Según se acortan los día, el ánimo de muchos se apaga, el ‘bajón’, si es persistente, tiene nombre: trastorno afectivo estacional, y afecta, sobre todo, a las mujeres. Por Lola Fernández

Conviene no confundirse. Para empezar: el trastorno afectivo estacional (TAE) solo puede estar bien diagnosticado si la tendencia al desánimo persiste al menos dos años seguidos y aumenta según se acortan los días. «Es una forma de depresión cuya particularidad es que se desencadena en una determinada estación del año», explica Jerónimo Saiz, jefe del servicio de Psiquiatría del hospital Ramón y Cajal de Madrid. Saiz apunta, a su vez, que esta afección la sufren cuatro veces más las mujeres que los hombres y que los síntomas empiezan entre septiembre y noviembre.

El invierno altera la producción de hormonas claves y podría crear condiciones biológicas para la depresión

Los expertos creen que esta depresión se desencadena porque el cerebro se ve afectado por la disminución de la luz solar; y se cree que todo tiene que ver con la producción de determinadas hormonas claves en el cerebro. Dos sustancias químicas específicas, la melatonina y la serotonina, podrían estar involucradas. Ambas ayudan a regular los ciclos de sueño-alerta, la energía y el estado de ánimo. Los días más cortos y oscuros del invierno pueden causar un aumento en los niveles de melatonina y una disminución en los de serotonina, que podrían crear condiciones biológicas para la depresión.

Como en otras depresiones, los síntomas pueden ser leves, graves o de grado intermedio y afectan a la capacidad de la persona para participar en actividades cotidianas (en los casos más graves la incapacitan para continuar su rutina).

Los sintomas más destacables son:

  • Cambios en el estado de ánimo tristeza, irritabilidad y/o sentimientos de desesperanza o de baja autoestima la mayor parte del tiempo durante por lo menos dos semanas.
  • Tendencia a la autocrítica y una mayor sensibilidad a las críticas.
  • Llanto y sensación de estar molesto.
  • Incapacidad para disfrutar pérdida de interés en las cosas que suelen disfrutarse.
  • Sensación de no poder completar las tareas como antes.
  • Sentimientos de insatisfacción o culpa.
  • Cansancio inusual o fatiga sin razón aparente.
  • Cambios en el sueño (con tendencia a dormir más) y en los hábitos alimentarios (ganas de consumir carbohidratos simples, como los alimentos con azúcar, y tendencia a comer más, con el consiguiente aumento de peso)
  • Disminución de la actividad social: menos tiempo compartido con amigos.

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