El primer documento histórico en el que aparece la palabra ‘propaganda’ es de 1622, cuando el papa Gregorio XV estableció la Sacra Congregatio de Propaganda Fide o «sacra congregación para la propagación de la fe de la Iglesia católica y romana». Por José Segovia

Así se estableció una oficina pontificia de propaganda para coordinar los esfuerzos de la Contrarreforma contra el luteranismo.

Pero, siglos antes de aquella iniciativa papal, la propaganda política ya se utilizó y se manifestó en múltiples formas. Cronistas, artistas y políticos pusieron su talento al servicio de imperios y reyes para influir en las emociones de las masas y potenciar su espíritu patriótico. Los escritos de Julio César sobre su conquista de la Galia son sin duda una de las obras maestras de la literatura latina, pero también un buen ejemplo de texto propagandístico.

El emperador Augusto supo utilizar estatuas, monedas y templos para engrandecer su nombre

Su sucesor, el emperador Augusto, impulsó la colocación de bustos suyos y la construcción de templos que fueron erigidos en su nombre para forjarse la imagen de un gran estadista emparentado con los dioses. Sus estatuas y la acuñación de monedas con su rostro tenían por objeto mostrar su grandeza y su enorme poder como emperador. Algo parecido hizo el historiador Tito Livio, cuya obra Ab urbe condita libri (‘Desde la fundación de la ciudad’) enfatiza las virtudes de Roma frente a las miserias de los pueblos bárbaros.

El intento de Felipe II de conquistar Inglaterra se truncó en 1588 por las fuertes tormentas que obligaron a los barcos de su Armada a cambiar el rumbo, lo que provocó que algunas naves se estrellaran contra los arrecifes de Irlanda y Escocia. El resto de la flota regresó a España sin sufrir grandes daños. La Armada Invencible, que estaba mejor equipada que la inglesa, habría logrado su objetivo de desembarcar un poderoso ejército en el Reino Unido de no haber sido por el mal tiempo reinante en la zona.

El traspié de la Armada española indujo a la propaganda inglesa a hablar de la divina Providencia y a la reina Isabel I de Inglaterra a ordenar que se acuñasen monedas con la frase «Dios sopló y ellos fueron destruidos». Sus propagandistas lanzaron el mensaje de que la protestante y leal Inglaterra, la que combatía contra la decadente Roma papal, había triunfado sobre el catolicismo arrogante y corrupto de la Corona española.

Un propagandista llamado Napoleón

Ordenó que solo las obras literarias que fomentaban la ‘grandeur’ de Francia podían ser difundidas y desautorizó la obra de Shakespeare, calificándola de basura.

Forjar una leyenda

Julio César redactó sus campañas en la Galia en tercera persona destacando los aspectos heroicos que más favorecían a su persona, por lo que la exaltación a Roma quedó en segundo lugar.

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