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PEQUEÑAS INFAMIAS

Sinuosos caminos

Carmen Posadas

Lunes, 14 de Mayo 2018

Tiempo de lectura: 3 min

Como les he comentado en alguna otra ocasión, por motivos editoriales las Pequeñas infamias que comparto semanalmente con ustedes han de escribirse quince días antes de la fecha de su publicación. Esto hace que me sea difícil opinar sobre no pocos asuntos. No solo porque los temas que son de rabiosa actualidad ya no interesan pasados quince días, sino porque, durante este periodo de tiempo, pueden surgir nuevas circunstancias que hagan que lo que uno escriba pueda leerse en una clave distinta de cómo fue concebido. Algo de esta naturaleza me ha ocurrido con un artículo anterior, el titulado ¿Soy una mala feminista? En él me hacía eco de un curioso (y lamentable) fenómeno que empieza a producirse en los Estados Unidos como efecto colateral al movimiento Me Too. Según The New York Times, en algunas empresas, directivos varones empiezan a preferir tratar profesionalmente con directivos de su mismo sexo, temerosos de que sus colegas femeninas los puedan acusar, sin más prueba que su propio testimonio, de comportamientos impropios. Decía también que el movimiento Me Too era muy positivo, porque ha supuesto el fin a siglos y siglos de injusticias, pero que había que evitar que se cometan otras injusticias como acusar sin pruebas: ni todos los hombres son malos ni todas las mujeres somos santas. Todo lo dicho lo suscribo, pero, como el artículo fue publicado en un momento en el que la sensibilidad general estaba a flor de piel, tras la benigna e inexplicable condena a La Manada me gustaría dejar muy clara mi postura con respecto a esta lacra que son los abusos sexuales. Los grandes cambios en la historia requieren de un detonante, un catalizador que haga que viejas estructuras se resquebrajen. Es lo que ocurrió meses atrás con el caso Weinstein que nos ha traído el Me Too y es de desear que ocurra otro tanto con la sentencia de La Manada. Como saben, a las pocas horas de que se hiciera pública dicha sentencia, más de un millón de personas habían firmado ya en Change.org pidiendo la inhabilitación de los magistrados que componían el tribunal, y la reacción fue tan unánime y abrumadora que traspasó incluso nuestras fronteras. Todo hace pensar, por tanto, que habrá un antes y un después del caso La Manada. Y no solo en lo que se refiere a la tipificación de delitos sexuales, sino también, y este es mi deseo, en lo concerniente a otras conductas muy arraigadas. Según una reciente investigación de Amnistía Internacional, por ejemplo, «ser mujer, abrir la pestaña de menciones en redes sociales y encontrarse con amenazas e insultos no es una excepción». De hecho, casi una cuarta parte de las entrevistadas en esa investigación revela haber sufrido abusos de este tipo alguna vez. La investigación hace hincapié también en la rapidez con la que se divulgan estos contenidos y cómo, por el efecto mimético tan frecuente en Internet, un tuit insultante puede convertirse en un aluvión de odio. El informe de Amnistía acaba recordando que el derecho a la libertad de expresión es el socorrido paraguas que ampara y protege expresiones que son ofensivas, lesivas y profundamente machistas. En efecto, las conductas sexistas no solo anidan en leyes arcaicas que confunden violación con abusos, está en todas partes y las redes sociales son solo el espejo en el que mejor se reflejan. Por tanto, hay más terrenos a los que debe prestarse atención. Sin ir más lejos, sorprende ver lo frecuente que es entre las adolescentes confundir amor con control. Estudios apuntan, por ejemplo, que un alarmante número de ellas encuentran natural que sus novios les controlen las llamadas y los wasaps. «Es celoso porque me quiere», suele ser el comentario. ¿Es posible que niños educados en igualdad y en paridad aún piensen así? Yo no creo en las soluciones mágicas ni en que conductas muy arraigadas puedan cambiarse de la noche a la mañana, pero sí creo en los puntos de inflexión. El primero fue el caso Weinstein, que propició el movimiento Me Too y ha socavado  una siniestra omertá, y el segundo es muy probable que lo sea la bochornosa sentencia a La Manada. Está claro que si Dios escribe recto con renglones torcidos, también la humanidad avanza en línea recta por sinuosos (y muy oscuros) caminos.

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