Arturo Pérez-Reverte publica nueva novela, ‘Hombres buenos’ (Ed. Alfaguara). Un canto a la amistad, a la conversación, al debate sereno de ideas y a los libros. Para hablar de ella, el escritor nos abre las puertas de su biblioteca particular y viajamos con él a París, donde transcurre la trama. Por Virginia Drake 

En su última novela, Hombres buenos, Arturo Pérez-Reverte narra el viaje que realizan dos académicos españoles a París con la misión de adquirir la primera edición de ‘L’Encyclopédie’, para sumergirnos en un constante debate entre Lengua, Ciencia y Religión, entre razón & fe, entre la España posible y la España imposible, la que pudo ser y no fue.

Y lo hace a través de una serie de personajes ideológicamente opuestos, que transportan al lector en el tiempo hasta el París del siglo XVIII, prerrevolucionario, a punto de estallar, pero todavía brillante y fascinante intelectualmente. Y porque París se convierte en un personaje más de esta novela, nos citamos allí con Arturo Pérez-Reverte y, de su mano, seguimos los pasos de estos dos miembros de la Real Academia Española en su arriesgada empresa, para terminar en el café Le Procope, el mismo donde antaño se reunían Diderot, Montesquieu, Rousseau, Robespierre o Voltaire; y donde los protagonistas de esta novela llegaron a conocer a D’Alembert, Condorcet y Franklin. Por eso, la primera pregunta es obligada.

XL. ¿Sigue siendo París la meca de las luces?

A.P.-R. ¡Nooo! [Rotundo y con pena]. Hoy, no es más que un decorado para turistas. Lo bueno que tienen los libros es que, cuando vas por los lugares envilecidos por el turismo analfabeto de hoy, te permite amueblarlos con la memoria de cuanto has leído en ellos. Visto así, París sigue viviendo de aquella herencia del siglo XVIII, en el que se concentraron tantas luces, tanto talento, tanto futuro, tantas ideas. Y esto ocurre también en Madrid, en Roma, en Venecia y en cualquier lugar del mundo. Por eso es tan triste el viajero sin libros. Sin libros, no somos más que turistas analfabetos.

XL. ¿Es la primera vez que escribe una novela en la que aparece usted como narrador?

A.P.-R. No, en La Reina del Sur ya aparecía una voz narradora propia; pero sí es la primera vez que aparezco como narrador explicando cómo he escrito la novela; a la hora de plantearla, vi que necesitaba ese desdoblamiento. Son historias y personajes reales mezclados con la ficción.

XL. Desde hace doce años ocupa el sillón T, ¿cómo fue aquel choque viniendo del mundo del que procedía?

A.P.-R. Yo venía de un mundo áspero, el de reportero, en el que llevaba 21 años de camisa remangada, pantalón vaquero y mochila al hombro. Para mí fue un cambio, la corbata todos los jueves y ese ritmo más lento y educado, tan distinto al que yo había vivido. Pero como hubo hombres buenos que me acogieron con mucho afecto y me guiaron muy bien, me adapté con facilidad. Digamos que mi parte mejor si es que la tengo se debió a estos hombres buenos que me acogieron.

XL. ¿También ahora hay debate en la Academia?

A.P.-R. Claro, no siempre estamos de acuerdo. Hay debates muy vivos y de mucha altura; igual se encuentran una autoridad lingüística y una autoridad práctica. Yo puedo defender la necesidad del acento en las palabras ‘sólo’, ‘éste’ o ‘aquél’ frente a un teórico que dice que hay que quitarlo. Yo trabajo todos los días con la lengua y sé que necesito el acento para trabajar. Ese debate entre la práctica y la teoría es muy frecuente. Y no siempre se gana ni siempre se pierde.

«El español radical no quiere convencer al enemigo, lo quiere vencer y exterminar. Ahora, también ocurre. En eso, hemos cambiado»

XL. El debate al que me refería es el que se plantea en la novela, más ideológico: el conservadurismo frente a las nuevas ideas, el Antiguo Régimen frente a la Ilustración… 

A.P.-R. Ese debate ideológico ya no lo hay. Afortunadamente, la ideología está fuera de ella desde hace mucho tiempo. Una prueba de esto es que, cuando Franco ordenó a todas las academias españolas proveer las plazas de aquellos miembros que se habían exiliado, la Real Academia Española (RAE) fue la única que no lo aceptó y mantuvo las plazas de los que se fueron hasta que volvieron del exilio. Y eso lo hicieron académicos franquistas. La Academia hace gala de esa independencia siempre: con Franco, con las presiones de las ultrafeministas y con las de los políticamente correctos.

XL. Cuenta en este libro que, en un principio, hizo creer a los académicos de la RAE que estaba escribiendo una novela en la que uno de ellos iba asesinando a todos los demás, y que se titularía: ‘Limpia, mata y da esplendor’. Y, al parecer, todos querían ser el asesino.

A.P.-R. Es una invención. El desafío de un novelista es conseguir que la ficción pase por realidad y que el lector se la crea.

XL. Entonces, ¿la parte en la que explica cómo se ha documentado para hacer esta novela también está llena de ficción? ¿Hasta cuando explica cómo desempolvó sus antiguos floretes para experimentar en una clase de esgrima lo que iba a vivir uno de sus protagonistas enfrentado a un duelo?

A.P.-R. ¡También eso es mentira! [Ríe]. La novela está llena de trampas, tanto cuando cuento cómo la he escrito como cuando desarrollo la trama. Son dos historias entremezcladas en las que hay realidad y ficción en ambas.

XL. El pacto que hacen los dos académicos hombres malos para evitar que sus compañeros traigan L’Encyclopédie es un trato entre canallas ideológicamente opuestos. 

A.P.-R. Exacto, son los radicales de uno y otro signo que impidieron a la España razonable y serena encontrar su camino; tan perniciosos el siglo XVIII, España estuvo a punto de levantar cabeza, de salir del calabozo de oscurantismo, de sacristía y monarquías despóticas pero tuvimos muy mala suerte.

XL. Parece describir una constante en nuestro país.

A.P.-R. Es que es así, piensa en la Constitución de Cádiz de 1812. ¿Por qué no pudo ser aplicada? Porque era imposible, era tan utópica, tan arrogante y tan ajena a la realidad española que fracasó. La arrogancia de los doceañistas unida a la vileza de los reaccionarios hizo que no se pudiera aplicar.

XL. Pero los dos hombres buenos, los académicos que viajarán a París para traer L’Encyclopédie sin vileza, también representan esas dos Españas.

A.P.-R. ¡Esta es la historia! Uno de ellos quiere hacer conciliable fe y razón; y el otro es el científico seco, cartesiano, incrédulo, escéptico y agnóstico. Yo quiero demostrar con esta novela que es posible el diálogo, la concordia y la conversación entre dos hombres de ideas opuestas mediante el respeto, la cultura y la educación; y que justamente la intervención de los dos extremos radicales y egoístas es la que impide esta fraternidad. Esta novela es un canto a la amistad, al respeto y a la cultura como patria común, como lugar de conciliación. Son dos tipos distintos que se hacen amigos en el curso de su viaje, azaroso y peligroso, y se admiran y se cuidan. Ellos son esa España que pudo ser. Y es que el español radical no quiere convencer al enemigo, lo quiere vencer y exterminar.

XL. Pero ahora…

A.P.-R. [Me interrumpe]. Ahora, también; en eso, no hemos cambiado. Esta novela tiene una gran actualidad. Es una novela que vale para entender el presente.

«Hay verdugos honrados. Un demagogo presuntamente honorable puede ser más deshonesto que un asesino que piensa que con lo que hace puede cambiar el mundo para mejor»

XL. En ella hay hombres malos, malísimos, que, a la luz de L’Encyclopédie, se salvan con cierta honra. ¿Redime a los sanguinarios por ilustrados?

A.P.-R. Digamos que hay malos revertianos, sí; que están en todas mis novelas. Son malos con códigos. Alatriste es un caso clarísimo; y, en este libro, lo es el abate Bringas, que está inspirado en un personaje real el abate Marchena, un español que vivió en Francia, revolucionario, fanático, de esos que duermen mal, pero que es honrado, porque hay verdugos honrados. Uno puede ser un asesino o un degollador y ser honrado; y uno puede ser respetable socialmente y ser un canalla. Este matiz es muy importante, porque la Revolución Francesa fue eso. ¿Hasta qué punto Robespierre era honrado o no? Eran asesinos, pero, a lo mejor, eran honrados porque pensaban que así saneaban la humanidad.

XL. ¡Jesús!, que diría el bibliotecario de su novela.

A.P.-R. Es que la honradez no tiene que ver con la maldad, son cosas distintas. No siempre se tiene clara esa línea porque, a veces, piensas que un demagogo presuntamente honorable puede ser más deshonesto que un asesino consecuente, que piensa que lo que está haciendo puede cambiar el mundo para mejor. Es un tema muy delicado.

«Siempre hay esperanza, siempre hay maneras de salvarse, analgésicos, amistades, afectos. Siempre hay gente a la que amar»

XL. Sí que es delicado, sí; en los tiempos que corren, justificar el asesinato para cambiar el mundo provoca conflicto y polémicas encendidas, seguro.

A.P.-R. Todo esto es muy complejo y hay que expresarlo con sumo cuidado porque es un tema muy delicado, porque no se trata de justificar el asesinato. No, no, no, no. ¡No mezclemos! No estamos hablando del asesinato, estamos hablando de la guillotina; y la guillotina no asesina, ejecuta. ¡Contextualízalo, por favor! ¡Seamos rigurosos! Los reaccionarios radicales a lo mejor eran más honrados que los presuntos hombres honorables que no querían sangre.

XL. Este abate sanguinario de su novela hace continuamente alusión a que España, aunque un par de siglos más tarde, también vivirá su revolución. ¿Ve tanto paralelismo entre la Revolución Francesa y la Guerra Civil española?

A.P.-R. ¡Claro, todo! La injusticia, la opresión, la barbarie, el pueblo inculto y manipulado por unos o por otros, la desesperación del hambre, la angustia de quien no ve salida lleva a extremos y a estallidos. Y eso ocurrió en la Rusia de los zares, en la Revolución Francesa, en la Guerra Civil y en América Latina; y puede volver a ocurrir en el futuro. Cuando a la gente la acorralas, tiene dos caminos: resignarse a ser un cordero en manos del verdugo o pelear. La España del año 36 estaba al límite: la pobreza y la incultura Había zonas con una miseria absoluta, en unas condiciones terribles. Y ahí está el material con el cual los ideólogos se hacen a la hora de aplicar sus ideas. Te aseguro que ninguna revolución triunfa si no hay una masa disponible para ser revolucionada.

XL. En su novela hace una crítica constante a la fe y a la Iglesia, como contrapunto a la ciencia, a la razón y a la libertad, sin considerar que, gracias a la Iglesia, se transmitió la cultura durante siglos y se pudo conservar un valiosísimo patrimonio en tiempos difíciles. Y tampoco admite la fe razonada

A.P.-R. Vamos a ver, uno de los dos académicos que viajan a París, el bibliotecario, sí defiende a la Iglesia. Pero es importante dejar claro que yo, Arturo Pérez-Reverte, hablo muy poco y que las opiniones de los protagonistas están todas tomadas de comentarios ilustrados del siglo XVIII. Por la boca de estos dos personajes hablan Jovellanos, Moratín, Cadalso, Diderot, Rousseau Cuando los protagonistas manejan conceptos sobre la mujer, la patria, la familia, la razón, Dios, la fraternidad o el futuro, yo no opino, yo me limito a poner en su boca todos estos conceptos. Yo he ido recogiendo un material que estaba ahí, no es Arturo Pérez-Reverte el que opina, sino Moratín, Cadalso, Jovellanos

XL. Sin embargo, no hay que hilar fino para saber que se está identificando con uno de los protagonistas, con el académico más abierto a las nuevas ideas, el caballeroso marino que todo lo razona y que se muestra contrario a determinadas creencias religiosas que tacha de supersticiones

A.P.-R. Vamos a ver, lo que ocurre es que tú me has estado leyendo en el XLSemanal durante 20 años y tienes una información que el lector normal no tiene. Tú sabes que el almirante y yo compartimos muchos puntos de vista, pero eso no quiere decir que yo sea el almirante. Tú estás viciada por el conocimiento que tienes del autor.

XL. ¡Ya! [Risas]. Le pregunto a Arturo Pérez-Reverte, no al almirante, ¿no ve posible una conciliación entre razón y fe?

A.P.R. En el siglo XVIII era posible, ahora es más difícil. El mundo ha evolucionado y hemos recorrido mucho camino; hay más conocimiento; el ser humano dentro de lo que cabe es más lúcido Y creo que mantener ahora ciertos dogmas de fe frente a una lógica ilustrada es más difícil.

XL. No hablo de dogmas, hablo de una creencia razonada.

A.P.-R. En aquella época había una Iglesia ilustrada que creía compatibles fe y razón y por eso me ocupo de ella en la novela que era perfectamente respetable; por ejemplo, el padre Feijoo. Pero quiero dejar muy claro que en esta novela no hago ninguna crítica a la Iglesia, no pongo en ningún momento a la religión como enemigo. De hecho, había ilustrados creyentes en la propia Academia, que no me los he inventado yo; e incluso había inquisidores ilustrados que fueron quienes dieron el permiso para traer L’Encyclopédie. No es una novela maniquea.

XL. Los académicos se presentan ante el embajador de España en París, el conde de Aranda, con el que usted no se resiste a dar un toque de dignidad a la masonería.

A.P.-R. Es un toquecito [sonríe], ni siquiera de dignidad porque el almirante se burla de la masonería cuando recuerda su pertenencia como una anécdota de juventud. El almirante es demasiado inteligente como para tomarse la masonería en serio. Mi bisabuelo era grado 33 de la Logia Aurora de Cartagena y conozco muy bien la masonería; y era una cosa folclórica, aquello no tenía nada de serio, como ahora los rotarios son simplemente clubes.

«Cuando a mi padre lo bajaron a la tumba, un tipo dijo de él: ‘Era una hombre honrado, un caballero’. No soy alguien de emociones, pero escuchar eso me emocionó. Es un epitafio magnífico para cualquiera»

XL. Para este viaje, la Academia eligió dos hombres honrados, en una época en la que la corrupción estaba a la orden del día.

A.P.-R. Siempre hubo gente honrada, antes y ahora. Cuando a mi padre lo bajaron a la tumba, recuerdo que un tipo que estaba detrás de mí dijo de él: «Era un hombre honrado y un caballero». Oír eso en el siglo XXI anima, creo que es un epitafio magnífico, para mi padre y para cualquier ser humano. Yo no soy un tipo muy de emociones, y escuchar aquello me emocionó. Esta novela es una especie de manual de dignidad en tiempos revueltos. Intenta proporcionar al lector argumentos de honradez, de serenidad y de cultura para sobrevivir en tiempos oscuros; porque siempre hay esperanza, siempre hay maneras de salvarse, analgésicos, amistades y afectos. Siempre hay gente a la que amar. Incluso cuando eres ya mayor, como el almirante, hay mujeres como madame Dancenis a las que amar. Dicen que yo soy un tipo pesimista y -lo soy- porque tengo muy mal concepto del género humano y, sin embargo, he escrito una novela optimista.

XL. Se dice en ella que los españoles somos los primeros enemigos de nosotros mismos, empeñados en apagar las luces allá donde se enciendan.

A.P.-R. Esto es verdad y sigue siéndolo, basta mirar los periódicos. No hemos cambiado nada.

XL. ¿Cree que apagamos cualquier luz que se nos presente?

A.P.-R. ¡Hombreee! Éramos una España moderna que había empezado a salir del agujero, despegando para arriba, respetada fuera Y, de pronto, hemos caído otra vez en el charco de la corrupción; del paletismo local; del caciquismo de pueblo, de barrio y de autonomía; de la falta de sentido común; de intentar destruir lo que con tanto esfuerzo habíamos construido Esto es muy español. Y esta novela intenta enfrentarse a eso precisamente.

XL. Dice que nos resulta cómodo ser menores de edad.

A.P.-R. Es verdad. En España, a los que nos quieren hacer mayores de edad o los exiliamos o los fusilamos. Esta novela demuestra que hay una tercera vía: sentarnos a hablar con ellos.

XL. Sin embargo, hasta los malos de la historia son hombres patrióticos, a su manera.

A.P.-R. Es verdad, en el siglo XVIII eran muy patriotas. Tanto los de la izquierda como los de la derecha. Todos tenían un sentido de la patria. En la Guerra Civil, la izquierda más radical, más comunista y anarquista hablaba de España sin ningún complejo. Pero, luego, la palabra ‘España’ ha sido tan contaminada por el franquismo que fue dejada de usar por la izquierda; y ese fue el grave error, convertirla en patrimonio exclusivo de la derecha. Cuando llegó la izquierda al poder, en vez de limpiar la contaminación que tenía la palabra ‘España’, en vez de rehabilitarla, la apartaron. En España siempre hubo una izquierda patriótica, hasta en la Guerra Civil, y esto es muy importante subrayarlo.

XL. Un inciso quizá del todo extemporáneo: ¿el revolucionario abate Bringas votaría hoy a Podemos? 

A.P.-R. [Horrorizado]. Escribe por respuesta: «Sonora carcajada».

XL. Cambio de tercio. Como era de esperar, el marino, con su elegante estilo, atrae a las dos únicas mujeres interesantes de la novela y lo hace con frases contundentes.

A.P.-R. [Ríe]. Pero, ojo, todo eso está tomado de historias, de frases sacadas de libros de salones no hay nada mío ahí.

XL. Veamos… «Las Jezabel, las Salomé, las Pompadour… siempre dieron buen juego a la hora de perderse hombres y reinos».

A.P.-R. ¡Esa frase sí es mía, sí! [Ríe]. Pero está en boca de un personaje misógino, que es el abate Bringas; eso no lo digo yo ni lo dice el almirante. Todo hay que situarlo en boca de cada cual. Las mujeres en esta novela están tratadas con un respeto enorme. Nadie puede decir que hay un tratamiento machista.

«Sin libros, no somos como viajeros más que turistas analfabetos»

XL. Sigo: «Una mujer hermosa nunca tiene cuarenta años, tiene treinta o tiene sesenta».

A.P.-R. ¡La frase es mía también, sí!, y la dice el almirante [ríe]. Pero es que es verdad. Y vale para una mujer hermosa o para una mujer inteligente.

XL. Dice madame Dancenis al almirante: «Las mujeres empleamos el día para pedir y la noche para conceder».

A.P.-R. Madame Dancenis es la mujer clásica del París libertino, con una categoría intelectual importante. Era una mujer que leía a Voltaire, es un retrato de la mujer elevada, una tía de categoría a la que trato con respeto y rigor histórico.

XL. Y el almirante le dice a madame Dancenis otra frase lapidaria: «Una mujer como usted puede fallar en la ortografía, pero jamás en el estilo».

A.P.-R. ¡Es buena esa, eh! Jajaja. Estas que estás diciendo son frases mías, sí; para que luego digan que son frases machistas.

XL. ¡Para que luego diga usted que nos equivocamos quienes identificamos al almirante con Arturo Pérez-Reverte! Sin destripar demasiado la novela, tiene un final feliz y romántico…

A.P.-R. Es que es una novela muy tierna también, llena de afectos, respeto y cuidados entre los personajes. Quizá sea de mis pocas novelas optimistas y románticas.

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