Entre la máxima condecoración y el pelotón de fusilamiento apenas se interponía un papel, que el soldado Merritt intentó tener bien oculto. Su historia es una conmovedora peripecia de la Primera Guerra Mundial no tan alejada del caso del soldado Bergdahl liberado por Obama. La delicada frontera entre heroísmo y traición en tiempos de guerra. Por Fátima Uribarri

La mañana del 20 de abril de 1920, un grupo de soldados y oficiales británicos acuden al Palacio de Buckingham para ser condecorados por el rey Jorge por su comportamiento ejemplar en los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial. Uno de ellos es Walter Lancelot Merritt, teniente segundo de los Fusileros Reales. Merritt, como muchos otros, es un mutilado de guerra: le amputaron la pierna derecha como consecuencia de las heridas recibidas en Ledgehem (Bélgica).

Como los demás, Merritt está algo nervioso por encontrarse ante el rey. Pero, a diferencia de sus compañeros, sus nervios se deben a motivos ocultos e insospechados: además de un héroe, Merritt es un traidor, un desertor. Ni siquiera se llama Merritt; su verdadero nombre es Walter Leslie Schwarz. Y tampoco es inglés, sino australiano de origen alemán. Si esa mañana los presentes llegan a conocer la verdad, en lugar de entregarle la Cruz al Mérito Militar lo habrían fusilado. Pero lo correcto era entregarle la medalla a Merritt: la merecía quizá mucho más que el resto de los condecorados porque él había desertado, sí; pero para poder luchar en el frente.

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Una de las trincheras del frente belga en el que luchó Walter Merritt

Cuando su caso sale a la luz, las autoridades militares se encuentran ante un dilema: ¿fusilar al desertor o premiar al héroe? El conflicto se resuelve con el perdón de Jorge V, un rey que tiene mucho en común con el teniente Walter: ambos son de origen alemán y los dos cambiaron su apellido germánico por otro más británico.

Comenzada la guerra, su apellido alemán es una losa. Quiere luchar con los aliados, pero no le permiten ir al frente.

Walter había nacido en 1896 en Toowoomba, Australia, una ciudad en la que se asentaron muchos emigrantes de origen alemán, como sus padres. Hasta que comenzó la guerra, en Toowoomba había escuelas en alemán y desfiles con la bandera del imperio del káiser. Pero el estallido de la guerra sustituyó estas evocaciones por una legislación que privaba del derecho al voto de los alemanes. Walter pronto sintió la losa que significaba su apellido germánico. Era ayudante en una carnicería, pero su sueño era ser soldado. Cuando cumplió los 18 años, se alistó en el ejército regular. Llevaba allí dos meses cuando el Imperio británico entró en guerra con Alemania. Y entonces se agudizaron las pullas contra los boches. «Continuamente escuchaba comentarios sobre gente con nombres alemanes, futuros traidores. Aquellos comentarios me dolían muchísimo», escribió Walter en una carta que se recoge en el libro A german Tommy, de Ken Anderson.

Un primer contingente parte hacia Gran Bretaña, pero no lo incluyen. Protesta. Pide con insistencia formar parte del servicio activo y le llega la oportunidad cuando piden voluntarios. A los 19 años, puede por fin embarcar con la 55 Brigada de Artillería hacia Gran Bretaña. Como siempre, Schwarz es de los más aplicados; y como siempre, no obtiene los resultados buscados. De nuevo envían a sus compañeros al frente; de nuevo, a él no. Protesta. No sirve de nada.

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Merritt demostró una enorme valentía en el frente: bajo la lluvía y el fuego de artillería, iba delante con un gran parche rojo en la espalda para guiar a sus hombres.

Schwarz decide romper la baraja. Se juega la vida. Sale del campamento el 23 de octubre de 1915 sin permiso. Se convierte en un desertor. Toma el tren y en Londres se compra ropa de civil. El lunes se presenta en una de las muchas oficinas de reclutamiento que piden a los británicos que se alisten. Ahora es otro hombre. Se llama Walter (su nombre real) Lancelot (como el caballero de la Mesa Redonda del rey Arturo) Merritt (el apellido de casada de una de sus hermanas). Ahora es hijo de un británico afincado en Australia. No le hacen demasiadas preguntas los reclutadores del Batallón de Deportistas en el que se alistó Walter. Faltan hombres y lo aceptan. Aquellos atléticos reclutas que formaron el Batallón de Deportistas fueron absorbidos por los Reales Fusileros y con ellos, al fin, Walter se siente libre de burlas y sospechas.

Un viejo amigo lo reconoce en el hospital y lo llama por su verdadero nombre. Walter decide contar la verdad.

El 14 de marzo de 1916 consigue su objetivo: lo envían a Francia, al frente. En mayo lo hieren en brazos y piernas. Lo trasladan a un hospital en Inglaterra, pero en cuanto se repone regresa a la lucha. Destaca por su valor y su audacia y lo envían a Irlanda a una escuela de oficiales. Es la guerra: los ascensos y la formación se aceleran. En abril de 1917 ya es teniente; en junio vuelve a las trincheras. Ahora le toca Flandes, una embestida difícil. De nuevo destaca, merece una segunda recomendación y se convierte en oficial del Servicio de Inteligencia: debe garantizar que sabe guardar secretos… y desde luego que sabe hacerlo.

El 28 de septiembre de 1918, Walter se comporta como un oficial de extraordinaria valentía: bajo la lluvia y un intenso fuego de artillería lidera a un grupo de hombres con un gran parche rojo en la espalda y una bandera también roja, para que los soldados sepan por dónde hay que ir. Su arrojo le supone una recomendación para la Cruz Militar. La consigue el 14 de octubre en otra acción similar, al liderar una avanzadilla entre la niebla, las balas y la artillería, con su bandera y su espalda roja. Se topa de bruces con el enemigo, su grupo captura a 28 prisioneros y él cae con una pierna destrozada.

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Pasa por varios hospitales. En uno de ellos, en febrero de 1919, se topa con la escena que tanto había temido: se encuentra con un viejo compañero de su pueblo australiano, Toowoomba, que, por supuesto, lo llama Schwarz y se extraña de verlo allí. Walter le contesta: «Se confunde usted de persona». Escapa a ese primer contratiempo, pero su falsa identidad se convierte en un serio problema tras su condecoración. El ejército le pide información para los trámites de la pensión. Walter Lancelot Merritt solo existe en el ejército; no tiene identidad civil. Entonces decide decir la verdad. Escribe al rey. Le pide perdón y permiso para seguir siendo Merritt. Tras varias consultas, Jorge V rubrica el perdón. Schwarz puede regresar a casa. Ya no es un desertor. Pero ya no podrá ser Merritt: su petición de continuar llevando el apellido británico que se inventó no es atendida.

Retrato de Schwarz después de la guerra, cuando ya había obtenido el perdón real, aunque no pudo mantener el apellido británico con el que combatió.


Los Windsor, para agradar al pueblo

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Los sajonia.

El teniente Schwarz no fue el único que cambió su apellido alemán. Jorge V (en el centro de la imagen) también lo hizo. Su madre, la reina Victoria, se apellidaba Sajonia Coburgo Gotha y estaba casada con su primo Alberto, que también era alemán.

La guerra.

Jorge V, que ascendió al trono en 1911, se casó con una mujer alemana, pero él se consideraba muy inglés (era el primer rey en hablarlo sin acento alemán). Por eso, cuando comenzó la guerra, tuvo claro que su origen germano no era un buen aval.

El cambio.

Cuando los ataques alemanes arreciaron sobre Londres, el rey fue tildado de «carnicero alemán» y «extranjero». Los nobles empezaron a buscarle un nuevo nombre dinástico.

Origen medieval.

Se barajaron Tudor, York, Lancaster… El secretario del rey, Lord Stamfordham, recordó a Eduardo III, un monarca de la Edad Media conocido como Eduardo de Windsor. A Jorge V le encantó: una imagen gloriosa y con historia para su dinastía. Así nació la Casa Windsor.


PARA SABER MÁS

A german Tommy: the secret of a war hero. Ken Anderson. Editado por Pen & Sword Military, 2014. Cuenta la peripecia vital de Walter Schwarz.

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