Tras 16 años como canciller de Alemania, la faceta privada de Angela Merkel sigue oculta detrás de la oficial. Por Andreas Hoidn-Borchers y Alex Vornbäumen 

A veces se encendía un cigarrillo. Lo hacía después de reuniones especialmente largas. Pero eso era durante su época en Bonn, antes de ser canciller.

También se bañaba desnuda en el Krinertsee, un lago en el distrito de Ucker, en Brandeburgo. De eso hace todavía más tiempo. Y una vez incluso se cayó de una barca por lo borracha que iba de licor de cerezas y whisky. Eran las cuatro de la mañana. Estamos hablando de 1973. Todavía se llamaba Angela Kasner. Y la República Democrática Alemana aún tenía 18 años por delante.

Sí, es verdad, existen, hay anécdotas sobre la vida de Angela Dorothea Merkel, de 63 años y canciller de Alemania. O mejor dicho: hay esbozos de anécdotas -sobre todo procedentes del pasado más remoto- que revelan algunos detalles personales sobre la mujer que gobierna Alemania desde hace 16 años. Que contribuyen, digámoslo así, a la humanización de la ‘canciller perpetua’.

Por ejemplo, que hace el streuselkuchen, la típica tarta alemana de migas, con poca cobertura. Y que cocina roulada mientras escucha La Traviata. Que para estar por casa y en los vuelos largos suele ponerse vaqueros y chaquetas de punto. Que le gusta pasear. Que se siente muy a gusto en el valle suizo de Engadina, y en la isla napolitana de Isquia, y en el Tirol del Sur. También le gusta el tango. Y adora a Wagner.

¿Wagner? ¿Seguro? No, seguro no, ni siquiera hay certeza sobre un detalle tan nimio como ese. Antes de irse de vacaciones a Sulden, en el norte de Italia, se ha pasado como cada verano por el Festival de Bayreuth (dedicado a la representación de óperas de Wagner), acompañada por su marido. Posiblemente por insistencia de él. «No es por ella, es por él -apunta Lothar de Maizière-. Joachim Sauer es un apasionado de Wagner, pero no sé si a ella le llega tanto como a él», añade.

Lothar de Maizière fue el último jefe de gobierno de la RDA. Angela Merkel era su portavoz. La conoce de un tiempo en el que todavía ella no había levantado esa barrera protectora en torno a su persona. Y así y todo, ni él puede medir siquiera su verdadero gusto musical…

Economía de gestos

Cuanto más tiempo gobierna, mayor es la necesidad de especular sobre las razones que la llevan a tomar sus principales decisiones, como el salto a las energías renovables, la política con los refugiados o, ya estas últimas semanas, el matrimonio homosexual. Y de especular también sobre sus motivaciones. ¿Qué es lo que la mueve o quién? Porque, en este aspecto, lo en apariencia privado pasa a convertirse en factor de alta política.

Sobre sus aficiones, apenas se sabe que le gusta cocinar tartas típicas alemanas, pasear, escuchar tango y a Wagner. Pero esto último tampoco es seguro…

Muy de tarde en tarde -especialmente coincidiendo con años electorales-, Merkel deja ver un atisbo de su vida más allá del cargo, de los actos públicos, de los discursos.

De nuevo a las puertas de unas elecciones (se celebran en Alemania el próximo domingo), Angela Merkel cuenta que le gusta el lino, pero que se le arruga especialmente y -confiesa- «eso me molesta mucho». ¿Y qué dice sobre su familia patchwork, sus dos hijastros, sus hijos? «Puedes estar contenta si consigues mantener buenas relaciones con todas las partes». Y a la pregunta de si le sigue pidiendo consejo a su marido ocasionalmente responde. «No estamos todo el tiempo hablando de política, pero también es un buen consejero de forma indirecta».

Indirecta. En fin… ¿De verdad Angela Merkel es esta que vemos? Ella es muy consciente de lo rápido que puede cambiar la forma de ver las cosas en esta sociedad mediática en la que vivimos. Lo que antes se consideraba entrañable pasa a ser naíf. Tener los pies en el suelo se convierte de pronto en estrechez de horizontes. Un rasgo antes simpático muta en tic molesto. Mejor no dejar translucir mucho, mejor no dejar ver nada susceptible de ser interpretado. Ese es otro de los motivos de su economía de gestos, de su actitud reservada. Gracias a eso consigue evitar la polarización. Es su principal fortaleza. Y también la línea de comunicación de la Merkel pública y la no pública.

«Ustedes me conocen»

«Sigue siendo la mujer sin atributos», ha escrito de ella la columnista Mely Kiyak en Die Zeit. Tras 16 años como canciller, es todo un logro. «Merkel sigue a rajatabla ese consejo que te gustaría darle impreso en mayúsculas a toda mujer que pretenda dedicarse al análisis político: ‘¡Evita a toda costa contar nada referido a tu cuerpo, tu sexualidad, tus hábitos alimentarios, la educación de tus hijos o tu pareja!’».

A veces, muy de tarde en tarde, los periodistas encargados de seguir a la Merkel pública pueden presenciar un atisbo de la Merkel privada. Son momentos en los que dice cosas como: «Bueno, seguro que todos queremos irnos a cenar ya», o: «Si no se quita, va a salir en la foto».

Otra vez le pidió a su marido que le buscara unos DVD del cómico francés Louis de Funès. Dijo que quería entender mejor la hiperactividad del por entonces presidente galo, Nicolas Sarkozy.

Y en otra ocasión quiso salir a escondidas de la sede de la Cancillería a través del montacargas de la cocina. La estrategia no le funcionó. Son piezas de un puzle. Se intuye el sentido del humor, la imagen final que todas ellas forman.

La casa particular de Merkel, en el barrio de Mitte, no se puede fotografiar ni siquiera por fuera. Nunca se ha filtrado un solo detalle sobre su interior

¿Y qué hay del piso de Merkel en el céntrico barrio berlinés de Mitte? Pues es tan tabú como su dacha en el distrito brandeburgués de Ucker. Desde que es canciller, no está permitido hacer fotos del lugar, ni siquiera por fuera. Su predecesor en el cargo, Gerhard Schröder, siempre invitaba a Chirac, Blair y Putin al chalé adosado que tenía en un barrio de Hannover. En la casa particular de Merkel, en el cuarto piso de un edificio junto al canal Kuprfergraben, pegado al Museo de Pérgamo, estuvo una vez Anna Netrebko, la diva de la ópera. Pero fue una excepción. Y tampoco contó nada.

¿Qué hay detrás de la fachada del edificio? ¿Qué estilo le pegan a Merkel y a su marido, un hombre que, por lo que se ve en las fotos, no parece precisamente un dechado de alegría? ¿Quizá un chico funcional? ¿Durabilidad por encima de todo?

Sí sabemos que ella cocina y hace la lista de la compra, y que el que va al supermercado habitualmente es él. De la limpieza se encargan los dos, por turnos, cuando no va la asistenta. Si la agenda se le complica a la canciller, él tiende la colada sin que haya que pedírselo. ¿Quién es el encargado de planchar? Eso ya no lo sabe nadie.

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De las pocas cosas que se saben de la vida privada de la canciller es que, en casa, es ella quien hace la lista de la compra y que es su marido quien suele ir al supermercado. Contadas veces lo ha hecho ella y, desde luego, no ha pasado inadvertida. Aquí, el 24 de diciembre de 2016, haciendo la compra de Navidad.

En 2004, cuando aún era presidenta de la CDU, le preguntaron cuánto tiempo le quedaba para disfrutar de su vida privada. «Todo el que es estrictamente necesario para poder sobrevivir», respondió. Con los años, la ecuación ha quedado de la siguiente manera: cuanta menos vida privada, más me puedo concentrar en la política. Su tiempo libre se ha vuelto extremadamente escaso. Habla por teléfono con los grandes dirigentes mundiales, incluso durante las vacaciones y los fines de semana. ¿Y por qué tan limitada vida privada debería ser del conocimiento público? Simplemente porque, en su caso, la vida privada lleva bastante tiempo siendo política. «Ustedes me conocen», dijo una vez… Sí, claro que la conocemos. Pero ¿sabemos quién es en realidad?

EL HOMBRE DE LAS TRECE PALABRAS

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Angela Merkel con su marido Joachim Sauer / Reuters (Cordon)

En sus 16 años como canciller, Angela Merkel ha mantenido a su marido, Joachim Sauer, en la sombra. Sin embargo, él es -supuestamente- su principal confidente. Vemos imágenes suyas en contadas ocasiones.

A veces, muy de vez en cuando, Sauer acompaña a la canciller en los viajes oficiales… si el anfitrión le llama la atención: Obama, el Papa. No estuvo presente en la primera toma de posesión de su esposa en el Bundestag. El prestigioso profesor de Química tenía cosas que hacer en su instituto. Por lo que se ve, cosas muy importantes. Lo mismo que en la segunda toma de posesión. Y en la tercera.

A veces la canciller dice: «Achim, dilo tú».

Y él… bueno, él dice poco.

Una vez, una única vez, Joachim Sauer concedió una entrevista fuera del hermético mundo de las publicaciones científicas. La conversación giró exclusivamente en torno a su amor por la música. Era la condición que había puesto. Otra vez, esa única vez, Sauer habló delante de un micrófono, hace un montón de años. Un periodista de la ARD le preguntó si se sentía orgulloso de su mujer. «¿Orgulloso de mi mujer? Sí, hay razones para estarlo. Por sus éxitos profesionales».

Trece palabras. Unos meses más y la cuenta le saldrá a una palabra pronunciada en público por cada año de su esposa al frente de la Cancillería.

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