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PEQUEÑAS INFAMIAS

Donde las dan, las toman

Carmen Posadas

Sábado, 28 de Septiembre 2013

Tiempo de lectura: 3 min

Hacia finales del curso anterior, los periódicos se hicieron eco de la preocupación de padres y educadores de adolescentes por el auge de páginas de Internet y aplicaciones de móviles que, bajo nombres tan poco equívocos como Gossip (cotilleo) o Informer (chivato, en inglés), empezaban a tener miles de adeptos entre los alumnos de secundaria y universitarios. Se trataba ­y se trata de sitios web concebidos para colgar comentarios anónimos sobre profesores y compañeros de clase. Informer es muy útil como medio de expresión para personas tímidas , explica una de sus creadoras. Estábamos una tarde en la biblioteca y a una de mis amigas le gustaba un chico que había cerca. Empezamos a pensar cómo podríamos contar este tipo de cosas sin tapujos. En nuestras páginas dice se habla de amor, pero también de sexo. ¡Ya somos mayores! .

Los usuarios de Gossip van un paso más allá a la hora de cantar las loas de su aplicación. Da morbazo -aseguran- leer los comentarios que otros chicos cuelgan sobre nuestros profesores. Es interesante ver si los demás piensan lo mismo que tú sobre ellos. ¿No se hacen en Internet comentarios sobre un hotel al que vas o una peli que ves? Pues esto es lo mismo . En realidad, el fenómeno se parece más a otra cosa. A métodos de cotilleo tan viejos como insidiosos. A las pintadas en los lavabos revelando algún vergonzoso secreto de alguien, por ejemplo, o a los papelitos anónimos que circulaban de mano en mano con dibujos o comentarios obscenos. La única diferencia entre estos y aquellos es aparte de la mayor difusión de la insidia que, así como en el caso de las pintadas y papelitos los chicos sabían que están haciendo algo travieso pero a la vez malvado, el cotilleo cibernético está (casi) bien visto.

Y no es extraño que así sea; al fin y al cabo, los adultos hacemos más o menos lo mismo en chats, en Facebook o en Twitter. A estas alturas, no es cuestión de rasgarse las vestiduras por un aspecto del carácter humano que ha existido siempre. Incluso puede decirse que es sano. Somos animales sociables y los juicios de los demás no solo reflejan cómo nos perciben, sino que cumplen otra función importante en una sociedad. sirven de muro de contención, puesto que el miedo a no ser aceptados por otros pone freno a muchos bajos instintos. Y es que, a pesar de que la mayoría de las personas digan que les importa un bledo, el qué dirán es algo a lo que pocos logran abstraerse. Bueno es que así sea, porque vivimos en sociedad, y esa misma sociedad es la que se defiende.

De este modo, para ser aceptadas, hasta las personas menos virtuosas se comportan como si lo fueran. La cara B de este idílico disco, sin embargo, es que, en un mundo en el que el anonimato rige cada vez más nuestras vidas, los instintos menos edificantes florecen e incluso son jaleados y convertidos en hazañas. Es interesante señalar que la intimidad es un concepto muy reciente en la historia. Ahora nos parece inconcebible, pero hasta el siglo XVIII actos tan privados como dar a luz, copular y por supuesto otras necesidades fisiológicas habituales y muy necesarias se hacían en público. Todo esto cambió con la Revolución Francesa, que es la que comienza a definir la diferencia entre la esfera de lo público y lo privado, ensalzando el valor del individuo y su necesidad de tener un espacio propio e inviolable. Estamos, por tanto, ante un derecho muy reciente, la privacidad, la intimidad, que ahora se ve amenazado por los mismos avances tecnológicos que hacen el mundo más grande y, paradójicamente, también más parroquial, más pequeño e indiscreto. ¿Qué se puede hacer entonces para preservar tal derecho, en especial el de los jóvenes? Por supuesto de nada sirve poner puertas al campo e intentar cerrar páginas como Informer (a menos que raye en lo delictivo). Es más eficaz, una vez advertidos del riesgo, que las conozcan, que las usen, que las sufran. Solo así se darán cuenta de que el cotilleo es un arma arrojadiza. Mejor aún, es bumerán que siempre vuelve y que, como tantas otras cosas en la vida, donde las dan, las toman.