Borrar
EL BLOC DEL CARTERO

Piropos

Lorenzo Silva

Lunes, 03 de Abril 2017

Tiempo de lectura: 5 min

Lean, sobre todo los varones, cómo le hace sentir a una frecuente destinataria esa manía que tienen algunos de interpelar por la calle a una desconocida, a propósito de los encantos que el interpelador en cuestión tiene a bien apreciar en ella y sin la menor consideración hacia la persona cuyas prendas personales se jalean. Es una carta breve, sencilla, y su autora le ha puesto un título excelente, por sucinto y evocador de la sensación principal que la invasión laudatoria del prójimo produce a quien sin haberla pedido la sufre día tras día. Siempre hay un contexto para todo y sin duda lo hay también para el piropo, que puede ser una noble y grata expresión de admiración, dentro de ese contexto que lo justifica. Más dudoso es que soltarlo donde a uno le place y como a uno le place tenga maldita la gracia. LA CARTA DE LA SEMANA

Mis tesoros

Hurgando en casa de mi madre encontré mi caja de los tesoros. No recordaba que existía y, al verla, se me aceleró el corazón. Era de un cartón regio, me dijo mi abuelo al regalármela, y la destiné a guardar mis trofeos más preciados. Al abrirla, me di cuenta de que, inconscientemente, había guardado allí toda mi infancia. Había un montón de chapas ganadas tras muchos sudores y varias rodilleras en mis pantalones; la navajilla de abrir piñones. Mi canica de acero extraída de un rodamiento enorme (casi tan grande como mis ojos al ganarla). Mi peonza con todas sus cicatrices. Y un reloj enorme de cadena que nunca funcionó y que, tras el primer flechazo, quedó abandonado bajo un Ferrari rojo. Al volver a mi casa pensé que en mi infancia nunca jugué solo, que mis mayores tesoros no han tenido precio, siempre me han sido regalados. Pensé también en qué guardarían en una caja mis hijos y, por supuesto, que mi abuelo tenía un gran conocimiento de la resistencia de los materiales al regalarme la caja de su boina. Pedro Pascual Alonso, Cantalejo (Segovia)
Por qué la he premiado... Por su mensaje tan saludablemente contrario al mundo monetizado en que algunos se empeñan en que vivamos

A continuación el resto de cartas de la semana.

Mucho por arreglar

No entiendo: mi hijo lleva cinco días por ahí intentando salvar el mundo de no sé qué líos, pero si le pido ayuda en casa me dice siempre que no. Aplicando la lógica, afirmo que primero arreglemos nuestra casa y a nosotros mismos y, seguro, el siguiente paso será arreglar lo demás. Estamos inmersos en una nube de información, enterados al segundo de miles de confl ictos, injusticias, amenazas y cataclismos que nos incitan a buscarles solución. Ello nos impide ver los problemas que nos afectan directamente y atañen a seres muy cercanos, familiares, amigos, vecinos, lo que sería el primer círculo de preocupación. Nos preocupamos, en cambio, de solucionar los círculos más lejanos, de los que solo tenemos información por lo que se publica o lo que te ha dicho uno que conoce a un colega suyo. Pero ¿cada cuánto visitamos a nuestros padres o abuelos? ¿Por qué cerró la tienda de ropa de la esquina? Contéstense estas preguntas y, una vez las resuelvan, pasen a la siguiente etapa, el mundo, que tiene 'también' mucho por arreglar. José Tomás (Valencia)

La misa en TVE

Sorprende que ahora uno de los grandes problemas de nuestro país es la retransmisión de la misa los domingos por la mañana en la televisión pública. Resulta paradójico que un partido político que dice luchar por las minorías quiera quitar la misa de TVE que ven las abuelitas católicas, los ancianos, los enfermos, los impedidos y otros que no pueden desplazarse. TVE es un servicio público que pagamos entre todos, también esas minorías que por lo visto no tienen derechos y que quizá no escriban a los periódicos. Unas minorías que, por cierto, son unos cientos de miles. Ignacio López-Goñi (Navarra)

Es difícil

Soy una joven atractiva (según los hombres que me paran constantemente por la calle con sus gestos y comentarios obscenos y ofensivos), amante de las letras, feminista, con la mente amueblada, independiente y con tendencia a pensar. ¿Puede haber algo más difícil en esta sociedad? Quizá si no pensara tanto, todo sería más fácil. Ana de la Torre Recio, Sabinillas (Málaga)

Cuando hayamos muerto

Escuchando a Ara Malikian en directo, en uno de sus hábiles prólogos a un tema, me hizo rememorar un genocidio y éxodo sufrido por un pueblo muy poco conocido, el circasiano (norcaucásico). Casi dos millones de personas en la segunda mitad del siglo XIX se vieron obligadas por la presión imperialista rusa a abandonar su tierra para buscar la promesa de confort de encontrarse entre los de su misma religión (en Oriente Medio y Turquía), pero no así su misma idiosincrasia. Revisitando Jordania (país de origen de mi padre), en el que se estima una población circasiana de unas 200.000 personas, me parece asistircomo testigo a la agonía de una cultura ancestral, fagocitada por un arabismo voraz. De nosotros, de los circasianos, nadie se acordará cuando hayamos muerto. Iván Keituqwa Yáñez, Lorca (Murcia)

Plantarle cara a lo espectacular

«No os han enseñado a sufrir». La frase se me quedó marcada según la pronunció mi abuelo. No era una advertencia, sino un anuncio de una generación a otra. Y era verdad. Pensé: el continuo bombardeo de información e imágenes sobre mi generación nos convierte en testigos de un mundo en aceleración que no permite el descanso para el goce, el disfrute o el sufrimiento. La ausencia de este nos anestesia y nos inmoviliza ante una sociedad que está deseando sentirse viva, pero que, en cambio, se convierte en espectacular. Nuestras redes sociales parecen cómplices de una modernidad incierta sobre la que el conocimiento ha quedado atrás, convirtiéndonos en testigos de un mundo a la deriva. Esto pensé al principio, pero luego advertí que mi abuelo no buscaba ser pesimista, sino alentarme a una resistencia cotidiana ante la despreocupación.El sufrimiento pues se convertía en instrumento capaz de agitar aquello que me rodeaba para plantarle cara a lo espectacular. Él me enseñó a luchar para que poco a poco en mi día a día el sufrimiento formara parte de mí. para combatirlo. Íñigo Gómez Eguíluz, (Vitoria)