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En mi propia casa

Lunes, 11 de Diciembre 2017

Tiempo de lectura: 1 min

Aduras penas soporto que en el trabajo las reuniones para empezar un proyecto se llamen kick off meeting, que a los epígrafes en una presentación se los llame bullets y a los destacados de toda la vida, highligths. En este afán de sentirnos globales compramos anglicismos con la facilidad con la que tragamos saliva. Parece anticuado o vergonzante nombrar en español casi cualquier cosa. Los jefes son officers y las estrategias, mira por dónde, strategies. Yo, según el día, dudo de si ponerme como Gandhi y su resistencia pasiva cuando me hablan en esa jerga o si regalar tarjetas con la traducción de la palabra de marras al castellano, esa lengua menor que solo hablan 550 millones de personas en el mundo y subiendo. Les confieso que últimamente estoy en pleno brote. El otro día se me cayó el mundo encima. Estaba en el entorno familiar de 'Vascolandia' cuando dos de mis más queridísimos seres anuncian que se van a la casa de uno de ellos a hacer una carrot cake. ¿Cóooomo? ¿Tarta de zanahoria? Y dicen: «Sí pero no, la receta es un poco distinta». Y a partir de ahí siguen con que solo les falta «hacer el mix del crumble» y ante mi estupor, para distender, siguen vacilando con otras parecidas, ya impostadas. Menos mal que no hablaron de toppings. Esa me revienta. ¿Serán tan difíciles de pronunciar las palabras 'mezcla', 'ingrediente', 'aderezo', 'crujiente' o 'desmigado'? Perdonen que haga tantas questions, es que estoy every time wondering myself. Miren que empezamos diciendo bacon en vez de 'panceta' pensando que así engorda menos y acabamos pensando que es normal decir foodie, finger food, food truck y street food. ¿De verdad a nadie le importa, solo a mí?