Fue la primera expedición científico-comercial española. Por F. J. Alonso

«Hambre, sed, calor insufrible, persecución, amenazas, aguas cenagosas, carnes crudas de gacela, cansancio apenas repuesto con un sueño corto e intranquilo sobre las arenas pobladas de insectos asquerosos, miseria, suciedad inevitable, enfermedades incómodas propias del desierto y, sobre todo, una plaga de árabes exigentes». Así recordaba el comandante Julio Cervera la primera expedición científico-comercial del moderno colonialismo español, realizada en 1886 atravesando las abrasadoras arenas del Sáhara.

Elegido por su arrojo e ingenio, este militar, físico y capitán de ingenieros, buen conocedor de los territorios norte-africanos, era capaz de mantener a raya con su fusil cualquier ataque y de negociar con los jefes tribales los acuerdos comerciales. Lo acompañaban el intérprete Felipe Rizzo, un hábil arabista, y el geólogo Francisco Quiroga, para ejercer de naturalista tomando datos sobre el terreno, la vegetación, los animales, el clima, etc.

Sobrevivieron a marchas de 20 horas, un calor insufrible y la rebelión de los guías

El punto de salida eran las Islas Canarias, pero la verdadera aventura comenzaba en la bahía Río de Oro, en la costa de uno de los desiertos más secos del planeta, siguiendo el Trópico de Cáncer a lo largo de 425 kilómetros. Una travesía dura y peligrosa, sobre todo durante los meses más calurosos del año. ¿Por qué una expedición al desierto en pleno verano? España emprende el viaje para adquirir influencia en una zona situada muy cerca de Canarias, que contaba con la incipiente presencia de un empresario escocés que comenzaba a adquirir derechos de influencia para su país. Tras unas semanas llenas de vicisitudes, con marchas de 20 horas, temperaturas de hasta 70 ºC y rebeliones de sus propios guías nativos, los expedicionarios alcanzaron las Salinas de Iyil, un territorio apenas conocido por los científicos, donde firmaron los acuerdos comerciales por los que España extendía su protección hacia los confines del antiguo reino de Tombuctú. Unos meses después regresaron a Madrid, donde fueron recibidos como héroes, aunque hoy apenas se los recuerda.

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