La mirada de Bashira, 10 años. Siria

Los ojos de Bashira han visto más de lo que cualquiera puede imaginar. Para protegerse, Bashira se ha construido un mundo de fantasía. En ese mundo tiene un montón de vestidos y juguetes que se trajo de Siria. Su favorito es un vestido azul que hace que se sienta como una auténtica princesa. Un vestido que no enseña a nadie. Pero su madre explica. No existe tal vestido. No hay nada. Nuestra casa fue destruida durante un bombardeo. Todo se quemó. Mi hija se imagina que tiene esos vestidos y juguetes. Me rompe el corazón . Bashira vive con sus padres y ocho hermanos en el campo de refugiados de Zaatari (en Jordania), el segundo mayor del mundo, con 106.000 personas. La violencia e inseguridad en el campamento se han convertido en el mayor de los problemas para las autoridades jordanas y los miembros de Acnur.

La huida de Delvin, 12 años, Y sus tres hermanos. Iraquíes

Delvin y sus hermanos pequeños escaparon del avance del Estado Islámico hasta un campo de refugiados en el Kurdistán iraquí. Medio millón de personas abandonaron sus casas, aterradas por los yihadistas. Huimos porque teníamos mucho miedo. A nuestro vecino lo mataron. A nosotros nos dispararon y querían matarnos. Tuvimos que escapar de Mosul sin coger nada, solo algo de agua. Caminamos hasta que llegamos a la región kurda. Estábamos muy cansados Tuvimos que dormir seis días en la carretera. Vimos a gente muerta por explosiones cuando escapábamos. Llorábamos de miedo. En el camino hubo gente que nos metió en sus casas, nos dio comida y nos ayudó en todo lo que pudo. Nuestro padre está operado de un riñón. En Irak solíamos llevarlo al hospital. A pesar de que pasó por una operación grave, seguía trabajando como taxista para que no nos faltase de nada. Pero todas nuestras cosas se quedaron en casa Nuestra ropa, nuestros juguetes. No pudimos traer nada. Ahora dependemos de la generosidad de la gente . Los hermanos de Delvin son Gilan, de ocho años; Reem, de cuatro; y Marwa, de tres.

Las mafias y Feben, 16 años. Eritrea

Mi hermana y yo hemos viajado durante cinco meses para llegar a Europa. Salimos de Eritrea y caminamos tres días hasta la frontera con Etiopía. Allí nos enviaron a un campo de refugiados, pero queríamos reunirnos con nuestro hermano mayor, que está en el Reino Unido. Así que caminamos otros tres días más hasta la frontera con Sudán. La cruzamos por el río Tezeke, que está infestado de cocodrilos. Unos traficantes nos llevaron hasta Jartum y, cuando llegamos, nos dijeron que les debíamos 1400 dólares cada una. Nuestro hermano tuvo que hacerles una transferencia. Estuvimos dos meses en Jartum, escondidas en casa de unos parientes. Nunca salíamos a la calle por temor a que nos detuviese la Policía. Luego fuimos en camión hasta Bengasi. Tardamos una semana en cruzar el desierto. Allí nos vendieron a unos traficantes, y nuestro hermano tuvo que hacer una colecta para recaudar los 1700 dólares que pedían por liberarnos a cada una. Luego tuvimos que pagar otros 1800 dólares por el viaje en barco. La travesía es lo peor. 340 personas y una avería a las tres horas. Es como esperar para morir. Rezábamos. Es todo lo que puedes hacer. Aparecieron unos pescadores tunecinos y nos remolcaron durante 24 horas hasta que nos rescató la Marina italiana y nos trajo a Lampedusa .

El rescate de Hamid, 15 años, y su madre. Sirios

Nos fuimos de Siria cuando empezaron los combates en nuestro barrio. Nos bombardeaban. Así que mi madre, mi hermano pequeño Salim (de 13 años) y yo nos fuimos al Líbano, donde estuvimos viviendo en una residencia. Mi padre se quedó en Siria, cuidando de nuestro abuelo, que es demasiado mayor para viajar. Pero todo es caro en el Líbano. la comida, el agua, la ropa, el teléfono Así que nos mudamos a Libia. Estuvimos catorce meses en una ciudad llamada Brega. Yo trabajé de albañil. Muchos niños trabajan en la construcción. Pero la vida era insoportable. Amenazas de muerte, mucha inseguridad. A mí me apuñalaron y me robaron. Decidimos marcharnos. Conocíamos a otra familia siria. El padre había contactado con una de las mafias que pone los barcos para cruzar a Italia. Fuimos a Trípoli. Un día, los traficantes nos dijeron adónde teníamos que ir. Allí nos dieron algunas instrucciones para pilotar el barco. No había capitán ni marinos. Dos voluntarios entre los refugiados se hicieron cargo. Pero uno de los motores se rompió a las pocas horas de zarpar y empezó a entrar agua. Teníamos mucho miedo de ahogarnos. La gente en cubierta formó una cadena humana y achicó el agua con cubos, hasta que un guardacostas italiano nos rescató. Hemos pedido asilo en Dinamarca .

Nuevo XL Semanal
El nuevo XLSemanal

A partir de ahora consulta los nuevos contenidos en la web de tu periódico

Descúbrelos