Este astrobiólogo belga está al frente del equipo que ha descubierto siete nuevos planetas, tres de los cuales podrían albergar vida. Un hallazgo que ha conmocionado a la comunidad científica y que remueve profundas cuestiones filosóficas. Y, lo que es más, promete ofrecer respuestas. Hablamos con él en su oficina de Lieja, en Bélgica. Por Ana Tagarro / Foto: Ronald Dersen

Todo empezó con ET. Fue la primera película que Michaël Gillon vio en un cine. Tenía ocho años. El entrañable alienígena hizo que aquel niño mirase las estrellas no como unos lejanos astros, sino como el hogar de magníficas criaturas. Ahora, este belga de 43 años ha descubierto todo un sistema planetario en torno a una estrella enana y fría a la que ha llamado Trappist-1, que podría albergar vida. Gillon lo encontró apostando a contracorriente por un tipo de estrella a la que casi ningún astrónomo prestaba atención. Y lo ha hecho, junto con su equipo de científicos, desde su pequeño despacho en la Facultad de Astrofísica en Lieja, un cubículo sencillo, sin apenas papeles, con una cafetera y dos ordenadores a los que llegan en directo las imágenes de Trappist-1 captadas desde diversos telescopios repartidos por el mundo. Porque ya nadie ‘mira’ por el telescopio. Es todo un proceso automatizado, remoto y complejo que nos asoma al mundo de los Galileos del siglo XXI y que el mismo Gillon nos explica.

conocer, nuevos planetas, elegir nombre xlsemanal (2)XLSemanal. Tres de los planetas que han descubierto podrían albergar vida. ¿Pero de qué vida hablamos?

Michaël Gillon. De vida como la de la Tierra. Como no podemos viajar allí, tenemos que centrarnos en lo que conocemos. Sabemos que todas las formas de vida en la Tierra dependen del agua líquida, así que buscamos indicios de que haya agua.

XL. Si hubiese agua, ¿qué tipo de aliens espera encontrar? ¿Una bacteria o a un personaje de La guerra de las galaxias?

M.G. Yo no pienso en criaturas, sino en metabolismos. Busco una actividad química de una fuente biológica que sea capaz de modificar la composición de la atmósfera. Como la fotosíntesis, que durante millones de años ha acumulado oxígeno en nuestra atmósfera. Una cosa es buscar vida y otra, inteligencia. Para saber si hay inteligencia ahí fuera, necesitas algún tipo de comunicación. Hay gente que trabaja en ello, que escucha… y no ha habido ninguna señal hasta ahora. Aunque quizá algún día la haya. Pero aquí no buscamos vida inteligente.

XL. ¿Estamos solos en el universo?

M.G. Es muy grande como para que estemos solos. Hay cientos de millones de galaxias. Y cada una tiene cientos de billones de estrellas. Pero es mejor que nos centremos en nuestra galaxia.

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Michael Gillon con Emmanuel Jehin, su más estrecho colaborador y Artem Burdanov, un asistente, celebran en diciembre de 2015 lo que recoge el telescopio y ven en el ordenador

XL. Que no es pequeña. Ha dicho usted que hay 20 millones de potenciales planetas habitables en esta galaxia.

M.G. Así es. Pero nos llevó tres billones de años pasar de ser una bacteria a ser un organismo complejo. Y no fue un camino sencillo, fue más bien un asunto de prueba y error. Aleatoriamente, llegamos a algo -nosotros- que es lo suficientemente inteligente como para preguntarse qué hago yo en este planeta.

XL. Es decir, que todavía somos los tipos más listos de la galaxia…

M.G. Podría ser, pero si tuviera que apostar, lo haría a que han existido otras civilizaciones en nuestra galaxia. Aunque solo sea porque la inteligencia es una ventaja evolutiva, sería muy improbable que la evolución no hubiese intentado lo mismo que hizo en la Tierra en otro planeta.

XL. ¿Es usted una persona religiosa?

M.G. No, no lo soy.

XL. ¿Cree que es difícil conjugar la astrofísica con la religión?

M.G. No. Hay científicos que lo hacen. George Lemaître es un sacerdote belga (murió en 1966) conocido por sus grandes aportaciones a la cosmología. Yo no soy religioso, pero no hay problema en ser científico y creyente, mientras no te tomes la Biblia literalmente. Lo del universo hecho en seis días no encaja muy bien con los datos.

XL. Desde que se descubrió el primer exoplaneta, en 1995, han aparecido ya más de tres mil y ninguno había alterado tanto a la comunidad científica. ¿Qué tienen de especial los suyos?

M.G. Que son planetas elegidos a propósito para estudiar su atmósfera. Necesitas que el planeta sea grande y la estrella, muy pequeña para que el planeta eclipse una parte importante de su luz cuando pasa por delante. Esos eclipses -‘tránsitos’ es la palabra- son los que nos permiten estudiarlos. Y este es el caso de Trappist-1. Por eso el impacto del hallazgo. Es nuestra primera oportunidad de estudiar las condiciones físicas de planetas similares a la Tierra orbitando alrededor de otra estrella. Los otros exoplanetas no son aptos para su estudio; sus estrellas son muy grandes.

XL. Y ese es su mérito personal. Porque usted decidió centrarse en las estrellas enanas frías, aunque a muchos colegas les parecía una pérdida de tiempo.

M.G. Fue una decisión práctica. Yo soy más astrobiólogo que astrofísico. Nunca me han interesado las estrellas en sí mismas. Yo las veo como algo que puede hospedar vida. Buscar vida es un sueño, pero sobre todo es mi objetivo. Y cuando vi la tecnología de la que disponíamos, pensé que la única forma de encontrar vida era focalizarnos en esas estrellas. Si encontrábamos una estrella pequeña con un planeta del tamaño de la Tierra alrededor, podríamos estudiar su atmósfera y saber si allí hay vida. Y eso hice.

XL. Pero la teoría astronómica no encajaba con su propuesta.

M.G. No, decían que eso no era posible porque esas estrellas enanas no podían congregar planetas grandes a su alrededor, pero la verdad es que no lo sabíamos. Así que la mejor forma de averiguarlo era mirar. Y eso hice. Desarrollé un proyecto alrededor de un telescopio, el Trappist de Chile (el telescopio se llama como la estrella). Seleccioné 50 de esas estrellas enanas, fuimos pacientes y esperamos a que un planeta pasara por delante.

«Estamos cerca de demostrar que la vida en la tierra no es única en absoluto. Que nosotros, como especie, no somos únicos»

XL. Pero no han tenido ni que ser muy pacientes. ‘Solo’ han tardado cinco años.

M.G. Bueno, yo esperaba tener algún resultado pasados de cinco a diez años, pero también podríamos haberlos encontrado en la primera semana…

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Mucho que observar todavía: Gillon ayudando a ajustar el telescopio

XL. ¿Qué ve usted exactamente cuando mira Trappist-1 por el telescopio o a través de él, en su ordenador?

M.G. Esto [enseña en su ordenador la imagen de un punto blanco en medio de muchos puntos blancos]. Esta es la estrella.

XL. ¿Y la reconoce así, a simple vista?

M.G. La veo, sí. Son coordenadas.

XL. De los planetas no hay imagen, ¿no?

M.G. No. Para localizar los planetas, medimos el brillo de la estrella y buscamos variaciones. Puedo enseñarte la primera vez que vi un planeta [muestra un gráfico con pequeñas líneas discontinuas].

XL. Ya, si usted lo dice…

M.G. ¡Estaba claro que era un planeta del tamaño de la Tierra pasando por delante de la estrella!

XL. Clarísimo…

M.G. [Risas]. Esta es la primera imagen. En septiembre de 2015. Estaba en el sofá de mi casa trabajando con mi portátil. Yo suelo trabajar hasta muy tarde. Mi mujer ya estaba durmiendo, pero mi hija estaba en casa [de 21 años ahora, tiene otro hijo de 5], así que le enseñé a ella el gráfico. Yo estaba muy entusiasmado, pero a ella no le impresionó nada. Dijo «vale» y se fue a dormir. Así que llamé a dos de mis colegas. Les dije: «Tenemos un planeta». En diez días tuvimos otra señal, otro planeta. Aquello era un sistema con múltiples planetas.

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El Trappist (el telescopio se llama como la estrella) mide solo 60 centímetros. «Es robótico y bastante preciso, pero mucho más barato que cualquier telescopio de la NASA –explica Gillon–. Cuesta 300.000 euros. No es nada»

XL. Debió de ser emocionante…

M.G. Lo fue, pero cuando fui realmente feliz fue al ver los resultados del telescopio interespacial Spitzer. Nos llevó un año confirmar nuestra investigación. Teníamos esos planetas ahí, pero no podíamos confirmar nada, no podíamos anunciar nada… Es un poco frustrante.

XL. La investigación es suya, de su equipo. ¿Por qué la NASA presentó el hallazgo si solo les cedió el telescopio Spitzer?

M.G. Nosotros detectamos los tres primeros planetas y teníamos indicios de otros dos. Pero no podíamos confirmar algunos datos (masa, densidad) desde la Tierra. Teníamos que hacerlo desde el espacio y el único telescopio capaz es el Spitzer, de la NASA. Así que lo cogimos durante tres semanas.

XL. ¿Lo cogieron?

M.G. Sí, el telescopio está abierto a la comunidad mundial. Tú también puedes pedirlo si quieres. Vas a su web, haces una propuesta y un panel internacional de científicos la valora y te lo deja o no. A nosotros nos lo cedieron mil horas. Y todo encajó; además, vimos dos planetas más. Sin el Spitzer no podríamos haber confirmado los datos. Así que la NASA no se equivoca cuando dice que tienen un papel clave: el Spitzer resuelve el puzle.

XL. La investigación en astronomía va en los últimos años muy deprisa…

M.G. Podría haber ido mucho más. Sobre todo en Europa. Los europeos no apostamos por ella.

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Los científicos no ven directamente los planetas, deducen su existencia, tamaño y masa por el brillo de la estrella cada vez que uno de los astros se interpone entre ella y la Tierra

XL. Quizá pensamos que bastantes problemas tenemos aquí, en la Tierra, como para andar gastando dinero en el espacio.

M.G. Pero es muy importante saber más sobre nuestro universo, sobre nuestro lugar en él, sobre la ubicuidad de la vida… esas preguntas han estado ahí desde los primeros filósofos. Si detectamos que hay vida en otro lugar, igual cambiamos nuestra opinión sobre nosotros mismos, igual nos hace una especie más sabia. Y lo que gastamos en astronomía en Europa son solo unos pocos euros al año por ciudadano.

XL. Hablan de su hallazgo como una «revolución copernicana». ¿Cree que estamos ante un momento similar a cuando dejamos de creer que la Tierra era el centro del universo?

M.G. Sí, lo creo. Es la extensión de la revolución copernicana. Estamos cerca de demostrar que la vida en la Tierra no es única. Que nosotros, como especie, no somos únicos.

XL. Igual resulta deprimente saber que los humanos no somos tan especiales…

M.G. Al contrario. Nos mostraría que tenemos todavía un enorme camino por delante. Y que debemos evolucionar y ser más sabios.

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Posible vista desde uno de los planetas habitables

XL. Usted dejó los estudios a los 17 años. ¿Era demasiado listo para el colegio?

M.G. No, pero me aburría. En el instituto no ves la magia de la ciencia. A mí me interesaba la ciencia y leía mucho, pero en clase me aburría. Solo quise sacar el título y, en cuanto pude, lo dejé y me alisté en el Ejército. En aquel momento estaba la guerra en la antigua Yugoslavia y me formé allí como casco azul. Fue deprimente porque veías el sufrimiento, pero no hacíamos nada.

Cuando vi el primer planeta, estaba en el sofá de mi casa. Me emocioné. Les enseñé la imagen a mi hija, de 19 años, pero solo dijo ‘vale’ y se fue a dormir

XL. O sea, que también le decepcionó el Ejército.

M.G. Sí. Y muy pronto.

XL. Pero estuvo siete años en él.

M.G. Para entonces me había casado, con 20 años, y tenía una hija. Necesitaba el sueldo. Además, como me había ido mal en el colegio, no tenía confianza en que pudiese estudiar en serio.

XL. ¿Cómo alguien que sacaba unas notas justas en el colegio pudo luego sacarse las carreras de Bioquímica, Física y Astronomía en cinco años?

M.G. Motivación. En el Ejército empecé a leer mucha ciencia. Y a ver la magia. Y decidí darme la oportunidad de ser científico. Y empezó a ser divertido.

XL. Dicen que usted es especialmente bueno formando equipos y que eso es parte de su éxito.

M.G. Mi filosofía no es contar solo con gente brillante, sino con gente maja. Crear una gran familia de amigos. No intento hacer el dream team de expertos, no busco a los mejores en cada campo, sino a quien puede funcionar en esta familia. Hay una parte humana muy importante en esto.

XL. ¿Y qué piensa de viajar al espacio, eso de ir a Marte?

M.G. Enviar humanos al espacio siempre aumenta el conocimiento. Así que me parece bien, mientras no sea la gente la que pague por esas cosas tan caras.

XL. Pero si ha dicho que hay que invertir en investigación, en sus telescopios…

M.G. No es lo mismo. Ir a Marte es muchísimo más caro. Tendrías que aumentar los impuestos para financiar con dinero público un viaje a Marte. Y creo que eso no es justo. Ahora bien, cada vez hay más corporaciones privadas interesadas en los viajes al espacio. Si el sistema capitalista encuentra la forma hacer negocio con ello, a mi me parece perfecto.

XL. Vamos, que lo pague Elon Musk…

M.G. O que gane dinero con ello. Porque, además, explorar es parte de la esencia de nuestra especie. Nuestra inteligencia nos hace curiosos y expansionistas. Y los planetas nos están esperando… Así que sí, creo que en algún momento también iremos a las estrellas.

XL. ¿Usted y yo lo veremos?

M.G. No, no creo.

XL. ¿Pero en diez años sí vamos a saber si hay vida es sus planetas?

M.G. Sí, es posible. Pero eso no significa que seamos capaces de llegar hasta allí. Será solo un paso más en nuestro conocimiento del universo.

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