¿La inteligencia emocional tiene un lado oscuro?

¿Alguno de mis lectores se acuerda de la publicación hace casi veinte años del libro Inteligencia emocional, de Daniel Goleman? Fue un éxito insospechado y todo el mundo estaba de acuerdo con sus contenidos. Yo mismo conocí al autor en aquellos primeros días y ni se me ocurrió que alguien podría no estar de acuerdo con todo lo que allí él explicaba. Como tantos otros profesores, me pareció tan evidente que desde lo más recóndito del pensamiento emocional se pudieran arrasar los prejuicios racionales que a muy pocos les faltaron ganas para combatirlos.

Hace unos años, nos dimos cuenta de que algunos políticos energúmenos, como Hitler, intentaban romper corazones recurriendo también para convencer a las emociones. Y justo ahora, veinte años después de aquella tan gran e ignorada demostración académica, el mundo científico admite sin negar la necesidad de seguir gestionando la inteligencia emocional los peligros que entraña despreciar todo el daño que puede infligirse con su aplicación desmedida.

Distintos experimentos efectuados en el curso del año recién terminado tienden a demostrar que, cuando se afilan las técnicas emocionales, se está preparando el terreno no solo para hacer el bien a los demás, sino las posibilidades de manipularlos con fines no aprobados o consentidos por la documentación. Cuando uno puede controlar sus propias emociones, puede mentir con mayor facilidad. Se puede disfrazar el dolor con una sonrisa; o la sensación de un placer enorme, al que ya se ha transformado en pena.

Los científicos sociales han iniciado ya la exposición de ese lado oscuro de la inteligencia emocional. Resulta que, efectivamente, la inteligencia emocional que puede rezumar una clase dada por un experto alerta a los alumnos no únicamente sobre la necesidad de saber evadirla, sino de la posibilidad de infligir a los demás sus efectos particularmente perversos. Lo importante es que tanto la emotividad aprendida como su aplicación para bien o para mal son imbatibles.

En la Universidad de Toronto, los expertos recurrieron al maquiavelismo e idearon un método para medir las estrategias de gestión emocional. El resultado fue que los profesores más experimentados para engañar o causar daño eran, justamente, los que más elevadas notas habían sacado en gestión emocional. Los alumnos que habían dado pruebas de mayor maquiavelismo, así como de sus malas intenciones, mostraban índices muy elevados también de conocimientos emocionales. estaban utilizando su conocimiento emocional para buscar recompensas en beneficio propio.

Ahora bien, no todo está perdido en el larguísimo esfuerzo por aumentar la atención emocional con buenos propósitos. Otros experimentos han demostrado, sin lugar a dudas, que no en todos aquellos trabajos en los que se requería atención redoblada la mejor manera de conseguir un buen resultado era, necesariamente, una buena formación emocional. En algunas profesiones, ese conocimiento puede distraer del objetivo esencial, en lugar de mejorar el manejo del propio trabajo.

Para la mayor parte de los contables, mecánicos o científicos de inteligencia emocional, en lugar de representar una ventaja era todo lo contrario. Aunque falta completar los análisis, es evidente que los empleados estaban fijándose más en la inteligencia emocional que en las variedades del trabajo analizado. Si nuestra labor consiste en analizar datos o en reparar los coches, puede constituir un error analizar los rasgos faciales, los tonos vocales o el lenguaje corporal de la gente.

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