La furia de la manada

ARTÍCULOS DE OCASIÓN

Llevamos demasiado tiempo viviendo una perversión de la sociedad democrática que tiene mucho que ver con la infantilización de los adultos. Bien está que los niños prolonguen la infancia todo cuanto puedan, pero lo dramático es ver cómo las personas maduras padecen una regresión imparable. A estas alturas del siglo XXI, que ya va teniendo poco de nuevo y futurista para ser sencillamente un ‘otra vez hoy’ como sucede siempre, resulta alarmante que seamos incapaces de enfrentarnos a las polémicas sin otra arma que la llamada a filas, el boicot y la furia de la manada. Hace poco volvió a suceder cuando un programa de la televisión autonómica vasca saltó a las páginas nacionales por los descalificativos dirigidos a la generalidad de los españoles. Rancios, fachas, zoquetes, catetos. Inmediatamente surgió una indignación comprensible. Los españoles se sintieron no tanto insultados, saben que entre sus ciudadanos hay una porción importante que merece esos calificativos, como irritados porque quien los retrataba con tanta acidez era incapaz de aplicarse la medicina a sí mismo y a su comunidad patria, poblada sin duda de ejemplares idénticos. La burbuja del orgullo propio se pincha con la inteligencia para ser crítico con uno mismo, no solo con los de enfrente.

Sin embargo, y creo que en esto estaremos de acuerdo casi todos, la mera exposición pública de ese programa descalificador ya era de por sí un escarnio para sus creadores. No tengo ni idea, ni ha sido posible enterarse, de si esas descalificaciones estaban hechas en un contexto cómico, absurdo o pretendían ser un análisis científico. Allá ellos. Pero lo que vino después contuvo toda la ración de enfermedad que la sociedad libre no debería permitirse. Incluido, cómo no, el boicot a una película en la que trabajaba una de las actrices convocadas al programa y que acababa de estrenarse en las salas comerciales. Estas llamadas a boicot son diarias, da lo mismo si es contra un cantante israelí de gira por España o por la producción agroalimentaria de una región concreta. Últimamente los boicots y los linchamientos están de moda y a la gente le encanta practicarlos. Ah, qué lejos quedan los tiempos en que nos enseñaron a comportarnos con dignidad incluso frente a quien nos hiere y veíamos la película Furia, de Fritz Lang, para entender que en una sociedad de linchadores irracionales tenemos las mismas posibilidades de ser el verdugo aborrecible como el ahorcado sin juicio justo.

Para salvar su negocio, los responsables de la película afectada lanzaron un urgente comunicado para decir que deploraban las declaraciones de esa actriz y dejar claro que ni siquiera era protagonista de la película. Pero el comunicado no contenía ni una sola línea dedicada a recordar a la ciudadanía que los actos de boicot son fascismo. No, lo importante es que si se boicotea, a mí no me afecte. Pues ahí es donde está la clave de nuestra pereza democrática. Estamos obligados a rechazar todo linchamiento, incluso el que persigue a quien nos ha molestado, herido o indignado. Permanecer indiferentes o justificar estos movimientos castigadores y vengativos como si fueran algo parecido a la justicia y no exactamente lo contrario, degrada la convivencia hasta extremos patéticos. La valentía consiste en enfrentarse a quien te haya agredido o incordiado con la mesura de saber que la razón y la ley están de tu parte, sin la necesidad imperiosa de convocar a tu manada para proceder al ajusticiamiento popular.

Se han puesto de moda las listas negras y el castigo profesional contra personas organizando cacerías que paradójicamente dicen defender valores inclusivos como el respeto y la tolerancia. Dentro de poco vendrá alguien a defender que deberíamos lapidar todos juntos a quien se niegue a condenar la lapidación. Así de imbécil es el panorama social en el que nos movemos. La crítica hay que ejercerla desde la razón, la argumentación y el respeto al derecho de los demás a equivocarse. Quizá así logremos incluso que alguien sea capaz de admitir un error y pedir excusas, en vez de atrincherarse para defender su integridad. Los linchamientos que vadeamos con justificaciones, con evasivas, con un ‘sálveme yo y púdranse los demás’, generan un asqueroso clima de violencia y amenaza que sería conveniente erradicar.

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