Miles de mujeres como estas cruzaban todos los días la frontera entre España y Marruecos con toneladas de mercancía sobre sus espaldas. Todo, por 20 euros. Sin derechos, expuestas a los golpes y jugándose la vida por las avalanchas. Así era la vida de las porteadoras antes del cierre de fronteras provocado por la crisis del coronavirus y que ha dejado a estas mujeres sin su sustento. Por Fernando del Berro [publicado 14/02/2018]

Son las cinco de la madrugada cuando Soad (de 22 años) y su hermana Umeima (de 20) se bajan de un taxi procedente de Fnideq, un pueblo marroquí a pocos kilómetros de la estrecha lengua metálica que separa Europa de África. Las mujeres se dirigen a la frontera para entrar en Ceuta, donde se cargarán gigantescos bultos a la espalda. No son las únicas. Aunque hasta las siete de la mañana no correrán los cerrojos de la verja, decenas de porteadoras aguantan ya la fría brisa que brota desde la orilla del mar.

Se atan a la cintura varios pares de zapatos, se amarran cajas de bragas a los muslos… y sobre la espalda se ciñen el fardo

Al alba son ya centenares las congregadas alrededor de la puerta, y comienzan a mostrarse impacientes. Los policías marroquíes se posicionan con movimientos suaves. Eso significa que en unos instantes abrirán la puerta. Miles de ojos se clavan en los guardias. Algunas gaviotas saltarinas retoman asustadas el cielo. La verja se convierte en un enjambre humano.

mujeres pasan mercancia frontera de marruecos

Siempre son mujeres. La mayoría de las mujeres porteadoras tiene entre 35 y 60 años y son madres solteras, divorciadas o viudas. Muchas de ellas, sin formación, y el 80 por ciento, analfabetas

Una fuerza bruta, que es mayor que la suma de cientos de fuerzas individuales, empuja a Soad y a su hermana Umeima hacia los mejaznis (Policía Militar marroquí), que a golpe de porra y cinturón tratan de poner orden. Las golpean a ellas, pero, si estas mujeres no se detienen, no es porque no quieran, sino porque es la multitud quien las dirige. Sus cuerpos se han convertido en marionetas.

Soad no entiende lo que está sucediendo. Cuando la muchedumbre le desgarra la chilaba, ni el hiyab desbaratado oculta el pánico que se dibuja en sus ojos. Ha perdido de vista a su hermana y, ahora, su nariz se clava contra la espalda de la persona que tiene delante. El corazón le atiza el cuello como un martillo. «Estaba aprisionada entre dos cuerpos -relata Umeima-, entonces la Policía volvió a cerrar la puerta y empezó a golpearnos». Los guardias apalean como quien pone orden en el ganado desbocado. Y esto solo complica la situación. La multitud ruge y se sobrecoge. Soad amaga con salir corriendo, pero cae al suelo sin saber cómo. Y es el asfalto el que detiene su cabeza con un golpe seco.

Todas quieren ser las primeras en pasar la valla

Cuanto antes se cruce, más posibilidades existen de cargar la espalda con las mercancías del polígono ceutí, y así después cruzar de nuevo a Marruecos a por más. cada cruce es un respiro de 20 euros y, si hay suerte y la cosa está fluida, es posible hacer dos viajes, con lo que se duplica la ganancia.

Estas mujeres son el sostén de sus hogares y tienen una gran dificultad para ganarse la vida de otro modo

Si Soad no se hubiera desplomado de cabeza, habría sorteado la frontera y habría callejeado a pie los dos kilómetros que conducen a las naves de Ceuta. Y tras unos segundos de regateo con el dueño de la mercancía, habría agarrado un rollo de cinta de embalar para atarse a la cintura varios pares de zapatos chinos, adheridos a su abdomen. Quizá una manta de colores apretada contra su pecho, posiblemente varias cajas de bragas amarradas al muslo izquierdo y otros tantos paquetes de calzoncillos sintéticos forrando la pierna derecha.

Y tras taparlo todo con la chilaba, alzaría un bulto de entre 50 y 80 kilos

Un fardo con las costuras a punto de reventar por incontables tetrabriks, mantas, paquetes de patatas fritas y pañales. Todo, atado a sus hombros con la frágil tensión de unas telas deshilachadas. Y así Soad habría avanzado de nuevo hacia la frontera. hinchada, tambaleándose como una mujer a punto de ser aplastada.

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A 500 metros de la valla, el cliente de la mercancía recoge el bulto y paga 20 euros a la porteadora por cruzar la frontera

Y en la cola, de nuevo camino a Marruecos, a Soad se le habrían quebrado quizá las piernas por el peso de los paquetes y al largo tiempo de espera. Posiblemente otras mujeres habrían comenzado a colarse y varios grupos de hombres habrían empujado con fuerza desde atrás. Y eso habría degenerado en una nueva avalancha, esta vez en el lado español. Pero si con la ayuda de su hermana hubiera superado el empuje de la muchedumbre, ya estaría otra vez en Marruecos, en el parking, una explanada polvorienta, a 500 metros de la valla, donde el cliente de la mercancía recogería el bulto y le pagaría esos 20 euros.

Pero no, nada de esto sucedió. Su jornada laboral quedó sepultada en el lado marroquí, en la primera avalancha de la mañana. Su hermana recuerda que «de camino a casa nos acercamos al médico. Le hizo una radiografía y le dijo que no tenía nada».

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Umeina sostiene una foto de su hermana Soad, una de las siete mujeres que en los últimos meses han muerto por las avalanchas. Extraoficialmente, las porteadoras dicen que las muertas son muchas más, pero que la Policía marroquí amenaza a las familias para que no hablen

La familia de Soad vive desde hace años en el barrio de La Condesa, una riada de calles y casas teñidas de azul que descienden colina abajo como torrentes hambrientos de mar. La localidad marroquí de Fnideq creció mucho en los últimos años con la llegada de migrantes procedentes del interior del país magrebí. Todos iban atraídos por el imán de empleo que supone el comercio fronterizo. Tener la residencia en esa provincia permite entrar legalmente en Ceuta sin necesidad de visado. Pero solo para trabajar. Algo posible gracias a una excepción acordada por España y la Unión Europea en el tratado de libre circulación de Schengen.

Al día siguiente, como los dolores de cabeza persistían, Soad y su hermana acudieron otra vez al médico. De nuevo no hubo un diagnóstico claro, pero sí tratamiento inmediato. traslado urgente al hospital de Tetuán. Por entonces, los negros ojos de Soad ya comenzaban a flaquear. Su cuerpo se apagó durante el viaje en ambulancia. Llegó muerta al hospital.

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La Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía insiste en la urgencia de instaurar medidas protectoras para las porteadoras. En primer lugar, que se les permita usar carritos y que se imponga un peso máximo de 20 kilos por bulto. E infraestructuras básicas, como baños públicos, asientos y zonas de sombra. Y, sobre todo, que se regule el trabajo para garantizar sus derechos

Soad llevaba un mes cargando bultos por la frontera. Tras hacerle la autopsia, una nota del Ministerio de Sanidad marroquí concluía que había fallecido por las complicaciones derivadas de un ataque al corazón en la frontera. La familia lo desmiente. «No tenía ningún problema cardiaco. No nos entregaron las radiografías que le hicieron en la cabeza el mismo día de la avalancha. Y tampoco el informe de la autopsia», recuerda Umeima. Oficialmente, Soad es una de las siete mujeres que en los últimos diez meses se han dejado la vida en el lado marroquí a causa de las avalanchas diarias. Las últimas dos víctimas fallecieron el pasado 15 de enero. Extraoficialmente, las porteadoras insisten en que la frontera se ha llevado a más mujeres, pero que «el Gobierno y la Policía marroquí amenazan a las familias para que no hablen».

Las porteadoreas son cruciales para el comercio entre España y Marruecos. Coloquialmente lo llaman ‘comercio atípico’. Es atípico porque no es ilegal, pero tampoco es legal. Es alegal. Por eso, no hay relación laboral entre porteadoras y comerciantes. Ni en el lado marroquí ni en el español. Lo que se traduce en una ausencia total de seguridad en el trabajo.

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«Hoy voy tranquila. El bulto no es muy pesado» Asma tiene 24 años. Estudió para estilista, pero no encuentra otra cosa y tiene tres hijas. Ya ha sufrido desmayos y accidentes en las avalanchas. Ahora va con muletas por un esguince

¿Y que por qué no se legaliza este comercio?

Según explica la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía en su informe de 2016, no se hace porque estamos ante un paso fronterizo que oficialmente no tiene aduana comercial. Solo está orientado al trasiego de personas y vehículos, no de mercancías. Y esto es así porque si Marruecos establece una aduana comercial con Ceuta, estaría reconociendo la soberanía española de la ciudad autónoma. Algo de lo que oficialmente reniega. Así pues, no se reconoce una actividad comercial donde en teoría no debe haberla.

Cargadas, se tambalean a punto de caer y ser aplastadas. Y, cuando se producen los tumultos, la Policía marroquí las apalea como a ganado

Además, este comercio beneficia a ambas partes. Para Ceuta representa el 70 por ciento de su actividad económica y permite a sus comerciantes evitar tasas aduaneras. Ceuta tiene estatus de puerto franco, lo que supone importantes reducciones fiscales. Esto implica que un comerciante de cualquier parte del mundo encontrará más rentable introducir mercancías en África desde Ceuta que desde, por ejemplo, la cercana ciudad marroquí de Tánger. A través de Tánger, la mercancía debería pagar un 40 por ciento en impuestos. En cambio, por Ceuta, el cargo sería solo del IPSI (un máximo del 10 por ciento) y el coste de la porteadora, además de la ‘mordida’ a la Policía y autoridades marroquíes (que en conjunto no suele llegar al 10 por ciento). Es decir, como mucho, el 20 por ciento en impuestos.

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De vuelta a Marruecos… Las porteadoras ya han recogido la mercancía en Ceuta y regresan cargadas a Marruecos

¿Y qué saca Marruecos? Aunque la entrada de estas mercancías supone una competencia desleal, según la Cámara de Comercio Americana de Casablanca, 45.000 personas se benefician directamente del comercio atípico e indirectamente otras 400.000. Así que Marruecos decidió que no consideraba mercancía importada a todo aquello que una persona lleve encima como equipaje personal.

La parte más dura de esos millones de euros que se mueven en esta frontera recae sobre la espalda de mujeres. Mujeres que no pueden encontrar otro trabajo. Es el caso de Asma, porteadora de 24 años que se desplaza a la frontera a diario desde la ciudad marroquí de Tetuán. Se formó como estilista, pero no encuentra trabajo, así que probó suerte en la frontera. «Estoy casada y tengo tres hijas, este trabajo es lo único que me permite pagar el alquiler, de 100 euros, y un crédito que pedí para amueblar mi casa».

Es un comercio alegal. En Ceuta se pagan menos impuestos por pasar mercancía, y Marruecos considera que todo lo que uno sea capaz de llevar encima es equipaje personal

Asma camina a ritmo pausado con una muleta por las naves del polígono ceutí. Cojea por un esguince que se hizo en una de las avalanchas diarias del lado marroquí. Eso no le impide sonreír mientras regatea precios con los comerciantes. «Hoy voy tranquila porque el bulto se paga a entre 25 y 35 euros y no es muy pesado -dice-. Es en el lado marroquí donde hay caos. A este lado está todo organizado». Lo que es verdad… hasta cierto punto. La Policía española despliega en el lado ceutí unos circuitos mediante vallas, los cuales estiran la multitud para minimizar las aglomeraciones. Pero eso no evita las avalanchas cuando las colas no avanzan.

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En el lado ceutí, la Policía española, más organizada que la marroquí, cuenta con vallas que eviten las aglomeraciones y avalanchas. Todas las porteadoras quieren pasar las primeras. solo así podrían cruzar dos veces la frontera y ganar más dinero

La tímida fila en la que Asma espera con su bulto para cruzar de nuevo hacia Marruecos se convierte una hora después en una masa deforme. Cuando se abre la puerta, un grupo de mujeres empieza a colarse. Una tras otra. Así que Asma también lo hace. «Si he venido hasta aquí, es para trabajar. No puedo volver a casa sin dinero», masculla. La Policía grita para que la gente se calme, pero nadie hace caso. La multitud se inflama, se agita, hasta que se vuelve un ente ingobernable. La Policía cierra la puerta, lo que comprime contra la valla a los primeros de la fila, porque desde atrás siguen empujando. Asma siente que le falta el aire. Entonces se le achican las fuerzas y cae al suelo. Sus ojos están cerrados. Alguien llama a una ambulancia.

Hoy, Asma ha tenido suerte. Ha sido solo un desmayo. Atrás quedan el murmullo del gentío, una nube de plásticos, cuerdas y polvo y las rodillas hincadas en el asfalto entre infinitos zapatos sin nombre.

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