Está considerado el mejor rejoneador del mundo. Y no solo eso. Hermoso de Mendoza ha cambiado para siempre el toreo a caballo. Su técnica,  su estética y su amor por los caballos.  Por Virginia Drake/ Fotografía Carlos Luján

Acaba de celebrar 25 años desde que tomó la alternativa. Y lo ha hecho por todo lo alto, con tres corridas memorables en las que compartió cartel, mano a mano, con los grandes maestros de la lidia: José Tomás, El Juli y Enrique Ponce. Estos días se presenta su biografía, El corazón de los caballos (Ediciones Temas de Hoy); y, por este motivo, XLSemanal se ha desplazado hasta Zarapuz, la finca que tiene en Navarra, en donde vive junto con su mujer y sus tres hijos, rodeado de toros y caballos.

XLSemanal. Su padre compraba y vendía caballos, y su madre puso una tienda de alimentos en el pueblo para poder salir adelante.

Pablo Hermoso de Mendoza. No éramos una familia pobre; comíamos todos los días; pero a veces no se podían pagar las cuentas.

La mayoría de los rejoneadores eran de familia d ganaderos. Para ellos era un ‘hobby’, como jugar al polo

XL. Nació con el gen de la rebeldía activado. Lo expulsaron de clase un millón de veces, hasta que un profesor convenció a sus padres de que lo sacaran de la escuela. Dejó el colegio sin sacar el graduado escolar

P.H.M. Es que para mí la escuela era como una cárcel, mi cabeza siempre estaba con los caballos. Y aquel profesor lo entendió. Ya desde niño pensaba que no todos tenemos que seguir el mismo camino ni movernos en el mismo rebaño.

XL. Un día vio por televisión una corrida de rejones y decidió que ese era su camino. A su primer festejo de corto se presentó con ropa apañada de aquí y de allá.

P.H.M. Mi madre me arregló una chaqueta de mis hermanas; y me metió unos pantalones de mi padre que me estaban enormes. El sombrero cordobés me lo regaló un amigo de mi padre, que se lo había comprado en Sevilla; pero me venía muy grande y lo tuve que rellenar con cartón y papel de periódico.

XL. Y se fabricaba sus propios rejones y banderillas.

P.H.M. Sí [sonríe]. Acudía al carnicero de mi pueblo, que quitaba los arpones a los toros después de las corridas. Esos arpones viejos los montaba en palos de escoba, compraba papel cebolla e incluso usaba el espumillón de Navidad para decorarlos.

XL. La mayor parte de los rejoneadores pertenecían a familias de cierto nivel social.

P.H.M. El origen social del rejoneo estaba muy definido, familias de ganaderos muy vinculadas al mundo del toro en Andalucía. Para ellos era un hobby, como jugar al polo.

XL. Cuando su nombre empieza a sonar, los hermanos Domecq (Álvaro y Luis) le proponen formar siempre cartel los tres juntos, pero usted lo rechazó.

P.H.M. Ellos buscaban monopolizar las corridas de rejones. Pero mi parte rebelde me dijo que debía seguir solo.

XL. Su negativa les sentó muy mal.

P.H.M. Sí, Luis Domecq me dijo: «Un día te darás cuenta de que te has equivocado». Entonces le pregunté con cierta provocación que, de las cien plazas que venían en aquel contrato, si no lo firmaba, en cuáles no iba a torear. Él me contestó que, desde luego, en Jerez no lo iba a hacer.

XL. ¿Y toreó en Jerez?

P.H.M. Por ironías de la vida y por circunstancias ajenas a ese contrato, ese año yo toreé en Jerez y ellos no.

«Debajo de casa quiero hacer un panteón donde enterrar las cenizas de los caballos que me lo dieron todo»

XL. Rechazó también una oferta que podía haberle resuelto muy bien la vida: la venta de uno solo de sus caballos.

P.H.M. El colombiano Fabio Ochoa me ofreció un talón en blanco por vender a Cagancho, que entonces era mi mejor caballo; pero no lo hice. Fui fiel al amor que le tenía. No siempre se cumple esa regla de que todo en esta vida tiene un precio.

XL. Cagancho tiene casi 30 años y sigue en su cuadra esperando junto con usted el final.

P.H.M. Lo que yo siento por mis caballos es una gratitud inmensa. Él me ha dado su vida y se ha entregado sin límites. Mi obligación es darle la mejor vida posible. Aquí, debajo de casa, quiero hacer un panteón donde enterrar las cenizas de los caballos que me lo dieron todo y hacer unas esculturas que los recuerden.

XL. Con usted llegaron los grandes cambios estéticos, técnicos e incluso económicos. Empecemos por lo más elemental. ¿rejoneador o torero a caballo?

P.H.M. Yo prefiero decir torero a caballo, porque lo que busco es torear con mi caballo como si fuera una muleta.

XL. Fue el primero en negarse a torear por colleras (dos rejoneadores para un mismo toro).

P.H.M. Me rebelé contra esos vicios de la profesión. Yo no me encontraba a gusto engañando al toro entre dos, sorprendiéndolo con medias vueltas… Tristemente, aquello enloquecía a la gente y era fácil dejarse llevar, pero no lo hice; y me dejaron fuera de varias ferias importantes.

XL. Una tarde se enteró de que usted iba a recibir 300.000 pesetas, cuando al primer espada le iban a pagar diez veces más. Y también se plantó.

P.H.M. No era cuestión de dinero, sino de dignidad. Mi planteamiento fue: o todo o nada, no quiero ser una marioneta del sistema. Si no era capaz de hacerme respetar, prefería quedarme en mi casa.

XL. Y de nuevo su rebelión le costó cara.

P.H.M. Algún torero se molestó y me soltó a la cara: «Cuando te juegues los muslos, podrás pedir lo que pide un torero a pie». Recuerdo que le respondí: «Julio Iglesias arriesga menos que tú y que yo, y gana más». Los honorarios no van de acuerdo al riesgo, sino a la gente que tú metes en la plaza, al precio que pagan por ti.

XL. Otra de sus guerras fue que las entradas de las corridas de rejones dejaran de ser más baratas que las de toros.

P.H.M. De nuevo fue cuestión de dignidad. Se lo planteamos a la Comunidad de Madrid y lo entendió. En las corridas de abono de las Ventas se igualaron los precios. Otro logro fue que vinieran los abonados de siempre, porque parecía que el toreo a caballo era cosa de señoras y de niños; o que gramasen en San Fermín, donde era impensable. Para mí, eso fue un hito tras el que ya me podía retirar tranquilo.

XL. Otra de sus reivindicaciones fue la de torear toros, no novillos, y de ganaderías de renombre.

P.H.M. Me negué a seguir matando novillos. Si yo exigía un reconocimiento profesional y económico, tenía que dar a cambio un espectáculo serio, con un toro toro, con más riesgo, con más espectáculo.

XL. Si mira al futuro, ¿contempla la lidia sin sangre?

P.H.M. Sí. He hecho mis pruebas de lidia incruenta en California en unas cinco o seis actuaciones. Y artísticamente eran parecidas a lo que se puede hacer aquí.

XL. Todos sus caballos están enteros y muchos muerden, patean y organizan peleas serias.

P.H.M. Mis caballos son como a mí me gustaría ser si me reencarnara en caballo: rebeldes, con personalidad fuerte, nada sumisos… y sin castrar, claro [ríe]. Jamás castraré un caballo por muchos problemas que me cause. Es una humillación. Busco un caballo fuerte y con personalidad, que en la plaza sea especial. Estoy seleccionando un tipo de animal que a lo mejor no van a poder montar muchos jinetes, pero es con el que yo me identifico.

XL. ¿Le muerden sus propios caballos?

P.H.M. A veces, sí. Viriato, por ejemplo, no me deja montar cuando voy a salir a la plaza y me ataca. Entonces, le voy buscando fórmulas. Hubo un tiempo en el que le ponía una toallita en los ojos para que no me viera acercarme. Pero luego mutó y no se deja poner la toalla e intenta morderte. Ahora, para sujetarlo, utilizamos un tubo largo, como el que usan con los perros rabiosos, y así consigo montarme por un lateral. Pero en México aprendió a morder el tubo, a partirlo y a volver a agredirme… ¡Ese es Viriato! [se ríe]

XL. ¿Y en ese plan salen juntos al ruedo?

P.H.M. Ha habido veces que no lo he convencido y he tenido que cambiar de caballo a punto de salir a la plaza. Sin embargo, cuando consigo montar, ya somos solo uno; y en el ruedo se transmite la enorme conexión que tenemos y es ¡la bomba! Es como si nos fundiéramos el uno con el otro.

 XL. Cuentan que una vez un toro hirió a uno de sus caballos y que, al llegar a la finca, se fue con él a dar un paseo, los dos solos, para pedirle perdón por no haberlo evitado; que incluso llora y duerme en sus cuadras cuando necesitan su compañía y que no le gusta nada que lo vean entrenar.

P.H.M. No me gusta porque hay momentos en los que te adentras tanto en el alma del caballo que me perturba que haya alguien mirando, aunque esté calladito. Es algo íntimo, como hacer el amor. ¿A que a nadie le gusta que lo estén mirando en ese momento?

«¿Quién no es celoso si ama de verdad? El amor y los celos van unidos. Pero hay que aprender a controlarlos»

XL. ¿Es casi un enamoramiento?

P.H.M. Sí, claro; no lo voy a comparar con el amor hacia una persona, pero, sin enamorarte de un caballo y sin sentir esa fuerte atracción, difícilmente consigues entenderlo y vincularte a él.

XL. Entonces, ya no le pregunto si deja que otros monten sus caballos.

P.H.M. Por supuesto que no, de ninguna manera. Cuando separo un caballo para el rejoneo, ese ya solo lo monto yo. Soy muy celoso para estas cosas.

XL. En la vida civil, ¿es tan celoso también?

P.H.M. ¿Quién no es celoso si ama de verdad? El amor y los celos van unidos, pero hay que aprender a controlarlos.

XL. Miren Tardienta fue su novia de toda la vida

P.H.M. ¡Hombre, de toda la vida no! Pero sí estuvimos muchos años de novios, siete u ocho…

XL. Vivir con usted ¿es fácil? 

P.H.M. No [rotundo]. Con los años, me he dado cuenta de que soy muy muy difícil. Además, soy poquísimo de eventos sociales. Cuando termina la corrida, donde mejor estoy es en mi casa, en el campo… Soy un hombre muy austero.

XL. Tiene 49 años, ¿le preocupa?

P.H.M. Sí, porque cumplir años no tiene nada de bueno, porque ves que pasa la vida. Me hice un planteamiento de esos locos cuando empezaba a triunfar. «Si llego a los 40 toreando, me retiro». Luego pasaron los 40 y aquí sigo. De mi generación ya solo queda Bohórquez, que se retira este año. Es una decisión que llegará cuando el público me marque la salida o cuando mi condición física me lo diga.

XL. Dejar de torear es aceptar la muerte , ha dicho.

P.H.M. Unamuno decía. «Vale más morir como Ícaro que vivir toda una vida sin haber intentado volar nunca, aunque sea con alas de cera». Y yo he vivido y he volado.

PRIVADÍSIMO

  • Nació en Estella. Es el pequeño de cuatro hermanos y el único que no fue a la universidad. Dejó el colegio sin obtener el graduado escolar.
  • con cuatro años hizo de alguacilillo en la plaza de toros de Estella y a los ocho fue campeón infantil de hípica del norte.
  • Seis meses al año vive en México, donde también tiene finca, casa y yeguada. La pasada temporada toreó en 70 corridas en cada uno de los dos países.
  • En estos 25 años ha toreado a caballo en 2185 corridas.

 

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