un hecho real- se ajustaba a lo que Murray considera fundamental en un guion: «Me gustaba. Tenía un ritmo distinto y la historia era emocionante sin resultar sentimental, lo que yo considero importante. No sigo n prefijado en lo referente a mi carrera profesional. Simplemente, escojo los guiones que me gustan y no trabajo en superproducciones. Supongo que podría arreglármelas para que me dieran un papel en la última peli de Terminator, a cambio de trabajar gratis, pero resulta que este año he hecho tres películas y que las tres son bastante buenas».

Queda claro que a Bill Murray no le falta trabajo. Además de protagonizar St. Vincent, el actor ha aparecido también en Rock the Kasbah, el filme de Barry Levinson, y en la muy elogiada teleserie Olive Kitteridge. ¿Su próximo proyecto? Ponerle voz a Balú en la nueva versión de El libro de la selva.

Lidiar con la popularidad

Murray tiene las ideas claras en lo tocante a las responsabilidades que acompañan a la fama y al hecho de que la gente siempre lo reconoce allí donde va. «Como soy un personaje bastante conocido, la gente recuerda sus encuentros conmigo y las cosas que en ese momento hice, pero que yo he olvidado», dice con expresión seria. «Y me alegro de que la gente tenga un buen recuerdo de mí. Tengo un amigo que se acuerda de todas las cosas divertidas que he dicho y me parece estupendo. ¡Espero que este amigo no se muera nunca!» .

«La fama es un fenómeno un poco raro, pero tengo la suerte de que las personas se acuerden de mí por unas cuantas cosas que hecho bien en la vida. Uno de los pocos aspectos buenos de la celebridad es que, si haces algo positivo, la gente se fija en ello». Han pasado 30 años desde que él, Reitman, Dan Aykroyd y Harold Ramis crearon el clásico Los cazafantasmas. Murray esboza una sonrisa malévola y dice. «Por entonces tenía claro que iba a hacerme rico y famoso y que vestiría las ropas que me diera la gana y lo haría todo a mi manera «.

«Creo que la única razón por la que he podido disfrutar de una vida y una carrera profesional así estriba en que, muy al principio, cierta persona me contó unas cuantas verdades sobre la vida: cuanto más relajado estás, mejor eres y mejor lo haces».

 

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