«El artista más potente del mundo». Así se lo conoce en el Ambiente del arte. Pero Ai Weiwei es, ante todo, un disidente. Y lo ha sido desde niño, cuando sufrió el exilio al que Mao Zedong condenó a su padre. Por Fernando Goitia

Instalado en Berlín, ha ideado un documental sobre refugiados que lo ha llevado por todo el planeta.

La mirada de Ai Weiwei contiene la historia reciente de su país. Su expresión de anciano sabio extraída de una milenaria narración china es hiriente, profunda; reflejo de una vida de oposición al opresivo régimen instaurado por Mao Zedong hace 68 años. No en vano Weiwei ha sido un disidente toda su vida. Desde que nació. Literalmente.

Ocurrió en Pekín en 1957, año en que el Gran Timonel de la revolución envió al destierro a su padre, el poeta Ai Qing. Nadie sospechaba entonces que aquel castigo, que convirtió la infancia del pequeño Weiwei en un infierno de privaciones y humillaciones, ejercería como gran impulso vital y creativo a uno de los grandes enemigos del Partido Comunista Chino. Artista conceptual de raíces dadaístas, hondamente inspirado por Marcel Duchamp, este hijo de la represión ha hecho de su obra un enfrentamiento permanente con las autoridades de su país, que llevan años intentando frenar su activismo.

En 2009, agentes de paisano lo golpearon en un hotel de Sichuan tras denunciar la falta de transparencia oficial sobre las víctimas de un terremoto. La paliza le produjo una hemorragia cerebral, pero, lejos de moderarse, convirtió la cirugía consiguiente en un documental. Más tarde fue sometido a arresto domiciliario y privado del pasaporte y en 2011, tras ser encarcelado sin cargos durante 81 días, pasó un lustro sometido a vigilancia y sin poder salir de su país. Sin cortarse un pelo, el artista respondió esta vez con un irreverente videoclip, disponible en YouTube, titulado Dumbass (‘Tonto del culo’), en el que hace mofa de su periodo en prisión.

«Los poderosos hacen lo posible para evitar que los pobres se levanten. No quieren que acaben las guerras. ¿Cómo van a dejar de ganar billones con la venta de armas? El poder económico mueve al ser humano»

Weiwei reside en Berlín desde 2015, año en que una de sus obras –Circle of animals/Zodiac heads– superó en una subasta los 4,5 millones de euros. Llegó a Europa, por cierto, en plena crisis de refugiados en las islas griegas y, tras viajar a Lesbos, inició un documental titulado Human flow (‘Marea humana’, estreno: el 6 de abril), que recorre 40 campos de refugiados por 23 países. En un hotel de Valladolid habla sobre este asunto con XLSemanal, pero también de China y Occidente, arte, activismo, represión, censura y sobre todo de su mejor creación: él mismo. Es decir, este personaje inquietante que te mira como si quisiera horadarte el cerebro y, en silencio, desafiante, explora tu rostro en busca de algo revelador.

XLSemanal. Suele decir que, más que artista, se considera un disidente. Lo que usted hace, entonces, ¿no es arte?

Ai Wewei. Sí, a ver, es que yo solo soy artista a ratos [sonríe con malicia]… En fin, sí, ¿por qué la gente cree que soy un artista? Supongo que todo activismo creativo, cuando funciona, se convierte en una obra de arte. Del mismo modo en que toda buena obra de arte que se implique con la realidad y la política es una forma de activismo.

XL. ¿Alguna vez se ha imaginado una vida, digamos, convencional?

A.W. La verdad es que no. Ha sido un camino duro y doloroso, lleno de dificultades, pero también me ha proporcionado alegrías. Las dificultades te ayudan a apreciar esos momentos. Mi padre, que era poeta, me descubrió a Whitman, Neruda y Rimbaud, gente que me hizo sentir que existían otras posibilidades y que luchar era sinónimo de libertad. Todos deberíamos asumir un compromiso, participar de forma proactiva en política, porque la política es todo. Ojalá todo el mundo reflexionara sobre los problemas sociales.

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Weiwei llegó a Nueva York con 24 años y vivió allí otros 12. «De pronto, mi lengua, mis conocimientos… no me servían de nada». Fue a estudiar diseño, pero pronto lo dejó para dibujar caricaturas en la calle mientras trabajaba como peón o de jardinero. Casi todo lo que pintó entonces lo tiró a la basura. «Fue una fase muy formativa», dice

XL. En Europa, todo el mundo parece haber olvidado la crisis migratoria de 2015 y que los refugiados siguen ahí. ¿Es esa su intención con su documental Human flow, que reflexionemos sobre este problema?

A.W. Mi objetivo último es llegar a la gente con influencia, a quienes tienen la responsabilidad y la posibilidad de ayudar. Ya es hora de que la Comunidad Internacional ponga en su agenda a los refugiados y afronte este problema. En los países democráticos, como el suyo, cada persona puede implicarse y desempeñar un papel. Vivimos una crisis humanitaria mundial y muchos asisten a ello como espectadores, pero nos afecta a todos. Una sociedad moderna solo es posible si aceptamos la diferencia, la mezcla, el intercambio. Eso significa modernidad. aceptar la diferencia.

XL. En ese aspecto, da la impresión de que vamos hacia atrás. En Occidente se observa una tendencia creciente a encerrarnos en nosotros mismos…

A.W. Es cierto, y la imagen de Europa como tierra de acogida se ha hecho pedazos en todo el mundo. Incluso entre los europeos crece la desconfianza sobre la libre circulación de personas y mercancías. Sienten que están perdiendo riqueza, que viven en una sociedad psicológicamente corrompida; ahí están el brexit, el auge de la extrema derecha, regiones que quieren levantar nuevas fronteras…

XL. En su documental subraya, de hecho, que existen muros y vallas fronterizas en 70 países. Muchos más que con la Guerra Fría…

A.W. Así es, ¿por qué tantos muros? Es la historia de la humanidad: asustar a la gente para que te apoye. El miedo es la principal arma del poder para dividir a la gente. Les dicen: «¡Qué vienen!, ¡os van a quitar el pan!». Los poderosos no quieren que deje de haber guerras y conflictos. ¿Dejar de ganar billones con la venta de armas? El poder económico es lo que mueve al ser humano. El mercado libre que nos han vendido no significa, en realidad, más libertad, sino más dinero para los poderosos y más pobreza para los pobres de todo el mundo. Ha crecido el poder de los bancos y de los mercados de valores, que son las herramientas del capitalismo para dominar y dirigir los deseos de los ciudadanos.

XL. El régimen chino se autodenomina comunista y acumula todo el poder y dirige los deseos de sus ciudadanos sin necesidad de dichas herramientas…

A.W. Lo sé, y esa es la cuestión: los poderosos siempre hacen lo posible para evitar que los pobres se levanten. En eso, todos funcionan igual. Solo les importa el dinero. Todos los países capitalistas, por ejemplo, hacen negocios con China.

«Dice un viejo proverbio que, cuando tu cuerpo ya está infestado de pulgas, dejan de picarte. Tengo tantos problemas por haber criticado al régimen que ya no temo decir lo que pienso»

XL. Occidente denuncia violaciones de derechos humanos en países que se definen comunistas o socialistas como Cuba, Venezuela o Corea del Norte, pero nadie se mete con China. ¿Qué le parece?

A.W. Que todos quieren llevarse bien con China para ‘forrarse’. Hay mano de obra eficaz, abundante y barata, es un gran mercado; y con un poder tan centralizado hacer negocios resulta más sencillo que en otros países. La contaminación se ha disparado, la corrupción, los derechos humanos… «No nos importa, son problemas internos». Si reconoces que Taiwán es una parte de China y no apoyas al Dalai Lama tienes las puertas abiertas. Nadie exige avances sociales ni democracia ni libertad de expresión; China es un país sin verdad, justicia ni alma. Y en los últimos 30 años, Europa se ha beneficiado de ello. «Mientras nos salgan las cuentas, qué nos importa».

XL. Los chinos jamás han conocido un régimen democrático. ¿Siente que los europeos damos la democracia por sentada?

A.W. Sí, y eso es parte del problema. En China los ciudadanos no tienen cómo comparar, no conocen la separación de poderes, solo saben lo que les dice el Gobierno y si les cuentan que luchan contra la corrupción, pues muchos así lo creen. Pero la corrupción no es una cuestión de personas, sino del sistema, de la sociedad en su conjunto. Y no se puede hacer nada, el control es total.

XL. En su último congreso, el Partido Comunista Chino se comprometió a luchar contra la corrupción. ¿Qué lectura hace usted de esta promesa?

A.W. Eso solo significa que el control del Partido sobre el país será más absoluto todavía. Todas las campañas contra la corrupción en China están pensadas para eliminar disidentes. Sin un poder judicial independiente no hay juicios justos. Puedes condenar a quién te dé la gana y presentarte como un adalid contra los corruptos.

XL. El presidente Xi Jinping también hizo hincapié en la lucha contra la contaminación. ¿Considera esta intención otra patraña?

A.W. Sí, sí, es algo muy superficial, para contentar a la población y a los europeos. China se aprovecha de la debilidad ideológica de Europa y gracias a Occidente es hoy la segunda potencia mundial. Los políticos occidentales no tienen una visión clara de con quién lidian cuando tratan con China.

XL. No espera cambio positivo alguno, entonces…

A.W. Ni por un momento. Xi Jinping anunció una nueva era, pero, como dice un viejo proverbio chino, se cambia el contenido, pero es la misma botella. El sistema sigue intacto, lo esencial no varía. Con el nuevo Comité Central se plantean, sí, nuevos objetivos de desarrollo social, pero la judicatura no obtiene más independencia y la población sigue sin poder opinar. Nada cambia.

XL. Durante tres décadas, con Mao, las purgas de políticos e intelectuales, como su padre, fueron constantes. ¿Hasta qué punto ha sido un lastre para la evolución de China en términos culturales y políticos?

A.W. Esa es una forma muy amable de plantear la cuestión. Desde el Movimiento Antiderechista (entre 1957 y 1959, Mao lanzó sus primeras purgas, poco después de haber alentado la crítica y el debate entre los intelectuales), en China no se permite la disidencia. La opinión pública no existe y la censura es cada vez más rigurosa. Internet está bajo supervisión absoluta, no puedes publicar comentarios con términos específicos. En todo caso, las escasas voces divergentes que hay no critican la parte sustancial del poder.

«Ir a China es muy peligroso. Mis dos abogados están presos por unos tuits. Mis amigos me piden que no vuelva. Cada vez que llamo a mi madre, me dice: ‘Hijo, no se te ocurra regresar jamás'»

XL. A su padre lo desterraron por «derechista» el año en que usted nació. ¿Cómo le ha marcado aquella infancia de destierro y marginación?

A.W. Totalmente, claro, viví así mis primeros 19 años. Con el tiempo, en todo caso, entendí que lo que sufrió y luchó mi padre es apenas una pequeña parte de la lucha del ser humano en general. Una lucha sin fin. Así es la realidad del mundo. La vida es corta y apenas contamos con un momento para alzar la voz o utilizar nuestras escasas habilidades, pero si sumamos las de todos quizá se consigan cambios.

XL. ¿De niño pintaba, esculpía, tenía inquietudes artísticas…?

A.W. No me fijaba mucho en el mundo artístico. Éramos muy pobres. Mira, yo crecí en la oscuridad, sin velas siquiera; solo teníamos unas lámparas baratas de gas cuyo humo te dejaba la cara negra. Por eso recuerdo bien mi primera visión de Nueva York desde el aire (vivió allí de 1981 a 1993): aquel mar de luces, la energía…

XL. Pero su padre era poeta, artista…

A.W. Sí, solo que el régimen le prohibió escribir… Pero sí, mi primer amor fue la poesía. Luego, al volver a Pekín, con 19 años, me apunté a la Academia de Cine: adoraba a Fellini, Taxi driver, El Padrino

XL. En 2011 fue detenido y pasó 81 días preso. Se habló de delitos económicos, pero nadie presentó cargos. ¿Qué pasó?

A.W. Bueno, buscaban una excusa para detenerme, nada más. Si yo hubiera evadido impuestos o algo parecido seguiría preso, sin duda. Pero el Gobierno nunca presentó cargos. Así son las cosas.

XL. ¿Cómo es su situación actual con respecto a las autoridades chinas?

A.W. Verá, es que como esta entrevista podrán leerla en China prefiero no decir nada [se ríe]. No, en serio, dice un viejo proverbio que cuando tu cuerpo ya está infestado de pulgas, dejan de picarte. Vamos, que tengo tantos problemas por haber criticado tanto al régimen que no tengo reparos en decir lo que pienso.

XL. ¿Cuándo fue a China la última vez?

A.W. Hace año y medio. Quería ver si podía entrar, pero sigue siendo muy peligroso. Mis dos abogados, sin ir más lejos, están presos por publicar unos tuits. Mis familiares y amigos me piden que no vuelva. Cada vez que llamo a mi madre, que tiene 80 y pico años, me dice: «Hijo, no se te ocurra volver jamás».

XL. ¿Cómo es su vida en Berlín?

A.W. Vivo enclaustrado en mi estudio. Apenas salgo, trabajo siete días por semana y nunca me cojo vacaciones. El trabajo me mantiene ocupado.

El sufrimiento de mi padre

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Mi padre, el poeta Ai Qing, lo condenaron a trabajos forzados el mismo año en que yo nací. Durante 20 años, hasta que murió Mao, el Gobierno no le permitió escribir, marginado por completo. Primero, nos enviaron a las granjas de Manchuria y, después, cerca del desierto de Gobi. Pasó cinco años limpiando baños en un pueblo de 200 personas; eran letrinas en unas condiciones que no puedes imaginar. Eso y la malnutrición le afectaron la salud; era una persona que enfermaba fácilmente, perdió la visión de un ojo, intentó suicidarse… Vivimos en una especie de cueva que excavamos en la tierra, la tapábamos con ramas y allí dormíamos. Por eso me veo reflejado en los refugiados, sobre todo en los niños, por aquella infancia que tuve».

Comprometido con los refugiados

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El documental Human flow es la obra más visible de Ai Weiwei sobre refugiados, pero no la única. En 2015 recreó así (foto) al niño Aylan Kurdi, ahogado en aguas turcas, y forró también la Konzerthaus berlinesa con 14.000 chalecos salvavidas traídos de Lesbos. Este octubre abarrotó una galería de arte de Nueva York con ropa y objetos abandonados por refugiados en un campo griego. Estos días exhibe en Praga una instalación que consiste en una inmensa zódiac repleta de refugiados.

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