Los murales tibetanos relatan la historia y los mitos de un lugar remoto y único. Vetados durante siglos, un fotógrafo ha logrado tener un acceso excepcional a este lugar sagrado. Por Fernando Goitia/ Fotografías: Thomas Laird (Taschen)

«No se debe enseñar el significado del vacío a quien no está capacitado para ello». Esta advertencia del Dalái Lama ha regido durante tres siglos el acceso a los murales de su capilla privada, en Lukhang, es un pequeño palacio de tres plantas, en la ciudad sagrada de Lhasa, por cuyas paredes de esplendorosos frescos se la ha comparado con la Capilla Sixtina.

Murales del Tibet

En el tercer piso del templo, en una penumbrosa estancia, un inmenso y colorido tríptico muestra prácticas de sexo tántrico, deidades iracundas y técnicas secretas de meditación que, entre otras cosas, instruyen en el estrangulamiento como medio para inducir experiencias cercanas a la muerte en el camino hacia la iluminación. Son escenas a las que, desde el siglo XVIII, cuando se pintaron, apenas habían tenido acceso los dalái lamas y sus maestros, monjes y yoguis tántricos. Por razones de peso: eran peligrosos para los no iniciados.

«Sin un conocimiento adecuado y sin la debida experiencia o guía, estas prácticas podrían provocar lesiones o incluso la muerte -explica el líder tibetano, de 82 años-. Existe, además, un peligro real de malinterpretar preceptos esenciales. Por ello debían permanecer en secreto». Tres siglos de secretismo, sin embargo, están a punto de pasar a la historia.

«Sin un conocimiento adecuado, las prácticas mostradas en los murales podrían provocar la muerte», explica el Dalái Lama

El libro Murals of Tibet (Taschen), al que XLSemanal ha accedido en exclusiva antes de su lanzamiento, el 26 de marzo, saca por primera vez de sus monasterios, palacios y templos buena parte de estos murales secretos. Para ello, el norteamericano Thomas Laird -autor de obras como La historia del Tíbet: Conversaciones con el Dalái Lama– se ha pasado cinco años escaneando palmo a palmo, con una precisa tecnología digital, más de 200 frescos en el techo del mundo.

Las imágenes de Laird son tan vívidas y precisas que permitirán a estudiosos del budismo, yoguis y adeptos de la meditación y el mindfulness usarlas como parte de sus investigaciones y prácticas. No en vano, como explica Laird, toda la meditación contemplativa tibetana implica la visualización mental del Buda (el iluminado) o de un bodhisattva (el que camina hacia la iluminación) y se basa en imágenes visualizadas con precisión. «Los murales son la partitura, interpretarlos depende de nosotros», ilustra el fotógrafo.

Murales del Tibet

Interpretarlos, entenderlos, en todo caso, no es sencillo sin conocimientos profundos del budismo. Este es, de hecho, el motivo por el cual durante siglos los tibetanos han mantenido en secreto muchos de sus frescos. Hasta ahora. «Hoy en día, el Tantrayana (budismo tántrico) es un secreto a voces -explica el Dalái Lama-. Todo el mundo habla, lee y escribe sobre ello difundiendo a veces percepciones erróneas. La gente cree que es una vía rápida para alcanzar la iluminación. Por eso, si lo seguimos manteniendo en secreto, muchos que carecen de una comprensión genuina seguirán escribiendo libros y creando malentendidos. Por eso es mejor mostrar el Tantra y explicar su significado».

«Estos murales son como una partitura, interpretarlos depende de cada uno de nosotros», afirma el fotógrafo Thomas Laird

Aproximarse a los murales tibetanos requiere, como mínimo, acercarse al contexto en el que fueron creados. Fundado por el buda Gautama en la India del siglo VI, el budismo es un movimiento cuyo principio fundamental es que los humanos somos afortunados entre todos los demás seres por haber evolucionado, desde experiencias en otras formas de vida -el propio buda Gautama, antes de alcanzar la iluminación, dio su cuerpo real a una tigresa y sus cachorros; fue santo humano, rey mono, elefante y venado-, hasta poseer un elevado grado de compasión e inteligencia. Gracias a ello podemos trascender nuestra percepción errónea de nosotros mismos, liberarnos del sufrimiento y descubrir la felicidad de vivir en amorosa interrelación con los demás. Dicho objetivo se logra no solo por la fe, también mediante una educación ética, espiritual y científica. Es decir, el budismo, más que una religión, como se define hoy, fue un movimiento educativo… Y el arte, parte de su pedagogía.

Antes de aprender a leer, por ejemplo, el Dalái Lama, como muchos tibetanos, fue instruido a través de la pintura. Los murales, instrumentos en última instancia para la meditación, marcaron su infancia, en los años cuarenta, antes de que China se anexionara su país.

Mao Tse-tung y su Revolución Cultural se llevaron por delante casi una cuarta parte del arte tibetano y unos 6000 monasterios.

Ahora bien, si regresara hoy, 59 años después de su huida a pie cruzando el Himalaya, el maestro reencarnado, apenas encontraría los frescos con los que creció. Mao Tse-tung y su Revolución Cultural se llevaron por delante casi una cuarta parte del arte tibetano y unos 6000 monasterios. Por eso, el trabajo de Thomas Laird cuenta con la bendición de los tibetanos.

Los murales, al fin y al cabo, representan la herencia en peligro de extinción de una cultura casi única en el planeta por su evolución de los últimos 1400 años. Una civilización que, guiada por el budismo y su arte, pasó de ser un imperio militar a convertirse en una sociedad preocupada por la educación espiritual, orientando la vida de la mayoría de sus ciudadanos hacia el supremo bien consensuado de la educación evolutiva. Una evolución casi milagrosa que los tibetanos explican con un mito, recuperado por Robert Thurman, uno de los grandes expertos occidentales en la materia, para el libro de Taschen.

Murales del Tibet

Avalokiteshvara, el bodhisattva celestial que encarna la compasión universal, hizo una promesa ante su maestro cósmico, Amitabha Buda. ‘Educaré a la gente salvaje del Tíbet, a los que engendré en mi vida anterior como monje mono al aparearme con un demonio de las montañas. Si logro que vuelvan sus mentes hacia el Budadharma, entonces otros humanos menos salvajes podrán civilizarse también. Así que dejaré mi paraíso Potalaka, en mi montaña mágica al sur de la India, subiré a la Tierra de las Nieves y meditaré e irradiaré amor y compasión ilimitados, y tarde o temprano todos se convertirán en sabios y amorosos bodhisattvas. ¡Y si alguna vez me desanimo, que mi cabeza y mi cuerpo se rompan en mil pedazos!’. Vida tras vida, el gran bodhisattva irradió la luz de su energía amorosa sin conseguir que los tibetanos dejaran de ser violentos, codiciosos, engañosos, mezquinos y arrogantes. Al borde de la desesperación, lloró dos lágrimas que, al derramarse, se convirtieron en dos diosas Tara, una verde y otra blanca. ‘No te enfades –le dijeron–. Después de todo, sólo eres un hombre. Las mujeres somos mucho más enérgicas y te ayudaremos. ¡Déjanos los milagros a nosotras!’. Reforzado por las diosas, continuó algunos siglos más de vidas hasta que desesperado al fin su cuerpo se desgarró en pedazos y Amitabha Buda acudió en au ayuda. Éste bendijo sus miembros descuartizados y Avalokiteshvara se convirtió en el bodhisattva de mil brazos, mil ojos y once cabezas, encarnando la compasión y la energía necesaria para lidiar con los feroces tibetanos.

Tras años de escuchar historias y mitos como estos, de observar los murales que transformaron a toda una nación y sentir la energía que emana de ellos, Thomas Laird, admite, ya no es el mismo. En el último lustro, de hecho, el fotógrafo se ha convertido, con toda probabilidad, en la persona que se ha expuesto de forma más intensa a los murales tibetanos. Primero, en los monasterios y templos, con maratones fotográficos de doce horas diarias. Después, en el estudio y el laboratorio, puliendo y encajando durante meses las piezas de los más de 200 frescos escaneados hasta convertirlas en las reproducciones más fieles de estas pinturas sagradas que se hayan puesto al alcance del ojo humano. «He descubierto que la espiritualidad no surge de la creencia y que la sabiduría no surge del conocimiento», sentencia el fotógrafo.

Taschen publica el 26 de marzo ‘Murals of Tibet’, un libro en formato SUMO (50 X 70 cm) con una tirada de mil copias firmadas por el Dalái Lama. Incluye un atril creado por el arquitecto japonés Shigeru Ban y puede verse en Ivory Press, en Madrid

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