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Bajo tierra

Lunes, 11 de Septiembre 2017

Tiempo de lectura: 1 min

Aterrizo en una web atraído por su titular: Templos del vino: las diez bodegas más atractivas del mundo. Entro, iluso de mí, en busca de elaboradores singulares y viñedos de otro tiempo, y descubro que todo es absolutamente literal. Fotos cuidadísimas de edificios impactantes diseñados por los más grandes arquitectos. Será que ahora que ya no se construyen catedrales como las del Renacimiento aquella idea se usa para glorificar el vino. Si el gótico buscaba simbolizar la grandeza de Dios a través de la piedra, estas bodegas se apoderan del hallazgo con un enfoque más mundano: simbolizar el éxito económico y crear parques temáticos del lujo. Muchas de ellas podrían acoger museos de arte contemporáneo o sedes de la OTAN. Construcciones sorprendentes que nada tienen que ver con el vino. Algunas son como un rascacielos en Yellowstone, otras como un cuento de princesas en posmoderno. Hay varias de titanio, otras suspendidas en el aire y las firman premios Pritzker como Herzog and de Meuron, Gehry o Christian de Portzam. Yo pensaba que las mejores bodegas del mundo viven bajo tierra, a once grados los 365 días sin aires acondicionados, con pasillos y naves excavadas en la roca hace más de 140 años, como los de López Heredia, en Haro, o hace más de 400, como las que los hermanos Aragón han recuperado para sus vinos Dominio del Pidio, en su pueblo burgalés, sitios pensados para conquistar el tiempo con tiempo, imposibles para máquinas que no sean las manos del hombre, dispuestas para convivir sin prisa, como aquellas catedrales, jugando con la eternidad.