Él daba clases y ella trabajaba en una biblioteca. Ella tenía 22 años menos que él, y a él sólo le quedaban tres años de vida cuando se encontraron en el exilio americano y se hicieron inseparables. El diario de Johanna Fantova, descubre todo sobre su relación con Albert EinsteinPor Rodrigo Padilla

En Princeton, la universidad estadounidense donde el científico se refugió tras huir de la Alemania nazi en 1933, la llamaban su «última novia». Albert y Johanna Fantova, 22 años más joven que él, se habían conocido en Praga, en el corazón de la Europa central del primer tercio del siglo XX. Corría 1929. En aquellos años ella estaba casada con Otto Fanda, cuyos padres eran amigos del científico, pues habían regentado un salón en la capital checa al que asistían intelectuales como Franz Kafka y el propio Einstein. La casualidad quiso que el físico y Fantova, quien también había escapado de la guerra en Europa, volvieran a encontrarse en 1940 al otro lado del Atlántico, en Princeton, donde ella trabajaba como restauradora de mapas en la biblioteca Firestone y él como profesor del Instituto de Estudios Avanzados. Desde 1952 hasta la muerte del genio se hicieron inseparables.

Una casualidad como esa llevó a descubrir el diario que Johanna Fantova escribió durante los últimos 18 meses de vida del genio de la relatividad, que falleció en 1955 a los 76 años. Alfred Bush, un investigador de la propia Universidad de Princeton, llevaba tiempo recopilando material sobre parejas históricas. Su búsqueda le llevó a la biblioteca Firestone, donde dio con el diario entre una montaña de documentos. Son 62 páginas cuidadosamente mecanografiadas en alemán que dan cuenta de su convivencia con el Nobel y que salieron a la luz 23 años después de la muerte de su autora. Ella, según sus propias anotaciones, escribió el diario para «arrojar algo de luz sobre nuestra idea de Einstein, pero no del gran hombre que se convirtió en leyenda durante su vida ni del renombrado científico, sino sobre su lado más humano».

El día a día de un genio.

Sus páginas nos describen a un Einstein de 75 años agobiado por los achaques de la edad pero con su sentido del humor intacto, a quien le gustaba describirse como un coche viejo al que cada día le fallaban más piezas. Se lamentaba de sus problemas de memoria, de los dolores de espalda y de las continuas visitas que recibía en su casa.

«Soy un hombre completamente aislado y, aunque todo el mundo me conoce, hay muy pocas personas que verdaderamente saben quién soy»

En aquellos años era el científico más famoso del mundo, no sólo por sus teorías físicas, sino también por su carácter, por un aura de genio despistado y bonachón que tanto le gustaba potenciar, y por su fervoroso compromiso pacifista. Todos los días llegaban a su casa sacas llenas de cartas, postales o dibujos infantiles, y Einstein siempre sacaba tiempo para echarles un vistazo y contestar alguna.

El diario de Fantova revela que el físico «leía mucho, pero a menudo se mostraba sorprendido por la pretenciosidad y la extensión de muchos trabajos científicos y literarios contemporáneos. Hacía bromas comparando esas publicaciones con sus propios esfuerzos literarios y su impacto sobre el mundo. Una vez dijo: «Yo sólo escribí un librito sobre mi teoría de la relatividad y produjo una revolución científica«

«A veces fingía estar enfermo para escapar de alguna visita desagradable, o evitar fotografiarse con alguien al que detestaba»

Su enorme actividad le agotaba. Él lo que más añoraba en el mundo era sentarse a reflexionar, su pasatiempo favorito, y las interrupciones le distraían. Fantova cuenta en el diario que en ocasiones el científico se fingía enfermo para no tener que recibir a alguna persona o para evitar una de esas fotografías en las que tenía que posar junto a alguien a quien no soportaba. Tampoco se ahorraba comentarios sobre alguno de ellos. Por ejemplo, tras la visita de Werner Heissenberg, el fundador de la mecánica cuántica y responsable del frustrado programa nuclear alemán durante la Segunda Guerra Mundial, le aseguró a Johanna que tan eminente científico era en realidad «un gran nazi».

Contra el armamento nuclear.

La política era otro de los temas que el Nobel trataba en las conversaciones con su compañera. Seguía los acontecimientos mundiales, y las páginas del diario ponen en evidencia que siempre fue un observador atento a la situación internacional.

«Soy un revolucionario. Todavía soy como el Vesubio en erupción»

Tras el final de la guerra se había embarcado en una cruzada contra la proliferación del armamento nuclear y a favor de la distensión entre los bloques. «Se pronunciaba -escribe Fantova- con rotundidad sobre muchos aspectos de la actividad política, se sentía responsable en parte de la creación de la bomba atómica y esta responsabilidad le oprimía enormemente.» Su pacifismo le llevó a colaborar en todas las campañas que le proponían y cedió su firma para múltiples declaraciones.

El diario también dedica mucho espacio a las pequeñas cosas del día a día, a las poesías que le escribía Einstein o a sus bromas privadas. La deteriorada salud del científico le había impedido hacía ya tiempo practicar una de sus aficiones favoritas: navegar en velero cuando iban a la casa de verano que él tenía en Caputh. Pero ambos pasaban juntos buena parte de su tiempo, dando paseos o asistiendo a conciertos. Griffin, antiguo conservador del Art Museum de Princeton y amigo de la pareja, cuenta que «ella le leía a Goethe, un lazo con el mundo que añoraba». Y ésta le escuchaba tocar el piano, instrumento que sustituyó al violín, que tanto le gustaba tocar desde niño.

Un dato que parece confirmar la intervención de Fantova en la vida privada de Einstein es que ella fue la encargada de organizarle su última fiesta de cumpleaños, en la que recibió como regalo un loro al que puso de nombre Bibo. El diario revela que Einstein se pasaba mucho rato enseñándole a hablar y jugando con él, aunque el ave se mostraba cada día más triste y apática. Quizá intuía la muerte de su dueño, que se produjo el 18 de abril de 1955 en el hospital de Princeton. Junto a su cama había una página de cálculos sobre su teoría del campo unificado, la obsesión que llenó buena parte de su vida y a la que no supo dar respuesta.

La muerte de Einstein afectó profundamente a Johanna, que se convirtió en una mujer desganada el resto de su vida. Murió en 1981, a los 80 años.


PARA SABER MÁS

Mi visión del mundo. Albert Einstein. Tusquets Editores, 1995. Einstein, el hombre y su obra. Jeremy Bernstein. McGraw-Hill, 1993. El expediente Einstein. Fred Jerome. Editorial Planeta, 2002.

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