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Betty Guereta: «Yo estuve en la subasta del siglo»

La polémica venta de 'Salvator Mundi', de Da Vinci

Betty Guereta: «Yo estuve en la subasta del siglo»

Antón Goiri

Solo 300 personas presenciaron la subasta de Salvator Mundi, de Leonardo da Vinci, en Nueva York. Una subasta que rompió todos los récords y revolucionó el mercado del arte antiguo, quizá para siempre. Cuando un controvertido juicio acaba de fallar en contra del magnate ruso que intermedió en la venta del cuadro, recuperamos esta entrevista con Betty Guereta, la galerista española que estuvo allí.

Viernes, 02 de Febrero 2024

Tiempo de lectura: 10 min

En la sala principal de subastas de Christie´s se perciben el dinero y el glamour del mundo del arte del más alto standing. Como casi ha anochecido en Manhattan, el acontecimiento se presta a una indumentaria más cuidada. Algún tacón de aguja, cazadoras de buen cuero, camisas de un blanco radiante...

«Solamente estar sentada en la sala te da un estatus. No es fácil conseguir una entrada. Solo éramos unas trescientas personas. Yo estaba rodeada de jefazos del mundo del arte, larry Gagosian, por ejemplo. Todo el mundo se mira. Es la hoguera de las vanidades. Puro cotilleo», explica Betty Guereta, marchante de arte y uno de los pocos elegidos (solo dos españolas) que fueron testigos el 15 de noviembre de 2017 de la venta del cuadro más caro del mundo, Salvator Mundi, una obra de reciente atribución a Leonardo da Vinci.

En la primera fila está la cantante Patti Smith, no muy lejos de ella se sienta Giancarlo Giammetti, excompañero de Valentino. Galeristas, marchantes, intermediarios, coleccionistas y un enjambre de empleados de Christie's se miran unos a otros con emocionada expectación.

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Una vez en la vida. «Nadie sabía lo que iba a suceder. Que salga a subasta un cuadro de Leonardo Da Vinci pasa una vez en la vida», dice Betty Guereta.

Antes de entrar, los asistentes han recogido una paleta roja (diseñada ex profeso para esta subasta) que deben alzar en caso de puja. Pero los grandes pujadores se sitúan en un lugar destacado, frente al público y al lado del director de la ceremonia, en este caso Jussi Pylkkänen, un purasangre de las grandes subastas.

Cuando arranca la ceremonia, la emoción se dispara. «Una buena subasta debe ser ágil, divertida y emocionante y en Christie's de Nueva York son especialistas», cuenta Betty. Ella también tenía «la adrenalina a tope». «Nadie se imaginaba lo que iba a suceder. Que salga un cuadro de Leonardo da Vinci ocurre una vez en la vida», explica.

En primera fila estaba Patti Smith. Fueron noventa minutos de infarto. «Todo el mundo se mira. Es la hoguera de las vanidades», cuenta Guereta

Precio de salida: 70 millones de dólares. Comienza la pugna. Suben y bajan las paletas rojas. la emoción parece que decae durante unos segundos, cuando se llega a los cien millones, pero Pylkkänen lo remonta con unas cuantas bromas que todos secundan con sus risas. Cuando se alcanzan los 200 millones, la tensión es enorme. la puja queda reducida a tres contendientes. los tres están situados en el estrado de los profesionales más destacados. uno es loic Gouzer, el dueño de la idea de sacar un leonardo en una subasta de arte contemporáneo. Una genialidad, a juzgar por el resultado. Otro es Alex Rotter, un ex de Sotheby's fichado por Christie's. Y hay un tercero, François de Poortere, experto en pintura antigua. Los tres trabajan para la casa de subastas y siguen instrucciones de distintos clientes.

Unas subidas más y quedan solo Gouzer y Rotter. Serios y concentrados, mantienen un nivel de puja impresionante. «Una de las últimas subidas fue ¡30 millones de dólares!», recuerda Betty. Con esa puja se llegó a 400 millones de dólares.

Cuando se alcanzaron los 450,3 millones de dólares (unos 382 millones de euros), el subastador golpeó el mazo. ¡Adjudicado! Aplausos y jaleo en la sala. «Me he visto aplaudiendo. Es un show impresionante, emocionante. Un momento único», cuenta Betty.

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Una tabla destrozada. La obra antes de su restauración. «El cuadro es un fantasma. No hay pintura, solo se conservaron con calidad las manos», dice el experto Juan Várez.

El horario vespertino, las siete de la tarde, es la forma que tiene Christie's de diferenciar sus subastas millonarias de las otras. Todo indicaba que recaudaría grandes sumas como en ciertas ocasiones –cerca de un billón de dólares hace tres años–, pero se trataba de una subasta muy distinta: era la primera ocasión en la que se mezclaba una obra de arte antiguo con las primeras espadas del arte contemporáneo.

«Este cuadro no hubiera hecho la cifra de 382 millones de euros ni remotamente en una subasta de pintura antigua porque es un público que valora otras cosas, como el estado de conservación, y no es un mercado de picos como el del contemporáneo», afirma Juan Várez, consultor de arte y coleccionista.

El responsable de esta jugada maestra fue el director de arte contemporáneo de la casa de subastas, el suizo de 37 años Loic Gouzer, consciente de que ahora el dinero no está en la obra antigua. «Hoy puedes adquirir un retrato de Tiziano por menos que un Warhol. Los marchantes de arte antiguo se están tirando de los pelos porque no hay material para vender. No alcanzan buenos precios en el mercado y por consiguiente los propietarios no se animan a vender», comenta por teléfono desde Oxford el profesor Martin Kemp, uno de los grandes especialistas en Leonardo y responsable de certificar la autoría de Salvator Mundi.

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Los grandes pujadores. Están situados en un lugar destacado, frente al público. Solo dos de ellos mantuvieron el duelo hasta el final. Vencedor y derrotado sellaron la venta final con un beso.

Objetivo número 1: caldear el mercado

Salvator Mundi venía precedido de una prodigiosa campaña de marketing. Es la primera vez que Christie's contrata a una empresa externa para que lleve la promoción y la estrategia de venta de un cuadro. «Lo hizo para que gestionaran el cuadro como una marca», resalta Juan Várez. La obra hizo una especie de gira mundial y recorrió las sedes de Christie's en Hong Kong, San Francisco o Londres para darse un baño de masas antes de la subasta. Incluso se encargó un vídeo promocional al Premio World Press Photo israelí Nadav Kander. Además, se realizó un sorprendente despliegue mediático con un eslogan impactante: «El último Da Vinci», el último en manos privadas en salir a subasta.

Quince días antes de la subasta, Christie's habilitó una de sus salas para que visitantes y curiosos admiraran el cuadro. Hasta Leonardo DiCaprio se acercó a contemplar la tabla, ubicada en una sala pintada de negro, perfectamente iluminada, y situada junto a un Warhol, también en la lista de la subasta, titulado 60 últimas cenas, una interpretación del maestro del pop de La última cena de Leonardo.

La subasta es una jugada maestra de 'marketing'. El primer golpe de efecto: incluir una obra antigua en una subasta de arte contemporáneo

La expectación estaba asegurada. Llegó el día de la subasta, el 15 de noviembre. Salvator Mundi era el lote número 9B. La puja duró 19 minutos, «una eternidad para lo rápidas que son habitualmente», y el nerviosismo que se vivió fue, según Guereta, «de locos». «Estás con la tensión contenida, sin saber cuánto va a subir el precio; los representantes de Christie's, vestidos de negro, son como actores», cuenta.

Una vez adjudicada la obra, toda esa energía contenida se consumió. «La sala se quedó como muerta». De hecho, los dos siguientes lotes se quedaron sin vender. Hasta que llegó el Warhol que se adjudicó por casi 61 millones de dólares. «¡Yo sin duda hubiera comprado el Warhol! Una maravilla. Dl Da Vinci es puro fetichismo, pero demuestra que hay una liquidez en el mercado impresionante. Había muchos lotes de 20 millones de dólares. Es una barbaridad. Con un millón de dólares en esa subasta ¡no eres nadie!», afirma la otra galerista española que asistió a la subasta del año.

Algunos rumores apuntan a que el comprador que estaba al otro lado del teléfono y que hizo dar el golpe de mazo podría ser un grupo de inversores que van a hacer del Leonardo un producto de marketing, con todo el merchandising que pueda dar de sí. «Estoy segura de que se acabará sabiendo quién es. Crean muchas expectativas para que se siga hablando del cuadro y alimentar más el morbo, pero su nombre acabará saliendo a la luz», comenta Guereta.

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En busca del dinero. Loic Gouzer, copresidente de Christie's, es un suizo de 37 años que sabe que el dinero no va al arte antiguo. Y menos a una obra tan restaurada. ¿Solución? Mucha publicidad y poner la obra ante los ultrarricos, que solo buscan arte contemporáneo.

La venta de Salvator Mundi no solo ha batido el récord mundial jamás alcanzado por una obra de arte –ha desbancado a un Picasso vendido por 160 millones de dólares hace dos años–, sino que, según los expertos, refleja cómo ha cambiado el mercado del arte. Y es que la foto de una subasta de hoy es muy diferente a la de hace unos años. Los actores son diferentes. Los americanos adinerados siguen ahí, pero son jovencitos que provienen del mundo tecnológico, y luego están los rusos, árabes o chinos con muchísimo dinero y poca cultura artística que buscan imagen y estatus. «Esto no tiene nada que ver con el arte. Sino con el dinero y el marketing, y con el floreciente mercado en Asia, donde poco importa la calidad del cuadro», asegura un neoyorquino del mundo del arte. De hecho, muchos expertos coinciden en que Salvator Mundi está tan dañado que carece de interés. «El cuadro está 'lavado'. No existe tal cuadro. Es un fantasma. No hay pintura, lo único que se ha conservado con calidad son las manos, especialmente la que hace el acto de bendecir. todo el resto ha desaparecido», sentencia Juan Várez.

Algunos apuntan a que el comprador quiere convertir el cuadro en un producto de 'merchandising'. «No se dice el nombre para alimentar el morbo, pero se sabrá»

La historia de cómo se descubrió el cuadro es tan apasionante como la del propio Leonardo. Porque todo lo que rodea al genio florentino tiene un enigmático poder de seducción. «Tiene ese tipo de genialidad con la que todos nos identificamos. Esa basada en la simple curiosidad, en la voluntad de pararse y observar atentamente; algo que solíamos hacer de pequeños y que perdemos con la edad», apunta uno de los biógrafos de Leonardo, el escritor y periodista americano –autor también de la biografía de Steve Jobs– Walter Isaacson, que acaba de publicar Leonardo da Vinci, libro que ha trepado al número uno en la lista de los más vendidos de The New York Times.

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Y tras Da Vinci... Los dos siguientes lotes se quedaron sin vender. Hasta que llegó el Warhol inspirado en La última cena de Leonardo, que se adjudicó por casi 61 millones de dólares. «Una maravilla. El Da Vinci es puro fetichismo», dice la galerista.

La historia de un cuadro

Se cree que Salvator Mundi se pintó a principios del siglo XVI. Su primer rastro aparece en el siglo XVII en la colección real de Carlos I de Inglaterra, gran amante de la pintura, y no se vuelve a saber nada más de él hasta el año 1900, cuando figura en el inventario de la Cook Collection, en Richmond (Inglaterra). Entretanto, se olvida su atribución a Da Vinci, hasta tal punto que se vende por 45 libras en una subasta en 1958. La obra había sido torpemente restaurada y figuraba como pintada por un seguidor de Leonardo. Aquí se podía haber acabado la historia, pero volvió a aparecer en una pequeña subasta en Estados Unidos en 2005, donde lo compran tres marchantes americanos llevados por una corazonada. Siguen su intuición y deciden encargarle la restauración para eliminar los repintes a la antigua restauradora del Museo Metropolitan de Nueva York, que se atreve a decir tres años después que la obra es de Leonardo da Vinci.

Les faltaba aún convencer a la comunidad científica y, en 2008, Martin Kemp, profesor emérito de Historia del arte de Oxford y uno de los mayores especialistas en el maestro, certifica que el cuadro es auténtico, a pesar de «haber sido profundamente dañado en el pasado».

Salvator Mundi es presentado en sociedad en 2011 en la gran exposición de la National Gallery de Londres sobre Leonardo da Vinci y es entonces cuando los tres marchantes deciden venderla, fijando un precio de salida de 200 millones de dólares. No encuentran comprador hasta que aparece en escena el multimillonario ruso Dmitri Rybolóvlev, dueño del club de fútbol de Mónaco, que paga 127,5 millones de dólares. El periplo del cuadro acaba cuando el magnate y coleccionista ruso decide ponerlo a la venta a través de Christie's.

Sin embargo, a la par que hacía saltar la banca en esta histórica puja, Dmitri Rybolóvlev acabó querellándose con Sotheby's, acusando a esta casa de subastas de acordar sobreprecios con el marchante suizo Yves Bouvier con el fin de estafar al magnate ruso. Su acusación surge a partir de un lote de obras que Bouvier le habría vendido con precios inflados, decenas de millones de euros por encima de su valor real. Entre esas obras se encontraba el Salvator Mundi.  De acuerdo con la documentación recabada por el tribunal federal de Manhattan, Bouvier había comprado el Da Vinci por 83 millones de dólares en 2013 y lo vendió un día más tarde a Rybolovlev por 127,5 millones, además de llevarse una comisión. Sotheby's ha negado desde el inicio haber participado o estado al corriente de cualquier mentira o engaño que Bouvier pudiera haber realizado a Rybolóvlev mediante la generación de ofertas inexistentes de otros coleccionistas que pujaban con el ruso por el cuadro, disparando su precio hasta los 127,5 millones que pagó.

Ahora, el jurado federal ha absuelto a Sotheby's de toda responsabilidad. Rybolóvlev debía aportar pruebas y documentos que demostrasen la connivencia por él denunciada entre la casa de subastas y Bouvier y no lo ha conseguido. Pese a la derrota, siente que en parte ha ganado al demostrar la opacidad y falta de transparencia del mercado del arte. Así y todo —y aunque no ha obtenido la indemnización de 232,5 millones de dólares que exigía—, tampoco a él le ha ido mal con los precios de un mercado hipervolátil, ya que lo que había comprado por 127,5 millones de dólares lo acabó vendiendo en Christie's por 450,3 millones, un récord en subastas, más aun tratándose de una obra antigua y en mal estado.


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