En España hay 43.000 niños y adolescentes tutelados por el Estado. La mayoría de ellos vive en los llamados ‘centros de menores’. Por David González

 Jero García lucha desde su fundación contra la exclusión y los abusos sexuales

La falta de conocimiento sobre estos centros hace que los chicos que salen de ellos, a los 18 años, tengan el estigma de conflictivos. El testimonio y la vida de estos jóvenes prueban todo lo contrario…

«Intenté suicidarme a los 13 años. Estuve 24 horas en coma y una semana en un hospital de Barcelona. Cuando me dijeron que me tenía que ir a vivir a un centro de menores, me puse a gritar», relata Clara, de 19 años, con una larga trayectoria de dificultades que empiezan a los 3 años, cuando sufre los abusos sexuales de un familiar, y que culminan una década después, cuando es víctima de acoso escolar en el instituto. Por el camino, estrecheces económicas, padre ausente, madre con problemas…

• ¿Cómo acabaste viviendo en la calle?

¿Cómo sobrevivir cuando lo tienes todo en contra? ¿Y cómo reencauzar tu vida cuando solo para mantener el equilibrio necesitas ser un funambulista más diestro que los del Circo del Sol? Clara lo es. Una superviviente y una equilibrista. Y en España hay unos cuantos como ella…

Casi 43.000 niños y jóvenes tutelados por el Estado, de los cuales solo un 14 por ciento están en familias de acogida; otros, en pisos asistidos; y la mayoría, en los llamados ‘centros de menores’. Cada año, unos 2500 cumplen la mayoría de edad y deben abandonarlos. Echar a volar. Es un momento difícil. Pero como dice Clara: «Yo llevo volando desde los 13 años…».

Existe un gran desconocimiento sobre el funcionamiento de estos centros. Y la ignorancia propicia que los jóvenes que ingresan en ellos tengan el estigma de conflictivos cuando, en realidad, son las víctimas de diversos factores: negligencia, dificultades económicas, desatención, consumo de tóxicos, violencia de género entre los progenitores, maltrato… Pero los chavales que protagonizan este reportaje -de entre los muchos y muy diferentes perfiles que pasan por los centros- son la prueba de que se puede salir adelante. Ahí están, arbitrando partidos de baloncesto; atendiendo al público en un restaurante o en una tienda; yendo a la universidad… Luchando por encontrar su sitio en el mundo.

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David, 21 años «‘Por algo será…’, piensan cuando has estado en un centro de acogida. Hay que superar eso. Voy a estudiar integración social»

Clara recuerda que tras el intento de suicidio recibió el alta y, al cabo de un par de días de estar en casa con su madre, le enviaron una citación para ingresar en un centro de acogida. Era Navidad. «Sentí rabia e impotencia». Fue derivada a una unidad de crisis. «Me atendía un psiquiatra y disponía de tres llamadas telefónicas a la semana. Al poco, mi madre pudo empezar a visitarme. Fue una época de tranquilidad, de pausa. Era capaz de acabar una actividad o permanecer en mi habitación escuchando canciones o leyendo un libro…».

El curso siguiente ya iba al instituto a tiempo completo. «Yo en el centro he crecido y evolucionado, en mi casa no hubiera podido», reconoce Clara.

Natalia Martínez es educadora social: «Cada caso es diferente, pero la gran mayoría de los chicos que salen de un centro de protección se enfrentan a retos que resultarían imposibles para cualquiera de su edad. Ser autónomos en todos los aspectos de la vida, desde la propia gestión personal hasta la doméstica y económica; superar los estudios y compaginarlos con el trabajo son retos que conllevan tiempo y soportes externos… Hay que madurar mucho y rápido, porque la mayoría no tienen margen para el ensayo-error».

¿Qué hará Clara con su vida? De momento, no lo sabe… Aunque ya se ha sacado la selectividad, consiguió una beca y trabaja en un parque de atracciones. Porque lo que sí sabe es que, haga lo que haga, saldrá adelante.

Clara, 19 años

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«Entre en el centro a los 13 años despúes de intentar suicidarme. Ahora estoy estudiando, Se arreglármelas»

«Mi abuelo abusaba de mí al recogerme del cole. Yo tenía solo 3 años. A los 5, un día se lo conté a mi madre. Dejó de llevarme a la escuela y nos mudamos a otra ciudad. Esto alertó a los servicios sociales. Mi abuela materna se hizo cargo de mí hasta los 11 años. A esa edad regresé con mi madre. De mi padre, cero noticias. En el instituto sufrí acoso escolar y pasaba mucho tiempo sola en casa. Por la noche salía a buscar a mi madre por los bares. Ahora pienso que adquirí un rol de cuidadora que no me correspondía. Entré en un centro a los 13 después de un intento de suicidio. Al principio fue difícil. Pero me recuperé y empecé a ir al instituto. En esa época tomaba tres medicaciones diferentes. Hoy no tomo nada. Acabé Secundaria, Bachillerato… Y, al cumplir los 18, me trasladé a un piso para jóvenes extutelados y, después, a un piso compartido. Saqué la selectividad, logré una beca y recibo una ayuda de 663 euros. He trabajado este verano en un parque de atracciones y he empezado un grado de formación profesional de animación sociocultural y turística. Vivo por mi cuenta. Sé arreglármelas».

 Álex, 21 años

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«Mi infancia no fue fácil, pero estoy orgulloso de quien soy y de lo que he vivido»

«De pequeño tuve una infección de orina y los médicos descubrieron que mi alimentación no era la adecuada. Avisaron a servicios sociales. Mis padres, los dos, dieron positivo por cocaína. A los 6 años, mi madre denunció a mi padre tras una pelea y la Policía me llevó a un centro de acogida. Mis padres recuperaron mi tutela, pero al final se separaron. Viví un tiempo con mi madre, pero tenía problemas mentales. Y fui a otro centro. Seguí viendo a mi madre durante el régimen de visitas, dependiendo de cómo se encontraba. Y he mantenido siempre el contacto con mi hermana mayor. Sobre los centros hay mucho prejuicio. Yo he sido de los que he estado más tiempo, unos 12 años, pero no es lo más habitual. Al cumplir los 18 te tienes que ir. Fue un momento importante para mi. Me hicieron una gran fiesta.Yo estoy orgulloso de quien soy y de lo que he vivido. Pasar por todo eso me dio madurez. Siempre me han gustado los deportes. Los fines de semana trabajo como árbitro de baloncesto y estoy acabando un ciclo de actividades deportivas. Después de un vivir un tiempo por mi cuenta, he decidido mudarme con mi madre».

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