Heinrich Himmler, el hombre en la sombra de Adolf Hitler, jefe de las SS e impulsor del holocausto, quiso pasarse al enemigo al final de la Segunda Guerra Mundial, pero acabó suicidándose. Por Rodrigo Padilla

Las cartas secretas del general que ideó el atentado fallido contra Hitler

Las cartas secretas del general que ideó el atentado fallido contra Hitler

El general Henning von Tresckow fue el cerebro del atentado contra Hitler del 20 de julio de 1944, hace ahora 75 años. Su hija publica su correspondencia inédita. Muestra el…

Münich, 1907: el pequeño Heini es un niño aplicado y amable; va a misa, juega al ajedrez, colecciona sellos. Berlín, 9 de noviembre de 1938: las SS al mando de Heinrich Himmler asaltan comercios judíos, asesinan a sus dueños y prenden fuego a más de 1.400 sinagogas por todo el país. Es la Noche de los Cristales Rotos. Mueren unas 400 personas.

La persecución antisemita entra en una nueva y trágica espiral de violencia. ¿Qué pasó para que el pequeño Heini se convirtiera en un genocida?

Su miopía le impide cumplir su sueño: alistarse en el Ejército. Quiere ser un héroe, pero no le dejan. Finalmente, monta una granja de gallinas

Todavía en 1923 sus jefes decían de él que era un tipo gris y apocado, pero, «sin duda, muy útil, porque tiene una moto». En 1945 era jefe de las SS, ministro del Interior, comandante de dos Cuerpos de Ejércitos, con millones de hombres a su mando y millones de muertes sobre sus espaldas. ¿Cómo  un hombre sin carisma ni dotes de mando se acabó convirtiendo en la segunda persona más poderosa del régimen nazi?

El historiador alemán Peter Longerich dedicó años a estudiar los miles de documentos y escritos dejados por Himmler para elaborar un completo retrato psicológico, -en su libro Heinrich Himmles. Biographie-, del arquitecto del holocausto, «mitad maestro de escuela, mitad chiflado», tal y como lo definió Albert Speer, el ministro nazi de Armamento.

Himmler

Heinrich Luitpold Himmler nació en Múnich el 7 de octubre del año 1900, segundo de tres hermanos. Su padre era director de un prestigioso instituto bávaro, un hombre de la vieja escuela prusiana, orden y disciplina, respeto a la autoridad, orgullo de ser alemán. Le encantaba hablar de los viriles guerreros de la mitología germánica, y a su hijo le gustaba escucharlo. Pero Heini era débil y enfermizo, un niño que sólo podía soñar con espadas y valquirias y que acaba miope de tanto estudiar. Es por esta miopía por lo que no puede cumplir su sueño adolescente de convertirse en oficial cuando estalla la Primera Guerra Mundial. Quiere ser un héroe, pero no le dejan. Así que se matricula en el Instituto Técnico de Múnich, especialidad: Agronomía.

Y luego empezó el caos. Revueltas callejeras, capitulación alemana en Versalles, renuncia del káiser Guillermo, anarquía, paro, problemas económicos. Todo eso espanta al joven Himmler, adicto a las reglas y al control, también uno más de los muchos alemanes que se sienten humillados por la derrota. Algo va mal, piensa, hace falta orden, un nuevo orden: Himmler se alista en uno de los grupúsculos nazis que empiezan a proliferar y comienza su mutación. Lee libros que ensalzan la supremacía de la raza aria, se empapa de mitología, se interesa por el esoterismo, fantasea con una nueva religión nórdica, sueña con una Alemania más parecida a la Edad Media que a la República de Weimar.

Fuera de sus delirios germánicos, la realidad es difícil: tiene que compaginar su vida política con trabajos mal pagados, pasa apuros económicos. Evita a las mujeres porque quiere llegar virgen al matrimonio. En 1929 se casa con Margarete Siegroth, rubia, ojos azules, una valquiria siete años mayor que él. Juntos tendrán una hija, Gudrun. Y juntos montarán una granja avícola que será la ruina. El matrimonio no tendrá ingresos fijos hasta 1930, cuando la crisis económica lleva al Partido Nazi al Parlamento y Himmler consigue un escaño.

Himmler

Su promoción dentro de la jerarquía nazi fue lenta. En 1925 se une a las SS, por entonces sólo un pequeño grupo dentro de las SA, las fuerzas de choque del Partido al mando de Röhm. En 1929 es nombrado jefe de las SS y Himmler demuestra sus dotes organizativas: en sólo cuatro años, sus miembros pasan de 280 a 52.000, todos ellos imbuidos del mismo fanatismo de su jefe. El ‘virus Himmler’ empieza a crear copias, a propagarse. En 1932 es nombrado jefe de Policía de Baviera y crea la Policía Política, embrión de la Gestapo.

En 1934, Hitler empieza a desconfiar de Röhm. Piensa que planea un golpe de Estado y decide eliminarlo, a él y a sus temibles SA. Para ello sólo cuenta con las SS de Himmler, que acepta el encargo encantado. Hitler empieza a fijarse en ese hombrecillo que sabe resolver problemas… En la llamada Noche de los Cuchillos Largos, los cabecillas de las SA son eliminados y la organización, fagocitada por las SS. También pasan a controlar los pequeños y dispersos campos de concentración que acogen a los opositores al régimen y a los llamados ‘enemigos del Estado’. Himmler diseña un nuevo tipo de campos «ampliables en cualquier momento, modernos y útiles». Orden y control, eficacia por encima de todo, también en lo que al asesinato se refiere. Es posible que el holocausto también hubiese existido sin Himmler, pero seguro que habría sido muy distinto.

Himmler

Las ejecuciones de judíos, gitanos, homosexuales, opositores e ‘indeseables’ en general fueron ordenadas por Himmler de forma masiva y sistemática. Para evitar gastar munición ordenó la creación de las cámaras de gas

Reunifica los distintos servicios de seguridad en la llamada RSHA, siglas que pondrán los pelos de punta a media población europea, alemanes incluidos. Las SS desarrollan una rama militar, las Waffen-SS. Su misión es garantizar la seguridad del Estado nazi, pero también la pureza de la raza germánica, la otra obsesión de Himmler. Árboles genealógicos, estudios craneales, incentivos a la reproducción entre alemanes puros. En palabras de Joachim Fest, autor de El hundimiento, Himmler actúa con sus SS como en su día hizo con su granja de gallinas.

Se ensalzan virtudes como la lealtad, la honestidad, la obstinación… las virtudes de Himmler. Y también unos valores que, llevados a su extremo último, permiten superar los sentimientos de culpa, de responsabilidad individual. Las órdenes se cumplen de la forma más eficiente posible. La maquinaria nazi va quemando etapas y llega al salto hacia delante que su propia naturaleza le exige: la guerra. Alemania invade Polonia en 1939, neutraliza Francia y arrincona Inglaterra. Comienza la conquista del espacio vital en el Este… y su vaciamiento de infrahombres, judíos principalmente. Primero se los reúne y encarcela, pero el objetivo final es su eliminación. Al principio parece un objetivo a largo plazo por complicado, pero Hitler le encarga la tarea a Himmler. Se trata, a su modo de ver, de una simple cuestión de organización. Eso se le da muy bien. La guerra en el siglo XX tiene una dimensión industrial, el genocidio también la tendrá.

En 1942 asiste a las pruebas de las cámaras de gas en Suchwitz. Durante la cena posterior se muestra encantador y habla de literatura y arte

Toda resistencia es barrida, los judíos son asesinados in situ: primero sólo los hombres, más tarde también las mujeres y los niños; Himmler no quiere dejar a nadie que pueda albergar deseos de venganza, no sería práctico. Otros muchos cientos de miles son llevados en trenes hacia unos campos de concentración que se convierten ya en campos de exterminio. En julio de 1942, Himmler asiste a una prueba de las cámaras de gas en Auschwitz y lo convencen: es un método bastante eficiente de eliminar ese ‘estorbo’. No son personas, son estorbos. No se los asesina, se los elimina. El mismo día de la prueba de las cámaras de gas, Himmler asiste a una cena en la residencia del comandante del campo y se muestra «atento y encantador» con las mujeres. En la velada se habla de arte y literatura. Mientras, los hornos queman los cadáveres.

Himmler
A Himmler le gustaba dejar clara su posición, se jactaba de su poder y por eso le gustaba que lo retrataran junto con Hitler. En la imagen, en un acto de 1944, cuando las cosas ya no iban tan bien para el Tercer Reich

El sueño de Adolf Hitler, una vez alcanzada la tan cacareada victoria final, es crear una gran Alemania con un patio trasero ruso, colonizado y explotado. Himmler sueña con que sus SS constituyan la aristocracia de ese nuevo régimen. Pensando en el futuro, las SS cuentan con departamentos dedicados a la medicina, la ciencia, la agricultura, la economía, la administración… Se han convertido en algo más que un Estado dentro del Estado, son el embrión preparado para sustituir al viejo Estado cuando las condiciones resulten las adecuadas.

Himmler es ya uno de los hombres más poderosos del Reich, pero su carrera no se detiene. Por su eficacia, Hitler lo nombra ministro de Interior en 1943 y, más tarde, comandante de la Reserva. Pero el curso de la guerra ha cambiado. Desde su victoria en Stalingrado, los rusos avanzan, incontenibles, y los aliados se preparan para abrir el frente occidental. La situación se vuelve desesperada. Los aliados se acercan a las fronteras del Reich. La paranoia de Hitler le hace ver conspiraciones por todas partes. Sólo confía en los más fieles. Y el más fiel de todos siempre ha sido Himmler, su frío cerebro gris en la sombra. Hitler le otorga también el mando del Ejército del Alto Rin, luego el del Cuerpo de Ejércitos del Vístula. Pero Himmler no es un general, no tiene ni idea de estrategia, todas sus iniciativas militares terminan en desastre. Los rusos llegan a las puertas de Berlín. Himmler, nombrado defensor de la ciudad, ve la causa perdida antes que Hitler. Aduce problemas de salud y se retira a la frontera danesa, donde planea su siguiente paso.

Asegura que sólo necesita una hora con Eisenhower para convencerlo de la utilidad de las SS, pero el americano se niega a recibirlo

La derrota ante los rusos es inminente, la única posibilidad de victoria es una alianza con los aliados occidentales. Himmler cree que sus SS son fundamentales para mantener el orden en Alemania y para ayudar a Estados Unidos en su inminente guerra contra los soviéticos. Busca establecer contactos con los occidentales, asegura que sólo necesita una hora a solas con el general Eisenhower para convencerlo… o para contagiarlo. Pero Eisenhower se niega a recibirlo. Hitler se entera de la traición de su segundo y lo despoja de todos sus cargos. El más fiel de entre los fieles se ha vuelto un traidor.

El final de Himmler dibuja una metáfora de toda su vida. Cambia su uniforme de SS por otro de mayor de la Policía Militar Secreta, una rama de la Gestapo. Adopta una identidad nueva, Heinrich Hitzinger, y trata de llegar a Baviera en medio del desbarajuste que reina tras la muerte de Hitler y la caída de Berlín. Pero no se le ocurre que el uniforme que ha elegido es uno de los más odiados y que siempre levantará sospechas: su pérdida de contacto con la realidad le ha jugado una mala pasada. Es detenido por una patrulla aliada. Sus papeles, falsos, son tan milimétricamente correctos que hacen dudar al mayor al mando: su proverbial minuciosidad se ha vuelto en su contra. Al final es desenmascarado. Será uno de los primeros en comparecer ante el Tribunal de Nuremberg, que los aliados están organizando para juzgar a los criminales de guerra nazis. No llegará a los interrogatorios.

El 23 de mayo del año 1945, el hombre más temido de Alemania se suicida en su celda con una cápsula de cianuro que lleva escondida en la boca. Sus últimas palabras, gritadas tras morder la cápsula letal, no son un mensaje político ni una súplica de clemencia. Son sólo un espasmo, un estertor vírico, la liberación al exterior de su sencillo mensaje genético: «¡Yo soy Heinrich Himmler!».

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