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Grifos

Lunes, 25 de Septiembre 2017

Tiempo de lectura: 1 min

Ya casi ha desaparecido el papel higiénico negro en los baños de los restaurantes de moda y hasta han subido un poco la luz para no tener que mover la mano cuando estás ante el espejo. ¿Seré yo? La mayor parte de las cosas que se suelen hacer in situ necesitan intimidad, no penumbra. Pareciera que lo luminoso fuera de mal gusto, como en Japón. Puestos a importar cultura sanitaria de allí, yo instalaría los Toto, esos retretes siderales que suben la tapa solos cuando te 'sienten' llegar y la bajan tras irte; imaginen: sería un avance en la guerra de sexos. Mantienen caliente el asiento y después de escuchar la Quinta Sinfonía de Mahler, porque allí se alivia uno con música, te lanza agua a presión por la retaguardia para dejar aquello como los chorros del oro. Hasta aquí la tecnología excusada. Luego llega la complicación de lavarse las manos. Más allá de los grifos corrientes y los monomando, yo había visto los caños con forma de bomba tipo Far West, los fuentecilla de jardín, con su ruidito y todo, y los del joystick, ingobernables como un país con 17 autonomías. Caso aparte son esos electrónicos que ahorran consumo a fuerza de dar agua solo cuando se les 'asusta' con el movimiento de las manos y que lo obligan a uno a menear la diestra para poder mojarse la zurda. El último modelo que he sufrido en un estrellado restaurante de Jávea consiste en un tubo cromado brillante como una espada láser. Cuando tras intentarlo todo ya iba a salir con las manos sin lavar, descubrí que había que retorcer el tubo para que brotara el agua. Cuánto cráneo privilegiado al servicio de la innovación, me dije. ¿No se querrían meter en política?