Es una artista de raza. Gitana, para más señas. Su madre la abandonó al poco de nacer, no conoció a su padre y fue durante años una ‘niña de la calle’. Ahora, esta madre soltera de tres hijos vende sus obras a estrellas de Hollywood y jeques. Por Carlos Manuel Sánchez

Pocos sabíamos quién era esta gitana menuda y vitalista hasta que ‘Artprice’ -la base de datos número uno del mercado del arte- reveló que en 2015 había sido la pintora española más cotizada del mundo (solo por detrás de Miquel Barceló y Juan Muñoz).

Sus cuadros cuelgan ya en las mansiones de actores de Hollywood como Hugh Jackman o Halle Berry, en los palacios de jeques árabes o se acumulan incluso al cuidado del chef Gordon Ramsay, uno de los principales coleccionistas de su obra. Pero a Lita Cabellut (Sariñena, Huesca; 54 años) se la trae al pairo el éxito comercial. «Si pintara por encargo sería millonaria, ¡pero me aburriría mucho!».

Presume de española, aunque vive en Holanda desde los ochenta. Su biografía es tremenda. Su madre la abandonó al poco de nacer y no conoció a su padre. Se crio en Barcelona con su abuela, que no la llevó al colegio. A su muerte vivió en la calle, mendigando y cometiendo pequeños hurtos. Fue internada en un orfanato con 8 años y a los 13 la adoptó una familia acomodada. Un día la llevaron al Museo del Prado y Cabellut, que no sabía leer ni escribir, se quedó atónita ante los cuadros de Goya, Velázquez y Ribera. Y supo lo que quería hacer el resto de su vida. pintar.

Estudió con profesores particulares y a los 19 ingresó en la academia Rietveld de Ámsterdam. Lita Cabellut ha reinventado la pintura al fresco para dotar a sus retratos, de grandes dimensiones, de una textura atormentada, que recuerda a las cicatrices en la piel y a los cráteres lunares. Un laboratorio le sirve en exclusiva los productos químicos para tratar el lienzo después de una investigación de 5 años. Solo preparar la tela en blanco cuesta unos 3000 euros. Ha expuesto en Nueva York, Singapur, Colonia, Hong Kong, Chicago, Londres, París, Venecia, Seúl, Dubái En 2017, la fundación de Antoni Vila Casas en Barcelona le dedicará una monográfica.

Recibe a XLSemanal en su estudio de La Haya, una antigua fábrica que ha rehabilitado donde vive y trabaja. La charla se corta varias veces. para tomar un refrigerio con sus ayudantes (queso, pan de higo y agua perfumada con menta y limón); para llevar al veterinario a su perra, Aitana, que ha vomitado en la alfombra; o para responder al teléfono a sus hijos. Tiene tres, de dos padres. No está casada. «Soy madre antes que pintora. Y no hay nada más urgente que mis hijos».

XLSemanal. ¿Qué siente cuando alguien paga 140.000 euros por un cuadro suyo?

Lita Cabellut. ¡Qué importa eso! Pinto igual y con las mismas ganas cuando vendo toda una exposición y cuando no vendo nada. Vale, no he vendido… ¿Me queda dinero en el banco para comprar telas? Pues sigo. El éxito no te asegura que hayas encontrado tu camino.

XL. Pero paga las facturas

L.C. Un artista no debe temer perderlo todo. Yo me fui de una galería muy comercial que me daba muy bien de comer. Le dije a mis hijos. Si me voy, tendréis que renunciar a muchas cosas . Y dijeron. No importa, mamá. Juntamos las manos, en plan mosqueteros, y me dieron permiso para irme.

XL. ¿Les pidió permiso?

L.C. Sí, eran niños, pero maduros. Estuve dos años y medio pintando sin tener ingresos. Le dije a mis ayudantes que no podía pagarles. No podía pagarle ni a la mujer de la limpieza.

XL. ¿Y cómo se sentía?

L.C. Libre.

XL. ¿Por qué se fue?

L.C. Porque estaba agobiada. Había pintado una serie sobre prostitución infantil y me la rechazaron. Mi galerista me dijo: «No, Lita, no… Pinta más ángeles, de esos ángeles que se venden tan bien». Y estaba pintando uno de esos ángeles tan bonitos y, de repente, no pude seguir.

Cuanto tuve a mi primer hijo perdoné a mi madre por abandonarme. Para seguir viviendo y aceptarme a mí misma

XL. Y se acabaron los ángeles bonitos…

L.C. Ya no me interesan. La belleza no es eso. Es una de las armas más poderosas del ejército de la vida. ¡La belleza cura!

XL. ¿Qué cambió en su manera de pintar?

L.C. Que los colores se me volvieron anarquistas. Ya no tengo control sobre ellos. Hemos llegado a un acuerdo. vosotros hacéis lo que os dé la gana, pero sed fieles a lo que quiero decir. Cuando pinto un cuadro, no me interesa si el vestidito está bien puesto. ¿Está expresando lo que quiero expresar? Es lo que me importa.

XL. ¿Y qué quiere expresar?

L.C. La comunicación total con el ser humano, la soledad, la pasión, la locura… Unas veces la vida es terciopelo y otras es áspera. Tiene muchas texturas; ¡y es tan hipócrita no aceptarlo! ¿Por qué no podemos decir que estamos desilusionados? O ¿por qué no decir que estamos orgullosos de nosotros mismos? Es un crimen decir: «Me quiero tanto». Hablo del ser humano, de ti, de mí. Por eso pinto retratos. Cada vez que miras uno, te miras en un espejo.

Junto a dos obras de ‘The color of dew’ (‘El color del rocío’), una de sus últimas series, expuestas en marzo en Dubái

XL. ¿Tan segura estaba de sí misma como para liarse la manta a la cabeza?

L.C. Nadie está seguro de nada. Empiezas a pintar y dejas que el artista salga. Es como irte a La Mancha, que te den unos zapatos y te digan que empieces a andar. Y todo es tan grande. Y no tienes ni idea de dónde vas. El arte es una especie de kung-fu. repetición y repetición. Y con la repetición viene el oficio. Y cuando dominas muy bien el oficio, empiezas a poder expresar algo propio. Pero hay que echarle horas. Me paso tanto tiempo en el estudio que a veces pienso que soy autista.

XL. ¿Siente que ha llegado a su plenitud?

L.C. Siento que nunca he sido tan productiva. A veces sueño con un cuadro, me levanto y corro al estudio. Antes tenía más fuerza, quería hacer de todo y todo a la vez. Ahora canalizo mejor mi energía. Incluso he dejado de fumar para seguir activa lo que me quede de vida. Mi trabajo es muy físico, muy bestia. Son cuadros enormes, de tres metros. Y soy pequeña. Me cuelgo de arneses, subo a andamios. Tengo problemas de espalda por un accidente. Llevo un corsé para trabajar. Es uy sucio también. óleos, resinas, trementinas, productos tóxicos Así que me cuido. Me acuesto temprano. Tengo una vida muy aburrida, de asceta. Irme de juerga supone dos días sin poder trabajar.

Algunas de sus obras se venden por 140.000 euros. «¡Qué importa eso! Los artistas más grandes siempre han sido gente sencilla»

XL. ¿Y qué hubiera pasado de no haber tenido éxito?

L.C. Pues trabajaría igual. He trabajado siempre, criando a tres hijos sin ayuda. Ponía una alfombra en el estudio con juguetes y ahí se han criado. Nuestras conversaciones más intensas las hemos tenido allí. En el estudio te desnudas. Mueres y naces tres veces cada día. Imagínese estar pintando unos ojos durante ocho horas y, de repente, coges un paño y los borras. Y eso lo ven tus hijos. Es una lección muy profunda. Ven que todo cambia. Hoy puedes estar muy feliz y mañana llorar de soledad.

XL. O sea, que el estudio ha sido ua segunda escuela

L.C. La escuela de las cosas importantes. Aquí no han aprendido geografía, pero sí valores. Les he inculcado que deben tomar sus propias decisiones. Y asumir su responsabilidad. En un cuadro tomas 350 decisiones. Y las tienes que tomar tú. Pero tenemos tanto miedo a la libertad.

Lo del artista en al torre de marfil es patético. Hay que comprometerse. Vivimos un momento histórico tremendo

XL. ¿Y qué más les ha enseñado?

L.C. Que para pintar a alguien tienes que respetarlo. La comunicación empieza por la empatía. Lo único que no respeto es la arrogancia de los ignorantes. A los que dicen que los sirios vienen aquí a violar a nuestras mujeres les daría cuatro bofetadas. Vivimos un momento histórico tremendo, en el que se juntan el viento de la ignorancia y el fuego de la política. Europa no puede seguir mirando para otro lado. No podemos forrar una pared de rosa cuando está llena de grietas. Primero hay que reparar esas grietas y luego ya se verá. Es algo que se veía venir.

XL. ¿Desde cuándo?

L.C. Desde los ochenta. Estamos pagando el precio de esos años. Han quitado la Filosofía de las escuelas; han emborronado la percepción del bien y del mal; nos han comprado con lujos, Chanel, coches Nos prometieron que la riqueza de los de arriba llegaría también a los de abajo. Pero era mentira. El capitalismo es una religión. El gobernador de un banco central tiene más impacto que un papa.

XL. ¿Es usted religiosa?

L.C. No. Pero me haría católica con este Papa. Lo escucho y digo. ¡Ole y ole! . Me emociona. Se le ve en la cara que es un humanista. Se nota que es jesuita. Yo también. La familia que me adoptó me llevaba a ver a un jesuita en una casa de retiro. Un hombre de 80 años. Había una mesa, dos sillas, una jarrita de agua; y me hablaba de filosofía, de belleza, del ser humano. Mi ética la aprendí de él. Y eso que me decía que me entraba por una oreja y me salía por la otra. Cada vez que tomo una decisión importante, me acuerdo de él.

XL. ¿Ser gitana ha aportado algo especial a su carácter?

L.C. No me he empapado de la cultura gitana, pero la llevo en los genes. Al fin y al cabo soy hija de mi madre y nieta de mi abuela. Y veo cosas en mis hijos. El mediano siempre tenía su furgoneta ante la puerta para sentir que podía irse cuando quisiera. Hay una dimensión extra en mí. Me adapto a lo que hay. Es algo muy fuerte. Yo he dado muchos tumbos.

XL. ¿Se ha reconciliado con su madre?

L.C. Una vez fui a verla y no pude decirle nada. Me pidió que la quisiera, pero no puedo. Yo me miraba al espejo y veía que me parecía a ella, y aquello me daba muy mala onda. Pero a los 27 años tuve a mi primer hijo. Y la perdoné. Para seguir viviendo, para aceptarme a mí misma. Ahora le doy las gracias por haberme traído a este mundo. La pintura es maravillosa, pero primero soy madre.

XL. Fue mendiga, ¿qué pensó al ver a esos hinchas holandeses humillando a mendigas en Madrid?

L.C. Que parece que las guerras y los campos de concentración han sido sufrimientos inútiles. El ser humano repite las mismas injusticias y calamidades. ¡Qué lentos somos para evolucionar!

XL. ¿Cómo fue su vida en la calle?

L.C. Los ‘niños de la calle’ somos muy solidarios. Nos damos muchos tortazos, pero los niños también se dan tortazos verbales en la escuela. ¡Qué de granos tienes y cosas así! Cuando te dan una patada, puedes devolverla. Pero los mayores protegían a los pequeños. Entrábamos en las tiendas a robar paquetes de sopa. Nos sentábamos en un restaurante, pedíamos y decíamos que nuestros padres estaban fuera. Yo hacía recados a las prostitutas. Y vendía estrellas a los turistas. Estrellas imaginarias que hacía como que sacaba de una bolsita. Si lo pienso, llevo toda mi vida vendiendo estrellas.

XL. Lo describe como si hubiera sido divertido

L.C. ¡A veces lo era! Y a veces era muy duro. Pero si el niño no sabe lo que es un hogar no lo echa de menos, porque no puede comparar. Cuando me adoptaron, me di cuenta de todo lo que no había tenido. Mi pubertad fue tristísima. Porque yo en la calle tenía lo que tenía. Y un niño está contento con lo que tiene. No es más feliz con unos zapatos de 300 euros. Para él son zapatos. Cuando me dieron un bistec, no lo podía masticar del asco que me daba. Me crie sin carne. Pero la experiencia de la calle es muy útil en la vida.

XL. ¿En qué sentido?

L.C. Aquí, en Holanda, he vivido con mis hijos en un barrio difícil. Hice que pusieran árboles. Hice que se fueran los que vendían hachís. Al que venda droga a un niño, lo mato , les decía. Me ponían las bolsas de basura delante de mi puerta y yo se las tiraba encima del coche. Me encaraba con ellos y empezaron a respetarme. Porque soy de la calle. Los vecinos me decían: «Oye, Lita, que me han robado. Y yo me iba a casa de los ladrones y las cosas aparecían».

XL. Se implicaba

L.C. Es que, si no te comprometes con nada, no puedes exigirle nada a la vida. Lo del artista en la torre de marfil es patético. Cuando eres muy malo, necesitas aparentar, pero los más grandes siempre han sido gente sencilla.

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