Ucranianos y prorrusos firmaron un alto el fuego en 2014. Una paz de papel ha vuelto a la que fuera una de las ciudades más modernas de Ucrania. Solo a cinco kilómetros del centro de Donetsk la guerra continúa. Por Alice Bota/ Fotos Álvaro Ybarra Zavala

Los cadáveres siguen llegando desde el frente. El fotorreportero Álvaro Ybarra Zavala nos ofrece las dos caras de un conflicto que, oficialmente, no existe.

Es verdad que en la República Popular de Donetsk hay en vigor un alto el fuego, pero lo cierto es que en el frente la guerra continúa. Donetsk era parte de Ucrania hasta hace unos pocos meses, pero Ucrania es ahora el enemigo. Aquí, al Gobierno de Kiev se le llama ‘Junta’ y a sus integrantes. ‘fascistas’ y ‘asesinos de niños’. En las posiciones militares a las afueras de la ciudad que da nombre a la región ondean banderas de la Nueva Rusia confederación que reúne a las dos repúblicas rebeldes ucranianas. Donetsk y Lugansk, y antiguos mineros con Kalashnikov vigilan las fronteras de su nueva y autoproclamada patria.

Los pueblos cercanos a Donetsk han sido arrasados. Sus vecinos se refugian en viejos búnkeres soviéticos.

Hoy toca relevo en el frente. Un vehículo militar los llevará de vuelta a casa por unos días, luego regresarán a la primera línea.El líder del grupo comprueba nuestras acreditaciones, selladas con el águila bicéfala de los zares, y nos dice en ruso. Pónganse a cubierto. Los ucranianos no tardarán en responder. ¿Responder? Nuestro conductor pisa a fondo. Dejamos a un lado un mercado bombardeado y una iglesia carbonizada, sorteamos en zigzag varios cohetes alineados sobre el asfalto y llegamos a un vetusto búnker de los años sesenta. Antes de entrar suenan los primeros disparos. Una veintena de combatientes lanzan morteros contra las posiciones enemigas; algunos corren al refugio ante la réplica ucraniana.

Las escaleras nos llevan a cuatro metros bajo tierra. Una explosión, tres, cinco, seis Unas mujeres cierran la pesada puerta metálica y llaman a sus hijos para que no se alejen. Los niños no hacen caso, inmutables a las explosiones después de meses y meses confinados en esta ratonera. Los bramidos sobre sus cabezas son algo tan cotidiano como levantarse por la mañana; igual de molesto que las toses que agitan el frío húmedo de la noche, cuando un centenar de personas se aprietan en decenas de bancos enfrentados. No hace mucho cada familia disfrutaba de dos bancos; ya, ni eso. Los hombres se aventuran de vez en cuando al exterior a ver qué sucede fuera, pero regresan enseguida. Las mujeres pasan el tiempo dentro, sentadas. Así discurren los días de alto el fuego en Donetsk. Unas veces disparan los ucranianos; otras, los rebeldes.

La ONU habla de más de cuatro mil muertos. Casi un millón de personas han huido de sus hogares. Solo en la ciudad de Donetsk, 250.000. Oficialmente, el Ejército ruso nunca ha intervenido en esta guerra, pero casi no pasa un día sin que uno de sus soldados sea capturado en suelo ucraniano. La luz en el búnker es débil y amarillenta. Huele a enfermedad. El aire del exterior llega por unos conductos oxidados. Tienen luz y cogen el agua de una toma de incendios junto a la puerta, se lavan en pequeños barreños de plástico. La más anciana del lugar tiene 83 años, una mujer que pasa el día tumbada, profiriendo lamentos. Sacha, el más joven un año y ocho meses, se pasea montado en un correpasillos de plástico. Todos vivían en alguno de los pueblos arrasados por los combates; la mayoría, en manos hoy de los ucranianos. Una mujer, Krystyna, regresó a casa el 6 de septiembre, un día después del inicio del alto el fuego. Se creyó la paz. El día 7 estaba otra vez en el búnker y aquí sigue, con sus hijos y su marido, esperando. El mundo no nos cree cuando decimos que hay guerra.

A diez kilómetros del frente, la ciudad sigue lentamente con su vida cotidiana. Por primera vez desde hace semanas los comercios están abastecidos, un supermercado ofrece una docena de variedades de vodka, agua mineral embotellada en el oeste de Ucrania o cangrejos frescos. Las farmacias venden otra vez medicinas. Los autobuses cumplen sus horarios y las familias salen a pasear por las avenidas. En las conversaciones a media voz, sin embargo, se repiten las mismas confidencias. Yo me iría, pero aquí está mi casa; mi trabajo; mis padres, enfermos. La gente desea que se asiente la paz, y por eso depositan sus esperanzas en los nuevos gobernantes prorrusos.

Hay cartillas de racionamiento. Familias enteras aguardan horas para conseguir algo que llevarse a la boca.

En la República Popular de Donetsk ya no hay rastro del Estado ucraniano. Los sueldos oficiales y las pensiones ya no llegan por transferencia. El nuevo Gobierno ha prometido a los pensionistas 1800 grivnas al mes, unos 105 euros. Aún no se les ha pagado nada. En los pueblos arrasados por la guerra resuena la promesa de tres toneladas de carbón por familia para el invierno. No han visto un solo kilo. El acuerdo de paz establece que la artillería pesada debe ser retirada a 15 kilómetros del frente, pero nadie lo cumple. El autoproclamado primer ministro de la República Popular de Donetsk, Alexandr Zajárchenko, confirmado por las urnas el 2 de noviembre, aspira a liberar los territorios de la República que en la actualidad se encuentran ocupados de forma ilegal. Uno de los líderes más destacados de Donetsk, el comandante delde políticos , matiza, pero admite que no es fácil decirle a la gente que el territorio actual será todo el que constituirá su nueva república. Las zonas bajo su poder son apenas un tronco amputado, incapaz de sobrevivir por sí mismo. Tenemos que ser independientes militar y económicamente , asegura el comandante, consciente de las escasas posibilidades de cambio.

A la morgue de la ciudad llegan cada mañana, en camiones, los muertos del día. En el primer piso está el jefe del departamento forense, Dimitri Kaláshnikov, un hombre alto y corpulento, con traje, sobrecargado de trabajo en los últimos meses. Muchas de las ventanas están rotas por las balas ucranianas que, en verano, dispararon su artillería contra el centro de la ciudad. En el tejado hay un boquete cubierto con tablones de madera.

Kaláshnikov repasa las estadísticas del alto el fuego. El 4 de octubre. once muertos. El 5, siete. El 6, once. El 7 de octubre, trece muertos. Los cadáveres llegan desde los pueblos vecinos y desde la zona del aeropuerto. Asegura que los muertos son víctimas de los disparos de los ucranianos. Los rebeldes no disparan contra su propia ciudad, razona. Fotografía los rostros de los cadáveres, toma muestras de ADN y anota características individuales como tatuajes o cicatrices. Los intercambios de prisioneros de guerra y cadáveres son frecuentes. Ambas partes se acusan de llevar a cabo ejecuciones y torturas.

En este cálido día de otoño hay tres ataúdes alineados al pie de un monumento en recuerdo de la Gran Guerra Patria, la guerra contra la Alemania nazi. El padre Konstantin se acerca con pasos rápidos, agita un incensario y reza una salmodia en eslavo antiguo. Me avergüenzo de quienes huyeron dejándolo todo atrás para salvar sus vidas dice el sacerdote. Estos tres hombres también lo dejaron todo atrás, pero por proteger nuestras vidas. Su muerte es un honor. En la distancia se oye el bramido sordo de los misiles. Nadie alza la vista. La tierra cae sobre los ataúdes palada tras palada. Los asistentes se inclinan por última vez y emprenden la vuelta a casa. Pasan ante una placa de mármol que recuerda la amistad entre rusos y ucranianos. Fue colocada en este lugar hace tres años.

Kateryna Prokhorova (35 años), directora de hotel de 5 estrellas: «Es increíble cómo hemos llegado a esto»

Soy de Kiev. La guerra me atrapó aquí. Ucrania entera está muy mal; la situación es un desastre y es complicado encontrar trabajo. Sé que este no es el mejor lugar para quedarse, pero al menos tengo trabajo. A todos nos ha sorprendido esta guerra. Aún recuerdo la Eurocopa de 2012. Hoy, todo aquello parece tan lejano La ciudad estaba llena de flores, de turistas; éramos el foco de atención de toda Europa; Donestk era la ciudad más moderna de Ucrania y, sin embargo, míranos hoy. Es difícil creer cómo han cambiado las cosas. Yo todavía no me lo creo. Solo deseo que esto acabe pronto, que vuelva la paz y recuperemos nuestras vidas.

Oleg (42 años), minero

«La guerra nos ha sorprendido a todos. Nadie se esperaba esto»

 «Yo nací en una pequeña granja cerca de Shakhtarsk. Mi familia tiene tradición minera, por lo que siempre he sido minero. Nadie se esperaba esto. La guerra nos ha sorprendido a todos. Con los combates, todo se ha venido abajo. Yo estoy de vacaciones forzosas, ya que la mina se cerró en cuanto se extendió el conflicto. Yo quiero la paz; quiero volver a tener una vida tranquila, recuperar mi vida y que mi gente y mi pueblo recobren la vida que se merecen».

Katerina (75 años), trabaja en el servicio postal

«Mis hijos han huido de sus casas. Ahora, al menos, estamos todos juntos»

«Tengo seis nietos. He vivido muchas cosas en la vida, pero nunca pensé que conocería algo así. Todo se ha parado, llevo cuatro meses sin trabajar. Me gusta mi trabajo, me da de comer y me permite sacar adelante a mi familia. Quiero que vuelva la paz y, cuando eso suceda, seguir teniendo fuerza en mis piernas para volver al trabajo. Ahora tengo a todos mis hijos en casa por culpa de la guerra. Han tenido que huir de sus casas y refugiarse en Donestk. Aquí, la situación no es mucho mejor, pero por lo menos estamos todos juntos «.

Maksim (35 años), boxeador

«Rezo cada día para que la gente abandone las armas»

He dedicado mi vida entera al boxeo. primero, como púgil y, ahora, como entrenador. Antes de la guerra, el año pasado llevé a varios de mis alumnos a los campeonatos de Europa júnior y logramos un segundo y un tercer puesto. Hoy, eso parece estar tan lejos Es una locura. ¿Cómo hemos podido llegar a esta situación? Ahora, todo se ha parado. No hay competiciones, y los chicos tampoco pueden salir para competir. Yo quiero la paz y rezo cada día para que la gente abandone las armas y no volvamos a vivir una situación como esta.

Vasily (34 años), doctor, y Elena (38 años), enfermera

«Cuando escuchamos las bombas, sabemos que nos llega trabajo»

Trabajamos juntos en este centro de emergencia muy cerca del aeropuerto. Es el primer sitio al que llegan todos los heridos de los bombardeos del Ejército ucraniano en esta zona de la ciudad. Nuestra vida, ahora, se ha convertido en algo muy previsible por culpa de la guerra. Cuando escuchamos las bombas, nos preparamos; sabemos que nos llega trabajo. Así son todos los días. Antes, la situación era muy diferente. Ojalá volvamos a vivir en paz. Solo deseo que esta pesadilla acabe pronto.

Alisa (26 años), periodista

«Voy a trabajar con chaleco antibalas y un casco Kevlar»

Antes de la guerra, era editora en un diario on-line de Donestk. Una milicia separatista lo cerró en mayo. «¡Todo es una locura! Hace unos meses, esta era una moderna y dinámica ciudad europea y yo iba al trabajo con bonitos vestidos; no con un chaleco antibalas y un casco Kevlar, como hoy. Pasamos momentos difíciles, pero seguro que esto nos hará más fuertes. Un día no muy lejano este triste episodio de la guerra será un doloroso recuerdo. Volveremos a vivir en paz».

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