Sus dueños creen que no valen ni un cartucho, así que cuando los galgos ya no sirven (por viejos, por inútiles, o porque termina la temporada de caza), les echan una soga al cuello y los cuelgan de un árbol. (Este artículo se publicó el 8 de diciembre 2002) Por Carlos Manuel Sánchez

Ellos, que lo habían dado todo por sus dueños, sólo a cambio de una caricia o un mimo… Estos perros que sufren el maltrato por parte de sus dueños caen como moscas, víctimas infelices de la barbarie de la España profunda.

El galgo ha olido algo. Su hocico no le engaña: es un rastro de liebre. Sus músculos se tensan. Parece más flaco, más aerodinámico. Un bólido de huesos. Cuando la liebre asoma, arranca como una flecha desgarbada. La liebre huye en zigzag, quebrando su trayectoria. El galgo comete entonces un error fatal: la persigue en línea recta, por el camino más corto. Con esa carrera rectilínea ha dictado su propia sentencia de muerte. Es un galgo ‘sucio’. No imita los quiebros de la liebre. Ataja. Y los galgueros no disfrutan con el espectáculo. Es probable que su dueño lo llame, que el perro acuda con su trofeo, esperando una caricia, y que le amarren una soga al cuello y lo ahorquen de la rama de un pino. Ésa es la tradición.

Algunos galgueros consideran que los perros inútiles no hay que mantenerlos a la sopa boba.

La temporada de caza termina en enero. Para entonces, centenares de estos perros que no corren a gusto de sus amos, o que ya están viejos, o que se han quebrado una pata, se mecerán al viento, pasto de alimañas, colgados en los pinares de las dos Castillas, el Madrid rural, Extremadura, Andalucía y Levante. Algunos galgueros, que con su brutalidad avergüenzan a la mayoría, consideran que los perros inútiles no hay que mantenerlos a la sopa boba, aunque les hayan servido durante años.

El exterminio comienza en septiembre, cuando se prueba a las nuevas camadas en la apertura de la veda. Las primeras víctimas son galgos jóvenes, de menos de un año. Los torpes. En enero morirán los machos adultos. Viejos. Lisiados. Pero no acaba ahí la escabechina. Las mejores hembras se reservan. Les echan buenos sementales para que se apareen. Las perras vivirán mientras estén preñadas. Por mayo, con el destete, les quitan los cachorros y son sacrificadas.
En los últimos años, el triángulo Valladolid-Salamanca-Toledo concentraba la mayoría de los mataderos de galgos del país. No hay pueblo que no tenga su patíbulo: sirve cualquier arboleda al borde de un camino. Y el epicentro de la barbarie era Medina del Campo (Valladolid): 224 galgueros censados. Pero algo está cambiando. El ahorcamiento, endémico en la zona, se está convirtiendo en una anécdota. Y es precisamente en Medina donde la crueldad ha dejado de ser la norma. El problema es que en otras regiones no cunde el ejemplo.

El responsable del cambio es un profesor de secundaria medinense, Fermín Pérez, de 40 años, que desde 1997 está embarcado en una cruzada para erradicar esta práctica. Contra pronóstico, Fermín está ganando la batalla. «Todo empezó cuando un amigo me pidió que le ayudara en un trabajo sobre tradiciones castellanas. Yo pensé en lo típico, artesanía, cocina… Me quedé helado cuando me dijo, con toda naturalidad, que necesitaba hacer unas fotos de ahorcamientos. Yo no podía creer que eso ocurriese. Les pregunté a mis alumnos si conocían algún matadero de galgos. Me dieron señas y empecé a documentar casos. La realidad superaba cualquier pesadilla. Cierta mañana, en una umbría, encontré 15 perros colgados.» Internet hizo el resto. Las fotos dieron las vuelta al mundo y el escándalo proyectó una imagen de la España profunda alejada del folleto turístico. Para colmo, a Fermín y al grupito de voluntarios de la protectora de animales de Medina del Campo les llovieron los palos. En lugar de arremeter contra los asesinos de perros, los políticos cargaron contra los que se habían atrevido a denunciar las matanzas. ¡Se estaba dañando el prestigio internacional de Castilla y León! Hasta que las autoridades no tuvieron más remedio que dejar de hacer la vista gorda. Al menos sobre el papel. Las leyes autonómicas sancionan con multas de hasta 15.000 euros los actos de crueldad, pero su efecto disuasorio es mínimo «porque casi siempre los culpables se van de rositas».

Sociedad protectora de animales Scooby Fran Jiménez

Sociedad protectora de animales Scooby

La batalla, más que legal, es psicológica. Es en la mentalidad de muchos cazadores donde se está operando una transformación. No es que piensen que lo que hacen esté mal, ¡si se ha hecho toda la vida!, pero a nadie le gusta que le señalen con el dedo. Fermín fundó Scooby, un refugio donde se recoge a los perros, se les cura, alimenta y envía a familias de adopción en el extranjero. Y los galgueros de la zona empezaron a llevarle los canes que ya no les servían. Total, es gratis. En cinco años se ha rescatado de una muerte segura a 2.500 perros. Este año se recogerán 700. La mayoría irá a Holanda, Bélgica, Suiza, Austria, Alemania, Gran Bretaña, Japón y Estados Unidos, donde el galgo español está considerado un animal de lujo.

«Los españoles no nos podemos imaginar hasta qué punto están horrorizados fuera de nuestro país con el maltrato. Es otra mentalidad»

Pero la convivencia entre cazadores y defensores de los animales no es sencilla. «Nos dan los perros que desechan y punto. Para ellos es como si les recogiéramos la basura. No tenemos trato.» Fermín asegura que ya no le afectan las críticas, que está vacunado. «El pueblo tiene 20.000 habitantes. Aquí nos conocemos todos.» Mientras conversamos en una cafetería de la plaza Mayor, un parroquiano se acerca varias veces, haciéndose el distraído. «Quiere enterarse de lo que hablamos. Es galguero.»
Vamos en coche hasta el refugio, en las afueras. Ha oscurecido. El frío es estepario y el vendaval ha derribado un árbol en la entrada. «El invierno va a ser duro. De amanecida, los depósitos de agua se congelan y hay que calentarlos para dar de beber a los animales. Aquí hemos trabajado con temperaturas de 15° bajo cero. El refugio -un antiguo almacén y un descampado rodeados por una valla con alarma- costó 35 millones de pesetas. La hipoteca fue financiada por donantes extranjeros. «Los españoles no nos podemos imaginar hasta qué punto están horrorizados fuera de nuestro país con el maltrato. Es otra mentalidad.»

Los perros recién llegados deben pasar la cuarentena en unos habitáculos de aislamiento. Son desparasitados y esterilizados mientras comienza el papeleo para colocarlos en otros países. No menos de seis meses de trámites burocráticos y cuidados diarios. Veterinarios extranjeros suelen llegar al refugio a pasar las vacaciones. «Es increíble. Vienen voluntarios de todo el mundo para quitar cacas. No sólo no cobran, sino que además se pagan el avión y la estancia. Duermen en un par de caravanas regaladas por protectoras europeas, pasando frío. Y se van tan contentos.»
Pero hoy no hay ‘brigadas internacionales’ y es María José la que baldea el suelo después de alimentar a los hambrientos inquilinos, que la rodean, olisquean, lamen y babean, agradecidos. María José mima ahora a un galgo con una pata rota. «Llegó hoy. Su dueño lo ha vendado con cinta adhesiva, sin reducirle la fractura. A veces los suturan con hilo de coser. Si tienen suerte.»

La despensa es una nave donde se amontonan cientos de kilos de carcasas de pollo, miles de barras de pan duro, palés de comida enlatada… «Casi todo es donado. La picadora de carne, los edredones… En España sólo somos 40 socios, pero tenemos muchísimos amigos fuera.» Un largo pasillo está decorado con paneles de corcho donde hay cartas y fotografías de familias de adopción. Misivas en inglés, en holandés, en japonés… Caligrafías de niño, correos electrónicos… Fotos y más fotos clavadas con chinchetas. Cuento los pasos para medir la interminable hilera de caras sonrientes y remitentes satisfechos. Calculo 25 metros.

Nos avisaron de que se oían ladridos en un pozo. Acudimos y vimos a este galgo, que aullaba de dolor. El pozo era tan hondo que la escala no alcanzaba.

La casa de Fermín es casi un minizoo. En el recibidor, dos galgos en sendas jaulas ladran de alegría al verlo. «Mañana no van a estar tan contentos», dice. «Es que los vamos a esterilizar.» Y me enseña una habitación reconvertida en quirófano. «Tenemos incluso anestesia inhalatoria, como la que se aplica a los humanos.» Todo gracias a las donaciones foráneas. En el despacho, dos gatos se desperezan junto al ordenador. Uno ha vomitado sobre la mesa, pero el mejunje no amilana a Fermín, que enciende la computadora para enseñarme fotos. «Nos avisaron de que se oían ladridos en un pozo. Acudimos y vimos a este galgo, que aullaba de dolor. El pozo era tan hondo que la escala no alcanzaba. Regresamos al día siguiente, pero alguien había lanzado unas balas de paja al interior y les había prendido fuego. El galgo se abrasó.» Cuando llevamos diez minutos viendo atrocidades, le digo que es suficiente. Se me ha puesto mal cuerpo y no quiero dejarle otro souvenir en el despacho.

Fermín Pérez.  Presidente de la Fundación Scooby

INSTALACIONES DE LA PROTECTORA DE ANIMALES SCOOBY EN MEDINA DEL CAMPO. Fran Jimenez

‘El galgo es cariñoso, el perfecto animal de compañía»

¿Por qué se les ahorca cuando no sirven para cazar?

Porque es lo más fácil. Quizá sería más sencillo pegarles un tiro, pero los galgueros no son escopeteros. A diferencia del cazador que dispara y cuyo perro se limita a cobrar la pieza, aquí es el galgo el que persigue y da caza a la liebre. No hay tiros. Además, muchos cazadores piensan que un galgo no vale un cartucho.

¿Cuáles son las características de esta raza canina?

El galgo español es un perro ágil, con menos velocidad que el ‘greyhound’ inglés (el que suele correr en los canódromos), pero más resistente. En Inglaterra las liebres tienen más arbustos donde esconderse y corren menos. Aquí son más recias. Una carrera puede durar cuatro minutos y sólo nuestros galgos son capaces de resistirla.

Da la impresión de que el galgo está mejor valorado fuera que dentro de España…

Sin duda. En Alemania eran animales de reyes… Tener un galgo es señal de buena posición social. Aquí sólo se utiliza para cazar, en el extranjero es muy apreciado como animal de compañía.

Pero se supone que este animal campero, que necesita correr. Tenerlo en un piso no parece lo más apropiado…

¡Al galgo no le gusta correr! Sería feliz si pudiera quedarse todo el día en un sillón. Es un perro tímido. Corre cuando es joven por el instinto de jugar. Y cuando es mayor porque le obligan. Por eso es perfecto como animal de compañía. Es curioso, pero quien adopta uno, repite.

¿Se adoptan muchos galgos en España?

Ojalá, pero no. Casi todos los mandamos fuera: Bélgica, Holanda e Inglaterra son los principales receptores. Y en Estados Unidos hay una auténtica fiebre. Es tal la moda que se venden esmaltes no tóxicos para pintarles las uñas o gorras para perros. Pero este año no vamos a poder colocar a todos los que rescatemos. Por eso sería magnífico que familias españolas también se interesaran por la adopción.

Este artículo se publicó en XLSemanal el 8 diciembre 2002

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