Desayuno altamente veloz

Los españoles desayunan cosas muy variadas. Los hay que degustan pan tostado con variedad de complementos. desde mermelada a aceite, pasando por la vomitiva mantequilla o la intensa manteca ‘colorá’. Hay quien le añade tomate al pan suavemente restregado a la catalana forma y lo acompaña de algo de jamón o de cualquier otro embutido suculento de los muchos que se elaboran en España, por ejemplo, deliciosa y nutritiva sobrasada, más picante, más suave, de esas que manufacturan en cualquier rincón balear. Hay quien prescinde de pan y prefiere un buen tazón de cereales, influenciado por tendencias anglosajonas de las últimas décadas y por necesidades energéticas y dietéticas. Hay quien va directamente al bocadillo, bien sea de tortilla de patata, de queso (los hay, los hay) o de tocino pasado por la plancha. Hay quien se atreve con un par de huevos fritos y unas lonchas de beicon, emulando a los americanos, y hay quien opta por la bollería, si tiene la suerte de tener a mano cruasanes como los de Sacha, en la plaza Adriano de Barcelona, una suerte de pequeña delicia con la que muy pocos pueden siquiera empatar. Lo que no he conocido es a nadie que desayune tortilla calentada al vapor con queso rallado por encima y salsa de pesto alrededor. ¿Usted sí?, ¿a uno?, ¿a muchos? Bien, pues eso es lo que sirven de desayuno en el ferrocarril más puntero del mundo, llamado AVE, que une, al menos, Sevilla y Madrid y que va, evidentemente, repleto de españoles. Puede que comparezca alguna excursión japonesa o algún elemento suelto de cualquier otra noble nacionalidad, y puede que sea costumbre de algunos rincones remotos bocado tan suculento para desayunar, pero en España, en la misma España, no me suena tal delicia como plato habitual.

Era sábado por la mañana, día 2 de junio, 7,45 hora de salida rumbo a la capital, y una amabilísima asistente me preguntaba si me apetecía desayunar. Cuando me anunció el engrudo, decliné también de la forma más cortés posible, pero mostré mi perplejidad por el producto abracadabrante que se le ha ocurrido a algún diseñador de menús. Entiendo que en un tren no se van a poner a freír huevos, pero, repito, discurrir que una tortilla liofilizada calentada Al vapor con queso rallado por encima y salsa de pesto rodeándola es un desayuno propio de la gente de por aquí es echarle demasiada imaginación.

Afortunadamente, siempre nos quedará el vagón bar. Una pareja tan amable como las azafatas que asistían el coche 2 -ella, Olivia; él, J. Miguel (o J. Manuel, lamento no recordarlo bien)- me ofreció un mollete tostado con un botellín de aceite que constaba en carta y que me supo a gloria. No solo por ser pan del día y aceite razonable, sino por el agrado profesional con el que aquellos dos trabajadores de AVE atendían al público -cosa que, por cierto, suele ser costumbre en los trabajadores de cualquier línea de alta velocidad-. El café a seguir, dígase todo, era también bebible. Pido para ellos una felicitación de sus superiores. ¡Cuánto se agradece gente amable a esas horas de la mañana de un sábado!

La misma pobre criatura que tuvo que explicarme la dificultad de diseñar desayunos en el tren me invitó a que rellenara el folleto de sugerencias, a lo que le repuse que no se preocupara, que sin quererlo me había dado hecho el artículo del domingo. Desde aquí le agradezco su cortesía y le pido disculpas porque ella no tiene culpa de servir vomitivos como desayuno.

Solo me quedó la duda después de comprobar que el platito no tenía demasiado éxito entre los pocos ocupantes de aquel vagón de si el que ha tenido la feliz idea de ofrecer tal veneno como primera ingesta del día de un español -veneno que envidiarían los mismísimos Borgia- ha llegado a probarlo. O si es capaz de desayunarlo en su casa. Si es que sí, va a resultar verdad aquello de que hay gente ‘pa to’. Y que todos se dedican a dar de comer en trenes y aviones.

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