Recuperar los fines de semana las horas de sueño que perdemos a diario no es una buena idea. Según un estudio, eso causa más perjuicios que beneficios. Por Marisol Guisasola

¿Es de los que de lunes a viernes deben levantarse muy temprano y los fines de semana se pega un atracón de sueño? Si su respuesta es ‘sí’, quizá padezca ‘jet lag’ social, un término acuñado por el doctor Till Roenneberg.

Este profesor del Instituto de Psicología Médica de la Universidad de Múnich constató en 65.000 adultos que aquellos que dormían hasta más tarde los fines de semana, pero que de lunes a viernes se levantaban temprano con la alarma del reloj, eran hasta tres veces más propensos a engordar, además de padecer hipertensión y hasta tumores. La razón, a su juicio, no es otra que los cambios en el reloj biológico.

«Si, de forma persistente, los horarios no están sincronizados con nuestro reloj biológico natural, el riesgo de obesidad, hipertensión e incluso cáncer aumenta», asegura Roenneberg. Según este experto, durante los fines de semana nuestro organismo se encuentra volando entre zonas horarias diferentes, en una y otra dirección y sin levantar los pies del suelo. «Es como si viajáramos todos los viernes de Madrid a Nueva York y cada lunes de regreso a Madrid -explica Roenneberg. El jet lag es la discrepancia entre lo que nuestro reloj corporal quiere que hagamos y lo que le imponemos exigidos por el reloj social».

Desajustar regularmente el reloj biológico puede causar sobrepeso, hipertensión e incluso cáncer

El estudio de Roenneberg corroboraba investigaciones anteriores que asociaban la falta de sueño y el trabajo por turnos con mayor riesgo de obesidad y diabetes. «Nosotros pensamos que el jet lag social tiene el mismo efecto que el trabajo por turnos -agrega Roenneberg. En ambos casos se ven alterados los ritmos circadianos [que regulan ciclos de sueño y vigila]: comemos a horas en las que nuestro organismo no está preparado y tenemos pautas de sueño desordenadas. Todo eso influye en numerosos procesos metabólicos. Es inevitable que el cuerpo sufra sus consecuencias».

Y es que, aunque no seamos conscientes, nuestro cuerpo funciona según un reloj molecular interno que regula todas nuestras células. Desarrollado a lo largo de nuestra evolución en la Tierra, ese reloj silencioso mantiene nuestro cuerpo sincronizado con los cambios de luz solar asociados a la rotación del planeta. Todas las funciones metabolismo celular, funciones inmunitarias, rendimiento intelectual están sujetas al ritmo circadiano. De hecho, la tercera parte de nuestros genes en los diferentes órganos se activan solo a ciertas horas del día. Esta sincronización con los cambios de luz solar se vio alterada de pronto por la llegada de la luz artificial, que nos permite vivir y trabajar contra reloj, alterando así los ritmos naturales.

«Podemos mantener ritmos circadianos saludables si seguimos pautas de vida regulares, durmiendo sin interrupciones y en total oscuridad y exponiéndonos lo suficiente a la luz solar durante el día, sobre todo a primera hora de la mañana», señalan los expertos en cronobiología. «Prestar atención al reloj corporal puede ser bueno para la salud y la economía -concluye Roenneberg. Quizá no sea una idea descabellada personalizar los horarios y adaptarlos a los ritmos de cada persona siempre que sea posible. Nuestros estudios indican que estamos pagando un alto precio por vivir de espaldas al reloj natural».

La hormona antídoto

Ritmos. El reloj circadiano se localiza en el núcleo supraquiasmático (NSQ), en el hipotálamo. La destrucción de esta estructura elimina a su vez los ritmos circadianos. El NSQ recibe información sobre la luz por los ojos, la interpreta y la envía a la glándula pineal. Si la luz es escasa, la pineal secreta melatonina: la hormona del sueño.

Melatonina. Muchos también la llaman ‘la hormona de la oscuridad’. La máxima secreción la producimos en mitad de la noche y cae gradualmente durante la segunda mitad de esta.

Clave. La melatonina influye en la fertilidad, el ánimo, el sistema inmune, la menstruación, el aprendizaje, la memoria, el envejecimiento, el sistema cardiovascular: ¡y regula el sueño!

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