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EL BLOC DEL CARTERO

Mil

Lorenzo Silva

Domingo, 14 de Noviembre 2021, 01:27h

Tiempo de lectura: 5 min

A veces, la luz es una carta. Lo cuenta una de las que hoy nos habla de la que a diario les envían a los niños de La Palma unos niños de Burgos. Mil semanas leyendo las cartas que llegan a este buzón –produce vértigo hacer el cálculo, sobre ciento y muchas mil– permiten a este cartero atestiguarlo. En ocasiones, la carta de un lector –joven o anciano, hombre o mujer, de ciudad o de pueblo, conservador o progresista– ha proyectado a través de la rendija de este pequeño espacio el resplandor que iluminaba un ángulo oscuro de las cosas. En ocasiones, valga esta confesión personal, le ha servido a quien la leía para hacerse una idea más cabal, menos estereotipada y prejuiciosa, de sus semejantes, de sí mismo y del mundo que todos habitamos. Con gratitud se les sigue leyendo.

Cartas de los lectores

• Las cartas que no arden

Cada mañana, me levanto y voy a mi trabajo. Sobre las diez y media suelo tomar un café con leche (en vaso, no en taza) en cierta cafetería, cerca del centro y de la sede de la Junta de Castilla y León, en una rotonda de la avenida de Cantabria de Burgos. Mientras degusto ese café templado, por si hay que salir corriendo por asuntos laborales, llevo días observando algo. Frente a esa cafetería se encuentra uno de los pocos buzones de Correos; digo pocos porque, la verdad, no hay muchos en mi ciudad. Como decía, sobre esa hora, veo a una pequeña manada de minimujeres y hombres de unos seis años, pastoreados por una joven profesora de unos veinticinco. Los veo echar una carta entre todos. Me extraña esa actitud y, curioso, pregunto a la camarera y a una chica que trabaja en una mutua de accidentes laborales que también toma café. Me cuentan que esos niños y niñas lo hacen cada mañana y que esas cartas van dirigidas a colegios de La Palma. Que contienen dibujos y palabras de aliento y cariño para los niños de la isla. No sé si es verdad, quiero creerlo, pues esas cartas nunca las quemará la lava del volcán. Os quiero, chiquitines.

Miguel Rodrigo. Burgos


• De la autoestima al autoestigma

Muchas personas sufrimos el descrédito y la discriminación social, también la chanza o el desprecio de todo lo que pensemos y hagamos, por pertenecer al colectivo de las personas psiquiatrizadas, vulgarmente llamadas 'locas'. No pedimos un trato privilegiado ni condescendiente, pero tampoco merecemos estar en la lista de potenciales peligros o generadores solo de problemas, pues tenemos mucho que aportar. Del aplastamiento de la autoestima, que trae sufrir un internamiento y tratamiento agresivos que procuran más sufrimiento que alivio, pasamos al autoestigma por creernos, nuestros familiares y nosotros, culpables de un problema que merece los castigos de la soledad, el silencio y el miedo ajenos. Todo esto es producto de la ignorancia y el sensacionalismo generalizados, salvo contadas excepciones que nos animan a dar lo mejor de nuestras mentes.

Antonia Adán Pérez. Donostia-San Sebastián


•Después de veinte años

Terminé mi trabajo como maestro en el colegio Las Palmeras de Córdoba. Me jubilé y empecé una nueva vida. Pero no me senté, aunque ganas no me faltaban, porque el cuerpo, malévolamente, jugaba contra mí, poniéndome piedras en mi camino. Dice el libro sagrado que el hombre, desde que nace, está abocado a la fosa. Cambié de residencia y la fijé a orillas del mar, pero la nostalgia de las cosas vividas, los paisajes que contemplé, los amigos, la familia, me hacen volver de vez en cuando a Córdoba. Largo es el camino hasta allí, se hace pesada tanta carretera y, al llegar, descansas. Quieres verlo todo, saludar a todos, pisar los sitios que pisaste, hacer lo que hiciste tantos años, disfrutar del momento que, a lo mejor, ya no se repite y, cómo no, ¡llevarte las cosas de aquí, de comer, que allí no hay! En eso estoy, comprando pan, teleras, dulces, pastel cordobés, magdalenas, en el horno tan célebre del Brillante, cuando alguien me pregunta si soy don Fulano, a lo que le digo que sí. Es un joven al que no veo hace veinte años, del colegio, que yace sentado con la mano extendida, haciendo lo que no quiere, pedir, porque se ha quedado sin trabajo. Quiero decir que lo que llevaba para allá se quedó aquí, porque hace más falta en esa familia. ¡Maldito paro!

Cayetano Peláez del Rosal. Córdoba


•Mi 31 de octubre

¿Buñuelos o calabazas? ¿Flores sobre las tumbas o flores en la cabeza? ¿Recuerdo y oración por los que no están o atracón de pelis de terror? Siempre nos dan a elegir: A o B; truco o trato; Todos los Santos o Halloween... Desde hace un tiempo, dice mi madre, el 31 de octubre ha dejado de ser 'la víspera del recuerdo por los que no están' por 'la noche de los disfraces'... Que, cuando ella era pequeña, esto no existía... Yo tengo catorce años y me ha tocado vivir en esta época, donde algún día iré a una fiesta de Halloween (sí, fiesta anglosajona, importada, como tantas otras cosas), pero seguiré acordándome, como cada día, de mi bisabuela. ¡Te echo de menos, abu!

Quique C. R. El Vedat (Torrent, Valencia)

Hace ya años trabajé en una Aduana TIR-Carretera. Allí coincidimos con guardias civiles que realizaban tareas sobre mercancías importadas. Estábamos en despachos distintos, pero en el mismo edificio, y pronto empezamos a hablar. Solían ir de paisano, acompañados por otros que, supimos, hacían de guardaespaldas. Entre todos destacaba uno por su cordialidad. Muy hablador, nos contó que su padre había sido también guardia civil en el valle de Trápaga (Bizkaia). Yo lo sentía seguro, tranquilo, cercano, pero el resto de sus compañeros, distante, quizá por ser todos, salvo él, de fuera del País Vasco. Otra particularidad: se llamaban por su apellido. Yo no me sentía cómodo; para él era natural. Llegó un momento en que creí lógico conocer su nombre y llamarlo por él. Un día que salía solo de su despacho y pasó cerca de mí, se lo pregunté. Redujo el paso, me miró y dijo: 'Benigno'. No sé qué vio en mi cara, pero reconozco que hice una extraña mueca. De sorpresa, al no esperar ese nombre. Siguió su camino y me quedé con la sensación de que mi reacción no fue la adecuada. Durante los días siguientes busqué el momento de justificarme, pero no lo encontré. Al poco me fui a otra Aduana y, al recordar esos momentos, siempre me surgía esa falta. Años después ETA lo mató. Y esa falta se convirtió en culpa.

Pedro García Rueda. Bilbao

Por qué la he premiado… Por llevarnos, desde la más elemental humanidad, a una de esas tantas trágicas historias.