Periodismo nuestro que estás por los suelos

ARTÃCULOS DE OCASIÓN

Esto no es un rezo. Nada hay menos puro que el periodismo. Y a veces cuando escucho reivindicaciones del oficio que hablan de pureza, de delicadeza y de santidad, me pregunto de dónde han sacado que el ejercicio del periodismo contenga alguna de esas virtudes angelicales. Jamás el periodismo fue una profesión para virtuosos. En el mejor retrato de la profesión ejecutado por la ficción, Ben Hecht y Charles MacArthur reunieron a los protagonistas de Primera plana en un cuarto de prensa aguardando la ejecución de un reo. Nada importaba menos que el condenado, pero así es el periodismo, una profesión que salva el mundo sin preocuparse por el mundo, sino por las prioridades de su medio. En la crisis de la prensa algunos pretenden ver una pérdida de valores, pero les convendría repasarse la historia del oficio. Quizá lo que más ha perjudicado a la prensa tenga que ver con su nula capacidad empresarial para afrontar el desafío digital mientras se burlaba de la industria de la música por ese mismo defecto. Y un pecado aún más grave, convertir sus empresas en negocios inmobiliarios, especulativos, tecnológicos, despreciando que si algo caracteriza al periodismo es una entrega kamikaze a un solo dueño. la información.

Para que nos demos cuenta de la problemática en la que pervive el oficio periodístico, basta ver unidas las críticas y amenazas a los periodistas por parte del recién elegido presidente norteamericano, Trump, con un comunicado de la Asociación de Prensa de Madrid en el que se afirma que desde Podemos se acosa a periodistas a través de las redes. No es raro que a esa crítica visceral contra los medios se unan personajes relevantes, desde entrenadores de fútbol hasta estrellas de la canción, que acusan a los periodistas de buscar su propio interés, de generar problemas donde no los hay y de inocular un cierto grado de histerismo a cualquier actividad pública. En esta guerra, todos tienen razón. Porque nunca jamás el periodismo ha padecido una oleada de ataques desde tantos frentes, con más muertes de profesionales y más persecución dirigida por gobiernos desde Turquía a Venezuela, pasando por Estados Unidos y China. Pero al mismo tiempo, jamás el periodismo ha estado tan diseñado por los propios usuarios, entusiastas de esa vana objetividad de los correveidiles digitales, como si la panacea frente a la evidente manipulación de los medios sea entregarse a la manipulación de los exaltados, los linchadores y los maledicentes.

Nadie que se haya visto retratado alguna vez por la prensa, ya sea personalmente o en su oficio, ha salido satisfecho. No conozco a nadie que acepte de buen grado las críticas, la investigación sobre su persona, el trato habitual de los medios, ese en que el olor a sangre resulta ser el mejor alimento de la causa. Tampoco conozco a demasiados periodistas que asuman la moderación, el equilibrio y el deseo de no hacerles a los demás lo que no les gustaría que les hicieran a ellos. Pero quizá en esa insatisfacción mutua, en ese cruce inevitable de dos perversiones está la virtud del oficio. Si cruzamos la opinión personal que cada uno tiene de sí mismo con la opinión que esas mismas personas tienen de los demás, encontraremos la línea de demarcación periodística. Nada es sencillo. Los intereses mediáticos hoy tienen que ver con la relevancia, el impacto, la venta, los clics, la notoriedad. En esa batalla triunfan la estupidez, el cotilleo y la falta de rigor. El primer deber de un periodista es desconfiar del periodismo. Pero cuando escuchen esos ataques a la prensa dirigidos desde sectores del poder, desde asambleas, patrias e hinchadas tan viriles como prietas, acuérdense de que el periodismo es el mejor de los defectos de una sociedad democrática. Los que reivindican la pureza de la prensa no la conocen. Los que la acusan de seguir sus propios intereses malgastan su indignación. Es precisamente el cruce de intereses distintos, como sucede gracias a contar con partidos políticos distintos, lo que garantiza que se desvelen algunos escándalos, mentiras y manipulaciones. El resto es la dictadura. Donde todo siempre va bien y el comportamiento de cada institución es ejemplar. n

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