Vende millones de libros, vive en Los Ángeles y colecciona dragones. A sus 52 años, el escritor español más leído del mundo acaba de culminar ‘El Cementerio de los Libros Olvidados’, la tetralogía de novelas que le ha dado fama mundial. Por Sergi Doria

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Anoche soñé que volvía al Cementerio de los Libros Olvidados... La frase de la Rebeca que filmó Hitchcock la podrían pronunciar los millones de lectores que descubrieron con Carlos Ruiz Zafón una genealogía de escritores malditos en una Barcelona brumosa y cenicienta.

Con El laberinto de los espíritus, el escritor afincado en Los Ángeles concluye la tetralogía que inauguró hace quince años La sombra del viento. Un ciclo novelesco «que pasó de ser una escapada al paraíso a convertirse en un monstruo que empezó a devorar lo que tenía más cerca… que era yo», confiesa.

XL Semanal. El laberinto de los espíritus aparece fechada entre Los Ángeles, junio de 2013, y Barcelona, mayo de 2016. Ha sido la más trabajosa de su tetralogía de El Cementerio de los Libros Olvidados?

Carlos Ruiz Zafón. Sin duda. Es normal cuando uno tiene en cuenta que este libro ha ocupado más de quince años de mi vida profesional.

XL. ¿Le pesaban más que nunca las expectativas que despertó La sombra del viento?

C.R.Z. A medida que avanzaba, lo único que pesaban eran mis propias expectativas, concluir el ciclo de las cuatro novelas para que fuese todo lo que siempre había querido que fuese. Cuando uno se embarca en algo así, parece que el mundo exterior deja de existir.

XL. Junto a su escritorio tiene el piano. ¿Qué suena primero en su mente: la letra o la música de sus historias?

C.R.Z. La música es siempre un refugio. Música y literatura son mis dos grandes pasiones. Cuando trabajo en un libro, poder escaparme hacia la música para buscar ideas, pensar y resolver problemas es siempre una ayuda. Ser novelista, tal y como yo lo entiendo, tiene mucho que ver con la música y la arquitectura. Todo, en el fondo, es lenguaje, estructura, forma y puesta en escena. La música es también una forma de narrativa.

XL. ¿Qué hay de Carlos Ruiz Zafón en sus personajes?

C.R.Z. Siempre hay un poco o un mucho de cada escritor en sus personajes. Tiendes a explorar tu mundo interior y contarle al lector, o a ti mismo, lo que llevas dentro. Los escritores ofrecemos un tour turístico de nuestro cerebro a los demás. La evidencia forense está en cada página. A veces, el lector tiende a identificar al autor con el narrador de una novela, sobre todo si esta emplea la primera persona. La verdad es que yo nunca soy uno de mis narradores. Si tiene intención de buscarme, me encontrará en otros personajes que sí tienen mucho de mí, a veces más de lo que me gustaría. Pienso en Carax, en Fermín y en otros menos evidentes.

Hay una divergencia entre la Barcelona turística y la de sus intrigas, con sus tejemanejes y sus continuas luchas por el poder

XL. El último capítulo de la novela está datado en 1964, el año de su nacimiento. ¿Nos podemos creer lo que cuenta el narrador de su vida?

C.R.Z. Puede creerse lo que cuenta el narrador de su vida, que no es la mía. Insisto en que emplear un narrador en primera persona es un recurso narrativo, nada más. No es una
confesión. Mi propia vida, de un modo no necesariamente literal, queda destilada en toda la narración y está presente en las cuatro novelas.

XL. Una frase de la novela. «Escribir es reescribir. Se escribe para uno mismo y se reescribe para los demás». ¿Cuándo y por qué empezó usted a escribir?

C.R.Z. De niño, tan pronto como fui capaz de agarrar lápiz y papel. Fui precoz en grado de gravedad máxima. Siempre supe que quería ser escritor y de muy pequeño empecé a contar historias, a imaginar personajes y mundos. El porqué, quién sabe. Por qué somos quiénes somos? Por qué a veces una persona siente, muy pronto en su vida, que su camino es uno en concreto y que debe seguir por él? No lo sé. Yo salí así de fábrica. Cuando me instalaron el cerebro, el cableado ya venía dispuesto así.

Desde chaval, el arte de contar historias me parecía una mezcla de magia e ingeniería y tuve muy claro a qué dedicarme. Y aquí me tiene, dando todavía la lata.

XL. Creció usted como escritor con la literatura juvenil. ¿Fue un aprendizaje provechoso?

C.R.Z. Creo que sí, aunque ese camino fuera accidental. Nunca había planeado escribir para los jóvenes. Mi ambición era, y sigue siendo, escribir para aquellos a quienes les gusta leer, sin distinciones de edad o de cualquier otra condición. Lo que ocurrió es que la primera novela que conseguí publicar, El Príncipe de la Niebla, obtuvo un premio y fue bien acogida. Eso me llevó a seguir explorando ese género y escribir dos novelas juveniles más. Los jóvenes son los lectores más exigentes, sinceros y entregados que un escritor puede encontrar. Fui muy afortunado. Una de mis mayores satisfacciones ha sido que esos libros hayan ayudado a que muchos jóvenes se animaran a leer.

XL. ¿En qué medida ha cambiado Barcelona, su ciudad natal, desde que vio la luz La sombra del viento?

C.R.Z. He pasado la mayor parte de los últimos veinticinco años fuera de Barcelona y a veces no sé si mi percepción de la ciudad y sus cambios dan para un diagnóstico fiable. Mi impresión es que lo que va cambiando ya no es tanto la fisonomía de la ciudad como el ambiente y lo que se respira entre la gente. Se va consolidando una divergencia cada vez mayor entre la ciudad que ve el visitante, la Barcelona turística con su patrimonio histórico y cultural, y la Barcelona de puertas adentro, con sus intrigas, sus tejemanejes y sus continuas luchas por el poder. Cuando vuelvo a mi ciudad, lo que más me llama la atención es cómo se van alejando entre sí.

XL. ¿Demasiados turistas?

C.R.Z. Eso dicen. Pero no olvide que todos somos turistas, tarde o temprano. Cuando uno está en su casa, los turistas siempre parece que estén de más, hasta que luego uno visita la casa de los demás y se convierte en el turista que les sobra a otros. Lo que sucede en Barcelona con el turismo ha sucedido antes en docenas de lugares en todo el mundo, no tiene nada de nuevo. Refleja la estructura económica que hemos construido. No le diré que me guste, pero cuando me entran ganas de quejarme de las hordas de turistas que complican el paseo y alteran la ecología urbana, me recuerdo a mí mismo, que de vez en cuando hago lo mismo en las calles de otras ciudades. El que esté libre de pecado que tire la primera piedra.

XL. Esta es una cita de la novela El prisionero del cielo, tercera entrega de su tetralogía. Habla Fermín Romero de Torres: «Yo no soy de ningún bando. Es más, las banderas me parecen trapos de colores que huelen a rancio y me basta ver a cualquiera que se envuelve en ellas y se le llene la boca de himnos, escudos y discursos para que me entren cagarrinas. Siempre he pensado que el que siente mucho apego a un rebaño es que tiene algo de borrego». ¿Lo suscribe?

C.R.Z. Fermín es mucho más categórico y temerario que yo. Si busca titulares incendiarios, él es su hombre. Yo tiendo a relativizar las cosas y a dudar de todo. Pero creo que Fermín no anda del todo errado. En el párrafo que usted cita se refiere a los conflictos sectarios que desembocan en la Guerra Civil española y lo hace desde la desolación de vivir en carne propia el resultado de esas luchas cainitas. Yo he tenido la suerte de vivir otro tiempo. Con todo, nunca me han entusiasmado los pensamientos dogmáticos de ningún signo. El dogma, la intolerancia y ese narcisismo moral de querer sentirnos mejores, superiores y diferentes a nuestros congéneres es uno de los peores aspectos de la naturaleza humana y una fuente de nuestros mayores fracasos a lo largo de la historia. Es algo que siempre está ahí, latente, y toma muchas formas y diferentes intensidades.

XL. ¿Nacionalismos y populismos se creen poseedores de la verdad?

C.R.Z. Posiblemente todos nos hayamos sentido en algún momento en posesión de ella. Forma parte de la naturaleza humana. El problema es cuando se nos funde el fusible del espíritu crítico y abandonamos la lógica y la razón en favor del resentimiento, del miedo o de emociones turbias con las que queremos justificar nuestros intereses, reales o imaginarios, inducidos por líderes ávidos de poder que se presentan envueltos en la bandera de la virtud, la pureza y la salvación.

XL. Recordemos su afición a los dragones. ¿Podría destacar alguno entre los de su colección que atesore alguna circunstancia o rasgo especial?

C.R.Z. Cada uno tiene su historia. Son muchos años coleccionando estas bestias, que ya van por las seiscientas o más. Uno de mis favoritos es un formidable dragón de madera fragmentado en un puzle. Lo encontré en un pueblo medieval del sur de Francia y me ha acompañado por varios continentes.

«Ese querer sentirnos superiores a nuestros congéneres es uno de los peores aspectos de la naturaleza humana»

XL. Y ya que mentamos los dragones, ¿qué le ha parecido todo el fenómeno de Donald Trump?

C.R.Z. Ya sabe usted que a mí me gustan los dragones y los colecciono, así que no le puedo permitir que compare a Trump con los dragones. Incluso en la política surrealista y esperpéntica de este siglo XXI hay límites.

XL. Hablando de surrealismo, ¿cómo se contempla la política de nuestro país, con su apéndice independentista en Cataluña, desde un lugar como los Estados Unidos?

C.R.Z. Creo que esta campaña para las elecciones presidenciales ha sido tan extraña, alarmante y divisiva que la gran mayoría de los norteamericanos no han tenido ojos más que para lo que ocurría en su propio país y que casi no podían creerse. Sí es cierto que, desde algunos medios, ha habido observadores que han comentado con cierta perplejidad el estancamiento político que se ha vivido en España durante meses y la dificultad para llegar a acuerdos. Quizá en otras ocasiones este nudo de luchas por el poder en el que se ha sumido España a todos los niveles hubiera llamado más la atención, pero cuando uno se preocupa por lo que ve en su casa tiende a olvidarse de la del vecino, y más si queda al otro lado del charco.

XL. Volviendo a la literatura, ¿podría recomendar a los lectores de XLSemanal una novela para cada estación del año?

C.R.Z. Para el invierno, y para elevar la temperatura, al excelente Don Winslow y su dúo El poder del perro y El cártel. Para la primavera, descubrir a Shirley Jackson y su Haunting of Hill House. Ahora en pleno otoño, Nada, de Carmen Laforet, que me sigue pareciendo uno de los mejores retratos del alma de Barcelona jamás escritos. Y para el verano, me atrevería a animar a los lectores a descubrir a Joyce Carol Oates y su Bellefleur, primer título de un ciclo fascinante de cuatro novelas. De lo mejor que ha escrito esta autora, una de mis favoritas y a quien tuve la suerte de conocer hace poco.


 

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