Los gigantes tecnológicos llevan tiempo recabando datos sobre nuestra salud. Dicen que así nos ayudan a prevenir enfermedades. Ahora, Amazon ha ido más lejos: ha creado su propio sistema sanitario privado. En Europa han sonado todas las alarmas. Por Ixone Díaz Landaluce

«Ya hicimos un mapa del mundo; hagamos ahora uno de la salud humana». Con este eslogan se vende el Project Baseline, una iniciativa de Verily, la división de investigación científica de Alphabet. Y Alphabet no es otra que la empresa matriz de Google que efectivamente, aparte de muchas otras cosas, ha revolucionado la cartografía moderna en la última década. Baseline analizará la «genética, el estilo de vida y otros factores que influyen en la salud» y monitorizará las enfermedades de más de 10.000 personas en un estudio sin precedentes en el que ya colaboran universidades como las de Duke o Stanford. Los datos se recogerán mediante ‘relojes’ inteligentes que los participantes llevarán puestos, pero también gracias a visitas médicas, análisis genéticos, analíticas periódicas y cuestionarios.silicon valley negocio salud (3)

Verily -empresa de Alphabet, la matriz de Google- ha desarrollado un reloj para recoger los datos para los estudios clínicos. El Study Watch dispone de múltiples sensores fisiológicos y ambientales.

El resultado será una cantidad ingente de datos que Google se compromete a custodiar y que, según sus promotores, ayudará a «identificar biomarcadores o señales de advertencia que sirvan para predecir la aparición futura de enfermedades». Ya están reclutando a los voluntarios, que aceptan que se monitoricen sus datos durante cuatro años. Nunca nadie habrá tenido tanta información (y tan diversa) de una población tan grande. Por la misma razón, Baseline y sus promotores generan muchas incógnitas y recelos sobre sus verdaderas intenciones. Al fin y al cabo, no es una universidad ni una fundación científica, sino una empresa privada, la madre de todas las compañías tecnológicas, la que más y mejor nos conoce.

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El Proyecto Baseline, de Verily, recaba ya datos médicos, de comportamientos e incluso genéticos de miles de personas. Colaboran en ello las universidades de Duke y Sa¡tanford.

Su objetivo: curar la muerte

En realidad, el interés de Google por nuestra salud no es ninguna novedad. Calico, otra subsidiaria de Alphabet, investiga desde 2013 formas para prolongar nuestra longevidad y «curar la muerte».

Pero Google no está solo en esta cruzada. Muchas empresas tecnológicas están embarcadas en una carrera de fondo para desentrañar los misterios de enfermedades como el cáncer, pero también para acumular datos sobre nuestra salud y, eventualmente, hacer caja con los descubrimientos. Empresas como Amazon o Apple contratan médicos, biólogos y bioestadísticos y su inversión en investigación científica crece cada año. Solo en 2016, Amazon invirtió 16.000 millones de dólares. La compañía de Jeff Bezos está concentrando sus esfuerzos en desarrollar un software que revolucionará las consultas médicas virtuales y el procesado de los datos.

Google va a monitorizar ya la salud de 10.000 personas en un estudio sin precedentes

Los multimillonarios del sector también han entrado en el juego. Para algunos es (al menos en apariencia) un ejercicio de pura filantropía; para otros, una forma de diversificar su boyante cartera de negocios.

Silicon Valley se mete a farmacéutico

La fundación creada por Mark Zuckerberg está financiando la creación del «atlas celular humano». Su objetivo: cartografiar las células de nuestro cuerpo para mejorar el desarrollo de los fármacos. Sean Parker, que se hizo rico con Napster y fue el primer inversor de Facebook, también ha fundado un instituto con su nombre y ha donado 250 millones de dólares para el desarrollo de tratamientos oncológicos basados en inmunoterapia. También está Peter Thiel, cofundador de PayPal, que ha creado un fondo de inversión (Breakout Labs) para financiar start-ups del sector de la biotecnología. Y Elon Musk, siempre dispuesto a estar a la altura de su leyenda de visionario, anunció el año pasado la creación de Neuralink, un futurista proyecto destinado a conectar los cerebros humanos con los ordenadores.

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Sean Parker, uno de los más avezados inversores (estuvo en el origen de Napster, Facebook y Spotify), también se ha pasado a la salud. Ha creado un instituto para el cáncer.

Los científicos a sueldo de Microsoft también trabajan en salud. se han propuesto terminar con el cáncer en la próxima década. Aspiran a descifrar los mecanismos celulares y reprogramarlos como si fueran un software más.

¿Los robots pasarán consulta?

La inteligencia artificial es la otra piedra filosofal detrás de muchos de estos proyectos. Aunque pueda sonar futurista, una cosa es cierta: solo una máquina puede procesar tanta información obtenida. Eso ayudaría a los médicos a ofrecer tratamientos más personalizados y efectivos, especialmente en pacientes oncológicos.

Zuckerberg está creando un «atlas celular humano»; Gates, tratamientos personalizados… la asistencia médica es un Gran negocio

En principio, este tipo de tecnología no está pensada para sustituir a los profesionales sanitarios, sino para ayudarlos a diagnosticar, a escoger el mejor tratamiento para cada paciente y a economizar su tiempo.

Pero no hay que olvidar que la asistencia sanitaria, especialmente en Estados Unidos, también es un gran negocio. Y con la llegada de las compañías tecnológicas al sector, el modelo empresarial también está cambiando. De hecho, algunas de ellas están impulsando una pequeña revolución.

La puerta a un enorme negocio

Hace solo unas semanas, el banco de inversión JP Morgan, el empresario Warren Buffett (el tercer hombre más rico del mundo y fundador del holding empresarial Berkshire Hathaway) y Amazon -cuyo fundador, Jeff Bezos, ocupa el primer puesto de esa misma lista- anunciaban un proyecto en común a través del cual ofrecerán asistencia sanitaria de calidad «a un precio razonable» a todos sus empleados. De momento, no hay demasiados detalles sobre el proyecto, aunque se sabe que la tecnología será uno de sus pilares básicos. Sin embargo, lo que parece nacer como una iniciativa que, en principio, se aplicará a las plantillas de las tres empresas, que suman más de un millón de empleados, podría después extrapolarse a todo el mercado. Los analistas del sector recibieron la noticia con optimismo, pero ese día las acciones de las principales compañías aseguradoras norteamericanas, como United Health o Aetna, se desplomaron. No es de extrañar. Un nuevo modelo de sanidad privada podría cambiar las abusivas reglas del juego y reducir los costes de las cuotas para millones de personas en Estados Unidos, donde el escenario sanitario es terriblemente complejo y deficiente.

El estado del bienestar, en el punto de mira

Pero mientras millones de norteamericanos celebran este tipo de iniciativas, desde Europa se observan con más incertidumbre y recelo que otra cosa. La idea de que la mayor potencia del mundo delegue en las compañías privadas la solución al problema sanitario equivale a la privatización total del sistema. Y eso, en la contagiosa era de la globalización, amenaza la idea del estado del bienestar a la europea. El experto en tecnología Samuel Gibbs reflexionaba así en The Guardian: «Google afirma que su investigación está solo pensada como una contribución a la ciencia. Suena altruista, y podría ser verdad, pero también podría proporcionarle a Google una ruta hacia el lucrativo mercado de la salud. Su director ejecutivo, Larry Page, ha hablado abiertamente sobre los beneficios potenciales del datamining (minería de datos) en la información sanitaria, que ha sido un tema tabú durante años por el temor a la creación de perfiles y el uso de los datos por parte de las empresas para excluir a determinadas personas de su cobertura».

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Microsoft intenta en su laboratorio de Computación Biológica -dirigido por Chris Bishop- acabar con el cáncer a través de la compilación de datos. Aventuran que podrían hacerlo en diez años.

Todo eso mientras las grandes compañías tecnológicas -que ya forman inevitablemente parte de nuestro día a día, con acceso a nuestras tarjetas de crédito, a nuestras preferencias de consumo y a nuestros datos personales- están empezando a invadir la última frontera y quizá la más íntima y vulnerable de todas: nuestra salud.

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