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Daniel Ellsberg [1939-2023] La fascinante historia del primer 'delator'

En los años setenta, un analista militar del Gobierno de Estados Unidos filtró unos documentos conocidos como ‘los papeles del Pentágono’, en los que se revelaba la verdad sobre la guerra de Vietnam. Pero hubo más. Ellsberg escondió unos documentos aún más explosivos sobre los secretos nucleares estadounidenses. Con motivo de su reciente muerte a los 92 años, recuperamos aquellas últimas revelaciones y repasamos la vida del primer ‘delator’.

Lunes, 19 de Junio 2023, 14:46h

Tiempo de lectura: 13 min

Incluso al final del su vida, Daniel Ellsberg todavía lamentaba el huracán que había barrido la costa atlántica de Estados Unidos a finales de agosto de 1971. Aunque aquel huracán lo salvó de la cadena perpetua.

Durante aquella violenta tormenta murieron varias personas y los daños materiales rebasaron los cien millones de dólares. Pero no muchas personas repararon en que el viento también barrió un montón de desperdicios en un vertedero cercano a Nueva York. Entre la basura había una caja de documentos con información ultrasecreta sobre el armamento nuclear de Estados Unidos. Tras el paso del huracán, nadie volvió a ver estos papeles, cuya existencia era hasta entonces desconocida.

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La victoria.Ellsberg y su mujer, Patricia, en los alrededores de los juzgados el día que su caso fue sobreseído, en mayo de 1973. Más arriba, en la imagen que abre este reportaje, Ellsberg durante su entrega a las autoridades, en junio de 1971, después de filtrar a diversos medios de comunicación los llamados 'papeles del Pentágono'.

Toda esta historia en verdad comienza unas semanas antes de aquel huracán, cuando Ellsberg se convirtió en una de las personas más famosas de su país. Ellsberg era brillante, carismático, apuesto: un antiguo miembro de la infantería de Marina que había trabajado una década en lo más alto de los organismos de Defensa y seguridad nacional. Lo que aprendió a lo largo de esos años lo llevó a efectuar una revelación de secretos sin precedentes y entregar más de siete mil páginas de documentos top secret a una docena de periódicos para ponerle fin a la guerra en Vietnam.

Los documentos filtrados, hoy conocidos como 'los papeles del Pentágono', expusieron por primera vez la extensión de la debacle militar en el sureste asiático y el encubrimiento político por parte de cuatro presidentes sucesivos.



En función del punto de vista que se tuviese sobre el conflicto vietnamita, Ellsberg era un héroe o un traidor cuyas acciones estaban socavando la seguridad nacional. En la Casa Blanca lo tenían clarísimo. El presidente Nixon despotricaba contra lo que llamó «un ataque a la integridad del Gobierno» y Henry Kissinger, su asesor para la seguridad nacional, dijo a varios funcionarios que Ellsberg era «el hombre más peligroso de América».

Steven Spielberg llevó al cine la batalla encubierta por la publicación de los papeles del Pentágono en The post, una película de 2017, protagonizada por Tom Hanks y Meryl Streep, y con Matthew Rhys en el papel de Ellsberg… quien contó a Hanks y a Spielberg su versión de los hechos.

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La película. The post es la película de Spielberg que cuenta cómo se tomó la decisión de publicar 'los papeles del Pentágono'.

Sin embargo, en 1971 Ellsberg se calló algo, que tan solo medio siglo después reveló en un nuevo libro: los papeles del Pentágono en realidad no fueron los documentos secretos más importantes a los que tuvo acceso ni los más significativos de cuantos robó. Los papeles principales fueron los que terminaron en el vertedero neoyorquino y, de haber llegado a difundirlos, habría acabado con una condena a cadena perpetua. Porque aquellos papeles contenían información sobre la planificación nuclear de Estados Unidos.

La fragilidad del sistema

Antes de implicarse en la guerra de Vietnam, Ellsberg trabajó como analista de alto nivel especializado en los preparativos para una guerra atómica. Debatió la política armamentística con personal de la Casa Blanca, estuvo en primera línea durante la crisis de los misiles en Cuba y, en nombre de varios organismos oficiales, escribió informes sobre este episodio y otras crisis nucleares posteriores.

Es lo que Ellsberg desveló por primera vez en su libro The Doomsday machine: Confessions of a nuclear war planner ('La máquina del Juicio Final: Confesiones de un planificador de la guerra nuclear'). Aquello ocurrió hace más de medio siglo, pero el planteamiento «enloquecido, demencial» en que basaron su estrategia nuclear los entonces presidentes seguía vivo en el momento en el que Ellsberg decidió publicar sus nuevas revelaciones, en 2017, un momento en el que Trump, aún en la Casa Blanca, amenazaba a Corea del Norte con «un fuego y una furia como el mundo nunca ha visto hasta ahora». «Por desgracia –decía Ellsberg–, las cosas no han cambiado en lo fundamental, o eso me parece».

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Su mujer. Patricia, su segunda esposa, fue una de los que lo ayudaron a difundir los papeles del Pentágono. Es periodista e hija de un magnate conocido por sus ideas conservadoras. Se casaron en 1970.

Daniel Ellsberg empezó siendo un anticomunista furibundo, absolutamente comprometido con su trabajo, pero terminó por desilusionarse durante la guerra de Vietnam. A esas alturas ya sabía que Estados Unidos estaba trazando unos planes destinados a borrar a sus enemigos principales –la URSS, China– de la faz de la Tierra por medio de un ataque «en primera instancia» o, por usar el eufemismo, «preventivo». Ellsberg comprendía que las bajas producidas por una acción de este tipo serían incontenibles.

No solo eso, comprendía que la entera infraestructura nuclear estadounidense era pavorosamente vulnerable al error humano. Ellsberg descubrió que el poder para iniciar una guerra atómica no era ni es prerrogativa exclusiva del presidente. En realidad, ha sido delegada numerosas veces, con el resultado de que el botón nuclear está a merced de muchos dedos índices, pertenecientes a individuos desconocidos y nunca elegidos mediante votación.

Un día de 1964, Ellsberg fue al cine con un colega de trabajo para ver ¿Teléfono Rojo? Volamos hacia Moscú, la película de Stanley Kubrick en la que un general estadounidense fuera de control envía a los aviones B-52 bajo su mano a bombardear a «los rojillos». El presidente hace lo posible por evitar este armagedón atómico, pero se encuentra con que el Kremlin ha puesto en funcionamiento una «máquina del apocalipsis», una red de bombas situadas bajo tierra con capacidad para destruir el mundo entero. Los funcionarios del Pentágono decían que la película era ridícula y antipatriótica, pero Ellsberg y su colega salieron de la sala «anonadados por el realismo del filme». A su modo de ver, «en lo esencial, se trataba de un documental».

Si esto no es una crisis...

Ellsberg y su mujer, Patricia, vivieron los últimos 45 años en las afueras de Berkeley, California. La casa se encontraba justo sobre la falla de Hayward, en la zona sísmica más peligrosa de Estados Unidos, pero Ellsberg creía que ese riesgo era una minucia en comparación con la perspectiva de la aniquilación prefabricada por el hombre. «Tengo casi 90 años y sigo viviendo en un mundo que puede volatilizarse en cualquier momento –explicaba–. Lo tengo claro desde hace medio siglo».

Cuando nos vimos por la publicación de su libro, estábamos sentados en su despacho en el sótano, estancia casi obsesivamente atiborrada de libros sobre el conflicto nuclear, Vietnam y cajas y cajas de documentos.

Tras denunciar las irregularidades en la guerra de Vietnam con intención de ponerle fin, Kissinger lo calificó como «el hombre más peligroso de América»

Trump «no fue quien nos metió en estos problemas –aseguraba–. Su disposición a entrar en una guerra nuclear con Corea del Norte es una locura, pero tiene el respaldo de gran parte de la opinión pública y hasta de algunos expertos. La argumentación sería la siguiente: 'Ha quedado claro que ese dictador norcoreano es un auténtico monstruo. Gracias a Dios que lo hemos atacado este año, y no el año que viene, cuando seguramente contaría con la bomba de hidrógeno o con varias de estas bombas-H'. Si esto no es una crisis, que venga Dios y lo vea».

En aquel libro de 2017, Ellsberg enumeraba 25 ocasiones entre 1945 y 1996 en las que los presidentes de Estados Unidos bien utilizaron el armamento atómico como amenaza explícita a sus adversarios, o bien estuvieron considerando en secreto la posibilidad de lanzar los misiles. «Estamos muy cerca de un error de juicio irreversible», decía.

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Contra la guerra.Ellsberg en una protesta anti-belicista ante la Casa Blanca en 2010. Pasó los últimos 50 años de su vida 'vetado' en el mundo académico, décadas en las que se dedicó a escribir y a manifestarse en pro del desarme nuclear.

Y ponía un ejemplo: es posible —decía— que Kim a estas alturas tenga una bomba de hidrógeno mil veces más potente que la arrojada sobre Nagasaki. Como algunos especialistas consideraban, le parecía poco probable que un ataque convencional contra Corea del Norte fuera a impedirle experimentar con dicha bomba. «Siempre puede probar sus resultados sobre el casco urbano de Los Ángeles».

Eso sí, Ellsberg creía que las probabilidades de que Kim recurriera al arsenal atómico sin provocación previa eran «descartables». Pero veía otros muchos factores potenciales de desastre. El dictador podría lanzar un ataque tras recibir desinformación indicadora de que está a punto de ser atacado. Podría producirse un accidente. Lo que implicaría el fin del mundo tal como lo entendemos... y con rapidez. Los dos superpoderes se borrarían el uno al otro del mapa. Un enorme porcentaje de población moriría por efecto de las explosiones iniciales y la radiación subsiguiente. El posterior invierno nuclear acabaría con el resto, que moriría de inanición «en un solo año». En el mejor de los casos sobrevivirían unos setenta millones de personas, en Australia y Nueva Zelanda sobre todo. Eran las estimaciones de Ellsberg.

Los nuevos ‘chivatos’

Consultado por los otros destapadores de secretos oficiales que han seguido sus pasos, como la antigua soldado Chelsea Manning o como Edward Snowden, en su momento contratado por la NSA, Ellsberg creía que tienen en común con él haber tomado unas iniciativas que de inmediato los convirtieron en unos parias para gran parte de la sociedad. En sus tiempos, el propio Ellsberg fue vituperado por sus acciones, pero en los últimos tiempos había sido descrito como una figura heroica y responsable, en oposición a los supuestamente irresponsables Manning y Snowden.

Descubrió que el poder para iniciar una guerra atómica no es prerrogativa del presidente. El botón nuclear, dice Ellsberg, está a merced de muchos dedos

«Y una mierda –decía Ellsberg sin cortarse–. Yo me identifico con Manning y Snowden. Los tres somos personas muy distintas, pero nos hemos encontrado con una misma cuestión. La cuestión es que hay unas verdades que la opinión pública tiene que saber, que alguien tiene que decírselas, pero nadie quiere decírselas; así que voy a decírselas yo mismo».

En cuanto a Julian Assange, el editor de WikiLeaks, a quien Ellsberg en su momento había defendido, reconsideraba: «No estoy de acuerdo con lo que ha hecho Assange, pero hay que entenderlo un poco, porque el hombre lleva años encerrado en una habitación, lo que seguramente ha influido en su juicio». Ellsberg consideraba incluso probable que Assange quisiera vengarse de Hillary Clinton al filtrar información para perjudicar su campaña, «pero el resultado fue que facilitó que Trump fuera elegido, y eso fue un desastre».

Un hombre de principios

Ellsberg nació en Chicago, en el seno de una familia de judíos llegada de Rusia en el siglo XIX. Los Ellsberg se trasladaron a vivir a Detroit, donde el padre, ingeniero de profesión, pasó a dirigir una cadena de montaje de bombarderos. Cuando tenía unos 15 años, su madre y su hermana murieron en un accidente de tráfico, después de que el padre se quedara dormido al volante. La tragedia le enseñó que «el mundo puede cambiar a peor de forma muy súbita e inesperada». Según reconocía, era una de las posibles razones por las que consideraba perfectamente plausible el estallido de una guerra nuclear.

«Tengo casi 90 años y sigo viviendo en un mundo que puede volatilizarse en cualquier momento. Lo tengo claro desde hace medio siglo»

Tras labrarse una reputación estelar como estudiante de Economía Conductual en Harvard, estuvo tres años en el cuerpo de infantería de Marina. A continuación se convirtió en analista estratégico al servicio de la corporación RAND, un centro de ideas para las élites con sede en Santa Mónica (California). Durante su estancia en Rand pasó a trabajar en la carrera armamentística. No tardó en encontrarse en el centro de la planificación nuclear militar estadounidense.

Después de una temporada en el Pentágono, vinculado a la organización de la guerra vietnamita, pasó al Departamento de Estado. Sus superiores lo destinaron a Saigón, donde estuvo dos años. En el terreno, Ellsberg cambió de idea sobre el conflicto asiático, que empezó a percibir como una guerra imposible de ganar. Y presenció cómo algunos soldados de su país efectuaban «reconocimientos mediante el fuego», esto es, disparaban a ciegas contra las chozas en aldeas sospechosas de albergar rebeldes, para descubrir si había alguien en su interior. ¿Cómo justificar algo así?

En 1967, Ellsberg volvió a ingresar en Rand y comenzó a trabajar en un estudio ultrasecreto de la toma de decisiones en Vietnam, encargado por el secretario de Defensa, Robert McNamara. Lo terminó al cabo de dos años, y la experiencia le sirvió para convencerse de que lo de Vietnam no era un tropiezo estratégico, sino un crimen.

Su hermano Harry enterró los documentos con información nuclear secreta en un vertedero. Un huracán lo arrasó y nunca pudieron recuperarlos

Se juró hacer lo posible para ponerle fin a la guerra. En la caja fuerte de su despacho en la Rand tenía guardados los documentos que más tarde fueron conocidos como los 'papeles del Pentágono'. También tenía ocho mil páginas en documentación vinculada a su labor en cuestiones nucleares. Por primera vez, sabía lo que había que hacer con ese material ultrasecreto. Elaboró un informe. Durante 1970, Ellsberg se dedicó a intentar llamar la atención de políticos y funcionarios. En vano. Incluso llegó a reunirse con Kissinger varias veces. Kissinger le dijo que estaba al corriente de su estudio, pero que no le parecía de mucho interés.

Entonces, Ellsberg decidió hacerlo público y se dirigió a media docena de periódicos. De entrada, les dio los documentos que hacían referencia a la guerra de Vietnam, pero decidió seguir manteniendo en secreto los documentos sobre la guerra nuclear.

Entregó esos documentos a su hermano Harry, quien los guardó en el sótano de su casa al norte de Nueva York. Pero en cuanto se publicó el primer extracto de los papeles del Pentágono, Ellsberg se convirtió en alguien muy conocido... y perseguido por el FBI.

«Harry primero enterró los papeles en su jardín, metidos en una caja de cartón protegida por una bolsa verde de basura –cuenta Ellsberg–. A medida que se intensificaba la búsqueda, mi hermano escondió la bolsa en un lugar fácil de reconocer para él del vertedero local». Pero entonces llegó el huracán Doria y destrozó el vertedero. Harry y dos amigos estuvieron buscando la caja durante dos meses; incluso llegaron a alquilar un bulldozer. No lograron encontrarla. Con el tiempo, gran parte de los escombros del vertedero fueron usados en los cimientos de un nuevo bloque de pisos.

Una jubilación incierta

Al publicarse los documentos contra la guerra de Vietnam, Ellsberg estuvo en fuga durante dos semanas, pero finalmente se entregó. El fiscal llegó a pedir 115 años de cárcel por espionaje y alta traición, pero la acusación fue desestimada en 1973, cuando se descubrió que Nixon lo había sometido a escuchas ilegales y había organizado un robo en la consulta del psiquiatra de Ellsberg con intención de encontrar material comprometedor.

Sin embargo, finalizado el juicio, «el mundo académico me había puesto en la lista negra. Nadie más volvió a invitarme». Los últimos 50 años los ha dedicado a dar charlas, a escribir y a manifestarse en pro del desarme nuclear.

Durante medio siglo ha estado viviendo «más bien arrepentido» de no haber difundido los documentos nucleares cuando tuvo ocasión de hacerlo. Pero conserva notas y agendas con las que ha escrito un nuevo libro. El adelanto por Secrets, el libro que publicó en 2002 sobre los papeles del Pentágono, no estuvo nada mal... pero la nueva obra fue rechazada por 17 editoriales, «por razones comerciales», hasta que Bloomsbury se mostró interesada. Ellsberg no parecía muy preocupado por lo modesto de su situación económica. «Mi plan de jubilación siempre ha tenido el nombre de una prisión federal –bromeaba–. Veremos, pero no termino de descartar esa posibilidad».


Un personaje crucial en la historia

PETROV, MI HÉROE

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¿Hasta qué punto estaba de verdad alarmado Ellsberg ante la perspectiva de un desastre nuclear? «Más que en los años sesenta, pero menos que en 1983», contestó. La noche del 26 de octubre de aquel año, sin que él ni el resto del mundo lo supieran, el mundo estuvo a un pelo del desastre. Un sistema soviético de alarma temprana falló y detectó un inexistente ataque inminente de Estados Unidos. «Hoy sabemos que en los ochenta estuvimos mucho más cerca de la guerra de lo que se creía. No hay modo de exagerar lo sucedido aquella noche, cuando Stanislav Petrov estaba al cargo de dicho sistema de alerta». Petrov fue el prudente oficial soviético asignado al centro de mando en Oko, donde se registró el lanzamiento de un misil por parte de Estados Unidos. Petrov era el encargado de decidir si aquello era un ataque real o no, con las enormes consecuencias que su decisión implicaba. En cuestión de segundos, Petrov prácticamente se lo jugó a cara o cruz y terminó por establecer que era una falsa alarma... en gran parte porque no quería convertirse en el iniciador de la Tercera Guerra Mundial. Acertó en todos los sentidos. Fallecido en mayo de 2017, Petrov era uno de los héroes de Ellsberg.


© The Sunday Times


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