Un periodista y un fotógrafo recorren las dependencias del Tribunal Criminal Internacional para la antigua Yugoslavia (ICTY) de La Haya. Por Ed Caesar

Aquí se juzga a los responsables de las mayores atrocidades registradas en Europa desde el Holocausto nazi. Entramos en lo que ya se conoce como el ‘nuevo’ Núremberg.

El general Ratko Mladic conocido durante la guerra como ‘el carnicero de Bosnia’, aunque él prefería el autoconferido apodo de ‘Dios’ está ansioso por dirigirse al tribunal. Lo que resulta irregular a más no poder. El juez Alphonsus Orie hace una excepción y le da permiso para hacerlo.

Mladic se levanta. Tiene 69 años y aspecto frágil. Ya no es el robusto guerrero de los 90, sino que más bien recuerda a un jubilado vestido para las grandes ocasiones. Lleva unos auriculares para poder seguirlo todo en lengua serbia, su idioma. Empieza a divagar. Se queja de que no entiende la jerga legal empleada en la sala y de que el tribunal está divulgando una mala fotografía de él en su página web, una imagen tomada cuando fue detenido en Belgrado en mayo de 2011. Añade que la foto lleva a pensar que está enfermo. «Cuando me detuvieron, estaba mal de salud y muy débil», explica. «Pero ahora me he recuperado un poco… Y quiero que mis enemigos se mueran de envidia al verme«.

Actualidad Tribunal Criminal Internacional La Haya

Tribunal Criminal Internacional de la Haya

El juez Orie ya ha oído suficiente. «Ha agotado usted su tiempo», zanja. «Gracias por sus observaciones, señor Mladic». Aquí, en este tranquilo edificio, a los hombres como Ratko Mladic se los llama de una forma particular. No encausados, patriotas, violadores, ‘señores de la guerra’, ‘carniceros’ o dioses. No, en esta sala son conocidos como ‘los acusados’. No en vano, desde los primeros momentos de las guerras que desmembraron Yugoslavia entre 1991 y 2001, quedó claro que habían cometido crímenes de guerra a gran escala. Las Naciones Unidas organismo no precisamente conocido por su flexibilidad operativa en las situaciones de crisis se dijo que era preciso hacer algo para poner fin a la cultura de la impunidad en los Balcanes. Su respuesta fue el ICTY. El tribunal, establecido en La Haya en 1992 «con el único propósito de juzgar a los individuos responsables de serios quebrantamientos de las leyes humanitarias internacionales cometidos en el territorio de la antigua Yugoslavia», ha enjuiciado las peores atrocidades registradas en suelo europeo desde el Holocausto nazi.

Sus crímenes: genocidio, quemar vivo al enemigo, asesinatos, deportaciones, persecuciones… Ante la justicia han llegado 163 acusados, de los que 64 ya han sido condenados

El ICTY ha tratado de llevar ante la justicia a 163 acusados de dichas atrocidades. De ellos, 64 han sido condenados; los absueltos suman 13. Pero el trabajo del tribunal ha sido lento. Y su misión no ha terminado. Muchos casos -como el de Ratko Mladic y el del recientemente detenido líder serbobosnio Radovan Karadzic- se han demorardo hasta 2017.

Por su parte, el director de la prisión -un jovial británico de 58 años llamado David Kennedy- afirma que estos reclusos no plantean problemas. «Tienen un promedio de 58 años», explica. «Muchos eran peces gordos en sus organizaciones respectivas, de forma que hay presidentes, generales, jefes de Policía, etcétera. En la mayoría de los casos es la primera vez que pasan por la cárcel. No hay problemas de drogas, por ejemplo. La atmósfera es muy relajada. Además, los propios presos han llegado a un acuerdo: prohibido hablar de la guerra, de religión o de política. Su batalla personal tiene lugar en las salas del tribunal, no aquí».

Celdas Tribunal Criminal Internacional de La Haya

Galería de la unidad de detención, lugar donde están encerrados Mladic, Karadzic y otros acusados en espera de juicio o de que sean consideradas sus apelaciones. Comparten cautiverio con otros delincuentes comunes y no especialmente peligrosos

Es un hecho que en el ICTY todo discurre de forma muy civilizada. Por poner un ejemplo, los guardias de seguridad, que visten uniformes azules y cargan con pistolas Smith & Wesson que nunca se han visto obligados a desenfundar, se dirigen a los presos tratándolos de ‘señor’ o de ‘general’, y nunca por sus apellidos. Y, por extraño que parezca, los funcionarios del ICTY -muchos de ellos personalmente vinculados a las guerras balcánicas- son los que más insisten en la necesidad de la presunción de inocencia.

Liljana Hellman, por ejemplo, abogada serbia de 38 años que hoy trabaja como secretaria de juzgado. Dice no sentir nada cuando uno u otro acusado comparece personalmente en la sala. «Ves a esa persona, y hay quien dice que es responsable de cosas horribles», comenta. Pero yo siempre me digo que eso voy a saberlo al final del juicio, que por el momento nada es seguro. Siempre pienso en Doce hombres sin piedad, mi película favorita. «Lo sucedido siempre puede ser contemplado desde diferentes puntos de vista».

Los reclusos no plantean problemas. «Eran peces gordos, pero han llegado a un acuerdo: no hablar de religión, ni de política ni de la guerra», dice el director de la prisión. «El ambiente es civilizado»

Los acusados por el ICTY mantienen buenas relaciones personales. Todos gozan de celdas individuales, con retrete, televisión por satélite, escritorio y ordenador (sin acceso a Internet), lo que les permite coexistir con cierta libertad en los pasillos que comparten. Les han sido concedidos diez días al mes en tiempo de visitas, incluyendo tres jornadas y media de ‘visitas familiares’ no supervisadas. En las galerías, los serbobosnios se mezclan con los kosovares y los croatas. Hombres que antes se odiaban mutuamente -y, de hecho, trataban de exterminarse los unos a los otros- hoy comparten labores de cocina y celebran las festividades de los compañeros con alimentos adquiridos en la tienda de especialidades balcánicas de la prisión.

Tan solo un preso ha recibido tratamiento especial: Slobodan Milosevic, el antiguo presidente de Yugoslavia. En razón de su notoriedad, el personal de seguridad del ICTY consideró conveniente efectuar sus traslados al tribunal durante las madrugadas, antes de que los periodistas empezaran a trabajar. Le construyeron un ‘estudio’, en un extremo del ‘corredor de los acusados’: una suite de dos habitaciones con un despacho y un dormitorio. La cama nunca llegó a ser usada.

El ICTY constituye un éxito de la cooperación internacional. Su personal procede de 24 países distintos. Los abogados, fiscales y jueces formados en diferentes sistemas judiciales, hablantes de diversos idiomas, especializados en el derecho criminal internacional -que hasta el establecimiento del tribunal llevaba medio siglo adormilado- se las han arreglado para salir adelante.

Contemplo el patio de la cárcel, en el que tres serbios -Vlastimir Djordjevic, Sredoc Lukic y Vladimir Lazarevic- pasean en torno a la pista de tenis. Entre los tres suman 62 años de cárcel por crímenes como asesinatos múltiples y deportaciones forzadas. Estos hombres inspiraban pavor hace años. Privados de todo excepto del derecho a un juicio justo, hoy tienen el aspecto de lo que son: unos viejos.

Un funcionario me cuenta que Ante Gotovina, el general croata, es el rey del lugar. Gotovina ha sido declarado culpable de la comisión de crímenes de guerra contra los serbios de Krajina: asesinatos, deportaciones, persecuciones y responsabilidad en ‘acciones inhumanas’ (desde el acuchillamiento hasta la incineración). Nce que sus apelaciones vayan a prosperar.

El tribunal constituye un éxito de cooperación internacional. Su personal procede de 24 países distintos. Algunos de ellos eran ciudadanos de la antigua Yugoslavia

Veo otro edificio, situado al otro lado del alto muro del patio. Me cuentan que fue usado por los nazis para encerrar a detenidos holandeses durante la Segunda Guerra Mundial. Los alemanes se llevaban a grupos de detenidos a las dunas, donde los fusilaban, en flagrante contravención de las leyes de la guerra. Me parece apropiado que, medio siglo después, los sospechosos de crímenes de guerra estén encerrados en el mismo lugar. Los nazis cometieron sus crímenes porque tan solo se sentían responsables ante su ideología, y los juicios de Núremberg fueron un intento de poner fin a ese espíritu de impunidad. De forma similar, los crímenes en los Balcanes fueron cometidos por hombres convencidos de la rectitud de su causa y de su inviolabilidad. EL ICTY trabaja con lentitud, es de tipo burocrático e impopular entre casi todas las etnias y grupos nacionales en la antigua Yugoslavia. Pero ha vuelto a convertir en hombres a quienes en su momento fueron ‘carniceros’. O ‘dioses’.

Nuevo XL Semanal
El nuevo XLSemanal

A partir de ahora consulta los nuevos contenidos en la web de tu periódico

Descúbrelos