El medio más influyente del mundo árabe está en crisis. El país que financia a la cadena, Catar, vive hoy asediado por sus vecinos. Liderados por Arabia Saudí, exigen el cierre de este canal convertido en incómodo fiscal de sus regímenes autoritarios. Acusada de sensacionalismo y de apoyar al islam radical, Al Jazeera (y Catar), sin embargo, parece decidida a resistir. Por Fernando Iriondo / Fotos: Cordon Press y Getty Images

Al Jazeera se encuentra hoy ante su crisis más grave en dos décadas de existencia. Las potencias regionales, aliadas de occidente y lideradas por Arabia Saudí -Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Egipto-, exigen su cierre. El canal de televisión en árabe más popular del planeta, con sede en el emirato petrolero de Catar -el mejor amigo de Irán en la región-, se ha convertido en una molestia para ellos.

Muchos de los actuales problemas de Al Jazeera tienen que ver con las primeras semanas de 2011, durante la llamada Primavera Árabe. En aquellos días en que los ciudadanos de varios países árabes se lanzaron a la calle para exigir el fin de dictaduras como la del egipcio Hosni Mubarak, el libio Muamar el Gadafi, el tunecino Ben Ali o el sirio Bashar el Asad (el único que sigue en el poder), la cobertura del canal, entusiástica e incesante, no tuvo rival. Las cámaras de la cadena -de sus servicios en árabe y en inglés, abierto este último cuatro años antes- parecían estar en todas partes.

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Propiedad de la familia real catarí, la cadena emite anuncios y recibe pagos de plataformas vía satélite, pero se alimenta, sobre todo, de fondos oficiales. Gracias a ellos mantiene unos modernos estudios en Doha y 70 redacciones por todo el mundo. Acaba de abrir un servicio en suajili y otro para los países de la antigua Yugoslavia

Las televisiones que cubrían aquellos países con ayuda de colaboradores locales se encontraron compitiendo contra un canal que tenía desplegados en el terreno a profesionales nativos que hablaban el árabe de cada país y contaba con sus propios equipos. De la noche a la mañana, las sospechas y criticas de los medios occidentales sobre la cadena se transformaron en admiración. «Nos encontrábamos en las calles cuando tuvieron lugar las primeras protestas», observa el británico Giles Trendle, actual director ejecutivo del canal en inglés.

La acusación más extendida contra Al Jazeera es que sus informativos están sesgados en favor del Islam más radical y politizado, sobre todo, de los Hermanos Musulmanes, el grupo islamista que ganó las primeras elecciones en Egipto tras la Primavera Árabe y con el que Catar guarda excelentes relaciones. Derrocados por los militares en 2013, su ilegalización e inclusión en la lista de grupos terroristas del Gobierno egipcio azuzó las críticas de Al Jazeera al actual régimen de El Cairo, que decretó el cierre de sus oficinas locales al poco de subir al poder.

Ser antiisraelí es otra de las acusaciones habituales contra la cadena, a lo que sus directivos replican que, en su momento, fueron el primer canal árabe en emitir declaraciones de funcionarios israelíes en directo. Lo que también fue una revelación.

Los críticos con Al Jazeera aseguran que el canal en inglés está «lleno de periodistas occidentales izquierdistas» y que funciona, en realidad, como un ejercicio de relaciones públicas para el canal en árabe, que cuenta, por cierto, con una redacción abrumadoramente masculina y de mediana edad, frente a una mayor diversidad de la versión en inglés.

Nervana Mahmoud, egipcia afincada en Reino Unido, comentarista política y crítica habitual de la cadena, subraya que su línea editorial de «libre acceso a todas las voces» implica que los islamistas sectarios y de línea dura, incluyendo los considerados terroristas por Estados Unidos, cuentan con una plataforma de funcionamiento impensable en una televisión occidental. La cadena, en su momento, programaba regularmente charlas de Yusuf al Qaradawi, dirigente espiritual de los Hermanos Musulmanes. Y en cierta ocasión, el presentador Faisal al Qassem preguntó retóricamente si los alauíes -rama del islam de la que procede la familia de El Assad- debían ser exterminados.

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Es de comprender que su tratamiento de la crisis actual entre Catar y las monarquías del Golfo sea procatarí -la cadena forma parte integral del conflicto-, pero algunos de sus empleados dicen que siempre toma partido de forma excesiva: «En Libia, el malo de la película es el general Haftar y el gobierno de concentración son los buenos. En Siria, el malo es Bashar el Assad y la oposición son los buenos. En Egipto, el presidente Sisi es el malo, un malo malísimo -asegura un editor-. El solapamiento con la política exterior de Catar es más que evidente».

Fondos de Catar

Al fin y al cabo, Al Jazeera no es una cadena comercial. Incluye anuncios y recibe pagos de las plataformas vía satélite, pero es propiedad de la familia real y su existencia depende de los fondos cataríes. De ahí las acusaciones de muleta y ariete de la política exterior del emirato.

La acusación más extendida es que sus informativos están sesgados en favor de los Hermanos Musulmanes y del islam más radical

Hasta el momento, Catar se ha mantenido firme frente a las exigencias de cierre de Arabia Saudí, y lo más probable es que Al Jazeera continúe emitiendo, mostrando esa forma de ver el mundo que la ha hecho tan popular desde que comenzara, el 1 de noviembre de 1996, a emitir y a irrumpir vía satélite en decenas de millones de hogares árabes, con un discurso y un lenguaje inéditos hasta entonces.
El 11-S y los conflictos posteriores en Afganistán e Irak dispararon el prestigio y la audiencia del conglomerado mediático catarí, presentando un punto de vista distinto al de la prensa tanto árabe como occidental, con exclusivas constantes y contactos con elementos lejos del alcance de cualquier otro medio de comunicación. Sus corresponsales, por ejemplo, siempre eran los elegidos para difundir los mensajes de Osama bin Laden, como solía suceder en las calles de Kabul, la capital afgana, cuando desde una motocicleta alguien arrojaba una cinta de vídeo frente a la redacción local de Al Jazeera.
Más tarde, lanzó su versión en inglés -bastante más sosegada que su hermana en árabe, con varios presentadores renegados de la BBC por su excesiva ‘britanicidad’- justo cuando arreciaban las críticas occidentales por su orientación antiestadounidense y los generales norteamericanos empezaban a preguntar en voz alta: «¿Cómo es que las cámaras de Al Jazeera son siempre las primeras en llegar a los escenarios de ataques contra soldados de Estados Unidos en Irak?».

La pesadilla de los políticos

A comienzos de los 90, para la mayoría de los árabes, la televisión significaba películas y culebrones egipcios, algunos programas doblados de la BBC y un noticiario creado por el departamento de propaganda de turno de cada país. Desde el primer día, Al Jazeera obligó a los políticos a responder a preguntas en público. De pronto, debían tener cuidado con lo que decían, ya que no podían dictar cómo iban a ser editadas sus palabras. Los problemas que acuciaban a las sociedades árabes empezaron a ser debatidos y las noticias se convirtieron en un acontecimiento en directo, y no un evento guionizado por los diferentes regímenes. Años y años de autocensura árabe pasaron al olvido.

Programas como The Opposite Direction, donde dos contrincantes polemizaban sin contemplaciones, eran impensables hasta entonces. Su moderador, Faisal al Qassem, un sirio-británico que venía del servicio en árabe de la BBC, se convirtió en superestrella catódica. Su frase favorita: «Si te dan un metro, tómate tres metros».

Qassem escogía los temas más delicados, enfrentaba a clérigos fundamentalistas con librepensadores, a portavoces de las monarquías petroleras con marxistas… y hubo quien salió por piernas del plató en plena emisión. Como Safinaz Kazim, una conservadora egipcia que se largó en pleno debate con Tujan al Faisal, una feminista jordana. Lo mismo hizo un ex primer ministro argelino, que exigió que dejaran de grabarle y se quedó consternado al saber que estaba en directo.

Por primera vez, los políticos árabes respondían preguntas en directo. Ya no podían controlar cómo serían editadas sus palabras

Acostumbrados a controlar los mensajes mediáticos, sin embargo, los gobernantes árabes parecen haberse hartado de la cadena y del propio gobierno catarí, que lleva décadas yendo por libre en sus relaciones diplomáticas -es el principal amigo de Irán en el golfo Pérsico-, para enojo del hegemónico poder regional saudí.

En todo caso, hay antecedentes. En 2002, sin ir más lejos, Riad llamó a consultas a su embajador en Doha después de que un grupo de disidentes saudíes hablaran abiertamente en Al Jazeera. En 2010, Kuwait clausuró la delegación de la cadena en su territorio tras haber emitido imágenes de la represión policial a los manifestantes de la Primavera Árabe local. El Gobierno egipcio, tras el golpe de Estado de 2013, imitó a Kuwait, además de arrestar a tres empleados a los que mantuvo un año encarcelados. Este enero, Jordania siguió sus pasos tras un espinoso capítulo en sus relaciones con Israel y, con el estallido de la última crisis, los países que han establecido el bloqueo a Catar también han cerrado las oficinas locales de la cadena.

Las presiones, sin embargo, no han impedido que, desde hace años, la gente conozca mejor a los presentadores de Al Jazeera que a los de su propio país: «Hay más de 20 naciones árabes -explica Salah Negm, uno de los grandes iconos de la cadena-. Antes, un marroquí no entendía a alguien del Golfo, y a la inversa». Con Al Jazeera los espectadores se han acostumbrado a los dialectos y acentos de toda la región.

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