Esta farmacéutica nos recibe en su casa de Miami en medio de la polémica que han suscitado sus memorias. «Había mucha tela que cortar», dice. Con sus hermanos Raúl y Fidel, con el Che Guevara y hasta con la CIA. Juanita Castro también dispara. Por Carlos Manuel Sánchez

Para los castristas es una ‘gusana’, como el régimen comunista llama a los contrarrevolucionarios. Para los anticastristas, es la ‘hermanísima’ y su apellido sigue generando odio. Así que le llueven los palos por la izquierda y por la derecha. Juanita Castro, la hermana rebelde de Fidel y Raúl Castro, es una mujer menuda y serena que atrae como un pararrayos los insultos de un lado y del otro del estrecho de Florida. Tanta tensión se refleja en las arrugas de expresión que circundan su boca. Vive en Miami, donde regentó una pequeña farmacia hasta que se jubiló.

«Los años van pesando. Y había que trabajar bien trabajado, 12, 14 horas diarias, sumadas a todas las demás luchas que he tenido en mi vida». Y han sido unas cuantas: peleó contra el régimen del dictador Fulgencio Batista, se desencantó cuando la revolución cubana dio un golpe de timón al comunismo de la mano de Fidel, fue colaboradora de la CIA y ahora vive exiliada y con pasaporte estadounidense. Ha roto un silencio de décadas con la publicación de sus memorias Fidel y Raúl, mis hermanos. La historia secreta (Aguilar). «Sigo siendo la misma que en 1964, cuando deserté de Cuba; la misma que salió pensando que una revolución no se hace fusilando gente ni entregándola al comunismo. Vuelvo a pedir a mis hermanos, Fidel y Raúl, que cambien ese sistema, que no funciona.»

XLSemanal. ¿Cuál es la diferencia más notable entre sus hermanos Raúl y Fidel?

Juanita Castro. Raúl es más humano. De niño era muy bromista, me llamaba Juana Palangana y una vez, jugando a ser barbero, me cortó el pelo al rape. Yo siempre me llevé bien con él hasta que me exilié y dejamos de hablarnos. A Fidel lo único que le ha motivado siempre ha sido el poder.

XL. ¿Espera que sus hermanos lean el libro?

J.C. Es un libro apto para todas las edades. Y es constructivo. No hay odios. Se dice la verdad. Yo quisiera que llegara a sus manos.

XL. Lleva sin hablar con Fidel y Raúl desde 1964, ¿qué les diría si pudiera?

J.C. No sé si alguna vez tendré esa oportunidad. Pero hay muchas cosas de qué hablar, sobre la patria, sobre todo lo que pasó, sobre el mucho daño que han hecho. Hay mucha tela que cortar…

XL. ¿Quién manda hoy en Cuba?

J.C. Dos personas: Raúl es el presidente, pero también manda Fidel desde su cama de enfermo.

XL. ¿Tiene alguna información sobre la salud de Fidel?

J.C. No.

XL. Usted asegura que Fidel nunca fue comunista. Eso es casi como decir que el Papa no es católico…

J.C. Se hizo comunista para perpetuarse en el poder. Nunca fue marxista ni leninista. Y la revolución que hizo el pueblo tampoco lo fue. Se hizo para restablecer las garantías constitucionales, para que no hubiese más ladrones que se llevaran los recursos del país, para que hubiese una democracia… Pero resultó todo lo contrario. Nadie luchó, nadie entregó su vida para instaurar una represión marxista, para importar un sistema desde la Unión Soviética. Cuando Fidel anunció por televisión que era marxista leninista, nos quedamos de piedra. Mi mamá tenía los ojos llenos de lágrimas. ¡Qué actor! Jamás en la vida Fidel fue comunista, ¡jamás!

XL. ¿Cómo está tan segura?

J.C. De jóvenes, teníamos un amigo en las Juventudes Comunistas y sus padres recurrieron a Fidel para que lo sacaran de ese ambiente. Y Fidel se comprometió y le cambió la mentalidad. Y de estudiante, en el colegio de Belén, dio un discurso contra los comunistas, que se burlaron de él. Y los fulminó en una carta abierta.

XL. ¿Por qué se hizo comunista?

J.C. Después de derrocar a Batista, Fidel meditaba el rumbo que debía seguir: si se aliaba con los norteamericanos, tendría que convocar elecciones democráticas; si lo hacía con los rusos, no. Estaba claro.

XL. ¿No lo vio venir?

J.C. En mi familia siempre pensamos que era un demócrata, un idealista. Él había prometido que la revolución sería tan cubana como las palmas, una revolución humanista, con justicia social. Ésas fueron sus palabras.

XL. ¿Pudo ser de otra manera?

J.C. Lo triste es que en 1959 Fidel era popular en EE.UU., pero Eisenhower no quiso recibirlo. Las encuestas de aquellos años afirmaban que el 90 por ciento de los estadounidenses apoyaba a Fidel. Quizá, si Eisenhower hubiese actuado de otra forma, Fidel no hubiera ido tan lejos en su alianza con la Unión Soviética.

XL. Una curiosidad: ¿por qué los revolucionarios se dejaron aquellas barbas imponentes?

J.C. Nos sorprendió a todos. Lo comenté con mi madre. Desde luego, no sería idea de Raúl, que el pobrecito es lampiño. En la sierra no podían afeitarse cada día. Pero daba la impresión de que para ser revolucionario había que dejarse la barba. Una vez le preguntaron a Fidel que cuándo se iba a afeitar y respondió que cuando se cumplieran todas las metas de la revolución. No me extraña que todavía no se haya afeitado.

XL. ¿Y usted decide entonces colaborar con la CIA?

J.C. Fueron ellos los que me lo pidieron.

XL. La propuesta le llegó a través de su amiga Virginia Leitao, la esposa del embajador de Brasil. ¿Lo hizo por amistad?

J.C. Virginia no sólo era una amiga y un ser humano maravilloso, también era una persona enamorada de la revolución y amiga de Fidel. Era la madre del Movimiento 26 de Julio en la lucha contra Batista. Si ella me pedía que colaborase con la CIA, debía ser por algo. Era una mujer valiente y justa.

XL. ¿Recibió usted dinero de la CIA?

J.C. No cobré un centavo. Lo hice por mi país. Yo quería ayudar a mis compatriotas, que estaban desesperados. Y mis apellidos abrían muchas puertas.

XL. ¿Corrió peligro?

J.C. Ayudar a una persona que estaba en contra del régimen era jugarse la vida. Lo mínimo eran treinta años de cárcel… o el paredón. Había juicios sumarísimos y se condenaba sin pruebas.

XL. ¿Le pidió a usted la CIA que atentase contra sus hermanos?

J.C. Yo no hubiera aceptado jamás una colaboración si me hubiesen pedido que actuase contra mis hermanos o contra cualquier ser humano. Mi labor fue humanitaria mientras estuve en Cuba, y después, cuando me exilié, me limité a denunciar lo que pasaba en mi país. Jamás hubiera participado en un atentado o acto de violencia.

XL. Años después rompió con la CIA, ¿por qué?

J.C. Los soviéticos habían puesto condiciones para negociar una paz mundial con Nixon y una de ellas es que EE.UU. dejase de apoyar a los anticomunistas del exilio de Miami. La CIA me pidió que cambiase el tono de mis declaraciones y que sugiriese que las relaciones entre Cuba y EE.UU. debían mejorar. Creyeron que me podían manipular. Pero no se lo permití. Tuve la satisfacción de expulsarlos de mi casa. «Miren les dije, no tenemos nada más que hablar. Ahí tienen la puerta.»

XL. La CIA la consideraba a usted como su mejor baza propagandística, ¿se sintió utilizada?

J.C. No me sentí utilizada por nadie. Yo estaba rodeada de un grupo pequeño de amigos, cubanos íntegros, que me asesoraban. Cada vez que tenía una duda, les consultaba. No hice nada por capricho. Pude haber sido una ficha más, pero mientras tenga conciencia no me dejaré utilizar por nadie.

XL. ¿Se arrepiente de haber trabajado para el espionaje estadounidense?

J.C. No. Lo hice porque estábamos solos, no teníamos ninguna ayuda para recuperar la democracia. Que se arrepientan los que hicieron de la revolución más hermosa algo desastroso.

XL. ¿Cómo se las apañaba como espía?

J.C. Tenía un agente de control, un norteamericano que llevaba años infiltrado en Cuba haciéndose pasar por jugador en los casinos. Aprendí a manejar una radio de onda corta. Si sonaba cierto vals, recibiría un mensaje. Y si radiaban la obertura de Madame Butterfly, no. Tenía un manual de claves para descodificar los mensajes. Me dijeron que lo debería cuidar como a mi propia vida, porque si me lo encontraban estaba perdida. Y me pusieron el nombre de Donna.

XL. ¿Y en qué consistía la labor de la agente Donna?

J.C. Básicamente, en lo que ya estaba haciendo: ayudar a gente inocente a escapar de Cuba, pero con más organización y más medios. Como hermana de Fidel, yo tenía amistades para conseguir pasaportes. También ayudé a muchos religiosos cuando comenzó la persecución de la Iglesia católica. Fidel había dicho que no se puede ser revolucionario y católico a la vez. Yo sabía que Fidel, con el Che de consejero en asuntos de religión, no podía ser justo.

XL. El retrato que hace usted del Che es como para romper el póster que miles de jóvenes tienen todavía en sus habitaciones…

J.C. Lo tienen porque no lo conocieron. La mitificación del Che es la gran falsificación del siglo XX. Es producto de la propaganda intensa del Gobierno cubano. Pero nos hizo mucho daño. La juventud cubana, la del mundo, rectificará y se dará cuenta de cómo la han engañado.

XL. Por lo que veo, no congeniaron…

J.C. Nunca me gustó. La primera impresión, cuando lo conocí, es que parecía sucio, como si no se hubiera bañado. Daba la impresión de que era el dueño del universo. Nuestras reuniones siempre fueron desafortunadas. Nos repelimos. Salí de la fortaleza de La Cabaña, donde se había instalado, desencantada. Además, no sé por qué él me contaba toda clase de historias desagradables cada vez que me veía en casa de Raúl, sólo para impresionarme. Me contó que en África comió sesos de mono y les partía el cráneo cuando todavía se retorcían.

XL. ¿Cómo era como persona?

J.C. Un aventurero. Inteligente, pero sin sentimientos. Nadie podía soportarlo. Conoció a Fidel cuando era un médico de alergias en un hospital de Ciudad de México y fotógrafo de turistas para redondear el sueldo. La revolución cubana le cayó como anillo al dedo. Se aprovechó. Luego iría en busca de más revoluciones… No perdía el tiempo a la hora de enviar a la gente al paredón. Yo le conté a Fidel lo que estaba pasando en La Cabaña, los bienes que se estaban confiscando, los atropellos, las ejecuciones de inocentes. Fue una orgía de sangre. Fidel me tranquilizó y me dijo que en las revoluciones pasan cosas malas, que todo se calmaría…

XL. ¿Y cómo era el Che como político?

J.C. Un ignorante. No sabía nada de economía y fue un desastre como director del Banco Nacional de Cuba y luego como ministro de Industrias. Tenía bajo su dirección el Instituto Cubano del Petróleo. Por entonces México había descubierto grandes reservas petrolíferas en la Sonda de Campeche, que comparte lecho con Cuba. Era razonable que se hiciesen allí exploraciones, pero se opuso. Al Che no le convenía que Cuba tuviese petróleo, porque el combustible se lo daban los rusos a muy bajo precio y así dependíamos de los soviéticos y el régimen se aseguraba la permanencia.

XL. Mucha gente opina que el régimen cubano por lo menos ha tenido un par de cosas positivas: la educación y la sanidad.

J.C. Hay gente que todavía piensa, después de medio siglo de dictadura, que el sistema tiene cosas buenas. Lo piensan de buena fe, pero no es así. Se acabó con el analfabetismo, sí, pero a un precio terrible, con el adoctrinamiento de la juventud. Y el sistema sanitario tampoco cuenta ya con los recursos para dar un buen servicio.

XL. ¿Cuando usted se exilió, en 1964, le sorprendió que la comunidad cubana emigrada a Miami la tratase con desprecio?

J.C. Me sorprendió y me dolió. Yo no me esperaba ese recibimiento. De acuerdo, me apellido Castro Ruz. Soy consciente de mis apellidos. Pero nunca pensé que recibiría tantas ofensas, críticas, ataques. Hay que tener en cuenta que el Miami cubano estaba dividido en tres grandes grupos: la gente de Batista, que lo controlaba todo, en especial las emisoras de radio, y que me odiaba porque yo era Castro; los revolucionarios infiltrados que espiaban para Cuba, que querían hacerme el mayor daño posible; y los que habían luchado junto con Fidel y que luego tuvieron que huir para salvarse.

XL. Usted ayudó por lo menos a 200 personas a salir de Cuba, ¿no se lo agradeció la comunidad exiliada?

J.C. Ayudé a muchas más, pero los seres humanos somos así… También fue muy dolorosa la forma en que se insultó y difamó a mi madre, a mi padre, a mis abuelos, que no tenían culpa de nada. Publico estas memorias, sobre todo, para defender su honor.

XL. ¿Cree que entre Obama y Raúl Castro se puede dar algún tipo de entendimiento para ir hacia una transición?

J.C. El Gobierno de Obama puede ser más propicio para que se logre algo. Por lo menos, él ha dado algunos pasos de acercamiento. No hay el odio africano que había con Bush. Pero también es necesario que el Gobierno cubano se dé cuenta de que no puede llegar a nada sin una transición democrática. Y que sea el pueblo cubano, el que está dentro de la isla, el que decida quiénes deben ser sus gobernantes. Es el único camino que nos queda.

XL. ¿Le gustaría volver a Cuba?

J.C. Sí, pero no bajo estas circunstancias. Me gustaría que fuese un regreso con dignidad, con paz y libertad para todos.

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