Seamos realistas. ¿Cuál es la probabilidad de que un ‘tocho’ de casi 700 páginas sobre una materia tan abstrusa como la historia comparada de la recaudación fiscal se convierta en un best seller traducido a 30 idiomas y supere el millón de ejemplares vendidos?

Pues eso es lo que ha conseguido el economista francés Thomas Piketty, de 43 años, con El capital en el siglo XXI (editado en España por Fondo de Cultura Económica). ¿Cuál es la receta de su éxito? Apunte…

Concienzudo

El principal ‘capital’ de Piketty lo sugiere Pierre Jaxel-Truer en Le Monde. «Para que un buen libro se transforme en un fenómeno, hace falta que se amalgame con el espíritu de los tiempos y que se convierta en la caja de resonancia de una sociedad y de las preocupaciones políticas del momento». ¿Cuál es el argumento de Piketty? Que la desigualdad está creciendo. La concentración de la riqueza en unas pocas manos es mayor que nunca desde la Depresión de 1929… Pero eso salta a la vista, ¿no? Puede ser, pero Piketty ha hecho una labor de hormiguita durante quince años para probar su tesis, desmenuzando los datos fiscales de dos siglos en una venteina de países y haciendo sus cuentas en hojas de cálculo. Es un economista de la vetusta generación Excel…

Alarmista

Y Piketty va más allá y suelta una bomba: esta brecha es inevitable y seguirá creciendo porque el sistema económico está ‘trucado’ en favor del capital y en contra del trabajo. O hacemos algo ahora para revertir la tendencia o la riqueza seguirá concentrándose.

Marx 2.0

Suena a discurso de izquierdas. «Marx 2.0» , como lo bautizó la revista Time… Y eso que Piketty confiesa no haber leído El capital, de Karl Marx, aunque sí El manifiesto del Partido Comunista. Piketty es, al fin y al cabo, un intelectual de la izquierda, hijo de comunistas que abandonaron la ciudad para irse al campo a cuidar cabras.

Discreto

Piketty es a su vez muy suyo. No le gusta hablar de su vida privada. Está casado con una economista, Julia Cagé, formada como él en la Escuela Normal Superior de París y pieza fundamental a la hora de contrastar ideas. Tiene tres hijas de su primera mujer, historiadora. Y tuvo un romance que acabó muy mal con la actual ministra de Cultura, Aurélie Filippetti, que fue a comisaría a denunciarlo por malos tratos, aunque después retiraría la denuncia.

Indomable

Piketty es indomable. Los socialistas franceses lo ficharon y lo repudiaron cuando vieron que no tenían a un muñeco de ventrílocuo recitando lo que ordenaba el partido. Ha rechazado incluso la Legión de Honor porque considera que el Gobierno de Francia no es quién para decidir qué persona es honorable. Y ahí tenemos el segundo ingrediente: un autor que llega a sus propias conclusiones y dice lo que piensa, pese a quien pese… Un tipo que ocupa un gris despacho de profesor asociado en París que parece una celda monacal, donde no queda sitio para un libro más. Un sabio con cara de niño que completó su educación en el MIT y la London School of Economics. Alguien a quien solo conocían los expertos en materias tan apasionantes como… la legislación tributaria. Y que, además, escribe bien, salpimentando la prosa técnica con citas de Austen, Fitzgerald o Balzac… Un diamante en bruto para un editor que sepa sacarle brillo con una buena ‘estrategia’ de marketing.

Honrado

¿Qué estrategia? Convertir a Piketty en el niño inocente del cuento que le dice al emperador que está desnudo. Y ese es el tercer ingrediente: honradez. Su discurso ha sido bendecido por las voces críticas con la deriva actual del capitalismo; popes del progresismo como los Nobel Paul Krugman y Joe Stiglitz lo arropan. Pero también ha sido tomado muy en serio por analistas como Martin Wolf (Financial Times), nada sospechoso de querer dinamitar el sistema.

Provocador

Eso sí, tampoco está mal provocar. La propuesta de Piketty de crear un impuesto mundial a los ricos que gravaría con hasta un 80 por ciento las rentas más altas provocó que el liberalismo sacase toda su artillería y abriese fuego contra él. The Economist y Bloomberg han puesto en duda desde su método hasta sus conclusiones y propuestas, que consideran, como poco, ingenuas. Pero la conclusión más aceptada la resume desde Washington Matthew Yglesias, editor de Vox: «Piketty no es el anticapitalista radical que sus críticos temen, sino alguien que quiere reparar el propio capitalismo».

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